sábado, 16 de febrero de 2019

UN ANCASHINO CON MENTE UNIVERSAL

Breve semblanza del Historiador, Maestro y Diplomático Félix Álvarez Brun


Hace unos años escribí que Pallasca, es “un pueblito de la sierra ancashina, bello, saludable y acogedor, por sus paisajes infinitos, por su clima y por el calor imantado de su gente, que es capaz de atraer al más distante de los humanos, convirtiéndolo en huésped perpetuo de su corazón”, y agregué que, “no obstante sus ostensibles bondades, sufre la relativa escasez del líquido elemento”, razón por la cual “desde muchos años atrás, socarronamente se les asignó a sus pobladores el mote de ‘chupabarros’ que, más que como ironía agraviante, ha sido asimilada, con espíritu alegre, como un estímulo y acicate para procurar la satisfacción de las necesidades y mirar hacia adelante con optimismo y dignidad”.[1]

Bueno, aunque quizás pueda parecer medio grotesco, tengo que decirlo: voy a hablar, precisamente, de un “chupabarro”, es decir, de un pallasquino: un intelectual que es considerado por la prestigiosa Enciclopedia Lexus, como uno de los “grandes forjadores del Perú”.

Nuestro personaje (al que acabo de aludir, con lo que es casi un “gentilicio” para nosotros) nació en la ciudad de Pallasca. Hijo (el penúltimo de los varones) de don Manuel Jesús y doña Alejandrina. Sus estudios primarios los cursó en la Escuela 293, a cuyos profesores siempre recuerda con cariño: Alonso Paredes, Miguel Elías Villavicencio y Víctor Arnoldo Ramos. Aún púber y “primarioso”, puso de manifiesto su inteligencia e inclinación por los estudios aunque, como él mismo llegó a reconocer, fue tal vez el más inquieto y distraído de los alumnos, y por ello –en más de una ocasión- uno de los docentes mencionados -en los primeros años de primaria-, como castigo cuando no acertaba en alguna respuesta, le “cogía la pelambre de la sien –pues le gustaba shipir-”[2] y lo empujaba violentamente contra la pizarra, mientras decía a los demás estudiantes: “Este es el más torpe de la clase”. Sin embargo, y por justificadas razones, este jovenzuelo capaz de sacar “canas verdes” a sus maestros fue invitado a impartir durante una corta temporada, lecciones relacionadas con astronomía en la escuela de mujeres de la localidad. Su vocación docente, pues, ya comenzaba a ponerse de manifiesto tempranamente.

La educación secundaria la inició y continuó, hasta el cuarto año, en el Colegio Nacional San Juan de Trujillo, culminándola en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe de Lima. En esta etapa, su interés por la cultura, venido desde la niñez gracias a que fue contagiado por su padre –lector cotidiano e impenitente-, iba acrecentándose

 

Al empezar la década de 1940, ingresa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y sigue estudios en la Facultad de Letras, convirtiéndose en uno de los más conspicuos discípulos de eminentes catedráticos e intelectuales de la talla de Julio C. Tello (el padre de la arqueología peruana), Luis E. Valcárcel, Mariano Iberico, Jorge Basadre y Raúl Porras Barrenechea, historiador, maestro y diplomático de sobresaliente relevancia   quien, con la perspicacia que le era inherente pudo reconocer en su alumno las excepcionales cualidades y los méritos por los cuales la Universidad de San Marcos lo convirtió en auxiliar de la cátedra de Historia del Perú -Conquista y Colonia- que dictaba el prestigioso maestro. Poco tiempo después, la Cancillería lo incorporó como Ayudante en la Dirección de Asuntos Culturales. Para entonces, ya se había matriculado en la Facultad de Derecho

Unos años después, en 1948, el maestro Porras es designado por el Presidente José Luis Bustamante y Rivero, para presidir la Embajada del Perú en España, y su delegación, integrada, entre otros, por Manuel Mujica Gallo y Guillermo Lohmann Villena, también contó con la presencia del destacado estudiante pallasquino de Letras y de Derecho, que viajó en la condición de Tercer Secretario del Servicio Diplomático. Esta misión duró poco: todos sus miembros solicitaron su pase a disponibilidad, o se retiraron, como protesta por el agravio a los símbolos patrios en el Consulado de Valencia y la pusilánime e indecorosa actitud del gobernante peruano (Manuel Odría) que hacía poco había asumido el poder tras derrocar al Mandatario democráticamente elegido. Es decir, la decisión de dar término a la misión diplomática y emprender el retorno, se hizo –como no podía ser de otro modo- en olor de patriotismo y dignidad.  

