miércoles, 27 de diciembre de 2017

INDULTOS (en Chile y en Perú)



A propósito de la alusión a Condorito ("Condorito es chileno, es chileno, es chileno"), veamos -brevemente- cómo es el asunto del indulto en nuestro país y en Chile:

En Chile es diferente a lo que ocurre en el Perú.

Aquí, la Constitución (artículo 118, inciso 21) simplemente le otorga al Presidente de la República la facultad (obviamente discrecional, pues no hay nada que diga lo contrario) de conceder indultos, así, sin aderezos, agregados, requiebres, ni nada. No dice cosas como esta, por ejemplo: que deben darse "de acuerdo a ley". Nada. Sin embargo, como lo dije en un artículo publicado hace medio año, "debido a que el nuestro no es un Estado autárquico, esa y prácticamente todas las prerrogativas presidenciales se concretan cumpliendo previamente determinadas formalidades o procedimientos para evitar metidas de pata que pueden ser graves e irremediables y, obvio, para que no se den visos de dictadura". Es decir, digamos, por un elemental respeto al Estado de derecho, pero -repito- no porque textualmente la Constitución lo exija. (En ese sentido, aquí contamos con un Reglamento, que -como todos saben- no fue aprobado por ley ni por decreto supremo, sino por una resolución ministerial).

Ah, un agregado: Es a partir de la Constitución de 1979 que la atribución de conceder indultos recae en el Presidente de la República (artículo 211, Inciso 23: "...salvo los casos prohibidos por ley"). Antes, correspondía al Congreso; la Constitución de 1933 lo decía en su artículo 123, inciso 22 ("Ejercer el derecho de gracia"), y el Poder Ejecutivo solo podía hacerlo, pero para condenados por delitos político-sociales, durante el receso del Congreso.

En Chile, repito, la cosa es diferente. La facultad o atribución de otorgar indultos, concedida al Presidente de la República, debe ejercerse "en los casos y formas que determine la ley" (Constitución, artículo 32, inciso 14); esta facultad es respecto de los "indultos particulares", es decir los que se otorgan en casos individualizados; pero también existen los llamados "indultos generales", que se dan mediante ley aprobada por diputados y senadores (con quorum calificado). El indulto particular está prohibido para condenados por terrorismo; y también, entre otros, cuando se trate de delincuentes habituales, o si han sido condenados "por delitos que merezcan pena aflictiva, tráfico de estupefacientes, parricidio y robo con homicidio" (Ley N° 20.588).

O sea, ¿manyas?

martes, 5 de diciembre de 2017

¿HAY DEMOCRACIA EN EL CASTELLANO? (Un diálogo a partir de unas frases de don Ricardo Palma)

Puse en mi "muro" del Facebook esto:

Qué extraordinario don Ricardo Palma: "Las lenguas son eminentemente democráticas, y hay que acatar las imposiciones de la mayoría habladora". "El idioma no es para los menos, sino para los más. Para mí las imposiciones de la mayoría, en materia de lenguaje, merecen acatamiento".

Y se generó la siguiente conversación:


CHARO ARROYO: Eso funciona, a pesar de las -a veces- imposiciones de la Academia. Amo a Ricardo Palma.

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: De las imposiciones que algunos académicos quisieran que se ejerzan. La Academia, como corporación propiamente dicha, hace tiempo que ha comprendido que no puede imponer, y por eso en el preámbulo del Diccionario cita a Horacio: "el uso manda".

JULIA DEL PRADO: El español es un idioma rico. Va creciendo, va tomando nuevos giros y debido a nosotros, los latinoamericanos. Ricardo Palma, si

ROSSINA CAMPODONICO: Fue, es y será.

JAMES QUIROZ: Estoy a favor de la democratización de la palabra y el uso de nuevas palabras, pero también del buen uso de las palabras clásicas, así como de la aplicación de la sintaxis. Debe fomentarse ese equilibrio.

GROVER GONZÁLEZ GALLARDO: No comparto tal opinión. Los errores de la mayoría no debieran ser adoptados como la norma lingüística. Mucho cuidado con esta clase de permisividad porque la lengua anglosajona podría en un futuro no tan distante acabar con la lengua española. Es muestra responsabilidad el velar por la integridad de nuestra lengua.

