martes, 27 de agosto de 2019

“LA DIVINA HOGUERA”, DE BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ / Por: Juan Carlos Lázaro



Bernardo Rafael Álvarez publicó su primer libro apenas cumplidos los veinte años, cuando salía de la adolescencia e ingresaba a su primera juventud. Esto aconteció en 1974 y el libro se tituló Aproximaciones & conversaciones, el cual es -por su retórica, estilo y temas- una nítida muestra de la poética juvenil peruana de esa época. Estoy hablando, pues, de los años setenta, los años de la revolución velasquista, del ascenso tras bastidores de una izquierda no alineada con el comunismo soviético y del influjo anarquista de la revuelta estudiantil francesa de mayo de 1968. Con este trasfondo nacional e internacional de una época que postulaba cambios y reformas radicales en todos los órdenes de la vida, surgía en el Perú una nueva generación poética, iconoclasta hasta la médula, desafecta al legado de sus antecesores y cargada con la iracundia del que está contra todo.

En esta época y dentro de esta atmósfera social y cultural conocí a Bernardo. Desde el primer momento de nuestra amistad se entabló entre nosotros una gran empatía que alguna vez nos llevó a intentar algunas empresas del más desaforado radicalismo poético que felizmente no prosperaron. También nos dimos a la tarea de cultivar las malas maneras, a la vez que nos empeñábamos en inventar una escritura hecha a golpe de extraños símbolos tipográficos. Pero la gran piedra filosofal de estos juegos y experimentalismos fue el conocimiento de la técnica del coloquialismo eliotiano que, asimilada a nuestra lengua, tradición y cultura, y sobre todo a nuestro tiempo, nos permitía poetizar sobre las ruinas, la pobreza y la mugre de un país persistente en el fracaso que no conseguía hallar la ruta de su destino.

Tras esta intensa experiencia vital y poética, Bernardo calló. Sólo 25 años después entregó Dispersión de cuervos, fechado en 1999, al final del siglo XX, en el cual las malas maneras de aquella lejana juventud se habían transformado en lenguaje poético de intensa emoción lírica. La maduración del poeta era notable y el propósito de sus experimentos también. Aquí aparece Kafka, recurrente interlocutor o transfiguración del poeta, a quien interpela para lanzar su insolente desafío: “¿Quién se atreve a amar la carroña que nos envuelve?”, o para revelarnos los claroscuros de una “ciudad cubierta de estiércol”. En adelante, la poesía de Bernardo se desplegará como un circuito expresionista con el fin de introducirnos en los reinos del delirio y del hedor, metáforas de un mundo que sucumbe entre la mentira y la corrupción.

Toro de trapo y algunas otras deudas, del 2003, y Los bajos fondos del cielo, del 2007, son dos nuevas colecciones de poemas que siguen la senda ya trazada, pero donde también se deja escuchar cierto eco de la voz espectral de Vallejo imprecando contra la arbitrariedad y los abusos sociales. Entonces dirá: “Dígame señor alcalde quién / recicla imprudentemente / sus sueños / en la berma central del itinerario // Yo también soy un reciclado / prosaico / coloquial / culterano / barroco / y todo lo contrario”. A estas alturas de su itinerario ya se puede constatar que Bernardo, como ningún otro autor en la tradición poética peruana, ha conseguido hacer del hedor, la mugre, los deshechos y las vísceras temas de altas formas líricas: “Nos comeremos las uñas / Con la ansiedad corrosiva del orín: / La esperanza que no se dobla / Y una letrina que no sabe de indulgencias ni / Ordenanzas municipales”. Y es que a decir de este aeda, “en los ojos y en las tripas descansa el poema”.

La divina hoguera es su poemario más reciente, no está fechado, y aparece en esta selección como una de las secciones más breves pero no menos sorprendente. De los seis poemas que presenta cabe destacar el titulado “Cielo raso”, de corte confesional, que no es sino la autobiografía interior del autor. Acerca del motivo más importante de su vida, dice:

Pero mi obsesión eres tú
Poesía desnuda poesía calata
Mentira desgarrada y culposa
Hecha de esquina y algodón
Estar en algo
¿En algas?
(Un poema no se come pero calma la sed)

Tal es, en breves y rápidas pinceladas, la poesía que recoge este hermoso e importante libro editado por el Fondo Editorial Cultura Peruana. En estos poemas intensos y desgarrados, autor y lectores practicaremos el necesario exorcismo contra la mentira y la corrupción que corroen nuestra época a través de las metáforas de lo sucio, lo pútrido y lo hediondo construidas con maestría por Bernardo Rafael Álvarez.
Miraflores, 23 de agosto del 2019

martes, 20 de agosto de 2019

EL CRIMEN LÍRICO DE BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ


Por: Tulio Mora



Miembro del Movimiento Hora Zero, Bernardo Álvarez publicó hace 25 años, "Aproximaciones & conversaciones", dominado aún por el discurso urbano con una prédica ideológica ahora extraviada. Con "Dispersión de cuervos", su segundo libro, alude, desde el cuadro de Van Gogh donde negras parvadas presagiosas revuelan en un campo de trigo, a una época en que la violencia externa se traduce en una escritura del cuerpo. Cuervos, trigales: el escenario rural en el que Álvarez transcribe con un gran sentido renovado.



