¿Han escuchado o leído aquello de que Abraham Valdelomar (Ica, 27 de
abril de 1888 – Ayacucho, 3 de noviembre de 1919), a manera de proclama (“antidescentralista”
y extremadamente ególatra), expresó: "El Perú es Lima, Lima es el Jirón de
la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy
yo"? Sí, sin ninguna duda. ¿Saben si existe certeza de que realmente lo dijo,
o de que él fue su autor?
Atribuir
expresiones falsas a ciertos personajes, reales o imaginarios, es casi una
suerte de deporte intelectual, aquí y supongo que también en la Cochinchina. Y
no me parecería exagerado si dijéramos que algo o mucho de humor e ingenio
suele haber en dicha práctica; y se hace para enaltecer las cualidades morales
de la persona aludida, o para “hacerle quedar mal”. Veamos.
Al finalizar el discurso
con que anunciaba la promulgación de la Ley de Reforma Agraria, el 24 de junio
de 1969, el general Juan Velasco Alvarado expresó esta retadora y exultante frase:
"Campesino, el patrón ya no comerá más de tu pobreza", y aunque no la
atribuyó directamente a Túpac Amaru (“Al hombre de la tierra ahora le podemos
decir en alta voz, inmortal y libertaria, como Túpac Amaru”, fue lo que expresó), todo el mundo, sin embargo, la asumió
como realmente dicha por el rebelde nacido en Surimana. Se afirma que José
Olaya, nuestro mártir chorrillano, dijo -a punto de
ser fusilado-: "Si mil vidas tuviera, con gusto las daría por mi patria”;
pero, hasta donde se sabe, no existen pruebas de que eso sea cierto. Como tampoco
creo que pueda darse fe de que Jorge Chávez –en sus últimos minutos de vida- expresó
aquella alentadora exclamación (buena para los especialistas en “coaching” y
liderazgo): “Arriba, arriba, siempre arriba, hasta las estrellas”; hay, más
bien, la sospecha de que lo que habría dicho realmente es esto “No, no, yo no me muero”, y que el aviador peruano
Juan Bielovucic fue quien la convirtió en esta: “¡Arriba… más arriba todavía!”. Una frase más
bien –a diferencia de las anteriores- deprimente, es aquella que desde la
escuela medio que nos golpeaba la conciencia, casi nos hundía en la
desesperanza y alimentaba el resentimiento con nosotros mismos, y fue atribuida
al italiano Antonio Raimondi (autor de, entre otras muchas obras dedicadas al
Perú, Ancachs y sus riquezas minerales,
1873): “El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro” (nunca se llegó a
comprobar que el extraordinario peruanista italiano, cuyos estudios no solo
tienen valor científico sino, digamos, incluso turístico -y nos enorgullecen-, hubiera
sido el autor de tal deplorable decir).
Pero también la ficción ha terminado, en
algunos casos, siendo contaminada por, digamos, su propia “saliva”. A don
Quijote de la Mancha (personaje imaginario) se le recuerda con una casi
cotidiana recurrencia gracias, especialmente, a una frase puesta en su boca (es
un decir, claro) no por su autor sino sabe Dios por quién, y que no aparece en
ninguna parte de la célebre novela española: “Ladran, Sancho, es señal de que
avanzamos”. Es que, la verdad, esa frase
nunca fue dicha, durante sus alucinantes andanzas, por el ingenioso y delirante
hidalgo que inventó don Miguel de Cervantes Saavedra. Es una frase apócrifa,
pues.[1]
¿Estaríamos, también, ante una frase apócrifa,
atribuida socarronamente a nuestro Abraham Valdelomar? ¿Será realmente cierto
que dijo aquella tan famosa y pintoresca proclama que, ante los ojos de muchos,
lo presenta como a un ególatra sin remedio?
Al leer a don Luis Alberto Sánchez, podemos asumir que,
efectivamente, el autor de El Caballero
Carmelo pronunció esa suerte de –repito- proclama, pero –ojo- no
exactamente tal cual la conocemos. El tres veces rector de San Marcos, en su obra La
Literatura Peruana: Derrotero para una historia cultural del Perú, al
citarla, no incluye el altisonante remate en el sorites (así lo llama, sorites;
es decir, un silogismo compuesto por varios enunciados encadenados): “El Palais
Concert soy yo”.[2]
¿Por qué? Probablemente porque estaba convencido de que aquello no salió de la
boca del narrador y poeta iqueño, sino que otra persona habría agregado, a modo
de sorna, tal afirmación, quizás creyendo que casaba bien (¡porque casaba bien,
realmente!) con la desenfadada personalidad del narrador y poeta que, sin
embargo, en el poema Tristitia se
muestra medio frágil emocionalmente: “mi padre era callado y mi madre era triste / y la
alegría nadie me la supo enseñar”.