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: ¿Permisividad? ¿Hay algún guardián del idioma? Un idioma, una lengua, no es pertenencia privada de alguna institución; ni ha sido inventada por algún genio académico o algo así cuya patente le pertenezca y que le autorice a impartir prohibiciones.

GROVER GONZÁLEZ GALLARDO: Sí hay guardianes de la lengua: los usuarios educados y responsables. La permisividad podría significar la intrusión no sólo de toda clase de errores y aberraciones sino también de palabras foráneas que incluso podrían generar la desaparición de la lengua española.

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: No, hermano. Prácticamente todas las lenguas se han enriquecido no solo con palabras foráneas, sino con groserías del lumpen y... con errores.

GROVER GONZÁLEZ GALLARDO: No concuerdo, Ber, pero, desde luego, comprendo y respeto tu opinión.

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: No es opinión.

GROVER GONZÁLEZ GALLARDO: ¡En fin! 😊😊😊

CHARO ARROYO: Grover, admiro tu preocupación, pero no hay peligro de desaparición de la lengua española. Para la Academia hay dos tipos de tratamiento para los extranjerismos: los adaptados y los no adaptados; los primeros ya se españolizaron y se escriben en letra redonda; los segundos, los crudos, se escriben en cursiva, y se usan igualmente. Es decir, el español se sigue enriqueciendo. Además del aporte de los regionalismos que es inmenso. Guardianes de la lengua somos todos los que respetamos la ortografía, la sintaxis, Pero no se puede impedir que nuevas palabras se incorporen cuando son usadas por la mayoría. Ejemplos, carnet (francés) carné (español) y así muchas más.

GROVER GONZÁLEZ GALLARDO: Debe haber equilibrio y prudencia; las lenguas desaparecen, son absorbidas por las dominantes. Ciertas lenguas, por ejm. no permiten el uso de palabras foráneas. Sin embargo, hay que alcanzar un equilibrio que, des mi perspectiva personal implica no aceptar las aberraciones de la mayoría y ejercer un control razonable sobre las palabras extranjeras.

RICARDO KAJATT SUMAR: Muy buen pensamiento, pero no se trata de una trinchera donde se acomode cualquier error, no es que uno habla o escribe como quiere (no me refiero a cuestiones de estilo), sino que los pueblos le dan sentido y vitalidad a las palabras y al lenguaje.

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: Eso, "los pueblos le dan sentido y vitalidad". No la Academia.

RICARDO KAJATT SUMAR: Exactamente, los académicos deben estar conectados con el pueblo. Opino modestamente que mejor es tener academias que no tener nada.

CHARO ARROYO: Es cierto, Ricardo, la Academia es necesaria para ordenar el lenguaje y entendernos entre todos los hispanoparlantes, pero es bueno entender que la Academia no crea palabras, recoge el habla viva de los pueblos y la incorpora.

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: Exactamente, Charo.

ALBERTO VALDIVIA BASELLI: Realmente, como diría José de Valle, "la Academia hace un trabajo estupendo para hacer pasar su trabajo ideológico como neutral". Y tanto él como yo somos filólogos, por si acaso...

ALBERTO VALDIVIA BASELLI: "With more than 400 million speakers spread over every continent, the Spanish language represents a powerful social and political force in the modern world. A political history of Spanish traces the development of Spanish from a rustic regional vernacular to a multi-center world powerhouse, including the rise of Castilian as the variety of choice and the institutional control of the Royal Academy." (Traducción: " con más de 400 millones de hablantes en todos los continentes, el idioma español representa una poderosa fuerza social y política en el mundo moderno. Una historia política del español traza el desarrollo del español desde una vernácula regional rústica a una potencia mundial multi-Centro, incluyendo el ascenso del castellano como la variedad de opciones y el control institucional de la real academia.")

