sábado, 21 de diciembre de 2024

ELOY JÁUREGUI EN LA «NAVE PERPETUA»


Hace un mes emprendiste el viaje más largo, sin retorno. Y lo hiciste sufriendo, con dolores, pero sin dejar eso que era tuyo, solo tuyo: la broma, la joda, el no dejar de sonreír, la alegría. Es que siempre fuiste la expresión más cabal e indiscutible de que el poeta no es, no tiene por qué ser, un hombre triste. Pero a nosotros, nos has dejado prácticamente desamparados. Y yo, ¿sabes una cosa?, me he quedado enfadado conmigo mismo por no haber podido encontrar lo que me pediste aquel día (hace poco, realmente), cuando me llamaste por última vez: un preparado de aceite de cannabis (o algo así) para tus dolores (no supe dónde conseguirlo, hermano, y lo lamento mucho). 

Ah, ¿recuerdas esto que escribí hace unos años, cuando publicaste tu libro «Usted es la culpable»? Aquí te lo leo, Eloycito querido:

«Creo que es cierto: Surquillo es el centro del Orbe (y además quién soy yo para negarlo). Pero, en realidad, hay muchos centros del mundo; algunos permanentes (según el ojo de cristal con que se mire) y otros que con el tiempo dejan de serlo. Tú, qué duda cabe, tienes el tuyo; los demás también: su centrolima, su molicentro, su centroizquierda, su centro iqueño, o, quién sabe, solo su ombligo como centro. Alguna vez, nuestro centro fue el Palermo, el Wony, el 444 de Ramírez Ruiz... Pero para muchos de nosotros, el primer gran centro fue esa esquina del Parque Universitario donde don Néstor vendía libros. Allí conocí a Hora Zero y la urgencia de sus palabras y supe que había unos apellidos extraños para mí (el recién bajado de Pallasca): nunca antes había conocido a nadie que se apellidara Rupay, Colán, Pimentel, Nájar, Verástegui... Jáuregui; creí que habían sido hechos especialmente para poetas. Algunos ahora me resultan más comunes y familiares que el cebiche con “ese” y “ve chica”. Ese quiosco, de un hombre bonachón con quien se podía conversar, no de las cojudeces de microbusero que son el repertorio de nuestros actuales libreros, puso en vitrina el primer dizque libro de poemas que publiqué (nada notable, nada notable), allá por el 74; nunca pregunté si se había vendido algún ejemplar, siempre nos ocupábamos de otras cosas. Pero, efectivamente, sí se había hecho, al menos, una venta; lo supe mucho tiempo después por Santiváñez que, intelectualmente curioso, adquirió aquella pobre novedad bibliográfica precisamente allí, en el quiosco del señor Jáuregui. Claro, no solo eso había allí, también se ofrecían publicaciones buenas: Harawi, por ejemplo. Ha pasado tanto tiempo. Hoy sé que nosotros también somos en alguna forma, como tú (“hijo de tu padre”), vástagos literarios de aquel bondadoso parroquiano que nos dio una ayudita para enamorarnos perdidamente de esta puta siempre virgen, la poesía, que se ha convertido en nuestro centro y, también, en la culpable (“de todas mis angustias y todos mis quebrantos”)».

Sabes que te extrañamos un montonazo, pero tú, como pa' fregar (¡siempre con la broma, caracho!), te pones imperturbable mientras viajas en aquella "nave perpetua" que se nos ocurrió inventar como un desmesurado sueño, ¿recuerdas?, para hacer rebrotar el vigoroso andar de nuestra poesía. Esa nuestra saludable locura, lamentablemente no llegó a hacerse realidad. Pero fue un lindo sueño, una alentadora esperanza, puro entusiasmo y alegría. Eloycito, tú fuiste el motor y acicate. Me pediste que redactara un texto a manera de «manifiesto». Y, en efecto, escribí alguito que, gracias a Dios, te gustó (lo hice el 11 de los octubre del 2022). (A ese sueño le habíamos dado un nombre: «La nave perpetua»). Sin duda lo recuerdas; esto es lo que redacté aquella vez:

«Porque es la hora de reencontrarnos. Y sabemos, y de esto estamos convencidos, que la poesía, que es fuego hacedor y no destructivo, habrá de unirnos, siempre. Ya no más los desencuentros por quítame estas pajas, no la confrontación inútil: hay propósitos y motivaciones exultantes que nos convocan al abrazo y la armonía. Estamos dejando atrás un episodio perverso y peligroso (los días de pandemia) que nos puso, a todos, al filo del precipicio, y ahora ya podemos ver una luz al final del túnel que nos devuelve la esperanza, el optimismo, la fe y la alegría; y hay -está en su lugar- algo que, firme, imperturbable y fecundo, seguirá dándonos energía y vitalidad y haciendo que la vida, a pesar de todo, siga siendo digna de ser vivida: y nos lo dice -en palabras de nuestro César Vallejo, con "la más aguda tiplisonancia", y nos exige, como ineludible compromiso,  reconocer y alabar "los versos anticépticos sin dueño", porque la poesía, a fin de cuentas, es eso: nuestra más aguda voz, y es, también, sanadora y es pertenencia de todos y no patrimonio privado de nadie en particular. 

Es la hora de unirnos, sin miramientos ni demora, y siempre con buena fe y sinceridad, como nos enseñó el santiaguino perpetuo al que con justicia celebramos sin reservas en este centenario de su más alta creación lírica, que es expresión de libertad plena,TRILCE. Esto es lo que dijo Vallejo: "amar, aunque sea a traición a tu enemigo"; lo que, en buena cuenta, significa, acabar con el enemigo convirtiéndolo en nuestro hermano. Es lo que queremos: hermanarnos todos y caminar juntos, incluso a pesar de nuestra diversidad 

Repetimos: Proponemos un ambicioso pero realizable sueño: integrarnos en una sola y múltiple voz: la voz de la esperanza, del optimismo y los sueños. Que la imaginación, a la que rindieron culto los rebeldes de mayo 68, y hoy nos hace más falta que nunca, se haga actitud y acción, siempre. La poesía no cambiará al mundo, tal vez, pero nos hará más humanos. Humanidad y no infamia es lo imprescindible en estos días, y por ella lucharemos con nuestra herramienta que es la palabra sin embustes ni trampas. Y los convocamos a todos, a esta guerra por la vida y no la muerte. 