El el primer poema del impresionante libro de Bernardo Rafael Álvarez, "Dispersión de cuervos" (Hipocampo Editores, 60pp, con ilustraciones de Carlos Ostolaza), K (Kafka), nos encontramos con Prometeo picoteado por un buitre, no en el hígado sino en los pies. El robador de la luz divina es al mismo tiempo el dios egipcio de la sombra, Jus, o tal vez, Juan Hus, y Kafka en el tránsito de convertir a Gregorio Samsa en escarabajo. En el escenario urbano, del que brotan "apio y aceite", Prometeo descubre que "el viento no se apiadará de mí: caparazón, insecto gigante".  



El mundo se ha convertido en excremento que rueda a voluntad del escarabajo kafkiano, donde "nada acontece". Prometeo, luego Jus, luego escarabajo, luego pirámide, luego Gregorio Samsa, se transforma en Hamlet en su célebre franz: "corpses are set to banquet": "los cadáveres se preparan para el banquete"". La ciudad tiene "un cielo de hojalata", es un "espejo turbio" en el que resuenan el viento y las ranas "y el agua se entrevera en las totoras". Allí resuena también Raymond Roussell: "Yo escucho los llamados de un mundo que se niega". "¿Quién se atreve a amar la carroña que nos envuelve?", se pregunta Hamlet, pero quien responde al final del poema es Prometeo: "¡Franz, Franz, no hace falta: el buitre/ se ha suicidado en mi garganta!".



Desde el primer poema Álvarez nos instala pues en un mundo deconstruido, múltiple, omnivoraz. Su constante referencia al exterior nos hace suponer que el sufridor de los rigores históricos tiene una relación implícita con ella, pero el mundo no se ha invertido simétricamente, como en el Pachakuti andino, sino que se ha promiscuido, es una evacuación (un excremento) de representaciones del mismo nivel; seres humanos, insectos, escenarios se han convertido en uno solo mostrando en esa unidad los fragmentos espantosos de su origen inicial. La historia trágica de Occidente -desde Prometeo a Kafka- se sufre en un pueblo del Perú.



A partir de esta aproximación a un libro esquivo, inasible, podemos intentar capturar parte de lo que ha pretendido Álvarez: la puesta en escena de un cuerpo sometido a las pulsiones sociohistóricas. Esta poética del cuerpo (del bajo cuerpo, de sus "vilezas") tiene como referentes claves a Antonin Artaud y a César Vallejo: la reducción  del mundo al universo de una personal fisiología que colisiona abiertamente con la estética noble dominante: la que instaura el sentido de la belleza corporal y moral (la inteligencia y el corazón); a su vez es el discurso individual (microdiscurso) que se opone al discurso del poder (el macrodiscurso), en el que la historia no pasa  por la memoria individual, sino por la representación histórica de lo colectivo que encarna precisamente el poder: "encontré que la ulceración luética alienta la/ caridad y la náusea en el cáliz ortigoso del poder" (Gaggraina).



Mocos, escupitajos, semen: el yo que se manifiesta a través de una escritura violentada. No hay más poética que la evacuación porque, como la ciudad, la pudrición es todo el arte que podemos expresar. Con un futuro "garabateado y sin eje" ("Desayuno en el parque"), Noé construye un arca de estera y palos en un pueblo joven, donde conviven perros, ratas, cucarachas y pulgas con coliformes fecales. El ocho echado del infinito, nuestra voluntad de trascendencia, son hojas sin razón de ser.



Esta crispación y humor macabro de Álvarez -en ningún momento renuncia a ordenar sus referentes textuales- es una "máquina salvaje", según la definición de Félix Guattari y Gilles Deleuze, que  funda su estética en la hediondez. El poeta: segregador de una palabra (que es simultáneamente vida y pecado) "omnívora alimentándose como caníbal".



Parafraseando a Barthes agregaremos que las referencias de esta poética se hallan al nivel de una biología que sólo puede transmitir balbuceos, fracturas semánticas, neologismos y fragmentaciones de la unidad como respuesta a su entorno. Álvarez lo ha logrado plenamente en "Dispersión de cuervos", dejándonos un descarnado ejemplo de la poética horazeriana y uno de los mejores libros de este año.  


(Diario CAMBIO, Lima 30 de Mayo de 1999)