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: Neutral o no neutral, eso nada (salvo quizás en los académicos) tiene que hacer con la lengua real, la que hablamos todos. Sea la Academia complaciente u hostil con nuestra manera de hablar en nada influye. Repito -creo que por enésima vez-, la lengua, que es un organismo vivo, seguirá con sus propios menesteres; así como los pájaros no alterarán su vida por "influencia" de los ornitólogos. 😊

ALBERTO VALDIVIA BASELLI: Neutral la actitud de la RAE frente a la lengua, eso es lo que no existe... Una postura ideológica de la "autoridad" de la lengua modifica lo real. Para usar tus alegorías: si el Ministerio de Salud te propone que no comas cebiche, pues no vas a comer cebiche. Si la "máxima autoridad del español" te dice que no son preferibles tales palabras de tu vocabulario propio, pues vas a evitarlas (sobre todo, si te dicen que no encontrarás trabajo hablando así). Ojo que con poder (amenazando con desafiliarse de la RAE) los argentinos lograron lo que no habían logrado en siglos: que las formas verbales del voseo sean incluidas en las conjugaciones del DRAE. Durante más de 200 años los argentinos rioplatenses sintieron que "hablaban mal" al decir "vos decís". Ahora la RAE lo reconoce como válido, pero solo ahí, es decir, que el resto del español no se "contamine" con el voseo (pese a que es muy común en zonas andinas, Centroamérica continental, Paraguay, etc.)...

VÍCTOR CORAL CORDERO: Si bien Foucault recalca la importancia de las instituciones sobre el comportamiento de los individuos y está en lo cierto, en el caso de la RAE su influencia, me parece, alcanza a ciudadanos muy empapados con el buen uso del lenguaje (¿existe?), además de intelectuales, profesionales de ciertas áreas y pare de contar. La gran parte de la gente no se entera de las imposiciones cuasifascistas de la RAE. Habla como quiere y lo hace creativamente, desenfadadamente, libertinamente, acaso. El ministerio puede prohibir lo que quiera, pero si no hay control sobre la voluntad soberana del individuo común, no afecta gran cosa.

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: Dices, Alberto: "los argentinos lograron lo que no habían logrado en siglos: que las formas verbales del voseo sean incluidas en las conjugaciones del DRAE". ¿Viste? Eso es democracia: "de abajo hacia arriba". Los argentinos y su uso se impusieron. El "reconocimiento" como válido o lo que sea, es un asunto ajeno a la lengua propiamente dicha: es una "apreciación", nada más. Con o sin esa calificación, el voseo se mantenía. Lo de los consejos o recomendaciones es otra cosa: pueden o no ser aceptados y no pasa nada: la RAE no va a imponer castigos. Lo de la "propuesta de no comer cebiche" es una alegoría desconectada del tema; por razones de salud puede aconsejarse ese tipo de cosas (si determinado alimento posee agentes patógenos que pueden hacer daño), y hasta pueden ser sacados del mercado ciertos productos, por dañinos para la salud. Pero en cuestiones de lengua no pasa eso. ¿Puede la Academia prohibir el uso de tal o cual palabra por dañina, tal vez por inmoral? No.

ARMANDO VARGAS ALCALDE: ¿A dónde nos llevarán? ¿A un país de bocas sucias? Partiendo que somos últimos en educación, terminaremos guiados hacía caminos poco higiénicos...

CHARO ARROYO: Armando Vargas Alcalde, el lenguaje que hablamos no es siempre el mismo: uno es el académico, cada disciplina tiene su jerga; otro el laboral y administrativo; otro será coloquial, tenemos peruanismos, replana, jerga, lisuras, etc., etc. Y cada uno se usa en el momento oportuno, eso es lo sabio. En una entrevista de trabajo usaremos uno, en una reunión festejando el triunfo de Alianza Lima, se hablará otro.

RICARDO KAJATT SUMAR: Armando, "guiados hacia caminos poco higiénicos" ¡Maestro! Felicitaciones por esa refinada expresión para irse a... al lugar que ya sabemos. Me sigo riendo.

RICARDO KAJATT SUMAR: Como siempre, Charito tan precisa en sus observaciones, algo tan elemental que a veces olvidamos, cada cosa en su lugar, lo mismo pasa con el lenguaje; no es lo mismo el estadio que la cátedra. Saludos, Charo.

VÍCTOR CORAL CORDERO: qué feo es el idioma de Palma, con palabras enormes y espíritu conservador y totalitario.

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: ¡Jajajajajá!