Y aquí estamos nosotros. Setenteros, ochenteros y todos los poetas que han llegado y siguen llegando, merecen nuestro aprecio, respeto y admiración: todos contribuyen positivamente con su aporte invalorable. Los nuevos creadores han traído una poesía fresca y vigorosa que alimenta el suelo nutricio de nuestro universo poético: talento, emociones, cultura, inteligencia, sensibilidad e imaginación. Somos todos y aquí nos presentamos y nos damos como una ofrenda de rebeldía hacedora y no de destruccion. Recogemos lo más rico y fecundo de la tradición, y asimilamos los alentadores frutos de los creadores de ahora y del futuro. El poder de la poesía está aquí, en todos nosotros, sólido, inexpugnable, como torrente irrefrenable de agua viva. 

Y sabemos que si algo hay que le da personalidad y carácter a la poesía es, y así lo será, la ausencia de corsés, de normas, de catecismos, de prohibiciones; es que la libertad es su terreno y su única e insobornable deidad.

¡Vengan! Son los días de viajar juntos, sin reprensión y, como corresponde, con la prudencia de los justos, en esta nave perpetua que es la poesía 

Los abrazamos, desde este Perú "de metal y melancolía", y en este Perú -"al pie del orbe"-, al cual nos adherimos sin reserva alguna.

En esta "nave perpetua" que es la poesía que se convierte en carne y sigue siendo luz 

¡Viva la poesía!».

Recibe mi abrazo, Eloycito, hermano, ¡siempre!, allá donde ya no sientes dolores.

                                                       ©Bernardo Rafael Álvarez

domingo, 15 de diciembre de 2024

¿«COCOTOLOGÍA»?

Me había parecido extraño que en el Diccionario de la Lengua Española (DLE) apareciese «Tarjeta de Navidad» como significado de la palabra «Christmas». Luego de hacer las averiguaciones pertinentes, acabo de enterarme de que, efectivamente, en España es usada en ese sentido, lo que, por cierto, es legítimo. Ahora me ha surgido otra inquietud. 

Todos conocemos aquello del arte de confeccionar «pajaritas de papel», ¿verdad? Se hacen lindas figuritas de diferentes formas (no solo pajaritos) con papel (casi siempre «papel cometa») doblado varias veces. Nosotros lo conocemos mayormente como «origami» (palabra procedente del japonés), pero también se le nombra con este otro vocablo: «papiroflexia» («papȳrus», que significa papel, y «flexus», que es «doblado»).

Bueno, pues, mi inquietud es la siguiente: ¿Por qué la RAE, incorporó en el Diccionario, como nombre del arte mencionado, la curiosa expresión «cocotología» que -según tengo entendido- nunca formó parte del léxico de nuestro idioma: no fue ni es usado por los hablantes? Como sabemos, el Diccionario (me refiero, obviamente, al de la RAE) se ha hecho con este propósito (la misma Academia lo dice): recoger «el uso que los hablantes les dan o les han dado a las palabras para que otros hablantes puedan entenderlas si se encuentran con ellas» («Libro de estilo de la lengua española»). Las palabras vigentes en el uso.

Amigos que viven al otro lado del «charco», concretamente en España, me han dicho que, allá, la palabra más usual para referirse a lo que nosotros los peruanos llamamos «origami», es «papiroflexia», y me han mostrado su extrañeza por el término «cocotología», que no conocían..

¿Por qué, repito, este vocablo aparece en el Diccionario? Se encuentra en el repertorio oficial desde 1992; y, curiosamente, en esa edición no había sido aún incorporado el nombre traído del Japón, «origami», pero sí ingresó «papiroflexia». Origami recién fue «oficializado» por la Academia a partir de la edición 23 (año 2014), a pesar que desde mucho antes ya era un término usado en gran parte del territorio hispanohablante. 

Tengo la sospecha de que la inclusión de «cocotologia» en el repertorio se hizo no porque la Academia hubiese tenido información de su uso en alguna región hispanohablante (porque era imposible tal cosa), sino como un acto de reconocimiento y homenaje a don Miguel de Unamuno, al cumplirse entonces (exactamente, un día como hoy: el 15 de diciembre) sesenta años de su elección como miembro de la Real Academia Española (a la que, sin embargo, el ilustre literato y pensador no llegó a ingresar).

Claro, me preguntarán: ¿Y qué tiene que ver con esto el autor de «Niebla» y de la patética frase «Me duele España»?[1] Lo menciono por esto: porque él fue quien inventó la palabrita de marras, «cocotología», y la insertó en los apuntes que escribió acerca de su afición y gusto por doblar papeles y hacer figuritas. ¿Seguramente no le gustaban las palabras «origami» y «papiroflexia» y, por ello, prefirió crear una nueva? No, porque, como ya lo insinué, es evidente que estas palabras no existían entonces en el acervo lingüístico español. La creación del neologismo lo hizo Unamuno, uniendo la voz francesa «cocotte» (que, según dicen, es «pajarita de papel») y «-logia» (tratado o estudio).

Como es evidente -si nos atenemos a los elementos con que fue creada la palabra- el nombrecito de marras nada tiene tiene que ver, literalmente, con el arte o la técnica de hacer «pajaritas de papel» (tratado o estudio son otra cosa).

Ahora hago la pregunta final y concluyo: ¿Podríamos considerar correcto lo hecho por la Academia al incorporar en el Diccionario (con la marca que en este caso pareciera un eufemismo: "p. us"; o sea, poco usada) una palabra (ajena al léxico de los hispanohablantes) solo por haber sido inventada por un gran escritor; es decir, por tratarse únicamente de una simpática curiosidad literaria? 

