Ver donde otros no ven, o no quieren ver, no es cosa del otro mundo. Es cuestión de ver únicamente; así de simple. Ah, pero para ello es recomendable emplear la mirada y dejar de lado las anteojeras y también la ojeriza. Apasionarse en la vehemencia, no en el odio ni en el fanatismo. Ser tolerantes, pero no tontos. Ser perspicaces, no adivinos. Ser claros y objetivos. Ser decentes y sinceros. Justos. No esperar el aplauso fácil. Buscar la verdad. Respetar.
miércoles, 30 de enero de 2013
LA REVOCATORIA, FAVRE, LOS DUDOSOS Y DON FERNANDO.
NO INSULTEN AL PUEBLO (A PROPÓSITO DE LA REVOCATORIA)
Yo no me atrevería, no me atrevo en realidad, a decir que las opciones por las que se votará el 17 de marzo son la inteligencia y la estupidez; o que quienes van a votar se dividen entre una mayoría estúpida y una minoría inteligente. Vargas Llosa soltó una infeliz afirmación respecto de la gente de Uchuraccay que participó en el asesinato de ocho periodistas hace treinta años; dijo que eran "salvajes". Todo el mundo, como era lo justo, se soliviantó, se enardeció, por tal calificativo que agraviaba a un pueblo numéricamente pequeño. Ahora -con todo respeto-, en enero del 2013, yo me enardezco al leer que se llama estúpidos a los pobladores de Lima (no decenas, no cientos, no miles, sino millones), solo porque -según se puede adivinar- van a votar por una opción con la que muchos no coinciden. Si votar a favor de la revocación de alguna autoridad municipal es algo estúpido, lo es no porque democráticamente una masa electoral lo decida, sino porque legalmente está admitida tal posibilidad, y, por ello, si de adjudicar algún adjetivo duro se trata, ese adjetivo sería atribuible a quienes propusieron y aprobaron la norma legal correspondiente. No al pueblo.
Al menos, si no lo hacen otros, yo sí rechazo un adjetivo tan duro e insultante.
Nuestro pueblo no es estúpido.
sábado, 12 de enero de 2013
"COMER CON LA MANO". LA DESPENALIZACION DE LAS RELACIONES SEXUALES ENTRE ADOLESCENTES.
Creo, sinceramente, que las críticas del Cardenal no tienen razón de ser.
Es una aberración que debería ya pasar a la papelera de reciclaje y de allí al incinerador aquello de que el sexo es inmoral. Lo que ha hecho el Tribunal Constitucional es lo más acertado que pudo haberse aprobado (despenalizar las relaciones sexuales entre personas de 14 a 18 años). Ya es tiempo de darnos cuenta de que el placer natural, humano, muy humano, no puede ser objeto de prohibición y castigo. No podemos ir, a cada paso, convirtiendo en delito cada acto humano y someter a un temor permanente a las personas y especialmente a los jóvenes porque "si hago esto o lo otro corro el riego de ir a la cárcel". ¿Una espada de Damócles debe pender siempre sobre todos nosotros? Prohíbase, rechácese, castíguese, todo aquello que haga daño. No pongan en la lista de lo indeseable al placer, que el placer no es -ya no debe ser- un pecado y mucho menos un delito. El tema de las violaciones es otra cosa. La madurez de una persona (y un joven es una persona hecha y derecha) no está condicionada por el grado mayor o menor de vergüenza de los mayores, sino por su propio desarrollo psicosomático; desde los trece o catorce años ya todos (con las explicables excepciones, naturalmente) tenemos la capacidad (y disculpen si esto les parece grotesco) de "comer con la mano". Hagan memoria y véanse a esa edad, ¿eran aún niños?
¿Saben por qué hay casos en que tras una relación sexual consentida, alguna adolescente puede sentirse culpable, "dañada", avergonzada? No es porque le falte madurez. Es por culpa nuestra: porque le hemos hecho saber que eso es "sucio", que es malo, que es reprobable. Simplemente por eso.
Apertura, señores, más apertura es lo que necesitamos. Caminemos, avancemos hacia la liberación de la humanidad, no hacia la reducción de sus libertades.
Los mayores no tenemos derecho (porque es injusto) de decidir cuándo deben ser felices nuestros hijos. Ayudémosles sí, naturalmente.
viernes, 11 de enero de 2013
DESIRÉE LIEVEN: MURIÓ HACE QUINCE AÑOS Y YA NADIE HABLA DE ELLA (texto escrito en octubre del 2006)
Fue, como
escribieron en el aviso de su muerte, rusa de nacimiento pero española
de corazón ("russe de naissance, le couer espagnol").
Y, en efecto, su corazón se desbordó inconteniblemente por España y
los españoles y también por muchos latinoamericanos, y un sinnúmero
de peruanos entre ellos. Se sabía que su origen era noble, de aquella nobleza
caucásica que sucumbió por designio del régimen bolchevique que se entronizó en
el Kremlin; pero, salvo algunos traviesos ingresos en su intimidad, nadie se
atrevió (gracias a la delicadeza de la prudencia) a preguntarle cosas al
respecto. Su exilio irreversible la llevó a la Península Ibérica y recaló,
finalmente, en Francia. Los avatares previos no los tengo registrados pero,
indudablemente, debieron parecerse en algo al retorno de Ulises a Itaca. Lo
cierto es que por la particularidad dramática y riesgosa
de su situación tuvo que sepultar su identidad verdadera y recurrir a la protección del seudónimo que, como ocurre casi siempre con los seudónimos que no llegan a uno por determinación ajena sino por propia voluntad, en su caso fue bello (resplandeciente, en verdad, como apuntara Jorge Falcón, su amigo de
muchos años). No obstante provenir de donde provenía (casta o linaje
despreciable a decir de las izquierdas radicales), fue una mujer que
abrazó, perdón, que ejercitó con vigor, rotunda y contundentemente,
las causas antifascistas en la Guerra Civil Española y se involucró en la
resistencia francesa, adoptando en tales circunstancias (décadas del 30 y
40), como nombres de combate, "Delia Toral" y "Lucienne".