CHARO ARROYO: Cómo va a ser feo, en él se encuentran dichos y los giros idiomáticos que los peruanos hasta hoy usamos: "el que no tiene de inga tiene de mandinga" y muchos más. Y palabras que sin usarse actualmente, las hemos escuchado a las abuelas, como en mi caso.

VÍCTOR CORAL CORDERO: En castellano, la poesía te exige palabras breves, bonitas, sonoras.

ALBERTO VALDIVIA BASELLI: Desafortunadamente, la lengua es dirigida desde las instituciones de prestigio (RAE, APL, escuela, universidad, periódicos diccionarios, etc.) para mantener una norma de prestigio. La democracia lingüística se producirá realmente cuando se reforme la agenda de esas instituciones de control.

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: ¿Dirigida? No. La democracia existe en cuestiones de la lengua; es en lo que existe realmente y no hace falta ni reestructurar ni eliminar instituciones académicas. La Academia no "administra", no prohíbe ni autoriza. La Academia está digamos sometida a la voluntad de los usuarios de la lengua. La Academia sabe que es así y, siguiendo aquello que Horacio reconoció en su Carta a los pisones, admite que las palabras aparecen y desaparecen como las hojas de los árboles. Los pueblos no tienen que pedirle autorización a la Academia, por ejemplo, para inventar el verbo "sencillar" de los cobradores de combi, ni para darle un nuevo significado al sustantivo "batería" nacido desde los grupos delincuenciales.

ALBERTO VALDIVIA BASELLI: Ha calado hondo el discurso de la RAE en ti, querido Bernardo, y ese es el modo de su sistema de control (Foucault y Bourdieu hacen falta leer a gritos acá). El simple hecho de que las instituciones de poder construyan una norma culta y jerarquicen los vocablos en "vulgarismos", "preferibles", "estándar", "replana", etc., es un claro ejercicio de control. ¿O crees que solo se administra al pueblo con censuras o prohibiciones?

CHARO ARROYO: No es la academia quien ha dividido en "replana", etc., son los usuarios y los escritores sobre el tema quienes han hecho esas distinciones. Tenemos que tener una base para escribir, si no cada uno lo haría como quiere y no nos entenderíamos entre los hispanohablantes. Ya tenemos bastante con los localismos.

ALBERTO VALDIVIA BASELLI: Ese es el discurso de la Academia. Ni el inglés ni el italiano tienen academias que controlen la lengua, por ejemplo. ¿No se entienden? ¿Replana no es una propuesta filológica académica? A leer los Diccionarios de autoridades desde el XVIII... Si el interés de cualquiera que escribe es de ser entendido por los otros, ¿realmente se escribiría como "se quiere" sin control de poder. Es muy cuestionable, ¿no? El mundo anglosajón, el chino, enormes, son ejemplos preclaros...

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: No, Alberto. Lo que hace la Academia (voy a hacer una medio grotesca analogía, tal vez) al jerarquizar los vocablos o darle categoría (o, mejor dicho, darles el nombre) de legua "culta" a las palabras que no son jerga o replana, no está ejerciendo control de la lengua, sino un control digamos documental o, en otras palabras, de la información que obtiene. Es como (aquí la grotesca analogía) lo que hace el INEI con los censos: controla la información obtenida (cuántos varones, cuántas mujeres, cuántos niños, etc.), ordenándola por categorías o determinados aspectos o variables, etc.; pero no maneja ("controla") el crecimiento poblacional, por ejemplo: los nacimientos continuarán dándose sin autorización de ese organismo público. Igual pasa con la RAE: maneja datos, no maneja la lengua: esta la manejamos los usuarios, haciendo que nazcan nuevos vocablos o dejando, por el desuso, que desaparezcan otros.