Me respondo. Creo que no fue una decisión correcta. La Academia incurrió en lo que, digamos, sería una infracción de la norma institucional  y léxicográfica en la Corporación. Como sabemos, el repertorio oficial fue el importante aporte hecho por la RAE, desde sus primeros años,  para registrar el léxico de los hablantes (es decir, el vocabulario, las palabras que habla la gente); no para recoger las novedades generadas por la inventiva de poetas y narradores, por más pintorescas o significativas que pudieran ser o parecer. Lo que sí hubiera sido aceptable es que el vocablo en cuestión y, naturalmente, cualquier otro creado por un escritor importante, se incluyese en un diccionario de carácter estrictamente literario, hecho para recoger voces o expresiones inventadas en el campo de la literatura; pero insertarlas en el Diccionario de la Lengua Española, no, pues este tiene otros fines. Neologismos de origen literario solo podrían ser recogidos por la Academia, en el Diccionario oficial, si comprueba,  fehacientemente, que se trata de voces que han sido asentadas en el uso, son usadas, realmente, por los hablantes; si esto no ocurre, no. 

Por lo dicho, estimo que sería justo y conveniente que la RAE considerara la necesidad de poner atención en este asunto y que, como corresponde, cuidadosa y meticulosamente, procediese a una depuración del Diccionario oficial. Si, definitivamente, quedara demostrado (como, hasta ahora, entiendo que lo está) que «cocotologia» es una palabra no existente en el léxico del idioma español, debería ser excluida, tal vez, del Diccionario. 

Yo me permitiría sugerir a la RAE y, en efecto, aquí lo hago, que edite un diccionario literario en el que se reúnan los más significativos vocablos y expresiones que aparecen en las obras literarias como producto de la imaginación creativa de nuestros grandes escritores; sería realmente valioso. 

(Bien, lo expuesto es mi opinión, y -con todo respeto- he cumplido con darla a conocer aquí).[2] 

                                              © Bernardo Rafael Álvarez



[1] Dije que Unamuno no llegó a hacer su ingreso, como miembro, a la RAE. La frase suya que he citado, «Me duele España», revela el estado de malestar que el escritor sufrió por la situación políticamente deplorable que atravesaba su país; esa situación es lo que hizo  que no llegara a concretarse su ingreso en la Corporación.

[2] Y, claro, he presentado mi propuesta ante la docta corporación matritense.

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sábado, 7 de diciembre de 2024

EL CRUSTÁCEO LLAMADO "MUYMUY"

El MUY MUY: «Crustáceo comestible de tres a cinco centímetros de longitud, con caparazón a modo de uña, de color gris, que vive bajo la arena de la rompiente» (DLE). 

                               ***

Pregunto a los amigos: ¿La palabra «cuita» la pronuncian con la mayor fuerza de voz en la «i», o sea [kuíta]; o la pronuncian con el acento en la «u», es decir [kúyta]? Obvio, la pronuncian como en el primer caso mencionado, con el acento en la «i». Bueno, la pregunta la he hecho por lo que voy a exponer enseguida. 

Hay un crustáceo comestible de color gris, que mide de tres a cinco centímetros de longitud y vive «bajo la arena de la rompiente». Su nombre científico es «Emerita analoga», pero, en el Perú, popularmente -desde hace muchísimo tiempo-, lo conocemos como «muy muy», y, así como acabo de hacerlo, hemos escrito siempre su nombre. Sin embargo, en la última edición del Diccionario de la Lengua Española (DLE) y en las dos anteriores (2001 y 1992), y también en el Diccionario de Peruanismos -o DiPerú- e incluso en el de Americanismos, curiosamente aparece registrado como «muimuy». (Pero, claro, el DLE registra también la otra forma -«Muy muy»-; no así el diccionario publicado por la Academia Peruana de la Lengua y tampoco el de Americanismos, en los que solo aparece «Muimuy»).

¿Por qué se les ocurrió escribirlo así, pudiendo haberlo hecho -para que se convirtiese en un nombre con una sola palabra- de esta otra manera: «muymuy»? ¿Por qué en la primera sílaba pusieron la «i» latina y solo en la segunda conservaron la «y»? La verdad es que no encuentro una respuesta que pudiera ser satisfactoria.

Veamos lo siguiente. El nombre tradicional y más antiguo del molusco mencionado es, como lo sabemos todos, «muy muy» y su pronunciación (también todos la conocemos) se da con golpes de voz similares en ambas sílabas: [múy.múy]. 

Y, claro, si a esa forma de escritura la queremos convertir en una sola palabra, lo razonable y naturalmente correcto es, simplemente, unir las dos referidas sílabas, así: «muymuy». Y su pronunciación, por cierto, será la misma del nombre escrito en dos palabras que acabamos de ver; es decir, estaremos ante una palabra con dos acentos: [múymúy]. Ya lo dije al principio de esta nota: la palabra «cuita» no se pronuncia [kúyta], sino [kuíta]. Y si escribimos «muimuy», tenemos que aceptar que su pronunciación (que no corresponde a la realidad, al uso) tiene que ser esta: [muímuy], y que la pronunciación adecuada a la forma correcta de escribir el nombre es esta otra: [múymúy]. 

Repito: ¿Por qué se les ocurrió introducir una «i» en la primera sílaba y solo en la segunda conservar la «y»? ¿No se dieron cuenta de que -sin quererlo, naturalmente- lo que estaban haciendo era, en realidad, cambiarle de nombre al molusco también conocido popularmente como «chanchito de mar», «pulgón de mar» y «chiquiliqui»? 

Así como ocurre con la palabra «cuita», que hemos visto al principio, al escribir «muimuy» -como hacen los respetables académicos de la lengua- se está sugiriendo una pronunciación que, en la primera sílaba, resalta el acento (o mayor golpe de voz) de la segunda de sus vocales, la «i»; y, como bien sabemos, esta no es la pronunciación que se da en el uso, en la realidad; la escritura, tal como aparece en los diccionarios académicos, no es, pues, la correcta.  (Me permito agregar, como otro ejemplo, esta palabra hipotética: «cuicuy». ¿La pronunciaríamos [kúykúy]? No, ¿verdad?, pues, tal como está escrita, sonaría así: [kuíkuy]; para que suene de la otra forma, tendría que escribirse así: «cuycuy»). 