Su corta permanencia en España, sin embargo, le permitió al joven intelectual pallasquino vivir dos experiencias valiosísimas: escuchar, con provecho superlativo, las lecciones que el más egregio filósofo español, José Ortega y Gasset, dictaba en el Instituto de Humanidades de Madrid; y, codo   a codo con el doctor Porras, desempolvar legajos, de difícil lectura -que pudieran haber sucumbido víctimas del tiempo, la humedad, las polillas y los roedores-, desentrañando, gracias a su destreza en la tarea heurística y paleográfica, invalorables informaciones de primera mano acerca de la vida del Inca Garcilaso de la Vega en Montilla, ciudad que cobijó, anónimamente, al autor de Los Comentarios Reales  durante treinta años.

Tras su regreso a la Patria se graduó en Historia y posteriormente en Derecho, obteniendo en ambos campos el doctorado respectivo. Ya dictaba cátedra en San Marcos y, desde cerca de diez años atrás, clases de Historia en el Colegio Nacional Alfonso Ugarte; y, después, en la Pontificia Universidad Católica del Perú, el curso de Historia del Derecho Peruano.

La Historia, disciplina a la que se dedicó con entusiasmo y acendrado cariño, comenzaba ya a dar sus frutos y reconocimientos. En 1955 se hizo merecedor del Premio Nacional Inca Garcilaso de la Vega, por la biografía de José Eusebio de Llano Zapata y, luego, por su trabajo titulado La Ilustración, los Jesuitas y la Independencia Americana, fue galardonado en el Premio Javier Prado con  publicación de la obra por el Ministerio de Educación. En mérito al valor de su desempeño intelectual, llegó a ser incorporado como miembro de número de la Academia Nacional de Historia y de la Sociedad Peruana de Historia, y fue elegido Presidente del Instituto Raúl Porras Barrenechea, Centro de Altos Estudios e Investigaciones Peruanas de la Universidad de San Marcos, entre otras Instituciones e importantes Comisiones como la Comisión Nacional del V Centenario del Descubrimiento de América y la Presidencia de la Comisión Nacional del Centenario  de Víctor Andrés Belaúnde. Gracias a las denodadas gestiones que llevó adelante como Presidente de la Comisión Peruana de Alto Nivel para el Patrimonio del Mundo, pudo lograr que la UNESCO reconozca como patrimonio mundial a Chavín de Huántar, al Parque Nacional del Huascarán y  a otros monumentos y santuarios que son riqueza inalienable e irrepetible de nuestro país. 

Como diplomático, fue condecorado con la Orden del Sol del Perú, Orden San Carlos de Colombia, Orden Vasco Núñez de Balboa de Panamá, Caballero de Madara de Bulgaria y La Gran Cruz de Plata de Austria, habiendo cumplido a cabalidad y con prestancia las representaciones como Delegado Alterno ante la UNESCO y Embajador ante Panamá y Bulgaria, y dirigido la Academia Diplomática del Perú.  

Por su destacada trayectoria docente, fue distinguido  como profesor emérito de la Universidad Decana de América y reconocido por el Estado peruano con las Palmas Magisteriales, en el grado de Amauta.

A toda esta apretada e incompleta reseña de la trayectoria de nuestro ilustre paisano, hay que sumar el hecho de que a él se debe más de una veintena de obras bibliográficas, de las cuales probablemente la más importantes sean estas nueve: Vida y Obra de José Eusebio de Llano Zapata (1955), La Ilustración, los Jesuitas y la Independencia Americana (1957), Ancash Histórico (1958), Apuntes sobre Carrió de la Vandera, autor del Lazarillo de Ciegos Caminantes (Toulouse, Francia, 1965), ANCASH, una historia regional peruana (1970), Visión Integral del Perú: Raúl Porras en Costa Rica (1986), Sierra de mi Perú (1988), Raúl Porras Barrenechea, diplomático e internacionalista (1996) y el enjundioso estudio que como prólogo precede a El Legado Quechua (2000) del maestro Porras. De estas, merece ser destacado, por lo valioso para nosotros los ancashinos, ANCASH, una historia regional peruana    que es -estoy convencido- el trabajo más riguroso, integral y bello que se haya escrito sobre nuestro fértil pasado y el más valioso aporte y legado del que debemos enorgullecernos.

