lunes, 15 de julio de 2024

¿SIMBOLISTA O CREACIONISTA? JOSÉ MARÍA EGUREN, HACEDOR DE FANTASÍAS, CONSTRUCTOR DE SUEÑOS


El simbolismo poético se caracterizó, básicamente, por el desborde desmesurado de la imaginación, y, además, su propósito fue –como bien dijo Jean Moreas en el llamado Manifiesto del Simbolismo-, poner en entredicho y sobre todo en desuso “la declamación, la falsa sensibilidad” y, claro, también “la descripción objetiva”. Sus más notables representantes, ya lo sabemos, fueron BaudelaireVerlaine y Rimbaud, cada uno con sus propias e intransferibles particularidades, por supuesto, pero también con una cualidad, carácter o sello común a todos: la capacidad o, dicho de otro modo, la virtud de impactar, de conmover, de apasionar. Veamos algunos ejemplos. Este verso de Baudelaire de seguro que nos solivianta: “Nosotros tenemos, es verdad, naciones corrompidas”; con patetismo y fervor estamos dispuestos a corroborar y hacer nuestro lo dicho en este otro verso del autor de Las Flores del Mal: “¡Oh, dolor! ¡Oh, dolor! ¡El Tiempo devora la vida…!”. ¿Qué efecto podrían causar en el lector los versos que siguen?: "Esos travestidos vestidos son emblema / de tu espíritu tumultuoso, /¡ay, loca de quien loco estoy! / ¡te odio tanto como te amo!". Y esta dramática y desgarrada interrogante de Rimbaud –casi un apóstrofe- creo que nos produce pavor: “¿por qué no me ayuda Cristo, dando a mi alma nobleza y libertad?”. ¿Y qué genera en nosotros este bello y tan conocido par de versos de Verlaine: “Llueve en mi corazón/ como llueve en la ciudad”? Sin duda, desolación y nostalgia. 

Ya lo vimos: a pesar del desborde de la imaginación creativa, lo que lo habría llevado a tomar distancia de la realidad circundante, de soslayarla tratando de asumir una suerte de autonomía -a la que podríamos, tal vez, llamar autárquica-, la verdad es que jamás el simbolismo se alejó del mundo, sino –como acabamos de ver en los versos transcritos- hasta se comportó como un punzante cuestionador de la realidad misma y también de las conciencias; y, ciertamente, las emociones no fueron proscritas: procuraba, más bien, conmover.

Y, bueno, en el Perú es reconocido como el primer y más conspicuo representante de esta corriente -el simbolismo- José María Eguren, poeta limeño, del que siempre se dijo que nació el 7 de julio de 1874 pero que, gracias a las averiguaciones de su sobrina bisnieta Isabel López Eguren, ha llegado a establecerse que, realmente, fue el 8 de abril de aquel año; y falleció el 19 de abril de 1942. 

Bien, a diferencia de los poetas franceses, libremente -o sea, sin someterse a recetas o mandatos ajenos- el poeta peruano hizo lo que los simbolistas galos no hicieron: cumplió a cabalidad aquello de echar por la borda el tono declamatorio y sensiblero y también el clásico prurito de la descripción objetiva, a que hace referencia el manifiesto antes mencionado.

Y fue mucho más allá. Desde su primer libro -Simbólicas-, que es de 1911, se comportó, sobre todo, como un creador pleno; es decir, no solo como un diseñador de símbolos que, como sabemos, lo que únicamente hacen es sugerir o ayudarnos a señalar objetos, digamos, de manera evocativa, representándolos (ya sabemos: símbolo es la figuración representativa de valores y conceptos, como nos dice el diccionario; es alegoría, imagen, personificación...). Y, además, con Eguren (transcribo las palabras del maestro Estuardo Núñez) “concluye el ciclo y señorío de la poesía descriptiva o explicativa, sierva de motivaciones extrañas”[1]. En buena cuenta, lo que Eguren hizo en poesía no fue lo que los simbolistas franceses quisieron hacer y de algún modo hicieron. En un par de palabras -y lo digo con plena convicción, nuestro poeta no hizo exactamente lo que se conoce como poesía simbolista.

