domingo, 1 de noviembre de 2015

¿QUE LE DIGA, PADRECITO, SI ES QUE QUIERO ENTRAR AL CIELO? / Por: Alfonso Aguilar Ravello

¿Que le diga todo, padrecito, si es que quiero entrar al cielo? ¿Qué quiere que le diga si Él lo sabes mejor que yo?...¿Que quiere escucharlo de mi propia boca? pues le contaré ¿Quién soy yo pa' decirte que no, si se trata de nuestro Señor? Comenzaré desde el principio, es decir desde que mi'acuerdo, mejor dicho desde que yo era niño. "Cuando terminé de merendar, mi mama me ordenó que me fuera a dormir, porque había comido chuño y si salía al aire, podía torcerse mi cara, es decir, quedarme güicsho. Obediente, hice lo que ella me dijo. Entré al cuartito y fui al rincón donde estaba mi cama en el suelo que por ser tan duro, siempre me hacía doler la guasha; antes de acostarme, sacudí bien los pellejos, porque mi mama había echado ceniza para matar –decía– a los piojos y a las pulgas; me acosté vestido, pues casi siempre lo hacía así por el frío y a pesar de eso, la frazada con la que me cubría no era suficiente pa' abrigarme y entonces eché de menos a mi hermanito Andrés, pues dormíamos juntos y bien abrazados para abrigarnos, pero esa noche él se quedó con mi abuela Nicasia. El sueño pudo más que el frío y me quedé dormido y tempranito mi mama me despertó porque tenía que ir a pastiar los coches de doña Donatila; era mi primer día de trabajo. Al pararme de la cama, me sentí muermiao, no sabía lo que me pasaba y cuando comencé a caminar lo hice todo tambrashco y así llegué a la cocina donde mi mama ya me había servido mi desayuno de siempre: un pocillo de panizara bien calientita y un mate con harina de cebada y cuando terminé, salí chirgue chirgue a tomar el sol. Al rato, aún tambrashco, fui a buscar los coches, eran dos puercas más tervas que su dueña, cuatro lechoncitos ya maltoncitos, un berraco rogo y otro chiclón, pues un perro lo había arrancado una shicra. Ese día decidí pastiar cerca de Huashla y hacia allí fui y cuando estuve cerca al muyo, un perro quiso morderme, pero yo lo tiré una piedra que lo dio en las trolas. Salió la mujer de don Arenas y con mucha cólera me gritó: ¡Mojino adefesio, hijo de la basiliscaputa, anda pegar a tu mama y no a mi perro! y entonces le contesté: mi mama no muerde a nadie y usté, amarreste a su perro sarnoso, vieja cursienta, lajumeta, chupe calato. Como apredí de mi mama a liriar, no me quedaba callao. ¡Cholo retaco culo frunshiu, no sabes ni siquiera peinarte, pero para insultar estás hecho, me gritó. Yo le volví a contestar: usted tampoco se peina y por eso tiene el pelo champoso, se parece al rancho de don Policho. Y mientras liriábamos, los coches se habían chapriao por la pampa así que corrí a rejuntarlos y cuando los tuve a todos juntos, seguí el camino que quingray quingray sube por delante de la puerta del panteón. La mujer me siguió para pegarme, pero yo agarré una piedra y le dije: si usté me pega, de una pedrada le rompo la música y le dejo cagia, vieja culo llushpe. Cuando estuve sobre Pacashana, vi un corralito que tenía picullo y ahí encerré a los coches para que no se escaparan. Me divertía viendo al berraco oliendo los chapisqueros de las puercas y a ellas le gustaba porque se quedaban paraditas y se ponían en posición y al berraco no le importaba que una de las puercas tuviera el chupe gusanao. A la hora del almuerzo comí lo que mi mama siempre me ponía: canchita de maiz paccho. Como a doña Donatila –una vieja culeca con la boca que más bien parecía un pupu– no le gustaba que yo llevara a sus coches, temprano, esperé que empezara a cerrar la oración para llevarlos y cuando los entregué, su hijo, un jetón con cara de burro amarrao, me dio una libra de azúcar y otra de sal que correspondía al pago de una semana de pastiar. Y así pasé mi niñez, unas veces pastiando guachos o coches, todo por ayudar a mi mama, porque éramos muy pobres; mi papá, que era de Chingalpo, nos abandonó. Años después, cuando yo era ya un joven, trabajé, unas veces de peón, otras de arriero o sembrando al partir con mi vecino. Seguí trabajando duro en lo que fuera y gracias a Dios, nuestra situación mejoró, pude comprar una chacrita, me inscribí en la Comunidad de Indígenas para la que tuve que trabajar a cambio de una chacra donde poder sembrar mis papas; arreglé la casita, ya no dormíamos en pellejos, pues gané lo suficiente para comprar un catre y colchones, primero de paja y después de lana. Mandé tejer unas frazadas, compré platos de porcelana, cucharones y cucharas de metal con los que reemplacé a las güishlas y a las cucharas de palo. Compré zapatos y ropa para mi mama y para mis hermanitos, para que se lucieran en la Fiesta del 14. Todo lo hice solo, pues mi hermano mayor se fue detrás de una china de Tauca; él era como el berraco que yo pastiaba, se pasaba oliendo chapisqueros de cuanta china veía. Mis hermanos crecieron; la Chavela se casó, pero tuvo mala suerte, su marido murió en las minas y la dejó con tres cholitos cursientos. Andrés, el último de mis hermanos, se quiso meter a sinvergüenza, es decir a abigeo, pero la maja que le di, fue suficiente pa’que se enderezara. Y es que, padrecito, a pesar de haber visto a mi mama pasar hambre, vestir y dormir mal, igual que todos nosotros, nunca la angurria nos llevó a desear lo ajeno. Me casé y tuve cuatro hijos y a medida que crecían, yo trabajaba más duro y gracias a eso pude mandar a mis hijitos a la escuela y justo cuando el mayor terminó su primaria, trajeron el colegio al pueblo y así pudo seguir su instrucción media. Para que vaya a la universidad, además de trabajar muy duro, vendí mis vaquitas y después mi chacrita. Mi hijo se graduó de ingeniero y no sólo se hizo cargo de sus hermanos, sino que nos ayudó dándonos una pensión. Hoy tengo dos ingenieros, un abogado y una doctora en medicina. Le cuento padrecito: ellos viven felices de que seamos sus papás y se sienten orgullosos por eso, nos han llevado a Lima varias veces y cuando nos presentan a sus amistades, lo hacen todo palanganas y les cuentan como trabajé para educarlos. Estoy contento, igual que mi mujer, de haber aprendido que en la vida, si uno se propone, por muy pobres que seamos, con el trabajo podemos hacer mucho por nuestro pueblo y por nuestra patria y además, yo siempre camino con la frente en alto porque en ella, además del sudor, brilla la dignidad de un hombre honrado. Hoy que ya me toca rendir cuentas, le diré que lo único de bueno que tengo para que Dios me lleve a su lado, es que fui buen hijo, buen marido, buen padre, buen amigo y además, siempre me refugié en su misericordia. Espero que la honestidad sea buena ante los ojos de Dios, porque aquí, entre muchos de mis paisanos –unos infelices angurrientos– la honradez eso “giede” a excremento.”
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Gracias, querido Fonsho por este valioso y bello envío. Un abrazo!