ALBERTO VALDIVIA BASELLI: Es muy interesante que hayas usado el verbo "controlar" para el INEI en tu analogía de la RAE. Siempre que se "cataloga" se ejerce control simbólico, se le atribuye un valor por encima de otros. La RAE no controla "los nacimientos" de las palabras, pero sí su cualidad de válidas o no (como el INEI atribuye el valor simbólico de mayoría ética o minoría religiosa a cualquier población catalogada/controlada). No confundas el ser (la palabra) con el valor (prestigio). Es muy fácil de ver: ¿Cuántos peruanismos están registrados en los lexicones de J. de Arona, Ricardo Palma y Martha Hildebrandt (que, encima, es secretaria permanente de la APL) y cuándo de esos peruanismos están en el DRAE? Poco más de un tercio. ¿No es ejercer un control de la lengua culta cuando los españolismos están todos en el DRAE y los latinoamericanismos no llegan ni al 45%? ¿Hay o no sistemas de poder y control tras esto? No estoy diciendo nada nuevo, Bernardo Rafael Álvarez, la glotopolítica (cruce entre poder y lengua) es un campo que existe hace 25 años...

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: Definitivamente, creo que va a ser (supongo que absolutamente) imposible ponernos de acuerdo. Control de datos lingüísticos no es lo mismo que control de la lengua. Lo del "prestigio" es un asunto digamos subjetivo, una "apreciación" o -usando tus palabras- un "control simbólico". Nada más. Cuando catalogas los libros de tu biblioteca, los ordenas por orden alfabético por títulos o autores, o por materias, etc. lo que haces, en buena cuenta, es "controlarte" a ti mismo, quiero decir: tener los elementos convenientes para -por ejemplo- saber ubicar o encontrar con facilidad los libros que quisieras y no perder tiempo buscándolos y buscándolos (o, si se quiere -como decía Borges-: "ejercer de un modo silencioso el arte de la crítica"); pero ese "control" no incide, alterándolo, en el prestigio -llamémoslo real- o la calidad de las obras que conservas o, diciéndolo con más simplicidad: no porque colocas "Cien años de soledad" junto a "Salsa en muere" de José Benavides, esta novela se convierte en tan bella y prestigiosa como la del Nobel colombiano. El sistema de poder real de la RAE existe, pero solo en el manejo académico o de catalogación de informaciones lingűísticas, no en la lengua misma; no envía agentes encubiertos a los barrios a ejercer un "reglaje" sobre los usuarios para ver si están usando bien o no la lengua. Repito: los cobradores de combis y los delincuentes seguirán inventando nuevas palabras o nuevos significados sin preocuparse en los "escrúpulos" de la "docta corporación matritense"; y el que las nuevas palabras sean o no incluidas en el DRAE, sean o no llamadas cultas, en nada cambia la realidad. Bueno, finalmente debo decir una cosa: ha sido bacanazo (o lindazo, que es el adjetivo que suelo usar 😊) conversar por este medio contigo, querido Alberto; como siempre con respeto y decencia. ¡Un abrazo, hermano!

ALBERTO VALDIVIA BASELLI: Sí, Bernardo, no nos pondremos de acuerdo. Te imaginas que lo simbólico no tiene trascendencia en "el mundo real" cuando lo simbólico es lo real. Por ello es considerado "ignorante" quien usa vocablos entendidos como replana, por eso no se le permite el acceso a privilegios de clase a quien "habla mal" como dice Charo o cualquier profesor peruano que se haya formado fuera de los debates internacionales sobre la lengua. Nada es inocente; todo construye jerarquías de valor. Siguiendo a Borges, él decía que le daban pena los libros que clasificaba con las letras del medio del alfabeto, porque nadie acude a ellas, porque están en la posición trillada del centro, de la mediocridad… ¡Un abrazo, Bernardo!

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: ¡Un abrazo, Alberto! Repito; ha sido bacán este encuentro "virtual".

CHARO ARROYO: Alberto Valdivia, ¿qué significa para ti democracia lingüística?

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: Democracia lingüística: ¿Dirigida? No. La democracia existe en cuestiones de la lengua; es en lo que existe realmente y no hace falta ni reestructurar ni eliminar instituciones académicas. La Academia no "administra", no prohíbe ni autoriza. La Academia está digamos sometida a la voluntad de los usuarios de la lengua. La Academia sabe que es así y, siguiendo aquello que Horacio reconoció en su Carta a los pisones, admite que las palabras aparecen y desaparecen como las hojas de los árboles. Los pueblos no tienen que pedirle autorización a la Academia, por ejemplo, para inventar el verbo "sencillar" de los cobradores de combi, ni para darle un nuevo significado al sustantivo "batería" nacido desde los grupos delincuenciales.