El brío de sus convicciones y la vitalidad de sus actitudes
fueron lección para muchos; uno de ellos, Alfonso
Colodrón, reconoció la significativa influencia que en su vida ejerció aquella mujer, de la que dijo era "la más extraordinaria de las nómadas anónimas" que conoció. España la recuerda, mejor dicho: creo que la recuerda; una galería artística tiene,
al menos, el nombre que ella usó hasta el final de sus días. Fue -ya
es hora de decirlo- una mujer realmente excepcional. Murió a los 94
años de edad, prisionera de su nostalgia, pero había vivido en
libertad, y así, libre, amó y libre sirvió a los demás. Las
buenas o malas lenguas (o las "malas voluntades", que a veces sirven
para ponerles sal y pimienta a las relaciones humanas) le inventaron
multiplicidad de amantes y sueños, y allí (que no lo sepa la
"andina y dulce Rita de junco y capulí") hasta
al mismísimo "Korriskosso" de Santiago de Chuco -sí: César
Vallejo- le atribuyeron alguna incursión sin él haberse enterado
(cosas de la libertad, pues, cosas del amor). Quienes sí ingresaron en el
entorno cálido de su bondad, sabiéndolo al revés y al derecho,
fueron muchos artistas e intelectuales peruanos, medio desprotegidos huéspedes
del "Barrio Latino" -años 60- a quienes, con hospitalidad infinita,
juntaba en su pequeño departamento de París (rue de Beaux Arts)
alrededor de una mesa poblada de bondad; ellos, es muy probable, deben haber
presionado la tecla "delete" en su cerebro, eliminándola de su
memoria, porque olvidar es el recurso más fácil y expeditivo para
deshacerse de la carga plúmbea que significa la gratitud. Pero, en fin, por
ahora solo me interesa referirme a aquella mujer, hacendosa, comedida, en la
que -lo digo siguiendo a Falcón- "conjugaron esplendor, bohemia y
heroísmo". Murió hace quince años, el 2 de octubre de 1991, y sus
restos acabaron incinerados en el Columbario de Pere-Lachaise, en
París. Hasta ese día, con dignidad, se llamó, simple y bellamente, así: Desirée
Lieven. Ya nadie habla de ella.
BERNARDO RAFAEL: POESÍA TEREBRANTE / Winston Orrillo
jueves, 10 de enero de 2013
LIBERAL NO, LIBERTARIO.
Hace unos años, en una entrevista dije lo siguiente: "Un poeta convertido en agente vendedor de doctrinas genera en mí sentimientos de conmiseración y lástima". No ha cambiado ese sentimiento y lo que pienso sigue igual. Allá ellos, diría Vallejo, el poeta de veras comprometido con la libertad –eso sí-, aun en medio del fragor de la batalla. Si alguna influencia ejerció en mí la poesía fue fortalecer la actitud -hasta ahora felizmente insobornable- de aprecio y culto por la libertad y de rechazo a todo lo que sea o parezca o quiera ser sometimiento, sojuzgamiento. Las personas pueden ser admirables, ejemplares, grandes (por lo que hacen), pero no dioses; endiosar, mitificar, es -me parece- una aberración indigna e indignante, y que alguien -por su propia voluntad, obviamente afiebrada- quiera endiosarse, convertirse en mito (diva o divo) es ridículo, peligroso y lamentable. Someter es inadmisible, someterse es reprobable. Si, además de "vendedor de doctrinas" un poeta se porta como agente publicitario (propagandista acérrimo de candidatos) o áulico de personajes o de intereses políticos y, además, agita incienso ante el poder, es su derecho hacerlo porque es legítimo, pero yo jamás lo haría; la historia antigua y reciente nos demuestra que muchos lo han hecho y que hacerlo en nada ha influido, ni positiva ni negativamente, en su poesía, porque -felizmente- entre la escritura y los aciertos o errores existenciales solo hay una simple vecindad. Pero, repito, yo no lo haría. La poesía a mí me ha ayudado a fortalecer mi vocación libertaria (a otros, tal vez, a someterse). Quizás desde mi juventud en muchas cosas he cambiado, pero en eso, gracias a Dios, aún no. Libertario y no liberal, porque –aunque el diccionario diga que son lo mismo- la verdad es que liberal es, casi siempre, el que rinde culto -mejor dicho, se somete- a una ideología (porque las ideologías someten, pues), aquella que, como sabemos, es sinónimo de "derecha", en este juego -que parece guerra- de "derechas" e "izquierdas". Y las ideologías, que no son precisa o estrictamente pensamiento filosófico, se comportan siempre como instrumento de dominación y engaño. Por eso prefiero ser libertario, porque serlo me permite ver y mirar sin anteojeras ni ojeriza, con objetividad, y reconocer -donde hay que reconocer- méritos, y señalar -donde los haya- defectos, sin tener que pedirle permiso ni rendirle cuentas a nadie, salvo a mi conciencia. Soy y siempre he sido de izquierda, pero de lo que yo llamo "izquierda libertaria" (que, naturalmente, nada tiene que ver con la "izquierda marxista"; es decir, sin sometimiento a partido, camarilla o líder, ni a dogma, doctrina, directiva o consigna. Izquierda como sinónimo de inconformismo, pero cuando el inconformismo tenga razón de ser y no por quítame estas pajas; no por simples ganas de jorobar, ni menos como una patología. Repito, no tengo que rendirle cuentas (ni pedirle permiso) a nadie, salvo a mi conciencia. Y, así, seguiré en mis trece.
martes, 8 de enero de 2013
Franz: historia de un gusano/ Por: JUAN CARLOS LÁZARO
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Este es el primer poema publicado, hace cuarenta años (enero de 1973), en la Tortuga ecuestre,
la revista que entonces dirigió el inolvidable Isaac Rupay y que luego, hasta ahora, corrió a cargo
del infatigable Gustavo Armijos.