Por consiguiente, las dos formas de escritura del nombre que le corresponde al crustáceo, al que DiPerú describe como «diminuto, de antenas retráctiles, que "construye" (sic) madrigueras en la arena de la playa»- deberían ser las siguientes: «muy muy» (en dos palabras separadas, que es la forma tradicional, la más antigua, y es la que registra el Diccionario de Peruanismos -edición de 1999- del querido Juan Álvarez Vita) y esta otra (en una sola palabra): «muymuy». Definitivamente (y lo digo con absoluta convicción), no esta forma: «muimuy», que equivocadamente aparece en el Diccionario de Peruanismos (DiPerú), en el Diccionario de Americanismos y también en el Diccionario de la Lengua Española (DLE). 

Creo que se impone, pues, la necesidad de que los repertorios académicos, que acabo de mencionar, sean modificados en las entrada referida al nombre del crustáceo en cuestión. Es decir, que se reconozca el error en que se ha incurrido. 

                ¡Un abrazo!

 

© Bernardo Rafael Álvarez

 

lunes, 9 de septiembre de 2024

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: DEL ESPANTO A LA TERNURA*

Foto: Camila Borge Pérez

El 5 de setiembre de 1977, la NASA lanzó una sonda robótica espacial con el fin de explorar Júpiter y Saturno y adentrarse en el espacio interestelar para recabar fotografías e información de aquellos parajes remotos. La sonda Voyager 1 lleva un disco de oro: “Sound of earth” con imágenes y sonidos de la tierra que, en caso de encontrarse con alguna civilización, le ofrezca noticias de nosotros los terrícolas y un mensaje de paz en cincuenta y cuatro lenguas de nuestro planeta, incluido el quechua. Aquello despertó la imaginación de todo el mundo. Recuerdo a mi abuela María que seguía paso a paso los acontecimientos. Ella, que era serrana, se sentía orgullosa de que la sonda contuviera fotos de sus paisanas, música de zampoñas recogida por José María Arguedas, y un mensaje que dice:  “Kay pachamanta niytapas maytapas rimapallasta runasimipi”: Desde la tierra, un saludo a todos en runasimi.

 

Han pasado tantos años que yo casi lo había olvidado, hasta que en plena pandemia me encontré en el ciberespacio con un poema llamado “Voyager”, de mi entrañable Bernardo Rafael Álvarez, que lanza versos como lanzan los náufragos botellas al mar, con mensajes dirigidos a quien alguna vez los encuentre.

 

“Acaso este poema sea 

-aunque jamás ha de llegar tan lejos- 

como aquel disco de oro (“Sound of Earth”)

(...)  

acaso como aquella sonda,

este poema, disparado al aire,

 se extravíe, ebrio de sentimiento

(...) 

pero yo, terco como una mula 

(...) 

sin remedio ni brújula, 

¡dale y dale con mi poesía, caracho!”

 

Y en verdad, la poesía de Bernardo: poesía del dolor, pero también del júbilo, poesía del cuerpo y sus fluidos, del alma y sus anhelos, describe tan profundamente al ser humano, que merecería un rinconcito en aquel disco viajero del tiempo.

 

Hijo de la "dulce Biguita" y el maestro Rafa (“mi neguito lindo” lo llama él), Bernardo Rafael Álvarez nació el 12 de noviembre de 1954 y, como bien dice Winston Orrillo: 

 

“Este singular bardo peruano, que, como los de su raigal estirpe, proviene no de la metrópoli, ni siquiera de la capital del Departamento de Áncash, sino de Pallasca (...) como el máximo penate de la poesía peruana, que vio la luz no en Lima, sino en Santiago de Chuco; y, asimismo, de otro de nuestros antepasados, el Divino Rubén, que tampoco nace en Managua sino en Metapa (hoy Ciudad Darío) poblado medio perdido en la hoy bienamada Patria de Sandino”.

 

Nuestro poeta, a su Pallasca la describe como un "aguafuerte, en la onda de Chagall":

 

“(De carne y hueso + tierra húmeda + hierba sumamente/ Verde & cabras & ovejas que rebotan su idioma/ Cotidiano en las paredes de barro de las casas atadas/ Al cielo...)”

 

En 1972 se vino a Lima y en esta inmensa ciudad-laberinto en medio del arenal de la costa peruana, enclavada entre el entre el Pacífico y la cordillera, entre sus mil vericuetos y callejuelas, jirones y avenidas, quiso el destino que fuera a dar a un departamento frente a mi casa. Como cosa del destino seguramente fue que un día tocaran el timbre y, al ir a atender, se diera con que era el poeta Arturo Corcuera en su arca de “Noé delirante” ilustrada por la gran Tilsa Tsuchiya. Pero ya para entonces, Beinaidasho era poeta. Lo había sido desde que cursaba la Primaria en la Escuela Prevocacional 293 de Pallasca y compuso su primer poema en honor al héroe pallasquino Andrés Gavancho, asesinado por las fuerzas invasoras en 1883.

 

De cuño horazeriano, la de Bernardo es una poesía de barricada. Poesía guerrillera que apunta y pone el pecho. 

 

El poeta desafía al poder que “oprime a los hombres humanos”. El poder que impone sus códigos. Que define lo bello, lo noble, lo justo. Siempre del lado opuesto de los “Wariwiracocharuna”, desdeñando e invisibilizando su exactitud, su sabiduría, su “estructura perfecta”, su inteligencia. Su dignidad de “piedra en pie”.

 

El poeta desenmascara al dios de “Nosotroslosseñores”. Les rompe “todos los vidrios del cielo”, su “mentirosa aurora”, su “fiatlux”. La enfrenta con su opuesto: su “jaibit”, su sombra, su sangre, su escoria. “Resplandor y sombra”, sombre, hombre. 

 

El poeta se arma de sombra para enfrentar al poder. “Agg puf plaf”. Como el pongo soñador de Arguedas, los embarra de versos del cuerpo: que escupe, que hiede, que moquea. Cuerpo desnutrido, nauseabundo, purulento, sifilítico por culpa de ellos. Les arroja en su palabra “un aroma de letrina”, “una patada en el poto y adiós pampa mía” y “...este gargajo”.