Pero -reconozcámoslo- solo estamos en el terreno de
la especulación: no hay nada (al menos hasta ahora) que rotunda y
definitivamente pueda servir de sustento para afirmar, con seguridad, que se trata
de una frase apócrifa pero tampoco, para negarlo.[3]
Recuérdese que ya es –en algún modo- proverbial aquello de la egolatría (y algo
de megalomanía) en el “Conde de Lemos” (apodo o seudónimo que él mismo se
regaló y que es, en sí, muestra de una celebración del propio ego).[4]
Sin embargo, conviene tener en cuenta lo que escribió José Carlos Mariátegui: “Uno
de los elementos esenciales del arte de
Valdelomar es su humorismo; la egolatría
de Valdelomar era en gran parte humorística”.[5]
Una egolatría que bien merecería aplauso y sonrisas, y no reprobación o gestos
adustos.
Pero, durante aquellos años, sí hubo reprobación y
gestos adustos, o “la airada protesta de la pacatería”, según Máximo Fortis
(seudónimo de Juan Francisco Valega), porque el escritor no tenía empacho en
poner “su yo con prodigalidad desusada y ¡con mayúscula!”, y porque, sin falsa
modestia, manifestaba admiración por su propia obra.[6] El fastidio de terceras personas nunca llegó a
hacer mella en Valdelomar; generaron, más bien, una respuesta al mismo tiempo
acre y cómicamente puntillosa: “Qué culpa tengo yo de ser Yo”, escribió,
indoblegable; y agregó, ruda y definitivamente: “Vayan los muy necios a
preguntarle a Dios por qué me dio alma, un corazón noble, un cerebro radiante y
fecundo (…) y la divina e imponderable virtud de hacer lo que me da la gana…”. A los que, según él, no lo querían, los
caracterizó como “la prole del cornudo y rabudo de la pezuña de cabra”.[7] Pregunto:
¿Hay amargura o desazón en esto? Tal vez, pero también, y sobre todo, hay
picardía y mordaz sarcasmo.[8]
Estaba, obviamente, convencido de que un literato no está condenado a caminar
con la cabeza gacha, ni sujeto a prohibiciones.
Bien. No solo Mariátegui reconoció el sentido del
humor en Valdelomar; también, de algún modo, nuestro ilustre historiador,
diplomático y maestro Raúl Porras Barrenechea, quien –con acierto- afirmó que el
propósito que buscaba Valdelomar era “asombrar al burgués” (y eso -épater le bourgeois, en francés: ponerle de
vuelta y media, dejarlo atónito, patidifuso, tiene mucho de humor, pues).[9]
Y también Sánchez, que nos recuerda que “Valdelomar decía en broma casi todas las cosas que el público tomaba en serio”[10],
y reconoce que sentó “cátedra de diarismo literario, humorístico, descriptivo, exquisito y mordaz”, y decidió imponer
“otra moral” y proclamar “la arrogancia y el yoísmo como reglamento de
conducta”, no obstante lo cual tuvo también gestos generosos: “revela -dice Sánchez-
a Vallejo cuando en él creían solo sus contertulios trujillanos, especialmente
Orrego…”.[11]
Y fue, sobre todo, en sus caricaturas en que
desbordó lo corrosivo de su humorismo. Corrosivo, mordaz, ¿por qué? Porque Valdelomar
no esperaba solo la carcajada fácil y sin sentido; pretendía algo más, mucho
más. Veamos lo que él mismo escribió: “La caricatura es la sátira gráfica, la
sustitución de la frase por la línea, la pintura de lo defectuoso y lo deforme,
a fin de señalar con el ridículo los
crímenes y las injusticias, las flaquezas y las tendencias de los hombres”.[12]
Sus primeros trabajos, como periodista, se pusieron de manifiesto en las
revistas Cinema, Gil Blas y Monos y Monadas,
pero no con artículos (literarios o políticos), sino con caricaturas.
Valdelomar estaba convencido de que la caricatura no es, digamos, un arte
frívolo; podría, quizás, sonar a una chanza, pero, en realidad, se trata de un
aserto dramático y rotundo, esto que el autor de El Caballero Carmelo dijo: “Dios ha sido el primer caricaturista y
su obra más perfecta es una calavera”. [13]
Y, bueno, las caricaturas que Valdelomar dibujaba, son extraordinariamente
representativas de lo que pensaba nuestro narrador y poeta. Como bien señala
Willy F. Pinto, nuestro autor “contribuyó eficazmente en el mejoramiento
estético de la tradicional e intrascendente caricatura política”, “sin que –obviamente,
digo yo- sufriera menoscabo su intención burlona”.[14]
Pero, el humor valdelomariano no solo se puso de manifiesto en las
actitudes; tampoco únicamente en los dibujos. También en más de un texto
literario. Seis, si no me equivoco, son los cuentos estrictamente humorísticos
escritos por Valdelomar: La tragedia en una redoma (un cuento al que
adjetiva como “simiesco”, y en el cual nos dice que su “zoología doméstica está compuesta por “unas ocho gallinas alharaqueras, unos
pollos enclenques y vivaces, un perro plebeyo y muy querido que lleva el
romántico nombre de "Capulí", una
lora que tiene mutismos parlamentarios...); La historia de una vida documentada y trunca (de cómo se suicidó el
personaje llamado Garatúa); La ciudad sentimental. Un cuento, un perro y
un salto (que concluye con estas palabras: “Y así fue como perdí el argumento de uno de mis cuentos más bellos.