El ROSTRO Y LOS RASTROS DE ELVIA.
Serían -no estoy seguro- los más antiguos poemas escritos por César Calvo o, en todo caso, los más antiguos de él que se han dado a conocer; y Elvia sería, quizás, la primera mujer a la que el poeta de Pedestal para nadie le dedicó sus más tempranos versos. Sea como fuere, lo cierto es que ahí están, expuestos e indudables. Uno de ellos (dos fueron en total, sonetos ambos) dice en su última estrofa: "No sé explicar como tu voz me encanta, / ni sé como temblando tu garganta / puede arrojar espuma, nubes, rosas...". Y es acerca de esto , entre otras cosas, que Elvia habló, el 2004, en su bello y delicado libro cuyo título, que suena a advertencia, es "Hablaré con la pura y neta verdad". Efectivamente, cuando César no pasaba de los diecisiete años de edad y Elvia los veinte, se conocieron en el Callao y fueron, por un corto tiempo, amigos, simplemente amigos. Pero César, entonces ya poeta y enamorador, galantemente le hizo entrega de esos dos bellos presentes, "Tu voz" ("hechizo de murmullos cantarinos/ que salen del estuche de tu boca...") y "Tus manos" ("Tengo miedo pensar que esa mano en la mía / en una tierna tarde de mi melancolía, / sea llave que abra las puertas del ensueño."). El recuerdo, la nostalgia en verdad, de la amistad que la acercó a quien sería después uno de los más importantes y entrañables poetas peruanos, fue el estímulo para que Elvia decidiese contar su historia y sacar a la luz las dos joyas literarias a que he hecho referencia. Pero no se quedó allí. Como suele suceder, el "gusanito" que corroe para bien, mejor dicho, que no deteriora como el insecto lepidóptero que se traga los papeles, en su caso sirvió como acicate para que continuara en el oficio de la escritura, y, bueno pues, apareció otro libro con más nostalgia, pero esta vez de los lugares donde Elvia Vivió y, principalmente, de Pallasca que es la ciudad andina en que pasó sus años de infancia, junto a su madre, mi tía Adelinda (quizás la hermana a la que más quiso mi padre). Como el anterior, este libro ha sido escrito con aquello que tiene un altísimo valor pero que muy pocos ponen en práctica: con sinceridad. Y, así, en palabras sencillas y a través de una redacción -estilo diría yo- que fluye como una conversación de amigos, limpiamente y sin ambiciones "literarias", Elvia nos cuenta, por ejemplo, que a su madre le gustaba (herencia que dejó a su hija, pues) escribir: "Muchas veces la sorprendí escribiendo, corrigiendo muchas hojas de papel y entonces le preguntaba: ¿Que hace, mamá?, ¿qué escribe?, me miraba fijamente y decía: 'Mi libro'...luego en su rostro observaba una tierna sonrisa.". Nos habla también, entre otras cosas, de la Semana Santa Pallasquina: "Ahora les contaré acerca de las comidas de esa semana: pescado (salado y seco) preparado especialmente con ají amarillo, yucas y arroz; la sopa de chochos con "cushuro", el "shámbar" de trigo partido, la "patasca" de (mote) maíz con ají colorado, algo así como una sopa espesa pero muy deliciosa y nutritiva, el cochayuyo (sea weed) con papas"; y agrega que "como bebida no puede faltar la "alhoja" o chicha morada (refresco a base de maíz)", y que también se disfruta del "dulce de higos y buñuelos servidos en miel". Ah, y como no podía ser de otro modo, Elvia resalta una de las más bellas costumbres de Pallasca: la fiesta de mayo, o de las cruces, o de las flores, o del Toro de Trapo, como quiera llamársela, y el peregrinaje a la montaña más alta, el Chonta. Como sabemos, y a todos nos ha pasado en realidad, la infancia nos marca, nos deja huellas y siempre hay algo que, en medio de otras circunstancias, queda como un bello recuerdo; Elvia se encariñó desde que era estudiante "primariosa" de un bello árbol que durante muchos años lucía esplendoroso en el patio de su colegio, un pino. ¿Por qué el afecto especial? Pues porque ella y todas sus compañeritas de entonces contribuyeron con una humilde cuota (cincuenta centavos cada una) a que pudiera ser adquirida la bella planta. Cuando, ya adulta, regresó al pueblo, se dio con la desagradable sorpresa de no encontrar el hermoso árbol, lo que le causó un profundo dolor que solo (ella lo dice) quedó compensado por la memoria que de él guardan quienes lo vieron crecer. En fin, otras cosas también nos cuenta. Y si bien es cierto al leer lo que ella ha escrito nos sentimos estimulados a querer más nuestras raíces, a simpatizar más con nuestros pueblos y a rendirle culto a la gratitud como uno de los más excelsos valores, también es verdad que este libro nos enseña algo más: que la escritura es uno de los ejercicios más nobles que podemos desarrollar las personas, porque contribuye al enriquecimiento espiritual y a que se fortalezcan nuestros sentimientos. Elvia, sin duda, tiene un corazón cuya marca es, diríamos, el sello pallasquino, pero ella no nació en Pallasca sino en Lima (ahora, desde hace más de cuarenta años, vive en Norte América) y por ello es altamente meritorio lo que hace al desbordarse en emociones a partir del imborrable recuerdo de sus años infantiles en aquel pueblo ancashino, que es mi pueblo también. Yo, como su primo, me siento orgulloso y particularmente complacido. El libro (salido hace muy poco de la imprenta), recién voy a decirlo, se llama sencilla y bellamente así: "Rostros y Rastros" (cactus ediciones, Octubre del 2012). Su autora: Elvia Benavente Álvarez. (Un abrazo, Elvia. Yo saludo tu talento que, claro, como ya lo insinué, es una herencia de tu madre y acaso, quién sabe, también un misterioso contagio del poeta al que conociste y comenzaste a admirar cuando estaba por terminar tu adolescencia.)