¿Entonces? El ejercicio poético de José María Eguren se desarrolló, más exactamente, como aquello que -años después de la publicación de Simbólicas- otro poeta, el chileno Vicente Huidobro, dio a conocer en Buenos Aires a través de una exposición teórica, el año 1916, y acerca de lo cual profundizó en 1930 con la publicación -en francés- de su libro llamado Manifiesto: me refiero al Creacionismo, que, como sabemos, proponía lo siguiente: “Hacer un poema como la Naturaleza hace un árbol”[2]

Eso es lo que hizo Eguren. Y, así, por ejemplo, nos habló de un curioso y pintoresco personaje -creado por su desbordante imaginación- al que llamó el “duque Nuez", o de dos “monárquicos” seres inubicables, de un reino onírico, enfrentados en un combate sin objeto de disputa conocido, "Los reyes rojos"; o, incluso, de algo a lo que los lectores siempre hemos tratado de atribuirle significados afiebrados sin siquiera acercarnos a lo que sería un indicio razonable de acierto, y que el poeta nombró como “la tarda”.

Es decir, tomando en cuenta la sencilla pero puntual definición del simbolismo que hace Enrique Carrillo (“la interpretación figurada de la realidad”), y la precisión acertada de Ricardo Silva Santisteban ("Es fundamental en los simbolistas el uso de la sensación, su arte es impresionista"), puedo afirmar que José María Eguren no es, estrictamente hablando, un poeta simbolista; es, en la práctica poética, creacionista. ¿A que me lleva esta afirmación? Pues, a expresar lo que pudiera parecer un atrevimiento: que, antes de que fuera proclamado por Vicente Huidobro, el creacionismo fue creado (claro, sin teorías, manifiestos ni declaraciones, sino en el estricto ejercicio poético), por José María Eguren.

Me referí a personajes ficticios en la poesía de Eguren. Bueno, aquí hago un paréntesis para hablar de un personaje “real”. ¿Recuerdan el bello y riguroso estudio de Antonio Cisneros acerca de El bote viejo, el poema de Eguren? Bien. Ese bote, que “Bajo brillante niebla, / de saladas actinias cubierto / amaneció en la playa…”, también es, como apunta el autor de “Agua que no has de beber”, “un personaje mítico, situado en una atmósfera mítica”.)[3]

Así, pues, inverosímil pero real, es la poesía de Eguren, poeta al que con frecuencia identificamos como Peregrin, cazador de figuras, el personaje aquel, solitario, que en el poema “mira desde las ciegas alturas”.

El pecado de no ser habitantes de una parcela de tierra como lo somos nosotros o nuestros objetos cercanos, y ser, por ello, materialmente inasibles e invisibles, hizo que aquellas cosas de que hablaban y siguen hablando los versos de nuestro poeta no llegaran a ser “entendidas” por quienes (casi todos) han esperado casi siempre una poesía que “llegue al alma”, que sensibilice, o que sea descifrable por el intelecto y que hable de todo aquello “que le gusta a la gente”; es decir, fácil, explícita, y que, además, sea dicha con una musicalidad conmovedora y apasionante. 

Y no, pues, la de Eguren no es precisamente una poesía que conmueva o que apasione y,  claro, tampoco se comporta como un estimulante para el fondo violento y tanático de la naturaleza humana. Debido a ello –intuyo- salvo en la atención del usualmente minúsculo sector de críticos o de estudiosos de la literatura, hasta ahora no ha llegado a estar en las preferencias (y ni siquiera ha formado parte de la colección de intereses) de las grandes mayorías de lectores. Esto fue advertido, hace más de cuarenta años, por Alberto Escobar ("ha suscitado notable interés crítico, pero aún no conquista el fervor del gran público"[4]) y unos años después también por Armando Rojas ("no ha franqueado sus linderos en busca del fervor y asentimiento de las mayorías"[5]). ¿Por qué? La respuesta creo que surge fácil y nos ayuda a decirla don Estuardo Núñez: porque, para el “barato mal entender” (esta expresión es del maestro Rafa, mi padre, por si acaso), se trataba de una poesía “difícil” y “oscura” (“Eguren, el oscuro”, es el título de un libro de Xavier Abril[6]), y lo que en verdad fue –como también puntualizó el maestro Núñez-, simple y llanamente, poesía esencial[7] (o de esencias, puntualizaría yo). Nuestro poeta, simple y llanamente -lo expreso con el entusiasmo de Westphalen-, “estableció la poesía en el Perú”[8]. (Es pertinente, creo, agregar también lo que indicó con acierto Mariátegui: “Ni Eguren buscó nunca con su arte el homenaje público”, ni menos “traficó con sus versos, ni reclamó para ellos laureles oficiales ni académicos”[9]).

