martes, 20 de agosto de 2019

EL CRIMEN LÍRICO DE BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ


Por: Tulio Mora



Miembro del Movimiento Hora Zero, Bernardo Álvarez publicó hace 25 años, "Aproximaciones & conversaciones", dominado aún por el discurso urbano con una prédica ideológica ahora extraviada. Con "Dispersión de cuervos", su segundo libro, alude, desde el cuadro de Van Gogh donde negras parvadas presagiosas revuelan en un campo de trigo, a una época en que la violencia externa se traduce en una escritura del cuerpo. Cuervos, trigales: el escenario rural en el que Álvarez transcribe con un gran sentido renovado.



El el primer poema del impresionante libro de Bernardo Rafael Álvarez, "Dispersión de cuervos" (Hipocampo Editores, 60pp, con ilustraciones de Carlos Ostolaza), K (Kafka), nos encontramos con Prometeo picoteado por un buitre, no en el hígado sino en los pies. El robador de la luz divina es al mismo tiempo el dios egipcio de la sombra, Jus, o tal vez, Juan Hus, y Kafka en el tránsito de convertir a Gregorio Samsa en escarabajo. En el escenario urbano, del que brotan "apio y aceite", Prometeo descubre que "el viento no se apiadará de mí: caparazón, insecto gigante".  



El mundo se ha convertido en excremento que rueda a voluntad del escarabajo kafkiano, donde "nada acontece". Prometeo, luego Jus, luego escarabajo, luego pirámide, luego Gregorio Samsa, se transforma en Hamlet en su célebre franz: "corpses are set to banquet": "los cadáveres se preparan para el banquete"". La ciudad tiene "un cielo de hojalata", es un "espejo turbio" en el que resuenan el viento y las ranas "y el agua se entrevera en las totoras". Allí resuena también Raymond Roussell: "Yo escucho los llamados de un mundo que se niega". "¿Quién se atreve a amar la carroña que nos envuelve?", se pregunta Hamlet, pero quien responde al final del poema es Prometeo: "¡Franz, Franz, no hace falta: el buitre/ se ha suicidado en mi garganta!".



Desde el primer poema Álvarez nos instala pues en un mundo deconstruido, múltiple, omnivoraz. Su constante referencia al exterior nos hace suponer que el sufridor de los rigores históricos tiene una relación implícita con ella, pero el mundo no se ha invertido simétricamente, como en el Pachakuti andino, sino que se ha promiscuido, es una evacuación (un excremento) de representaciones del mismo nivel; seres humanos, insectos, escenarios se han convertido en uno solo mostrando en esa unidad los fragmentos espantosos de su origen inicial. La historia trágica de Occidente -desde Prometeo a Kafka- se sufre en un pueblo del Perú.



A partir de esta aproximación a un libro esquivo, inasible, podemos intentar capturar parte de lo que ha pretendido Álvarez: la puesta en escena de un cuerpo sometido a las pulsiones sociohistóricas. Esta poética del cuerpo (del bajo cuerpo, de sus "vilezas") tiene como referentes claves a Antonin Artaud y a César Vallejo: la reducción  del mundo al universo de una personal fisiología que colisiona abiertamente con la estética noble dominante: la que instaura el sentido de la belleza corporal y moral (la inteligencia y el corazón); a su vez es el discurso individual (microdiscurso) que se opone al discurso del poder (el macrodiscurso), en el que la historia no pasa  por la memoria individual, sino por la representación histórica de lo colectivo que encarna precisamente el poder: "encontré que la ulceración luética alienta la/ caridad y la náusea en el cáliz ortigoso del poder" (Gaggraina).



Mocos, escupitajos, semen: el yo que se manifiesta a través de una escritura violentada. No hay más poética que la evacuación porque, como la ciudad, la pudrición es todo el arte que podemos expresar. Con un futuro "garabateado y sin eje" ("Desayuno en el parque"), Noé construye un arca de estera y palos en un pueblo joven, donde conviven perros, ratas, cucarachas y pulgas con coliformes fecales. El ocho echado del infinito, nuestra voluntad de trascendencia, son hojas sin razón de ser.



Esta crispación y humor macabro de Álvarez -en ningún momento renuncia a ordenar sus referentes textuales- es una "máquina salvaje", según la definición de Félix Guattari y Gilles Deleuze, que  funda su estética en la hediondez. El poeta: segregador de una palabra (que es simultáneamente vida y pecado) "omnívora alimentándose como caníbal".



Parafraseando a Barthes agregaremos que las referencias de esta poética se hallan al nivel de una biología que sólo puede transmitir balbuceos, fracturas semánticas, neologismos y fragmentaciones de la unidad como respuesta a su entorno. Álvarez lo ha logrado plenamente en "Dispersión de cuervos", dejándonos un descarnado ejemplo de la poética horazeriana y uno de los mejores libros de este año.  


(Diario CAMBIO, Lima 30 de Mayo de 1999)