ALBERTO VALDIVIA BASELLI: El momento en que tengamos una hegemónica heteroglosia, pues la democracia lingüística será posible. Cuando no haya mecanismos de control institucional de la lengua, nos acercaremos. Desafortunadamente, la democracia absoluta es un imposible, porque los controles simbólicos desde el dispositivo "distinción" existirán mientras haya clases de poder...

CHARO ARROYO: No hay control institucional, lo que hay es una recopilación de palabras y reglas para escribirlas que vienen desde 1492 con la primera "Gramática de la lengua castellana" de Nebrija. Reglas siempre han existido.

ALONSO RABI: El hablante es un sujeto soberano.

ALBERTO VALDIVIA BASELLI: Sí, mis estimados, y el hábitus no existe.

ALBERTO VALDIVIA BASELLI: Sí, claro, 1492 es equivalente a "siempre". ¿Y el español de XIII, del XII, el del IX, y seguimos, que M. Pidal decía que castellano desde el VIII...

ALONSO RABI: Hoy 2017 enseño en mi curso de lengua II que toda variedad lingüística es legítima y que ningún rasgo es superior a otro. Corregir es muchas veces una discriminación disfrazada. El hablante es dueño de su habla.

VÍCTOR CORAL CORDERO: No hay espacio más hiperdemocrático, por no decir anarco, que el de las variedades lingüísticas.

CHARO ARROYO: Si una persona se presenta a una entrevista de trabajo, y como es dueña de su habla, le dice al gerente que lo entrevista: "Sorry, causa, me vacilaría esta chamba siempre que no me atarantes con que haz esto o lo otro. ¿Manyas?”. ¿Crees que le darían el trabajo? Aunque sea profesional según sus papeles y tenga una maestría, se pensaría que es impresentable como imagen de la empresa. No considero, como docente, que corregir una vulgaridad o dar ejemplo de corrección al hablar sea discriminación. Discriminación sería burlarse y hacer sentir mal a la persona, Pero enseñar a hablar bien a una persona para que pueda competir en el mundo del trabajo...

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: Claro, pero eso es, como dice Alonso, discriminación. Si porque habla de ese modo grotesco le niegan la posibilidad de trabajar, ¿qué es lo que se está haciendo?, discriminando, pues. Si se niega la oportunidad a alguien por ser afrodescendiente, es discriminación racial, y si se hace lo mismo con quien habla de modo diferente es, simple y llanamente, discriminación por razones, digamos, lingüísticas (porque el empresario "culto" o, en fin, el sistema, siente "asco" por la replana)…

ALONSO RABI: Charo, no confundamos las cosas. Existen contextos de uso. En el caso de una entrevista laboral, se supone que se apela a un registro un poco más formal. Lo mismo en la universidad, en una exposición, por ejemplo. Yo les pido a los alumnos que expongan usando el registro formal, luego en sus casas o en sus ratos libres pueden usar jerga o lo que les parezca. Lo que yo no puedo hacer, para aclarar más esta situación, es corregir a un estudiante que usa la forma "haiga" en vez de "haya", porque eso es un rasgo fonético que delata la influencia de otra lengua. Si yo corrijo eso, estoy violentando una forma de hablar que es plena y legítima.

ALONSO RABI: Mejor enterarse antes de caer en el prejuicio colonial. No hay manera correcta manera de hablar ni nada que se le parezca. LO que hay es la capacidad de manejar varios registros de una misma lengua, de acuerdo a los contextos.

ALONSO RABI: Lo demás es conservadurismo puro.

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: Alonso dice, en otras palabras, lo mismo que yo: la lengua fluye sin importarle lo que piense o disponga la Academia.

ALBERTO VALDIVIA BASELLI: No, Bernardo. Fíjate en el video que postea. Propone que todas las variedades son válidas, actitud que no recoge la RAE.