Pero la poesía de Eguren (el autor de Simbólicas y de La Canción de las figuras) no fue precisamente lo que en un momento dijo José Carlos Mariátegui, “una visión tan virginal de las cosas”[10] sino, lo que el mismo Amauta señaló acertadamente después: una visualización de los sueños y las metáforas del poeta[11]; una existencia en sí misma (quiero decir una realidad; una “cosa”, en el mejor sentido de la palabra), expuesta al mundo. Una poesía para leerla, discurriendo mentalmente a través de ella, o solo para mirarla como quien mira y admira los cuadros pictóricos en una exposición. En suma, una poesía que, como tal, nos ayude a ser más humanos y felices, en libertad y belleza. Porque la poesía es, como lo dije en otra oportunidad, “una inútil e inocente pero valiosa e insustituible declaración de amor a la vida y la libertad”. 

Eguren nos enseñó (pero aparentemente no terminamos aún de aprender) que la poesía no solo es ritmo, música, conmoción, y tampoco el retrato o el reflejo de la realidad que nos rodea. Nos dijo, con su escritura poética y no precisamente a través de argumentos teóricos o manifiestos, que la poesía no solo debe ser “comprendida” con la lectura “intelectual” o la complicidad pasional sino, también, con el asombro y la perplejidad, y con el goce, que la poesía no tiene que, necesaria o únicamente, decirnos, comunicarnos, informarnos, ya que también puede solo exponerse, desnuda, como una joya en la vitrina, como juguetes en un mostrador. Porque, como lo dije en anterior oportunidad, “la poesía no tiene necesariamente que dar constancia de un hecho, no está condenada a ser prueba instrumental para acreditar acontecimientos; su principal prerrogativa es ofrecer certeza de sí misma, dar fe de su propia existencia”[12]

La poesía, lo sabemos ahora gracias al poeta que vivió en Chuquitanta y en Barranco, es una realidad independiente y soberana que, aunque puede hacerlo, no está obligada a servir como agente transmisor de resonancias externas, o para cantar y alabar heroísmos acaso dudosos o para llorar decepciones o amoríos frustrados. Una poesía que no tiene que estar, necesariamente, comprometida con causas extrapoéticas, ni ser un medio o instrumento de intereses o de preocupaciones subalternas, sino –repito- tan solo ser y celebrar su propia existencia. No para “hacer” la revolución; porque la poesía no es un arma, sino el acto mismo de la revolución, pues hace posible –con su desenfado e incluso con su ingenuidad y travesura- que la utopía no esté a la vuelta de la esquina, sino más cerca, aquí: ante nuestras propias narices, como indicio y evidencia de belleza, de vida, de esperanza. No, por supuesto, que “corteje y adule” el “gusto mediocre” de la burguesía[13], pero tampoco que se convierta en el sahumerio de la “dictadura del proletariado”. Una poesía que sea (y solo sea lo que es): la sublimación y no el envilecimiento de la palabra. 

No almibarada, pero también exenta de acíbar. Para cambiar la vida, como quiso Rimbaud. Esto fue y sigue siendo la poesía de José María Eguren, hacedor de fantasías, constructor de sueños. Poesía, solamente poesía. Ya lo insinué y lo repito: Eguren cumplió, a cabalidad, aquello de crear "un poema como la Naturaleza hace un árbol". Creación plena.