 

El poeta confiesa que ejerce “la apología del escarabajo como un tributo al mundo”. Y como un tributo a nuestra especie nos devuelve el cuerpo, nuestro cuerpo humano, animal de cuerpo entero: con sus miserias y sus resplandores, con sus llagas, sus orgasmos, su maravilla. Sus “ojos dehiscentes” que miran el mundo y su belleza, como habas, como alverjitas, como vulvas sagradas, tras las “Mamparas” de “abrir y cerrar sombra y luz precipicio y cima (...) pluaf pluaf pluaf/”.

 

El poeta es “Uno y trino”. “Estito nada más” y Dios. Santo y cucaracha, mosquito. Dualidad triple “como florecen los cactus”. Trinidad cantora, que trina “como las aves descuajaringadas” mientras “la ciudad excreta" búhos sabihondos y malos gobiernos.

 

Su poesía es una lección de solidaridad, de generosidad, de empatía. Nos enseña a comprender el sufrimiento del otro, desde el amor. A experimentar como propia la experiencia ajena. A echar nuestra suerte con el niño aquel “que limpia carros con sus manos repletas de groserías”.

 

Es un canto de “alabanza a la Creación y la vida”. Una declaración de amor:

 

“Cojo tu sonrisa

Entre mis dedos

Para beberla como agua de arroyo

Y tu piel de durazno

Secuestra mis sentidos...”

 

Álvarez tiene en su haber varios libros de poesía: 

• “Aproximaciones & Conversaciones” (1974).

• “Dispersión de cuervos” (1999).

• “Toro de trapo y algunas otras deudas” (2003).

• “Los bajos fondos del cielo” (2007).

• “La divina hoguera (Selección personal: 1973-2017)” (2019).

• “Sitis” (edición virtual, 2020).

 

También ha publicado los ensayos:

• “El poeta, la amada muerta y la flor del monte. Mitos tras Luis Pardo, el bandolero” (edición virtual, 2009).

• “Los valles apurados. Reflexiones tras leer el ensayo de Vargas Llosa sobre José María Arguedas y el Indigenismo” (edición virtual, 2010).

• “El habla del conshyamino. Diccionario del castellano de Pallasca” (2019).

• “Del taita Arguedas y otros temas peruanos” (2021/ 2022).

• “Lecturerías” (edición virtual, 2021).

• “Palabras amotinadas” (2021).

• “Fundacional: un acercamiento a la narrativa de Cronwell Jara Jiménez” (2023).

• “¡Habla, cho! Una aproximación al castellano de Pallasca y a la extinta lengua culle” (2023).

• “De tempestades, sueños y palabras urgentes. Hora Zero y los días aquellos” (edición virtual, 2023).

 

La poesía de Bernardo Rafael ha sido incluida en antologías como:

• “Hora Zero, la última vanguardia latinoamericana de poesía” (2000).

• “Un canto por Sierra Maestra” (2000).

• “Yacana / 51 poetas” (2005).

• “Poesía Peruana contemporánea, 33 poetas del 70” (2005).

• “Hora Zero. Los broches mayores del sonido” (2009/ 2019).

• “Letras para crecer”. Autores peruanos y extremeños” (2015).

• “Voces de la poesía peruana” (2021).

 

Además, Bernardo Rafael Álvarez administra en internet el "Consultorio Gratuito del Idioma", trinchera desde la que defiende la libertad y la belleza de la palabra.

 

En fin, son estas sólo algunas de las razones por las que la Sociedad Literaria Amantes del País se honra en entregarle la medalla “Palabra en Libertad”. 

 

 

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* Palabras de Marcela Pérez Silva. Entrega de la medalla “Palabra en Libertad” al poeta Bernardo Rafael Álvarez. Casa Mariátegui, 4 de setiembre, 2024


sábado, 31 de agosto de 2024

EL CRIMEN LÍRICO DE BERNARDO ÁLVAREZ (Tulio Mora acerca de mi libro «Dispersión de cuervos»)



En torno a Hora Zero se han tejido, más que mitos, malinterpretaciones. Algunos han dicho, por ejemplo, que todos escribimos igual, quizá por el aliento de “épica urbana” que primó inicialmente entre los más conocidos. Hoy, que presentamos el libro de Bernardo Álvarez, “Dispersión de cuervos”, veremos que la clonación poética no es uno de los atributos de HZ.  No podría serlo ya que HZ fue un grupo en el que, según un listado completo de sus miembros, que aparece en la tesis doctoral del profesor Raúl Jurado, hubo en un momento hasta sesenta personas. Lo que hubo fue una poética común, el “Poema Integral”, que cada quien teorizo y aplicó a su manera.

Esto es usual en las poéticas grupales, recuérdese al surrealismo: el llamado automatismo no es igual en Artaud que en Breton o en Eluard. De la cercanía o distancia de ese postulado provienen las diferencias poéticas y hasta políticas. Artaud fue un radical absoluto, Breton, como Sumo Pontífice, intentó el equilibrio de su propio orden, Eluard simplemente se sirvió del surrealismo como una técnica. Pero los tres han escrito poemas admirables, quizá Eluard es el más unitario, aunque su poesía y su postura política (stalinista), a mi particularmente no me conmueven. Y antes que la valiente actitud de Breton, que en los tempranos 30 advirtió de los abismos a que conducía el stalinismo, convirtiéndose en la guerra en un anarquista (léase el más hermoso de sus poemas, “Oda a Charles Fourier”), prefiero a Artaud, al loco inasible, a su lúcida pasión enjaulada, al grito más estremecedor de este siglo que hayamos escuchado en “Van Gogh, el asesinado por la sociedad”.

En HZ, el “Poema Integral” podía tener resonancias formales (una suerte de discurso acumulativo de varía discursos: prosa, verso, ensayo, cartas, etc.), pero sobre todo tenía una inconfundible resonancia ideológica de un no muy lejano concepto en boga en la generación se Mariátegui: “Perú Integral”, la utopía de la articulación de lo desarticulado, de la unidad de lo fragmentado. En consecuencias, está asociación era, además de una literatura, un programa nacional que aparece y reaparece a lo largo de este siglo en varios instantes y en boca de nuestros mejores escritores: es la “escritura híbrida” de Gamaliel Churata y “todas las sangres” de Arguedas. En todos los casos, admirablemente, los escritores (que fueron provincianos, además) han coincidido que esta integralidad no puede construirse con prescindencia de la palabra escrita. La escritura sobre todo, entonces, en el Perú ha de construir esa integralidad utópica.