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: Alberto, ¿yo he dicho lo contrario? La lengua la manejan (o controlan) los mismos usuarios, no la Real Academia. ¿O es que a la "docta corporación matritense" se le ha ocurrido alguna vez decirle a los peruanos de las distintas regiones, "oye, no hables así"? Lo que se dice en el video, entre otras cosas, es esto: "las variedades del castellano también se diferencian por su gramática, es decir, cómo LOS HABLANTES combinan las palabras o por la forma particular de algunos elementos gramaticales". ¿Eso lo maneja la Academia (neutral o no neutral)? No. Eso lo manejan LOS HABLANTES. ¿Viste? Es lo mismo que digo, "redigo" y sigo diciendo. 😊

BETSY RECAVARREN: ¡Qué lindo debate! Alonso Rabí, deberías invitarlos a tu programa de Libros en Canal 7.

sábado, 2 de diciembre de 2017

LA PAISANA JACINTA, PELÍCULA, LIBERTAD, INDIGNACIÓN.


Leí que el Viceministro de Cultura dijo esto: La Paisana Jacinta retrata a 'una de esas mujeres andinas después de haber emigrado a Lima', donde su pobre español, su falta de educación y sus maneras de ser una callejera son el blanco continuo de ese humor obsceno.

Mi comentario en Facebook: No retrata a nadie, señor. La paisana Jacinta es solo un personaje de ficción, una ocurrencia cómica; grotesca, eso sí, pero nada más. Y no ofende a nadie. ¿A quién ofendió Franz Kafka con aquel personaje también grotesco de "La metamorfosis", ah? Qué falta de autoestima, caracho. En todo caso, pregunto,¿cuál es aquella mujer andina a la que usted se refiere? (Usted ha dicho, textualmente, que la película representa "a una de  esas mujeres andinas").  

Un amigo, en desacuerdo con lo que dije, hizo referencia a la lliclla -“aditamento prehispánico, profundamente ligado a la identidad de los pueblos andinos”- que estaría siendo usado impropiamente por el personaje cómico. Esta fue mi respuesta:

Bueno, respecto de la lliclla y, en general, la textilería andina, creo que hay que recordar una cosa: La Ley 28296 (del patrimonio cultural) habla concretamente de bienes materiales (muebles e inmuebles) e inmateriales, en los que se consideran los "saberes ancestrales". No conozco todas las resoluciones que se hayan emitido declarando como patrimonio cultural tal o cual manifestación artística, pero sé de algunos casos referidos a los "saberes textiles" (de Taquile, por ejemplo) que obviamente son objeto de protección. Repito: los "saberes", y no tal o cual tejido físico en particular; lo cual significa que si yo adquiero, en compra, algún tejido taquile, y me convierto obviamente en su propietario, puedo usarlo sin restricción y si se me ocurriese, por ejemplo, recortarlo para usar los fragmentos como adorno, no habría nada que me prohíba. Por lo demás, en toda feria artesanal, en las tiendas de artesanía del centro de Lima, en Gamarra, etc., se venden los mantos multicolores, ¿por qué?, pues porque son -simple y llanamente- productos comerciales y no bienes culturales protegidos. Los bienes textiles protegidos por ley serían, más bien, los encontrados en los yacimientos arqueológico: los mantos paracas, por ejemplo. No es eso lo que usa el cómico Benavides en su por muchos cuestionado personaje de grotesca (por lo fea, no por otra cosa) ficción. (Salvo mejor parecer, por supuesto.😊

Otro amigo, se ocupó del asunto referido a la apariencia personal del personaje (disculpen el pleonasmo) y dijo quelas mujeres del ande son hermosas, luchadoras, chambas hasta más no poder, honestas”. Mi respuesta: 

Lo que significa que este personaje cómico no representa a esas mujeres. Como decía el gordo Pepe Vásquez (iba a decir “el negro”, pero me contuve por tenemos a que me digan “racista”😊: “está claríiito”. Es un personaje ficticio, pues, inventado. ¿Puede prohibírsele que se vista como lo hace? ¿Quién tiene legitimidad o autoridad para hacerlo? Nadie. Así de simple. ¿Un gobierno o algún otro poder debe “direccionar” la creatividad de los cómicos? Si fuera así, eso tendría que ocurrir también respecto de poetas, novelistas, pintores y demás.”