MARIO SANTIAGO PAPASQUIARO: CARTA A BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ (1974)
Cuatísimo “magister”/ enrojecido gurú, encueradísimo POETA!!!, & chavo, & chavo muy chavo, claro está:
--->Brincando chapoteando haciendo pirámides humanas sobre mares hawaianos y olas altísimas / capaces de despeinarle el copete a la ya faraónica –menopáusica- torre Eiffel –>(“hasta aquí llegó el genio creador del hombre”)/ o al ombligo de un SPUTNIK extraviando órbita…..Envíote como de rayo --------> este bumerang apenas recibida tu aproximada conversación pirromaníaca / -->2 volúmenes aun enyerbados, fresquecitos/ oliendo a MOLOTOV en proceso de encendido/ a coño electropurísimo de chavala que nos hace clang clang/ y ay digo a los pulmones/ nos ataja la respiración/ nos acelera el cha-cha-chá cardíaco/ nos mueve el biciclo a pisotiar las carreteras/ a escalar de rodillas, corazón, cerros desyerbados, rascacielos bamboleándose/ a tirarnos clavados (posición vertical/ narices apretadas) a las profundidades del océano, para el consabido regalito de un poema con tintes de ramo de zargazos…../
--->Uy, uy, uy, POETA/ --> Cotorros efectivos, algunos con voltios, decibeles utilísimos tus minutos violentados tu se ve proceso (encarrilado ya) de convulsión de movimiento trepidatorio > ininterrumpido permanente (para trotskear un rato).
Juan Ramírez Ruiz ya habíanos chismeado algo sobre ti/ ---> siempre alegra derrama la recaudería de ntra. euforia/ el sano funcionamiento de un motor heterodoxo/ el pío-pío desenfadado desde un nuevo cascarón/ (un eslabón más en TIERRAFIRME de ese gancho al hígado colectivo/ que lo tenemos que hacer toda una chuza, una SRA. carambola, todo un gol, toda una conflagración nuclear rompevidrios horadaredes/ Y MÁS/ Y MÁS/ --->toda una expansión de COMBATE al infinito/ la vida en todas sus nitrogliserisimas posibilidades, en todo su sexualísimo esplendor/ brillando voltios & voltios como la estructura plurifocal de uno de los Cantares de Pound) ¿Eh?/ Por ahora -->Tutankamen/ Leonardo/ miguel ángel/ pabloruiz “destructor-constructor de FORMAS /Picasso/ Pablito “celulitis” Neruda (tanto que nos RASPABA, & tantito que lo queríamos), los geniales arquitectos del Partenón (¿para qué intentar ponerlo de pie?) -->ya bien Q.E.P.D # bien R.I.P./ R.I.P./ & nosotros NUESTROS propios Faros de Alejandría/ colosos de Rodas( ntras. veintiúnicas claraboyas, varitas mágicas, llaves DIVIS, DIVIS, jodienda cotidiana……Mira chavo/ cambiando de fachas/ de carácter --> no sé que dirección tengas de mi cueva/ el correo anda algo desquiciado/ vivo en los alrededores de la “GREAT CITY & sus cloacas anexas”/ & la telecomunicación (aún macroondinada, telepática) Es un Relajísimo de poca # aunque AHORA sí espero que los ovnis, los gargajos, las flechas envenenadas con su respectivo sello postal (exígennos los kánones) sean + y cada vez + certeros/……El Maestro joseantonio anda de excursión (a ver qué ONDAS) por Centroamérica / & debe de acuatizar en esta gelatina sin cuajar, en unas cuantas lunas más/
*** " Cretinoamérica” es una Expresión de reconocimiento, de identidad autocrítica/ cínica (quizás) pero neta / al grano / que nos inmiscuye en una u otra forma a todos los nativos de estas agrias licuadoras latinoamericanas #
¡¡¡Uff!!! --> ¿sabes? No recibimos ningún poema adjunto a los cartones impresos/ sin embargo pensamos ya utilizar 2 que 3 gramos de tu polen en siguientes salidas de ZARAZO -- > (próximo número a aparecer (esperamos ya corriendo MAYO/ después de conmocionantes/violentísimas broncas económicas/ ¿Me pregunto CÓMO CARAJOS/ el TIZIANO no trastabilleaba de hambre???) o en ALGO QUE FUNCIONE ELÉCTRICAMENTE por aquí……
>Difundir los Gargajos > lo importante/ difundirlos con todas las fuscas de ntra. ley el orgasmo de la batalla # Saludos a los iracundos, iconoclastas, trepidatoriamente sensuales patas de Hora-zero/ --> & demás chavos capaces de jalar adelanmte las autopistas repletas de gentes & automóviles --> carcachas >desvieladas (¿qué ondas? Con gamarra, JÁUREGUI, durand, rupay, Armijos/ ¿siguen dando guerra “Eros” & “tortuga ecuestre?/ Infórmame de ellos/ & si pueden/ & están interesados ¡Qué formalidad --> madame bobary) que escriban/ Desde aquí nosotros abiertos a facilitarles todo tipo información, MATERIAL (NOSOTROS & de los contadísimos calibres detonantes/ estas chinampas pantanosas) TODO AUXILIO FRATERNAL, et. Etc.