El profesor Miguel Ángel Huamán, en su estudio “Fronteras de la escritura, discurso y utopía de Churata” (1994), nos expresa algo que bien puede explicar la aparición de HZ: “Cada vez que en sociedad se vive una crisis es gran magnitud se manifiestan cambios en la valoración de la lengua; rechazo o aceptación de normas que no siempre tienen que ver con la corrección gramatical o la concordancia que rige a los núcleos de la lengua dominante. La realidad de la diglosia, es decir el contacto entre lenguas en relación de dominante a dominada, nos permite comprender la carencia de una lengua nacional y la necesidad de construir una lengua común, socialmente legitimada por la pluralidad de la colectividad, cuya estandarización como lengua general -el proceso de establecer una modalidad como capaz de satisfacer los requisitos de la comunicación intercultural-, tiene en la escritura un aspecto esencial de legitimidad”.

El “Poema Integral” tuvo, según esta apreciación, que buscar su legitimidad de manera beligerante, -beligerancia que nace de la misma sociedad peruana, como veremos adelante en el texto de Álvarez-. Este es un punto que ha provocado la malinterpretación. Sin ir muy lejos, anoche, en la presentación del libro de crónicas de Cesáreo Martínez, uno de los presentadores, el periodista Manuel Jesús Orbegozo, intento descalificar a HZ porque, según él, la idea inicial del grupo de cambiar la estupidez social reinante, no había revertido el hecho de que, 30 años después, la misma estupidez se apreciara hoy en los talk-shows. A mí me llamó poderosamente la atención que un comunicador tan prestigiado, que ha entrevistado numerosas veces a escritores de la talla de Hemingway, a sus venerables 70 años no se dé cuenta aún que la poesía nunca ha cambiado el mundo. Y que, en cuanto a cambiar la estupidez de los talk- shows, la pregunta tiene mayor eficacia si la traslada al gobierno, de cuyo diario oficial él es hoy su director. Sería magnífico que en vez de malbaratar páginas ponderando las indemostrables virtudes de una antidemocrática y abusiva re-reelección, El Peruano se propusiese una campaña de higiene mental de los medios de comunicación. Eso por lo menos quitaría un poco de la sombra que le cae hoy al viejo maestro del periodismo.

Pero volviendo a lo nuestro: en HZ hubo, a partir del Poema Integral”, diversas opciones poéticas: las ya conocidas, de la llamada “épica urbana”, en Pimentel, Ramírez Ruiz y Verástegui, y ahora último un estupendo libro, de tiraje artesanal, de José Cerna: “Ruda” (1998), poema escrito en un microbús entre el puente Santa Rosa y San Juan de Lurigancho; otra que, aplicando el discurso narrativo, tenía de escenario más bien las provincias. En esa tarea estuvieron empeñados Jorge Nájar (Pucallpa), Ángel Garrido y César Gamarra (Cerro de Pasco), Mario Luna (Chimbote), Sergio Castillo y el que esto escribe (Huancayo), Bernardo Álvarez (Áncash), entre muchos otros. A mí no me cabe la menor duda que está tendencia ha sido la más rica porque liquida toda una poética provinciana que se había congelado en una modernidad válida para los años 30, pero disfuncional hacia fines del siglo: la del indigenismo con aplicaciones vanguardistas y surrealistas, que, salvo el gran Churata, no perseguía esa integralidad tan reclamada por los escritores más lúcidos de este siglo, sino la legitimación de un espacio sociocultural parcial. Esa es para mí su más lamentable limitación porque la idealización rural divorciaba la prédica de “Perú Integral”.

Hay otras dos opciones en HZ, que son poco conocidas: una barroca que, a la manera del maestro Lezama Lima o de Carlos Germán Belli, intentó un equilibrio entre la palabra prestigiada y la popular; a esa vertiente pertenecen Ricardo Oré, Eloy Jáuregui y el primer libro de Yulino Dávila; y una última, la que yo he dado en llamar “la poesía del escenario globalizado”, que aplica la misma técnica del “Poema Integral” pero está escrita fuera del país: Rubén Urbizagástegui, Elías Durand y Yulino Dávila de su segundo libro.

Lamentablemente, hasta el momento HZ no ha podido publicar su antología, que modificaría por lo menos en parte esas percepciones antojadizas, ya que no tratamos tampoco de convencer a nadie de nuestras virtudes poéticas. La poesía, como se sabe, es una cuestión de empatía y de filiación: hay quienes prefieren a Westphalen, Martín Adan, Eielson, Hinostroza, Cisneros, Montalbetti, Chirinos, más que a Vallejo y HZ. Esta preferencia es la más común y la de más larga tradición en la poesía peruana, que aspira al discurso cosmopolita, erudito y trascendentalista. Por supuesto, sería difícil convencer a esta poética que nosotros no pasamos de ser “poetas gritones”. Como a nosotros nos es difícil aceptar que un poeta se dé el lujo de escribir para encontrar detrás de la palabra el silencio místico, revelador, en un país en el que el silencio es precisamente la mejor metáfora de la in-significancia social, de la mudez masificada y que desde la privación de la voz explica las hondas diferencias que cada cierto tiempo se convierten en trágicas.

De cualquier modo, esta rápida precisión nos bastará para entrar de lleno al segundo libro de Álvarez, quien publica luego de 25 años a de la aparición de “Aproximaciones & conversaciones” (1974).


Empecemos por esa interesante cita del profesor Huamán, que es a su vez una suerte de paráfrasis del maestro Barthes en “El grado 0 de la escritura”: la idea de una convulsión social que renueva el lenguaje y legitima un discurso. Fijémonos un escenario para “Dispersión de cuervos”: el Perú de los años 80, es decir los años de la violencia social aplicada al continente corporal y que en Álvarez se traduce en una ecología de la evacuación, de la humedad, de la liquidez, de la seminación, casi siempre asociadas además a un escenario debajo de lo urbano o de lo rural, es decir en su cuerpo interior (cañerías, cloacas o lo que subyace en la pudrición del paisaje: hojas secas, insectos). Debemos agregar a esa construcción una intertextualidad paradigmática: algunos héroes de la mitología griega, de la Biblia, Shakespeare, Kafka, Roussel. Y, por último, su sentido de lo sexual como una pulsión que se reafirma con una valoración negativa (pecaminosa), que a su vez construye una poética.