(Sin embargo, ¡oh, sorpresa!, también encontramos algo que es, en alguna medida, ajeno a lo antes señalado o, mejor dicho, que a pesar de ser todo ello, también advertimos allí la presencia de lo que tal vez pudiera parecer distante de la poética de Eguren. Aparece en un poema que no formó parte de ninguno de los libros publicados por el poeta: en un poema bellísimo que dibuja, siempre en el inconfundible y magistral estilo de nuestro poeta, la belleza del campo, y se llama, precisamente, Campestre. El amor que se vislumbra allí no es precisamente de pasión romántica, pero es amor, al fin y al cabo; un amor infantil. Leamos: «… en el valle percibo / triste sombra con un capirote. / ¿Infortunio será que me sigue / en su largo caballo de trote? // -Son quimeras, Danira me dice, / son temores de tu fantasía; / sé que reina esperanza en el monte / con rosada, celeste alegría. // -Mis temores, por suerte suplico, / hoy que llegan del alba placeres / en un sueño de bosque dorado, / son, Danira, saber tus quereres». Eguren enamorado, pues, de Daniela -¿mujer real o inventada?-).

                                                                                                                         © Bernardo Rafael Álvarez

 

 

 



[1] Estuardo Núñez: Introducción a José María Eguren. Poesías completas. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1961. Pág. 12.

[2] Veamos como Huidobro definió el Creacionismo: “Crear un poema tomándole a la vida sus motivos y transformándolos para darles una vida nueva e independiente. Nada de anecdótico ni de descriptivo. (…) Hacer un poema como la Naturaleza hace un árbol.” Es lo que hizo Eguren, pues. 

[3]Antonio Cisneros: El mecanismo del transcurrir en un poema de Eguren: “El bote viejo”. En José María Eguren, Aproximaciones y perspectivas. Universidad del Pacífico, 1977.

[4]Alberto Escobar: Antología de la Poesía Peruana, Tomo I, 1973. Peisa. Pág. 17

[5]Armando Rojas: El lenguaje de Eguren. En: José María Eguren, aproximaciones y perspectivas. Universidad del Pacífico, 1977. Pág. 135

[6] Pero, en realidad, la poesía de Eguren no es oscura, sino luminosa y llena de color: destello, rayo, relámpago.

[7]Estuardo Núñez: Prólogo a: José María Eguren: Poesías completas. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1961.Pág. 11.

[8] Entrevista a Emilio Adolfo Westphalen (por Federico de Cárdenas y Peter Élmore), En: Diario El Observador, 25/04/1982.

[9] José Carlos Mariátegui: Peruanicemos al Perú. Empresa Editora Amauta, 1972. Pág 219, 220.

[10] José Carlos Mariátegui: 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Empresa Editora Amauta, 1972. Pág. 295.

[11] José Carlos Mariátegui: Peruanicemos al Perú. Empresa Editora Amauta, 1972. Pág. 223.

[12] Bernardo Rafael Álvarez: “Música quena alma lágrima viva: la poesía de Róger Santiváñez. En: http://berafalvarez.blogspot.pe/

[13] José Carlos Mariátegui: El artista y la época. Empresa Editora Amauta, 1972. Pág. 13.

 

 


¿«HABEMOS» O «ESTAMOS»?

 


Ambas formas son correctas, pero no significan exactamente lo mismo. «Habemos» es una forma verbal de uso muy extendido que equivale a «somos» o «existimos»; pero con referencia a determinada ubicación espacial o temporal («En Lima habemos muchos que bailamos huayno»; «Actualmente aún habemos quienes no nos dejamos avasallar por la Academia») y, claro, en alguna forma, viene a ser una suerte de indicativo en primera persona del plural del verbo «haber», pero no exactamente; pues, con más propiedad, es -repito- el sinónimo de «somos» o «existimos», y no de «estamos». Así que, cuestionarlo o, más aún, rechazarlo por aquello de que el verbo «haber» no se conjuga en plural es absurdo y, digamos, injusto y antidemocrático: «habemos» es una forma verbal creada legítimamente, con su propio significado, por el uso, que, en cuestiones de lengua, es «árbitro, juez y dueño» (Horacio dixit).