BESITOS A TODAS-TODITITAS-TODANAS las chavalas peruanas --> serranas, costeñas, selváticas/ Qué se yo) Un fuerte abrazo de patas para ti & tu tribu --->
Tu cuate: Mario Santiago
(Capricornio 1953)
& demás copilotos nave ZARAZO/ paseando YA violentamente lúcidos/ (la médula tranquila & a punto del incendio) -->por las prales. avenidas de esta vía láctea bananera
--->MEXICALPAN-DE-LAS-TUNAS/ TRASPATIO-DE-LOS ESTAMOSHUNDIDOS DE AMÉRIKKKA/ 30 de Abril del 74/
(día del niño)
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***para seguirte considerando bicho vivo/ lengua afilada/ manos prestas ( sexo caliente/ inventivo cerebro/ contesta AL TOQUE!!!
contesta AL TOQUE!!!
Se ha tratado, en la medida de lo posible, de transcribir la Carta tal como aparece en el original, incluyendo las caprichosas flechitas que puso su autor; por ejemplo, la flechita dibujada por Mario después de la frase "Envíote como de rayo" es una línea zigzageante que termina en una púa. Se trata de una Carta históricamente valiosa y, claro, también valiosa en el aspecto literario, especialmente por la manera como fue construida. Estamos seguros que contribuirá a reescribir la biografía del Movimiento Hora Zero (el más importante de Latinoamérica) principalmente en cuanto se refiere a su internacionalización y por la influencia que esa internacionalización significó para la aparición del Movimiento Infrarrealista en México (reconocida, por lo demás, por los poetas mexicanos que lo fundaron). La publicamos por primera vez en forma íntegra, como un homenaje a la memoria de nuestro pata Juan Ramírez Ruiz y de aquel cuate, nuestro amigo epistolar, Mario Santiago (José Alfredo Zendejas, según su registro de nacimiento), desaparecidos, el primero hace cuatro años (el 16 de junio del 2007) y el segundo hace trece (el 10 de enero de 1998); ambos en similares condiciones: bajo las llantas de un carro. (Bernardo Rafael Álvarez. Publicado inicialmente en Facebook y luego Hawansuyo, en junio 2011.)
domingo, 6 de enero de 2013
RAÚL PORRAS BARRENECHEA
sábado, 5 de enero de 2013
LA CONSHENSHA, LA CONSHENSHA...
Nunca a nadie se le ocurrió averiguar la razón
del insólito remoquete. Pero estaban seguros que, por donde se le viera a
nuestro personaje, no era posible encontrarle carencias físicas: del meñique al
pulgar, los dedos estaban completos, y las orejas, sin mácula alguna, mostraban
con orgullo sus gruesos pabellones. Por ello (cosas del ingenio
popular), el apelativo, chapa, mote o apodo, que, sabe Dios quién le
puso, resultaba por demás increíble. A manera de broma, sus amigos más cercanos
y, por supuesto, de más confianza, le decían que cuando ocurría un
fallecimiento en el pueblo y el cortejo pasaba frente a su casa él comentaba
-no sabemos si con tono de pena o de sarcástico orgullo-: “A ese muertito lo
curé yo”. Y, créanlo, no se enfadaba, "tenía correa", y
como estaba seguro de que en la chanza no había un ápice de mala fe, lo que
hacía era echarse a reír. No era, como nadie lo es, un dechado de perfección;
era simplemente un ser humano, con debilidades y fortalezas (¡hasta los curas lo
son!). Cuentan que alguna vez, por haberse “enredado” medio clandestinamente
con una señora que vivía sola, el hermano de esta, probablemente
empeñado en tutelar la moral familiar o la reputación del apellido (cosa que,
hay que decirlo, en cuestiones de amor es una inadmisible exquisitez o, mejor
dicho, una reverenda exageración), le propinó una “carajeada” de
padre y señor mío. Nuestro personaje, dicen, simplemente no
respondió y con estoicismo mesiánico, casi acurrucado como una indefensa criatura, tuvo
que soportar sin un gemido la inmisericorde “cuadrada”. Más tarde, cómo no, sus
amigos le increparon por aquella inesperada muestra de debilidad. “¿Por qué te
acobardaste?”, le dijeron. Su explicación, extremadamente lacónica, no podía
estar más ajustada a la realidad ni dejar de ser, a pesar de
todo, hilarante: “La
conshensha, pue, la conshensha...”
(Eso es: no hay justicia más cabal e inapelable que la administrada por la
conciencia). Durante un buen número de años trabajó en Conchucos; era
sanitario, es decir, una suerte de “médico rural” sin diploma universitario: el
que aplica las vacunas y trata la tifoidea, el que receta lavativas
y vinagre “Bullí” y cura de las picaduras de “huaylulo”. Y allí, en
la tierra de don Mesho, se resolvió el enigma. “¿Por qué?”, se atrevió a
preguntarle un inquisitivo conchucano. Lejos de incomodarse (pues, ya lo dije,
tenía correa), se sintió feliz por la curiosidad del “tiralazo”. Es que durante
casi toda su vida esperó esa pregunta; siempre quiso dar a alguien la
respuesta que íntimamente le regocijaba y que pugnaba por salir a la
luz: directa, rotunda y satisfactoria, pero, sobre todo, ingeniosa. Él era así:
agudo y mordaz. Tras ser absuelta la interrogante, el epílogo
–es fácil de adivinar- fue una estentórea carcajada, jadeante, interminable,
como aquellas volcánicas que expulsaba en nuestra tierra don Pancho Nina. “Me
dicen ‘mocho’ –respondió, cachaciento- por una sencilla razón: es que en mi
pueblo yo soy el único varón que no tiene cuernos”.
AQUELLA ROSA ROJA
Mientras
íbamos, mi hermano Jorge y yo, a saludar a nuestra tía Segunda, que vivía en
Miraflores, me acordé de Meshito Cobián. Ese día, después de abrazar a la
Biguita, nuestra adorada madre, salimos de la casa y emprendimos la caminata por la
avenida Arica para llegar al cruce de Paseo Colón y Wilson y tomar allí el
colectivo. Era el día de la madre, el primero que lo pasamos en Lima.