Anoche el Mal se había disfrazado de perro y
el perro me robó mis ideas. Sin embargo cuando yo os dije anoche me han
asaltado, todos me interrogasteis "¿quién?". A nadie se le ocurrió
preguntarme "¿qué cosa?"); Breve historia veraz de un pericote (cuento del que me ocupo
después); Mi amigo tenía frío y yo tenía un abrigo cáscara de nuez (en
que encontramos esto, que es humor, pero podría ser tomado, por algunos, como
muestra de discriminación o racismo”: “¿Quién es esta chola que me llama?
¡Qué lisura! ¡Qué se lleven de aquí a esa mondapanes que me mancha el paisaje!”); Almas prestadas. Heliodoro, el reloj, mi nuevo
amigo (que
ni siquiera llega a los cinco párrafos; sin embargo, su autor se atrevió a
llamarlo “novela corta”).
Pero solo quiero detenerme en un solo cuento,
que es desconcertante, que destila un humor que conmueve, lleno de humanidad,
de ternura. Efectivamente, ternura,
como escribió Sánchez: “lo característico en Valdelomar es la ternura”.[15]
Escrito a la manera de una epístola, el cuento comienza así: “Anoche, tres de
abril de mil novecientos dieciocho, a las nueve y diez -supongo que esta fecha
sea inolvidable para usted (el hecho de haberle a Ud. salvado la vida no me
autoriza a hablarle de tú)- anoche, digo, por uno de esos motivos que no tiene
explicación, vi a Ud. que en el fondo de la tina vacía, debatíase
desesperadamente, sin poder salir. Estaba oscuro. Ud. había caído, por una
inexperiencia juvenil, en aquel espacio y allí habría Ud. perecido”. En otro
momento dice: “Era Ud. joven como yo. Comprendí su dolor. En su mirada
comprendí que me hablaba usted de su madre, de su rinconcillo obscuro y húmedo
en el fondo del parquet, de su vida en flor. Si usted joven, después de verme,
hubiera intentado la fuga imposible, yo le habría matado, tal vez”. Cualquiera,
al leer estos fragmentos creería que está ante una voluntad potencialmente
asesina: alguien que pudiera haber matado a un desesperado joven en fuga. Pero
no, no se trata de eso. El relato continúa: “Pero usted al verme, se detuvo, sin
tener la presunción de buscar una huida necia y puso usted en mí toda su
esperanza. ‘Tú me puedes salvar o matar. Tengo madre. Te ruego que me salves’. Así
decían sus ojos, querido amigo mío.” ¿Qué ocurrió después? El personaje
atrapado en la tina terminó siendo salvado. No era un ser humano, sino -¿oh,
sorpresa- un pequeño roedor, un pericote.[16]
Repito: humor que -¡oh, maravilla!- sobre todo conmueve, enternece.
Hay un cuento, que si bien es cierto no fue
escrito con propósito precisamente humorístico, y –estoy convencido- nadie
–menos los críticos, literarios, que los hay por montones- lo consideraría como
tal, tiene algo que bien puede generar
al menos una sonrisa. Me refiero a uno de sus tres “cuentos yanquis”, titulado
“El círculo de la muerte”. Pregunto: ¿Es dramático o cómico esto que aparece
allí?: "LAS PERSONAS QUE QUIERAN SUICIDARSE PASEN ANTES POR LA AGENCIA
KRACSON Y KEARCHY, DONDE RECIBRIRÁN DIEZ MIL DÓLARES. AVENIDA FRANKLIN 34, PISO
27 L". No me sorprendería que haya alguien que diga que se trata de una
suerte de “apología del suicidio” y, peor aún, de “instigación” a la ejecución
de un acto de autoeliminación”. A mí, simple y llanamente, me parece solamente cómico.