En el primer poema K (Kafka), nos encontramos con Prometeo picoteado por un buitre, no en el hígado sino en los pies, o sea en los órganos más terrenos de su cuerpo. El robador de la luz divina es al mismo tiempo, la sombra egipcia, Jus, tal vez Juan (H) Jus, pensador y humanista, distinguido representante de la Reforma en Bohemia (Alemania), castigado en el siglo XV por la Inquisición, y Kafka en el tránsito de convertir a Gregorio Samsa en escarabajo. En el escenario urbano, del que brotan “apio y aceite”, Prometeo descubre que “el viento no se apiadará de mí: caparazón, insecto gigante”. El mundo se ha convertido en el excremento que rueda a voluntad del escarabajo kafkiano, donde “nada acontece”, aunque todo está en orden. Un orden que nace del castigo de Prometeo, que es capaz de crear una ilusoria belleza, “en un lago las ranas cantaban y jugaban”, y sin embargo induce a la desesperación: alguien (Juan Ruiz, suponemos que el Arcipreste de Hita) es invocado para liberar a Prometeo, “trae un fusil, suéltalo”, pero el héroe mitológico griego decide trasladarse al despeñadero presumimos que para suicidarse. La segunda metamorfosis se produce en el momento en que “la montaña se desmorona”, Prometeo, antes Jus, luego escarabajo, luego pirámide, luego Gregorio Samsa, se transforma en Hamlet en su célebre “corpses are set to banquet”: “los cadáveres se preparan para el banquete”, donde no comerán sino serán comidos por los gusanos. Volvemos al escenario físico, la ciudad tiene ahora “un cielo de hojalata”, es un “espejo turbio” en que resuenan el viento y las ranas “y el agua se entrevera en las totoras”. Allí resuena también Raymond Roussel:  “Yo escucho los llamados de un mundo que se niega”. “¿Quién se atreve a amar la carroña que nos envuelve?”, se pregunta Hamlet, pero quien responde al final del poema es Prometeo: “¡Franz, Franz, no hace falta:  el buitre / se ha suicidado en mi garganta!”.

Así, en ese orden de bizarras transformaciones sucesivas, acumulativas, castigado y castigador son uno mismo. Nos instalamos pues en un mundo deconstruido, múltiple, vertiginoso: ninguna referencia exterior puede hacernos suponer que el sufridor de la rigores históricos tiene alguna relación implícita con ella: el mundo no se ha invertido simétricamente, como en el Pachacuti andino (que el arriba sea abajo y viceversa), sino que se ha promiscuido, es una emanación (un excremento) de representaciones del mismo nivel: seres humanos, insectos, escenarios se han convertido en uno solo mostrando en esa unidad los fragmentos de su origen inicial.


Conviene, sin embargo, para extender esta visión a los 22 poemas del libro, desclasificar la densa concentración del discurso para explicarnos su violentación. La más evidente de ellas tiene que ver con la representación de Prometeo/Jus/Kafka, símbolo aquí de la crítica, de la humanización en la edad del absurdo. Prometeo reclama inicialmente a Jus transformar “mi sangre (en) una flor, un geranio atado / a mi saco sucio, sé mi luz”, pero quien responde a esa demanda es el otro: Franz (Kafka), justo cuando “la ciudad se movía en mareas y remolinos”. Las transformaciones contranatura se producen en esta confusión propiciada por la convulsión física. El héroe inicial pasa a ser un ladrón de la verdad (de la luz) a un resignado: la historia trágica de Occidente se sufre en un pueblo del Perú.

Veremos una traslación temporal de esta naturaleza en otro poema menos ambicioso, pero no menos enigmático, “Ukiyo-e”, en el que Álvarez cita cuatro fechas, entre julio y octubre, como si lo hubiera escrito por arranques más o menos azarosos, como si el poema fuese una agenda o un diario de sus impulsos sensitivos: “julio 28 (…) luciérnaga hembra: incendias la / historia de árboles negros, / sin sonido la noche-lluvia se agua sucia / desciende sobre el asfalto. (…) Agosto 14 (…) la ciudad también se cansa / de mis zapatos (…) 13 de setiembre (estación grotesca adherida a mi frente) / (…) Octubre 7y: de la sal a la transparencia (-rama breve, la flor del naranjo te sacude”. Pero aquí, aunque el caos se funda en un desplazamiento, a diferencia del poema K, el final es positivo.

Creo que a partir de esta aproximación, por cierto que muy superficial frente a un libro esquivo, inasible, podemos intentar capturar parte de lo que ha pretendido Álvarez: la puesta en escena de un cuerpo sometido a las pulsiones sociohistóricas, en su contacto con el exterior (político o físico). Esta poética del cuerpo (del bajo cuerpo, de las vilezas del cuerpo, sería mejor decir) no es nueva, pero es moderna, y tiene como referentes claves a Antonin Artaud y a César Vallejo: la reducción del mundo al universo de una personal fisiología que colisiona abiertamente con la estética noble dominante: la que instaura el sentido de la belleza corporal y moral (la inteligencia y el corazón); a su vez es el discurso individual (microdiscurso) que se opone al discurso del poder (el macrodiscurso), en el que la historia no pasa por la memoria individual, sino por la representación histórica de lo colectivo que encarna precisamente el poder: “encontré    que la ulceración luética alienta la / caridad y la náusea en el cáliz ortigoso del poder” (Gagraina).