Aunque
probablemente las celebraciones en homenaje a las mujeres que traen niños al
mundo tengan algo de similitud en Lima y Pallasca, creo sin embargo que las
emociones que se experimentan son distintas o, diría mejor, eran distintas.
Para comenzar, en mi tierra no había los regalos como los que puede encontrarse
en Lima y por ello los hijos tan solo regalaban una muy humilde tarjetita
confeccionada en el salón de clase o simplemente daban un abrazo (no era
costumbre dar besos).
Las
actuaciones en los colegios eran muy sencillas, pero lógicamente su significado
era gigante para las señoras. El escuchar los poemas torpemente recitados por
algunos chiquillos las alegraba en demasía. Ah, pero cuando Meshito se
presentaba y leía un discurso alusivo, era otra cosa, y las consecuencias,
previsibles: todas o casi todas las madres lloraban a moco tendido. Recuerdo
que mi padre en casa comentaba con regocijo sin escatimar palabras de elogio
para aquel muchacho culto e inteligente que entonces estudiaba en el colegio
agropecuario; “sigan su ejemplo”, quería decirnos. Eran discursos, leídos con
énfasis y dramatismo, en que hablaba del sacrificio de las madres
incomprendidas y de los hijos infames que retribuían adversamente el amor
recibido. Debo reconocer, sin embargo, que lo más emocionante para mí fue un
poema recitado a medias en una de aquellas actuaciones. Pero lo que causó
gracia a todos, fue una dramatización de aquella conmovedora canción cantada
por Leo Marini, “Corazón de Dios”, en que nuestro inolvidable Valducho,
aparecía representando a una madre que mecía en sus brazos a una criatura. Ah,
creo que me olvidaba del poema aquel. Pues, les cuento, fui yo quien lo recitó
pero, repito, a medias: por tímido o “vergonzoso”, solo pude decir la primera
estrofa ante el “culto público pallasquino”, y enseguida prorrumpí en un
inesperado y estúpido llanto. Como es de suponer, esto no conmovió a nadie más
que a mí; el público solo atinó a sonreír con compasivo disimulo, naturalmente.
Bien, de eso
me acordé también cuando pasaba por la avenida Arica y me acordé además que en
Pallasca todos los niños, el día de la madre, portábamos prendida en el lado
izquierdo del pecho, una rosa roja que significaba que la madre
estaba aún viva, y aquellos que la habían perdido llevaban una flor blanca.
Jorge y yo, ese día -pasando por la avenida Arica- llevábamos orgullosos, como
en nuestra tierra, la flor escarlata en nuestros pechos y nos sentíamos
regocijados y felices porque Abigail, nuestra madre, estaba aún con nosotros
dándonos cariño y alumbrándonos como un lamparín, es decir, cálidamente: luz y
abrigo. (Cuatro años después, un cáncer maldito nos la arrebató,
inmisericorde). El color rojo de aquella flor hecha a mano significaba, pues,
vida y felicidad. Pero, lástima, a pesar de ese orgullo, tuvimos que hacer algo
por lo que hoy –tantos años después- me arrepiento. Al ver que nadie,
absolutamente nadie en Lima llevaba una flor en el pecho, medio avergonzados,
tuvimos –sin ser vistos, felizmente- que sacar nuestras diminutas flores de
satén y guardarlas en el bolsillo.
No recuerdo qué es lo que pasó, pero la verdad es que no llegamos al cruce de Wilson con Paseo Colón y, claro, finalmente tampoco llegamos a saludar a la querida tía Segunda: probablemente habíamos preferido (¡muchachos de miércoles!) entretenernos caminando por esta Lima, para conocerla mejor; pero hoy, tantos años después, me doy cuenta de que cada vez la conozco menos y que esconder, digamos que cobardemente, aquellas simbólicas flores hechizas no fue más que un acto innecesario, ridículo e imperdonable.
“…YA ME QUEDO SIN TI…” *
Fue en mayo de 1981, en el billar de don Beto
(mi tío Humberto, quiero decir), cuando volví a Pallasca por segunda vez, que
supe cómo se llamaba aquella canción. Me acordaba, hasta entonces, de su
melodía y solía repetirla tarareándola. Solo su melodía; la letra se había
extraviado en el laberinto de la memoria y el título simplemente nunca lo
conocí. Pero era bella, pues. Es bella. Allí, en el billar, envueltos por una
noche fría que la atenuábamos con unos sorbos de grog, estuvimos un
grupo de muchachos, unos jugando y otros conversando y riendo. No
estoy seguro o, mejor dicho, no recuerdo si ya había una bombilla eléctrica
iluminando el ambiente o si continuaba –como un homenaje a la nostalgia- la
cálida y sonora luz de aquella lámpara Petromax que año tras
año había acompañado a nuestros mayores en sus noches de tertulia y
juego. De lo que sí estoy seguro es de que un poquito de melancolía nos
había invadido discretamente y, por ello, la conversación nuestra se convirtió
en un rosario de almibaradas reminiscencias. ¿A quién no le gusta hablar de
canciones? Pues a mí me gustaba y sigue gustándome. “Flor sin retoño”, de Pedro
Infante: la escuchaba, cuando niño (¡ah, el inolvidable Club Los
Inseparables!), en el tocadiscos de doña Yolita, la madre de Lucho Aparicio;
también “Nathalie”, aquella bella canción que me hacía soñar, en las voces de
los Arriagada (“tenía un bello nombre mi guía…”); los boleros de Los Panchos;
“Estelita” de Leo Dan. Estos otros temas: “Tronco Seco” en la voz irrepetible
de Rómulo Varillas, La Pacharaca” de Fresia Saavedra (“a trabajar, a
trabajar, a trabajar…”) y, cómo no, “La Pollera colorada”, sonaban en otras
casas. Pero aquella noche, en el billar de don Beto, la evocación de todas
estas canciones y otras irrumpió como una noble insolencia en nuestros
corazones. Alabábamos sus pegajosas melodías y echábamos flores sobre sus
