domingo, 12 de agosto de 2012

A PROPÓSITO DEL DÍA INTERNACIONAL DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS



Puse en  mi “muro del Facebook lo siguiente:

Ayer (el jueves 9 de agosto) fue el Día Internacional de los Pueblos Indígenas. Parafraseando, inexactamente, a Pablo Guevara (a lo que en una oportunidad le dijo a Armando Arteaga), debo decir lo siguiente: Cuando los pueblos originarios hablen con su propia voz y no sean otros los que hablen por ellos o asuman oficiosamente -en actitud sobreprotectora y paternalista, es decir, mirándolos como de segunda clase, como minusválidos, como niños de cristal y, más aún, como si se tratara de su patrimonio particular-, ese día se habrá hecho realidad la inclusión tantas veces pregonada y lo que realmente significa empodramiento, y podremos decir que, por fin, su dignidad es plenamente respetada. El Indigenismo procuraba rescatar y resaltar los valores espirituales y materiales de los pueblos indígenas. Hoy (porque en verdad todavía hay indigenismo) lo que hace también -involuntariamente, por cierto, y con las mejores intenciones- es arrinconarlos y mantenerlos como simples objetos de admiración y curiosidad turística y de estudio antropológico y lingüístico y -en nombre de una suerte de protección excesivamente paternalista y hasta echando mano de razones ecológicas; también, repito, sin mala intención- negar su derecho a decidir sobre sí mismos y a evolucionar. Flaco favor el que les hacen.

Mi amiga “Sauria Rex”  me preguntó, qué les falta para ser más locuaces. Respondí:

No son locuaces simplemente porque están y se sienten arrinconados, como objetos de curiosidad, a los que se mira como los "hermanos menores" y, así, se les acompleja, se les asusta. Y, claro, el hablar no es precisamente una virtud, es simplemente una facultad, una capacidad, una cualidad; pero ser locuaces sí lo es. La locuacidad (mientras no se trate de un desborde verbal irrefrenable motivado por algún desorden mental o emocional) es signo de seguridad y libertad, de "empoderamiento". Y carece de locuacidad aquel por quien otro es el que habla. Eso pasa con todos o casi todos los pueblos llamados indígenas (y, ojo, esto no es una abstracción).

Intervino mi amigo Alex y, entre otras cosas, me dijo esto: “Sigo viendo en tu comentario la idea de la locuacidad como una obligación: "todo pueblo libre está OBLIGADO a ser locuaz, y si no es locuaz, no es libre" (…)Creo, querido amigo, que sería conveniente monitorear tu producción de endorfinas, no vayas a tener una sobredosis de bondad.” Yo respondí:

¿He dicho lo contrario a lo que afirmas, es decir, que "que todo pueblo libre tiene el derecho de serlo como le venga en gana"? Eso es algo que lo repito insistentemente desde hace mucho tiempo. Quienes se oponen a eso (insisto, sin mala intención, sino con las mejores intenciones -esas que cubren el camino al Infierno) son quienes se empeñan en "museificarlos", en mantenerlos como objetos de estudio y curiosidad, aquellos que hablan -con la lucidez de la ciudad, es decir, desde lejos y como tal, impropiamente- de no "tocarlos", de no dañarlos, de no contaminarlos, de conservarlos como una especie rara. Y, por otro lado, yo no he dicho, ni lo diría jamás, que los pueblos están "obligados" a ser locuaces; afirmar eso sería caer en aquello a lo que me opongo: tomar decisiones por ellos o a darles pautas o mandatos. No se trata de obligarlos a nada, sino de tratarlos de igual a igual. ¿Cuando vemos a una persona retraída, debemos obligarlo a hablar? No, lo que corresponde es darle confianza, hacerle comprender que no estamos por encima de él, que somos iguales. Y eso se logra sin actitudes ni comportamientos paternalistas o de sobreprotección, cosa que sí hacen las ONG que hablan de "inclusión" y de "empoderamiento" y, en la práctica, lo que logran es todo lo contrario o, mejor dicho, ellos son las que se empoderan o se hacen poderosas en nombre de la "bondad revolucionaria". Contra lo que estoy es precisamente contra eso que tu mirada -según parece, con necesidad de oculista- aparentemente ve en mí: la sobredosis de bondad. Y sobredosis de bondad es lo que veo en la insistencia enfermiza que muestran algunos medios que le dan duro y duro al tema del "reality" chileno, buscándole tres pies al gato, escudriñando con vehemencia y ansiedad morbosa en cada uno de los movimientos o sonidos emitidos por la boca de los protagonistas del programa del país del sur, con el fin de descubrir ofensas en lo que solo es un juego estúpido y de mal gusto.