Cada una de estas evacuaciones corporales debe leerse como una transformación, y en esta condición como una escritura. El moco, por ejemplo, “sube y baja y vuelva a bajar / formando un beso en los labios del infante” (Gagraina); el fuego de los dioses bulle en las erupciones cutáneas del adolescente, en contraste a las “cañerías de la urbe”, por donde “navega un odio salitroso e impenitente”. En este poema también la traslación temporal (desde la niñez a la adultez) es la estructura que sostiene el texto: los amantes son el ideal del pantano, la humedad succionadora, “anfibia emoción / de la lujuria: un nudo en la humedad mag / nética de los genitales”, pero en los testículos no bulle el fuego de los dioses, sino el pus. El mediodía humano es “hediondo / e indigesto, cómplice del apetito inútil”. Al impulso de la violencia todo se ha descontextualizado, el Homero moderno canta “el crimen lírico” que “traiciona el / sosiego del policía infeliz” y el perro de Ulises, Argos, lame “la épica ternura” del dinamitazo apocalíptico. Interesa ese movimiento sin referentes del moco que sube y baja, independientemente del niño que lo expulsa de su cuerpo: ha cobrado vida propia al ser expulsado, se ha gangrenado con el contacto exterior y entonces exige “la amputación del itinerario”, es decir la fracturación de esa temporalidad que recorre el texto del niño al hombre. Esa trayección del fluido envolvente, que al comienzo del poema forma “un beso en los labios del infante”, es al final “la canción rugosa y salobre del amor”.

Mocos, pedos, semen: el yo que se manifiesta a través de una escritura violentada en una ciudad cubierta de estiércol. Y, sin embargo, no hay más poética que la evacuación. El arte de la poesía es el arte de la pudrición. Sin futuro, Noé construye un arca de estera y palos donde conviven perros, ratas, cucarachas y pulgas con coliformes fecales, donde aún la voz (otra evacuación) es un fruto seco y el diluvio los esfínteres descontrolados. El ocho echado del infinito, la aspiración del “todo y la nada”, la voluntad de trascendencia, son hojas sin razón de ser.

Todo el libro de Álvarez está sobrecogido por esta crispación con una atmósfera irrespirable que en ningún momento renuncia a ordenar sus referentes textuales para podernos ubicar. El cuerpo es una “máquina salvaje”, según la definición de Félix Guatari y Gilles Deleuze, que fabrica su hediondez, su estética y su entorno. El poeta fabricante de palabras que son simultáneamente vida y pecado. Ya no hay una palabra redentora, catártica: la que segrega ese cuerpo es “omnívora alimentándose como caníbal”.

Entre el Martín Adán de “poesía se está callada… escuchando su propia voz”, y esta otra, omnivoraz de su propia sustancia, ha ocurrido por el Perú tantas transformaciones que sería interesante analizar con instrumentos sicoanalíticos y sociológicos que ahora no cuento. Hoy me ha tocado solo presentar esta cantar escabroso, en el que “Dispersión de cuervos”, como consta en la contratapa del libro, “tal vez alude a la hora del Perú en que se aparece al cuadro de Van Gogh donde negras parvadas presagiosas revuelan sobre en campo de trigo. “Cuervos, trigales: el escenario ideal de Álvarez que transcribe el espacio rural con sentido renovado”. Estos espacios que hasta los 50 eran todavía símbolos de la apacible vida provinciana se ven empujados a su aspersión/dispersión, a buscar un eje articulador, después del viento furioso de los 80 y la diáspora campo/ciudad desdibujada aún.

No es que Álvarez sea un pesimista, en el último poema incluso arriesga una suerte de manifiesto horazeriano, “los poetas viven más allá de sus pasos”, pero, como creo muchos peruanos de hoy, se muestra incapaz de arriesgar un pronóstico, viviendo como vive una etapa que siente despojadora de su ser, de su intimidad, que le expropia sus signos. A mí me da la impresión que esta constancia de ser un cuerpo casi autista, solo consciente de su fabricación de flujos, con los que construye su significación de mundo, es el punto más crítico en que se encuentra el país, en ese punto 0 en el que todo es posible. Parafraseando a Barthes diríamos que las referencias de esta poética no se hallan al nivel de la historia, sino de una biología que transmite balbuceos, fracturas semánticas, neologismos y fragmentaciones de la unidad como respuesta a una etapa de transición, una edad que el poeta define como “del chaco (la casa de vicuñas) o el holocausto, elige tú”. Por increíble que parezca, en el Perú esta sintomatología poética, para decirlo como una enfermedad, tan cara a Vallejo, desde los años 20, en que escribió Trilce, y más tarde “El pez de oro”, de Churata, hasta hoy, la poesía más intensa se cubren estos coágulos que no se traducen en un discurso sano, equilibrado, solar. Es imposible, por lo demás, pedirle a un poeta un discurso de esta naturaleza. La hibridez es de algún modo la respuesta a esa cultura acumulativa de múltiples procesos de modernidad que parecen apisonarse como capas geológicas, todas actuando aún con alguna dinámica, de allí el latente y cíclico y sísmico conflicto que alcanzo en los 80 niveles de conflagración jamás vividas en casi 200 años de era republicana. Su desajuste expresivo es su incapacidad de mirarse como una continuidad en una trayectoria definida. No hay un atrás hacia adelante ni largo plazo. La historia, de mitos y ritos, pertenece al poder, antes que a una memoria afianzada en la colectividad. En alguno de sus poemas, Álvarez expresa: “alguien / me dijo que el horizonte es una cuerda atada a dos caballos que galopan en sentidos opuestos”, es decir el futuro, “El futuro garabateado y sin eje”, se le antoja como el suplicio de Túpac Amaru, o también como dos cuerpos que no se reconocen en un solo escenario. Su fractura significa entonces una fractura de ese destino bipolar del país que no ha traído más que tragedia y miseria. Es esta edad, en que, como Vallejo, estamos naciendo de nuestro propio cuerpo, un poeta genuino no puede más que responder con las pulsiones de su propio ser. Me parece que Álvarez lo ha logrado transmitiéndonos en “Dispersión de cuervos· uno de los más descarnados ejemplos de la poética horazeriana.

Tulio Mora Gago

* Texto leído por el poeta Tulio Mora al presentar mi libro Dispersión de cuervos, el 26 de mayo de 1999, en el Instituto Raúl Porras Barrenechea.

  


El 26 de mayo de 1999 (Presentación de mi librito Dispersión de cuervos, en el Instituto Raúl Porras Barrenechea)