 

Proviene, sin duda, del verbo haber, pero en el uso tiene su propia particularidad que, de algún modo, podríamos decir, regulariza una «carencia» gramatical de este verbo que es curiosamente irregular. El verbo «haber» no tiene, estrictamente hablando, conjugación en primera persona del presente indicativo, aunque se nos quiera convencer de lo contrario: que es, en singular, «yo he», y en plural, «nosotros hemos». ¡Eso no tiene nada de tiempo presente!

 

La forma «hay», aunque es considerada impersonal, en el uso hace referencia, en realidad, a una indeterminada tercera persona, ya en plural como en singular: «Hay mucha gente en el parque»; «Hay una sola persona en el vehículo». Y las formas «yo he» o «nosotros hemos» son conjugaciones incompletas (solas no dicen nada) que deben ser perfeccionadas con el auxilio de otro verbo en participio: «Yo he comido», «Nosotros hemos llegado temprano»; conjugaciones en pretérito, no en presente.

 

Bien, tarde o temprano la (en algunos aspectos aún anquilosada) RAE, tendrá que asumir la validez indiscutible del «habemos» (ojo: no «aceptar», ni menos «autorizar» su empleo, porque este no es su papel); estoy plenamente convencido de que así tiene que ser, y será.

Ah, otra cosa, finalmente; la RAE no está, como dice el primer artículo de los Estatutos de la respetable institución, para «velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene»; su función, entre algunas otras, es, básicamente, lexicográfica (elaboración del Diccionario oficial), de sistematización y difusión de la norma lingüística (que, ojo, se da en el habla; no por acuerdo o decisión de la Academia) y también de asesoramiento, y es dadora de consejos; no es una suerte de «protectora» ni menos censora de nuestro idioma; pero sí, naturalmente, es muy útil.

 

Habemos muchos que nos atrevemos a discrepar de algunos criterios académicos de la docta corporación matritense, pero lo hacemos «en buena onda», haciendo uso legítimo de nuestro derecho a la libre opinión, pero nada más: alabamos la valiosa existencia de la Academia. ¡Un abrazo!

sábado, 13 de julio de 2024

REMINISCENCES D’UN CADAVRE (OPUS Nº 28)

                               A Bernardo Rafael Álvarez



                            "Antes de la creación el verbo"

                                 Johann Wolfgan von Goethe (Fausto)



¿A dónde va la vida?  Sermones Benditos De Mala Racha

Fuentes sagradas

Exquisitas

Bárbaras 

Extravagantes flores carnívoras

Hiel fucsia      hiedras multicolores      espinas     formalidad      sangre


¿A dónde va la vida? RUNAS INCAICAS DESANGRAN

Buscan cómo vivir      vivir COMIENDO PALABRAS

¡Aquel cuervo no se traga solo Bernard!

¡No puede solo tragarse!

Huesos rompecabezas gritando hasta exprimir mugre

Gramática de tanto sufrir, después de tanta razón

Tantas veces estos cuervos dentro de…

¿Extravagantes flores carnívoras?


Devoro palabras, me pintan, devorado por ellas pff… Al Alba.

SANGRE AÚLLA EPILÉPTICA EL CADÁVER

NO QUEDAN MÁS CUERV(A)S ¡CRUNCH!

         ¡ÑAM!       ¡ÑAM!

TERNURA ESQUELETOS FULGOR AL MEDIODÍA

HUESOS DE MI HUESO


Fósforo te incendia poeta, hasta la última palabra 

Permíteme asesinarlas, brindare la muerte

Cada muerte otra excusa para no morir

Bernard la rosa carnívora devorado me ha



Estas palabras quedan vacías, después de tantos mordiscos

Observas mi cadáver, gira el vértigo      etéreo lente     ¡¡LA FALSA VIDA!!

Prospección cara al sol en Pallasca

Nuevo cadáver suplica un alma Bernard

- Denle al muerto brebaje pa’ caminar, el nombre destrozado ¡VA PA’ MÁS!


