Con solo leer el título
ya podemos decir que es un libro desconcertante. ¿Por qué «omitidos»? ¿Es que
su autor llama así (es decir, obviados, marginados, olvidados, ninguneados) a
los personajes de los que se ocupa? No creo, porque, al menos los que aquí menciono, algunos escritores de los que, repito, se ocupa el libro), no lo son en verdad: Saramago,
Reynoso, Vallejo, Heraud, Adán, Sabines, Bolaño...
¿Qué significa esto? Que lo que el autor ha hecho es -de entrada- jugar,
acertadamente, con la intriga (y esto es, ya, un gran mérito literario en el
terreno de la narrativa).
El conjunto de textos
que aparecen en el libro de Jorge Ureta Sandoval (que, en buena cuenta,
son un homenaje a personajes de la literatura por los cuales él siente
admiración y una especial devoción), puede ser visto (y creo que es legítimo
hacerlo) como si se tratara de una exposición de pinturas abstractas, o
impresionistas, cuyo efecto estético no es solo la simple belleza sino,
especialmente, el asombro. Qué quiero decir: que estos textos podemos leerlos
sin tener que esperar alguna anécdota impactante o mensajes conmovedores o que
acaso estimulen nuestra indignación frente a las injusticias sociales, por
ejemplo.
Pero sí, como en un
texto al que califico de reflexión afectiva, podemos encontrar cosas que
conmueven y tienen mucho de verdad. Una muestra: «Él creía que íbamos a cambiar
en lo fundamental, y no importa ahora si tenía razón o no… lo que vale, en este
momento, es hacerte saber que cuando Javier hablaba, sonreía y te sentías parte
de él…». Lo confieso: eso es lo que, en gran medida, sentía yo cuando,
adolescente aún, en Pallasca comencé a leer a Javier. ¿A qué Javier me
refiero? ¡A quién más!: a Javier Heraud, pues, el amado poeta que murió entre
pájaros y árboles, allá en Madre de Dios, hace más de sesenta años.
Y díganme si no es bello
esto, que también hallamos en el libro de Jorge: «No mueras en vida, vive lo
que dejé de vivir». Es una invocación que en un texto es atribuido a nuestro
inmenso César Vallejo, como si hubiera sido dicha a la leal y amorosa
Georgette Philipart.
Y esta otra frase, en el
texto dedicado a Juan Ramírez Ruiz, fundador del Movimiento Hora Zero
y autor de ese monumento poético llamado «Las armas molidas»: «Los nuevos
muchachos (…) molieron todas las armas posibles, excepto la palabra». En
efecto, todo podrá ser destruido, menos la palabra.
Como dice Oscar Araujo
León en el prólogo, lo que hay en este libro son cuentos. Pero no como los
cuentos «comunes y corrientes»: no es notoria en ellos la estructura de la que
siempre se nos ha hablado (exposición, nudo y desenlace). Es que se trata de
una manera distinta de contar. Sin embargo, si ponemos atención (y sugiero que
lo hagan), veremos que, desde el principio, cada texto atrapa y nos empuja a
buscar, a como dé lugar, un desenlace del que (a diferencia de los cuentos,
digamos, «tradicionales») no tenemos ni el más mínimo indicio que pueda
servirnos de «ayuda». Recomiendo -por solo mencionar uno- el texto dedicado al
autor de Ensayo sobre la ceguera, José Saramago, y cuyo título es,
misteriosamente, un participio
-«Corregido»- y en el que, inesperadamente, encontramos a Jesucristo, enfermo,
dentro de un ómnibus (que bien podría estar circulando por la avenida Abancay)
y a Magdalena abrigándolo con «una frazada de diseños andinos», en una
circunstancia que nadie podría imaginar: cuando una suerte de pandemia
convierte a gran parte de la población en Los sin voz. ¿Es esto extremadamente
insólito e increíble, o no? Claro que lo es; y, a pesar de ello -gracias al
buen manejo de la técnica narrativa-, tiene mucho de verosímil. (Bueno, en su
Retórica, Aristóteles ya había dicho esto: «Es preferible lo imposible
verosímil que lo posible inverosímil»).
Lo que Jorge ha hecho es
presentarnos una nueva forma de contar; una narrativa experimental que,
definitivamente, rompe esquemas. Si tuviera que caracterizarla, creo que no
dudaría en repetir las palabras que Floyd Merrell (que es un especialista en
Semiótica, de la Universidad Purdue de Indiana) dijo acerca de la gran Clarise
Lispector; y, así, yo diría que la narrativa de Jorge está «entre la
realidad y la fantasía, la objetividad y la subjetividad, la razón y la
imaginación, y el pensamiento lineal y los sentimientos no lineales que fluyen
hacia todas partes y hacia ninguna parte». Y esta es una de sus
características: es narrativa, al mismo tiempo, lineal y no lineal.
¿Qué encontramos en este
libro de Jorge? Encontramos a doce personajes (uno de los cuales ¡es él mismo!)
que son mostrados en una suerte de retratos hablados medio contrahechos en que
-de modo arbitrario y antojadizo- se entrecruzan trazos que deliberadamente nos
conducen hacia lo irracional o, dicho de otro modo, a la literatura del absurdo
(recuerdo aquí a Eugene Ionesco) o hacia el surrealismo. Estamos, pues,
ante una narrativa distinta de la que leemos con frecuencia.
Este libro es la
expresión intrépida y desenfadada de la libertad creativa (como es y debe ser
toda buena literatura); y es, también -¡cómo no!- juego y catarsis, y alabanza
y celebración de la palabra y, claro, de la imaginación sin límites.
«Omitidos» de Jorge
Ureta Sandoval es, debo decirlo ya y con absoluta convicción, un libro
altamente recomendable; un aporte valiosísimo a la literatura peruana. Léanlo y
me darán la razón y, por cierto, se sorprenderán gratamente. Es un libro que,
por ningún motivo, debería ser omitido.
(Bueno, para terminar, debo decir que me regocija y me hace mucho bien el hecho de que esta presentación se haga en nuestra querida Lima Norte, donde residen el autor y también la editora -Karinita Moscoso-; y aquí, en Lima Norte (en Los Olivos, como yo), durante algún tiempo, también vivió mi inolvidable hermano horazeriano Juan Ramírez Ruiz quien sí -creo yo- fue y sigue siendo un escritor valiosísimo pérfidamente omitido por muchos, pero a quien, con justicia, Jorge Ureta Sandoval rescata y rinde culto en este bello libro que, repito, puede ser visto como si se tratara de una exposición de pinturas abstractas, o impresionistas, pero también -como, estoy seguro, lo habría dicho Juan, si aún estuviera entre nosotros- puede ser leído como poesía. ¡Bien, querido Jorge!).
Los Olivos, 28 de marzo del 2024 © Bernardo Rafael Álvarez