Por otra parte, algo que no debería ser soslayado
-creo yo- es la puntillosa lectura que Valdelomar y sus compañeros de viaje en
el corto recorrido de la revista Colónida
(solo duró –bajo la dirección del narrador iqueño- de enero a marzo de 1916:
tres números; el cuarto, en mayo de ese año, salió ya sin su batuta) hicieron
de los periódicos nacionales, encontrando en ellos desbarrancados gazapos (es
decir, expresiones de comicidad involuntaria) que luego los dieron a conocer en
la sección “Disparatorio Nacional”. Aquí apenas unas tres muestras: “…un sujeto
se abalanzó sobre el rey, tomó al caballo
que Alfonso montaba de la brida y disparó contra el soberano tres tiros de
revólver” (La Prensa, Abril 14 de 1913); “…se presentó el oficial de policía
Silva, del cuartel quinto y, sin que mediara explicación alguna le cogió por el
cuello y le derribó, causándole algunas lesiones al caer. Para evitar esta agresión cuyo fundamento y justificación desconoce
por completo, el agredido se retiró a su
casa…” (La Crónica –Enero 11 de 1916); “… dirigiéndose al lugar indicado y
apostándose frente a la iglesia de Santa Liberata, disparó contra sí mismo un revólver
que llevaba consigo con la intención deliberada y manifiesta de
suicidarse” (La Crónica. Enero 17 de 1916).[17]
El sentido del humor en Abraham Valdelomar
fue, pues, cosa seria. Y, aunque no hubiese sido el autor de la frasecita
aquella, que ha motivado el presente texto, lo cierto es que –¡sí!- el Palais
Concert no sería nada sin el “Conde de Lemos”, el egregio e inmortal iqueño, de
quien podemos decir -sin temor a equivocarnos, y rotunda y firmemente- que es,
por derecho propio, el padre indiscutible del cuento peruano. Un grande, sin ninguna
duda.
20
de octubre del 2019
[1]
Aparentemente,
se trataría de una derivación –una paráfrasis retorcida- de lo que escribió
Johann Wolfgang von Goethe en uno de sus poemas, de 1808, titulado
"Ladrador": "Pero sus estridentes ladridos, sólo son señal de
que cabalgamos".
[2]
Luis Alberto Sánchez: La Literatura
Peruana: Derrotero para una historia cultural del Perú, Tomo IV. P- L-
Villanueva Editor, Lima, 1973
[3]
Quien también conoció la frase (pero, aparentemente, no tal como ha llegado
hasta nuestros días) fue el historiador Jorge Basadre. En su libro La multitud, la ciudad y el campo en la historia
del Perú, publicado en 1929, la cita (sin mencionar a Valdelomar como su autor) y se refiere a ella como una
expresión exacerbada del “regionalismo limeño” y la califica como frase “irritante” e “infame”. (La frase aparece así, textualmente,
en la página 151 del libro: “Lima es el Perú y el girón de la Unión es Lima”).
[4]
No escogió un seudónimo cualquiera, sino el que corresponde a uno de los
títulos nobiliarios más importantes de España en el siglo XV.
[5]
Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de
Interpretación de la Realidad Peruana. Empresa Editora Amauta, 1970.
[6]
Máximo Fortis (seudónimo de Juan Francisco Valega). En: Revista Sudamericana,
abril de 1918. Reproducido en: Valdelomar, memoria y leyenda; prólogo,
selección, bibliografía y notas de Jesús Cabel. Editorial San Marcos, Lima,
2003.
[7]
Valdelomar, Abraham: Respuesta del Conde de Lemos a “Máximo Fortis”, Ibid..
[8]
Me atrevería a decir que Valdelomar no marcaba fronteras entre el lamento y la
ironía. Veamos lo que cuenta Vallejo: “Y me advierte el Conde de Lemos con una
sonrisa de fina ironía, que acaso es un lamento: -Cuánta gente que o piensa,
¿no?” (En: César Vallejo, itinerario del hombre. Juan Espejo Asturrizaga.
Librería Editorial Juan Mejía Baca, 1965).
[9]
Porras Barrenechea, Raúl. La literatura
peruana. Citado por Camilo Fernández Cozman en: Raúl Porras y la Literatura
Peruana. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 2000.
[10]
Sánchez, Luis Alberto. Op. Cit.
[11]
Sánchez, Luis Alberto. Introducción Crítica a la Literatura Peruana. P. L.
Villanueva, Editor, Lima, 1974.
[12]
Valdelomar, Abraham. Obras. Fundación
del Banco Continental para el Fomento de lla Educación y la Cultura, Lima,
1988.
[13]
Ibid.
[14]
Willy F. Pinto: Valdelomar, sobre
fotografía y caricatura. En: Valdelomar, memoria y leyenda, prólogo,
selección, biografía y notas de Jesús Cabel. Lima, 2003.
[15]
Sánchez, Luis Alberto. Op. Cit.
[16]
Valdelomar, Abraham. Breve historia veraz
de un pericote. Cuento publicado en Variedades, del 13 de abril de 1918.
[17]
Colónida. Edición facsimilar con
prólogo de Luis Alberto Sánchez. Ediciones Copé, Lima, 1981.