Aunque impreso en enero (en la imprenta de don Pablo L. Villanueva), este libro (del que solo voy a reseñar unos cuantos tópicos) salió recién a la luz en el mes de junio de 1970, y es la coronación del trabajo iniciado en 1958 con la publicación de una antología de ensayos arqueológicos e históricos -hecha a pedido de Carlos Eduardo Zavaleta- en el pequeño volumen titulado Ancash histórico, de la colección Libros para Ancash.

En Ancash, una historia regional peruana nos dice y demuestra que nuestro departamento “ha seguido una línea indeclinable en favor de la libertad, de los derechos cívicos y de la justicia” y que en todo momento ha estado dispuesto a hacer “frente a toda dominación extraña a la región o al país”, y que siempre ha protestado y se ha puesto rebelde frente a los abusos del poder y de la fuerza. Un departamento, su gente, con dignidad, pues.

 

Comienza hablando de Chavín, y afirma que “en Ancash aflora por primera vez la simiente de nuestra nacionalidad, grabada en las imágenes idealizadas de seres mitológicos –felinos, cóndores y serpientes- y en un inicial asomo de conciencia religiosa inspirada en el amor de lo telúrico y en el temor de lo sobrenatural”.

Nos habla, también, con justo orgullo, del extraordinario arte lítico de cultura Pallasca puesto de manifiesto especialmente en el trabajo escultórico: “Los rasgos humanos –nos dice-, en manos de los escultores pallasquinos, adquieren una impresionante grandeza expresiva”. “Los sentimientos de severidad y nobleza –agrega- son fijados mediante líneas simples magníficamente trazadas y talladas”. Esto, concluye, “revela, por consiguiente, una cultura superior entre los pueblos de la época precolombina”. Por otra parte, expone, pulcra y minuciosamente, la tesis según la cual Andamarca, el pueblo “que hoy se considera perdido no es otro que el de Pallasca”, cercano al Tablachaca, río en cuyas inmediaciones –según el viajero Charles Wiener- fue ejecutado Huáscar, el ultimo inca legítimo del Imperio Incaico.

Como sabemos, Pallasca es la única provincia de la sierra ancashina donde no se habla el quechua. Nuestro autor explica: Allí se hablaba la lengua culli, sobre la cual los incas trataron  de imponer el quechua pero, al llegar muy pronto los conquistadores españoles, la imposición más rotunda, contundente e irreversible fue la del idioma europeo; desapareció el quechua, que apenas comenzaba a arraigarse en la zona, y empezó a disminuir el uso del culli.

Hice referencia al hecho de que Ancash ha sido adverso “a toda dominación extraña a la región o al país”. Sí, pues; y eso viene desde épocas muy remotas. El libro alude especialmente a los Conchucos, Huaylas o Huaras y Piscobambas, que según Garcilaso, Cieza y otros cronistas eran pueblos belicosos y rebeldes, que no se dejaron dominar tan fácilmente por los incas. También nos recuerda que, siglos después, cuando se produjo la invasión chilena, el pueblo de Pallasca puso de manifiesto su arrojo y patriotismo negándose a cumplir las órdenes de los jefes militares enemigos y, más bien, se enfrentó, en desigual batalla (haciendo uso de garrotes, piedras y armas arrojadizas), dando excepcional muestra de dignidad que le costó, como heroico saldo, decenas de muertos y heridos. “Un hombre, Pedro Campos –cuenta nuestro autor-, es atado a la cola de un caballo cerril con el fin de obligarlo a callar, pues a pesar de habérsele cortado la lengua seguía dando vivas al Perú y mueras a Chile”; Gorostiaga, el jefe chileno, llegó a informar a su superior, así: “Al entrar a Pallasca encontré al pueblo en actitud hostil (…) Con este motivo se trabó un combate entre la vanguardia y los revoltosos que se resistieron con valor y que concluyó por la dispersión y muerte de gran número de estos”…”