letras –tiernas o despiadadas, qué importaba-. Una de ellas nos conmovió de un
modo particular, pero aunque tintineaba insistentemente en “la punta de la lengua”, no
se atrevía a mostrarse completa porque, en realidad, a pesar de los esfuerzos
que desplegábamos no nos era posible recordar su título. Estaba, sin embargo,
adherida como las figuritas de un álbum en el cuadernillo de nuestras
preferencias musicales. Creo que pasó cerca de hora y media, hasta que mi
primo, el “gringo Nan", como un émulo de Rodrigo de Triana, casi grita
“¡Tierra!”. Había dado en el clavo: lo que nuestra bendita memoria se
empeñaba en esconder era el nombre que los libros de zoología registran como el
asignado a un ave zancuda “de gran tamaño, de las regiones cálidas de Asia
y África, que tiene en las alas unas plumas blancas muy estimadas”. Y ¿cómo
diablos iban a acordarse de eso?, me dirá alguno. Cierto, cómo. Pues
nosotros también nos hicimos una pregunta -distinta, claro está- tras el
develamiento esperado: ¿Y por qué miércoles a los autores de esta canción
se les ocurrió ponerle semejante título? La respuesta fue simple: “Tuvieron que
haber existido tres razones pero, naturalmente, no como los "motivos del
oidor", sino como estos: Porque es un título bonito, porque es un título
pegajoso y porque a los autores se les dio la reverenda gana, pues. Nada
más. Ahora (tantos años después de aquella noche de billar, grog y
nostalgia), a pocas semanas de haber fallecido su entrañable intérprete, debo
decir que, aunque creo que su letra es terriblemente desesperanzadora y
empujaría a cualquiera al despeñadero de los sentimientos; su melodía, en
cambio, es bella y -lo confieso- sigue gustándome a rabiar y, cada vez que
me acuerdo, la tarareo y parecerá absurdo pero me sirve como una suerte de
catarsis y a veces como terapia emocional. Sí, pues, ya lo adivinaron,
¿verdad?: estoy hablando de Marabú, el más conocido bolero
que cantaba el gran Lucho Barrios. ¡Un abrazo, amigos!
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28 de mayo del 2010
*Publicado inicialmente en «Anecdócrónicas pallasquinas», en 2010.
viernes, 4 de enero de 2013
MASHA
jueves, 3 de enero de 2013
ESTE CHIMBOTANO DE MUERTE ANODINA Y RESURRECCIÓN LUMINOSA (SOLO UNAS POBRES PALABRAS COMO HOMENAJE)
Era un hombre que gustaba frecuentar lugares y
personas marginales como él, pero que, a diferencia de él, llevaban un cruel
estigma: eran maldecidos: Tacora, La Huerta Perdida, los cementerios, los
ladrones y también las prostitutas, a las que por virtud de su alucinante
percepción veía como vírgenes, así como en los avisos luminosos de neón de La
Colmena (lo recuerdo muy bien, en una caminata con Juan Ramírez Ruiz por el
centro de Lima) encontraba, inesperada, insólitamente, los ideogramas chinos
que Ezra Pound insertó en los Cantos.
El hombre del que
hablo sentía una casi irrefrenable atracción por lo necrológico y diría que por
todo lo que se emparentara con el deterioro espiritual o moral de la
existencia, del mundo. Este hombre era un poeta. “Mi poesía –escribió en alguna
oportunidad- es un informe sobre la desintegración demencial que es la
historia”.
Sabía, y al menos
así lo demostró a través de sus textos, que la poesía no es solo o precisamente
para complacer emocionalmente al lector; por ello, la lírica propiamente dicha
no estuvo entre sus prioridades. Su poesía se inclinó más bien a la reflexión
-que en muchos sentidos es o parece hermética- sobre el ser y el hacer, sobre el
vivir y el dejar de vivir. “Para el que ha contemplado la duración/ lo real
es horrenda fábula”, anotó en “Soliloquio”, poema casi
desfalleciente que concluye con esta terrible frase: “Así / he considerado
con indiferencia mi vida, / y ya debemos marcharnos”.
Más que la lírica
o mejor dicho en lugar de ella, prefirió, pues, la verdad como una certera
pedrada en el ojo, en la conciencia. Y, en algún modo, más que estimular “en
el ánimo un sentimiento intenso o sutil” que es lo que busca precisamente la
musicalidad lírica, prefirió generar a veces la estupefacción y casi siempre la
certeza. Esto, lo que fue dicho en el poema “Swedemborg”, es
realmente incontestable, terriblemente irrefutable: “Nada poseemos fuera de
lo erróneo”. La poesía suya no significó o significa únicamente –pero
sin duda lo es- un “descenso a los abismos interiores y travesía hacia el
misterioso Sentido del cosmos”, como afirma González Vigil. Fue también algo
así como la ceremonia del desnudamiento humano sin escrúpulos; en “Crónica
de Boecio” escribió: “El dolo preside en el consejo de los hombres y
sólo la futilidad”. Es que, más que búsqueda, creo que fue y es afirmación.
Pero, es cierto,
optó por la inmersión en las profundidades desgarradas y desgarradoras de la
realidad (fue –repito a Hildebrando Pérez- “uno de los testimonios más lúcidos
y conmovedores de la vida humana”), pero no exactamente para describirlas,
sino para que a partir de ello pudiese su poesía comportarse al mismo tiempo
como una negación de la infamia y una afirmación de la esperanza. Habló mucho
de la muerte, mas no como un alegato a favor de ella, no como una apología de
la destrucción, sino como un punto de partida para construir, porque, como
sabemos, la poesía es, al final de las cuentas, eso: construcción, hechura, y,
aunque pudiera comportarse como un espejo (que lo es: cruel a veces,
complaciente casi siempre), es también, y sobre todo, una realidad en sí misma,
y más que pretender denunciar o desfacer entuertos, o alabar
aciertos, su rol está en la celebración de su propia existencia, de sus
inalienables circunstancias.