¿A dónde va la vida? Muerto el nombre, libre el hombre.

CUERVOS Y PALABRAS ¡¡BANG!!


                                                                  ________________

                                                                   Franz Otiniano


jueves, 11 de julio de 2024

«CÍRCULO DEL SUEÑO»: HAIKÚ HECHO EN EL PERÚ


Octavio Paz escribió, respecto del haikú, que es «la anotación rápida, verdadera recreación, de un momento privilegiado»; que «... a pesar de su aparente simplicidad (...), es un organismo poético muy complejo. Su misma brevedad obliga al poeta a significar mucho diciendo lo mínimo»; y agregó: «... el haikú es una pequeña cápsula cargada de poesía capaz de hacer saltar la realidad aparente». Y citó, entre otros, este bellísimo poema de Bashô, «que ha resistido, es cierto, a todas las traducciones» (y también a los insolentes plagios, agrego yo): «Un viejo estanque: / salta una rana ¡saz! / chapalateo».

¿Por qué hago esta rápida alusión al Nobel mexicano? Porque tengo en mis manos un extraordinario libro de haikús -escritos no en Japón, sino aquí, en nuestro Perú- que me impresionado sobremanera. Lean este: 

        Aquí vengo
        tu sendero de gracia
        Me aúpa el verbo

Increíble, realmente: es, entre otras cosas, celebración justa de la palabra. No es, como hacen otros, una simple e insulsa agrupación de diecisiete sílabas (cinco, siete, cinco). Es que, hablando con propiedad, el haikú no es un género poético que se caracterice únicamente por esa forma métrica; es, sobre todo (y aquí empleo otra vez palabras de Paz), «significar mucho diciendo lo mínimo». 

Lean este otro: 

        Luces del faro 
        de ese viejo Volkswagen
        ¡vuelo del ave

¡Soberbio! Un poema que, estoy casi seguro, habría hecho que nuestro inolvidable Marco Aurelio Denegri diese el grito al cielo: «¡No, esa no es palabra poética!» habría dicho refiriéndose a «Volkswagen»; y podría haber explicado que un haikú no debe contener expresiones referidas a cosas ajenas a la naturaleza, o algo así. Pero, la verdad es que este género, cuyos más notables representantes son Bashô, Yosa Buson, Issa y Shiki, carece de normas prohibitivas; lo único, digamos, en algún modo ineludible es el tener en cuenta el número de sílabas en cada uno de los tres versos, y lo demás entra en la plena libertad creadora, pero, naturalmente, sin afectar lo que es esencial: el impacto gigante a pesar de la simplicidad. Ah, y otra cosa: el haikú no tiene necesariamente que ser -como creen algunos- una suerte de prolongación (o imposición) de la filosofía, religión o sensibilidad Zen, ni siempre ha de aludir a una estación del año (esto podemos encontrarlo en poemas japoneses tradicionales; pero nosotros no estamos obligados a seguir esa senda).

¿Y el humor? Claro que también el humor puede estar en un haikú (y no solo el «humor seco» a que se refiere Paz, en Las peras del olmo). Por ejemplo, en este: 

        Hombre bosteza
        alucina su sueño 
        de mala muerte.

O en este otro: 

        Niña con duende 
        sin el diablo en su cuerpo
        Vieja pacata

También puede -¡cómo no!-, un haikú, ser formulado como interrogante y en él, incluso, ser nombrado el leal canino que nunca olvidó a Ulises: 

        Por qué vagar 
        en mi salado mar 
        ¿verdad fiel Argos?

Bueno, ya tengo que decirlo. Los haikús que he transcrito tan solo como una casi microscópica muestra, son de una muy talentosa poeta peruana, Julia del Prado , extraordinaria hacedora, en nuestro medio, de este tipo de poemas cuyo origen, como sabemos, está en el Japón y (vuelvo a citar textualmente palabras de Octavio Paz) se desprendió «del renga haikai (y luego) empezó a llamarse haikú, palabra compuesta de haikai y hokku». 

¡Celebro tu bella y valiosa poesía, Julita querida!