Especial atención merece la magistral reseña respecto de aquello que ocurrió tras la infausta guerra con Chile: “Ancash –dice nuestro autor- se ve muy pronto convertido en escenario de uno de los movimientos de reivindicación social más notables del Perú republicano”, cuya causa fue –continúa- “la constante explotación y maltrato a los indígenas desde los lejanos tiempos de la Colonia”, a lo que se sumó “el llamado ‘trabajo de la República’, obligatorio y hasta forzado” a que fueron sometidos “por las medidas abusivas de las autoridades”. ¿Quién condujo este movimiento? Pues el huaracino Pedro Pablo Atusparia.

Uno de los más bellos textos sobre Pallasca y, en general, sobre la sierra de Ancash, es el titulado precisamente Sierra de mi Perú, publicado en el libro del mismo nombre, en 1988, y en el que se hace una menuda descripción de algunos aspectos de la vida en los Andes, echando mano incluso a expresiones propias del castellano pallasquino. Y hay, allí, una muestra de comprensible regocijo y amor telúrico, y quizás por ello son citados estos versos de Vallejo (que, además, sirven para dar título al libro): “¡Sierra de mi Perú, Perú del mundo, / y Perú al pie del Orbe; yo me adhiero!”.

En ese libro encontramos, también, lo que sería, virtualmente, la primera tesis que nos informa que el fundador de Chimbote fue el pescador Pedro Nolasco Días, quien, con su familia, fue el primer habitante de la zona, a donde llegó “allá por el año de 1760”. La vida y obra altamente merotiria que honra y debe enorgullecer a los ancashinos y a la cual he dedicado este necesarimente incompleta reseña biobibliográfica, corresponde (¿a quien más?) "al erudito, historiador y varias veces académico" (como lo llamó nuestro narrador Carlos Eduardo Zavaleta)[3] y que es sin duda uno de los más importantes valpres nacionales que ha dad Ancash, el doctor Félix Álvarez Brun, aquel que "con la capacidad de síntesis y el sentido de emoción peruanista" -que elogiara Aurelio Miro Quesada- señalo lúcidamente, que el Perú es "una continuidad en el tiempo y una totalidad en el espacio, dentro de cuyos parpamtros se entretejen todas aquellas virtudes, defectos y esperamzas que constituyen nuestra personalidad nacional.[4] Un escritor al que, por otra parte, Luis Alberto Sánchez calificó como "un historiador enamorado del paisaje" y "un ancashino con mente universal". Un escritor -agrego yo- cuya prosa, fluida y culta, pone de manifiesto un extraordinario y bello estilo descriptivo y detallista -casi a la manera de Azorin- que convierte a su lectura no solo en una rica fuente de conocimiento (gracias a las rigurosas y bien documentadas referencias históricas que nos ofrece), sino en una innegable experiencia de placer, pues -en buena cuenta- se trata también de literatura. 


Hace mucho tiempo lo dije repetidamente y hoy vuelvo a decirlo: Creo que sería necesario y muy recomendable que –como una muestra de gratitud- el Club Ancash, institución representativa de nuestro departamento en la Capital de la República, se encargase de reeditar ANCASH, una historia regional peruana, porque este libro es –lo digo una vez más- un valiosísimo aporte y legado a la cultura ancashina y que debiera ser motivo de orgullo para nosotros,



[1] B. R. A. Historia de un eclipse. Lima, 2001

[2] Shipir: Coger y jalar o sacudir con violencia la pelambre de la sien, generalmente como castigo (antiguamente lo hacían los profesores primarios, a algunos alumnos que se portaban mal o no contestaban correctamente las preguntas que se les hacía).

[3] C. E. Zavaleta. Discurso de recibimiento, como nuevo académico, en el Instituto Ricardo Palma.

[4] Aurelio Miró Quesada. En: Perú, presencia e identidad. Lima, 1992.