Bueno, la verdad es que artísticamente no puede ser llamado el heredero de Frank Sinatra; hace algún tiempo hubo quienes dijeron que lo era de Michael Jackson, pero no, tampoco lo es. Repito, artísticamente no es heredero de ninguno de ellos. En algún modo, es, más bien, el heredero de Adriano Celentano, el gran compositor y cantante italiano que fue el boom allá por los setentas. La genialidad de Benito Martínez (Bad Bunny) está en que, en sus canciones, no solo usa palabras, sino también ruidos guturales, balbuceos, etc. que no expresan nada inteligible; la de Celentano se manifestó con la creación de temas que, desde su título, eran construcciones hechas con palabras de ningún idioma, inventadas por él y que, naturalmente, no decían absolutamente nada (este es el título de su más celebrada canción: «Prisencolinensinainciusol») y solo servían para divertir (y divirtió a montones y montones). Bad Bunny genera efectos de gozo en millones, millones y millones; es el que más seguidores tiene a nivel planetario, y el que gana más dinero (lo cual no es un delito, no colisiona con el arte). Es (ya lo insinué) genial, porque ha hecho lo que nadie: ha puesto sobre el escenario lo que nadie hizo antes de él (en algún modo sí Celentano): demostrar que el arte musical no solo es para dar mensajes «legibles» (de amor, filosofía, indignación, crítica social, o lo que sea) sino, sobre todo, para generar efectos estéticos (gozo auditivo, etc.) y, en el caso de la música popular, sobre todo diversión; y esto lo ha logrado a niveles astronómicos. Es cierto lo que dice Time (es lo que con otras palabras digo y he dicho desde hace mucho tiempo, y me alegra ver que no soy el único): «Desde sus inicios, Bad Bunny ha desafiado las convenciones, tanto líricas como musicales». Que no guste y asquee a muchos intelectuales no tiene por qué importar; el arte no tiene que ser (como respecto de la cultura equivocadamente creía T. S. Eliot) para una elite, para una minoría; si lo disfrutan las grandes mayorías, ¡bien, caracho! ¡Vas bien, Benito, vas Bien! (Y bien por sus millones y millones de seguidores, a los que con gusto yo también me uniría, y que no son «subcerebrados», como a alguien se le podría ocurrir llamarlos). El arte es, sobre todo, expresión de absoluta libertad; y no hay nada ilegítimo, reprobable ni «antiético» si es que los artistas son apoyados, promocionados, financiados por gente o empresas de alto poder económico (por el capitalismo o el «neoliberalismo salvaje»): ¿o es que esto envilece al arte?
© Bernardo Rafael Álvarez