Fue un poeta
marginal. Efectivamente. Lo fue por voluntad propia, pero también por perverso
designio de los demás, sobre todo de aquellos que suelen asumirse como
pontífices, como dueños o administradores del canon literario.[1]
Pero el tiempo, gracias a Dios, hizo que eso que pudiéramos llamar su
“desintegración”, se convirtiese finalmente en cohesión espiritual, en
permanencia vital.
Antes fue
ninguneado o soslayado. Hoy, en virtud del ojo zahorí de los nuevos aedas y
estudiosos -es decir, de la inteligencia- que se enriquecen leyéndolo, es
considerado, junto a Javier Heraud y Luis Hernández, uno de los más importantes
poetas de la llamada generación del 60. Y su poesía es estudiada con interés y
fruición, y, a pesar de su voluntad medio sombría, es seguida como una luz.
Rafael Dávila
Franco sustentó, hace unos años en San Marcos, una excelente tesis de
graduación referida al poeta cuya precoz inquietud social, cuando aún era
alumno del San Pedro de Chimbote, motivara el allanamiento de su colegio por
parte de la policía que trataba de capturarlo (según contó alguna vez
Hildebrando Pérez: “…siendo alumno del 5º de Secundaria tuvo que escapar de la
represión policial que, en su búsqueda incesante, allanó el Colegio, su casa y
la de sus vecinos”[2].
Carezco de información acerca de otras posibles traducciones de su poesía, pero
he llegado a leer una en idioma portugués. Por otra parte, y probablemente con
una alta dosis de audacia y naturalmente con un amplio margen de error, me
atrevería a afirmar que en “Portrait of a blind poet” (“Donde patio
sonoro –mediodía negro-ofende el júbilo,/ Tras fronda de neblí. Ojos de oro de
un pliego azul:/ Sacra ceniza, árido en ebrio abismo, el mago pútrido.”),
en “Homagge al desterrado” (“Da tremar de pasos en el diente o más
bien nos emociona/ Con sus tintes sin sombra, abierto el fuego sincerísimo.”),
poema dedicado a Chacho Martínez y que según advirtió su autor en una nota
entre paréntesis, fue escrito como una imitación de César Vallejo”, y también
en “Antífona para John Cage” (“El que oprime el tiempo –ebrias ruinas
blancas-/ Lustra fronda de ojos que yacen yermos,/ Y a cúspide horada el pavor
que lo consagra.”), ya se insinúa, en el aspecto formal, –medio
borroso, acaso como atisbo o simple aproximación, no plenamente-- lo que sería
después la importante (y aportante) poética de Róger Santiváñez.[3] Hay
otros que también sin imitarlo me parece que son, a su manera, la continuación
expresiva del autor de Eleusis; Willy Gómez Migliaro en algunos de
sus poemas, por ejemplo.[4]
Nuestro poeta vive, pues. Su nombre: Juan Ruperto Ojeda Ojeda. Vive, porque quien vive en poesía, aun muriendo no muere. Sin embargo –les cuento- yo asistí a su funeral, y de ello han transcurrido treinta y ocho años. Coincidió –vaya ironía- con la fecha de mi cumpleaños. Aquel día, libre de trabajo, fui a visitar a mi amigo Juan Ramírez Ruiz, fundador de Hora Zero (muchos años después también muerto, como su tocayo, bajo las llantas de un carro), que vivía en ese inolvidable 444 del jirón Ancash, en Lima. Pegada a la luna del portón había una notita: “Ha muerto Ojeda, hoy es el sepelio”. El aviso fue dejado, creo, por Jorge Pimentel. Unos minutos después llegó el poeta de “Un par de vueltas por la realidad”. Más tarde, en el cementerio El Ángel: familiares, algunos amigos y un cura. Jorge nos miró a Juan y a mí: “¿Qué concepción tendrá este religioso acerca de la muerte de un poeta?”, preguntó en voz baja, reflexivo. No supimos responder, pero sabíamos –y eso era lo que nos importaba- que en esos jardines, ineluctablemente, brotaba una sombra ardiente y esplendorosa.[5]
Ojeda, autor de
“Elogio de navegantes”, escribió en uno de sus bellos poemas: “Pero tú yaces
oculto y simulas alejarte”. Si eso que dijo lo dijo refiriéndose a él
mismo, creo que ya es tiempo de responderle enfáticamente que tal cosa no es
verdad. Ni se aleja ni está oculto. Lo que hace es navegar contra la corriente,
hacia nosotros, este chimbotano de muerte anodina y luminosa resurrección.
Repito: Juan Ojeda
vive. Y yo, feliz, lo celebro.
©
Bernardo Rafael Álvarez
Lima, 07 de diciembre, 2012
[1]
Jesús Cabel fue, creo, el primero
en rendirle un homenaje, publicando -con el apoyo editorial de Juan mejía Baca-
los iniciales acercamientos biográficos y de abordaje crítico a Juan Ojeda.
[2] Ojeda: ardiente sombra. En: Juan Ojeda, el signo y las palabras. Selección y notas: Jesús Cabel. Librería Editorial Juan Mejía Baca. Lima, 1978.
[3] Esto, por lo demás, no hace más que revelar que, en verdad, nada nuevo hay bajo el sol y, por otra parte, que, –como es reconocido por muchos- prácticamente todo lo que hagamos o queramos hacer en poesía, mucho antes ya había sido hecho o perfilado por el poeta de Trilce.
[4] Lo dicho –lo de la probable influencia de Ojeda en los poetas jóvenes-, claro está, creo que debería ser motivo de un mayor y más cuidadoso análisis y estudio. Solo he dado un primer paso. Discutible, tal vez, no lo sé.