El mismo amigo que se refirió a la lliclla, volvió a la carga –pero, a diferencia de la anterior, esta vez con cierta dosis de fastidio- y habló del “impacto de menoscabar el uso de una prenda ancestral”. Mi respuesta:

No hay menoscabo de nada. ¿Las películas consideradas "blasfemas" por algunos líderes de la Iglesia Católica, menoscaba (Menoscabar: "Disminuir algo, quitándole una parte, acortarlo, reducirlo." -DRAE) a dicha Iglesia? No. ¿Qué le quita "La paisana Jacinta" a la cultura andina? Nada. Lo único que hace es causar un rato de entretenimiento a muchos y generar rabia en otros (creo que los menos). ¿Cómo es visto este personaje de ficción desde el Perú andino? Todos (excepto algunos ilustrados) se matan de la risa. ¿Me equivoco? Si alguien cree que estoy equivocado, o está en desacuerdo conmigo, le pido que -si lo desea- lo diga, pero que, por favor, no me deslegitime ni traslade sus discrepancias hacia la calificación personal, quiero decir, el "argumento ad-hominem". Gracias.

Otro amigo transcribió un artículo con el que el periodista Marco Sifuentes ensaya una respuesta a Renato Cisneros, respecto de “La paisana Jacinta”. Mi comentario:

¿Sabrá Marco Sifuentes lo que realmente es racismo? Claro que lo sabe, pero... Este artículo es, sin duda, bien intencionado: quiere darle lecciones a Renato Cisneros acerca de cómo son las cosas en Norteamérica, pero nada o casi nada tiene que ver con el tema de "La paisana Jacinta". Aunque haya quienes digan, vuelvan a decir y sigan diciendo lo contrario, la verdad es que en este personaje y su grotesca comicidad no hay nada de racismo. Es decir, Marco ha hecho algo así como quien en un artículo o ensayo quiere ocuparse del cebiche peruano y lo que hace realmente es contarnos cómo se prepara el pescado en Europa. 

En otro momento, me referí al “record de taquilla, con la película de "La paisana Jacinta". Y desarrollé el siguiente comentario:

Si la gente va a verla es porque quiere divertirse, reírse. Tienen derecho. ¿Hay alguna autoridad con facultad de prohibir o "direccionar" el entretenimiento? ¿Estamos en una época como aquella cuando un grupo de sospechosos "dueños de la verdad y la moral" emitían un inapelable dictamen ("esta pasa, aquella no") con la que daban visa a unas películas y censuraban otras? ¿Hay quienes quieren que la gente se ría solo con humor "intelectual" o cosa parecida y no con comicidad ligera? Hay libertad, señores. Si a usted le asquea cierto tipo de películas, pues no las vea y punto. ¿Hace daño "La paisana Jacinta"? ¿Por qué? ¿Porque usa vestimenta "andina"? ¿Porque usa trenzas? ¿Porque se hace llamar "paisana"? ¿Porque dice que es de "Conchamarca"? ¿Porque a cada rato grita "¡ñañañañañá!"? Si alguien demuestra que esa vestimenta es de su propiedad, pues que la reclame o prohíba su uso. Si algún peinador ha patentado las trenzas, que la demande. Si queda probado que alguien tiene los derechos de autor de la palabra "paisana", que recurra a INDECOPI. Si alguien ubica en el mapa el pueblo de "Conchamarca", que promueva una marcha de sus pobladores. Si el "¡ñañañañañá!" ha sido declarado patrimonio inmaterial de la nación, pues que salte el "MINCUL" y aplique la ley de "protección".😊

Un amigo intervino y dijo puntualmente lo siguiente: Si alguien se llama Guasaberto, que reclame por el homónimo. Los "intelectuales" últimamente andan muy sensibles buscando "5 pies al gato". Soy serrano y no me siento ofendido por esa representación, y mi abuela tampoco se siente menospreciada por eso.

Otro nos trajo a la memoria al cómico Tulio Loza, quetambién hizo una película de un provinciano que llega a la capitalrespecto del cualno decían nada (…) y por qué ahora hacen todo este show”. Fue ocasión para decirle esto: 

En México hay un personaje cómico llamado "La Chupitos", una mujer desgreñada, sucia y desmuelada. ¿Agrede moralmente a alguien? A nadie. Solo genera carcajadas.

Finalmente apareció un comentario, según el cual había quienes –presuntamente usando como argumento “la taquilla”- pretendían “acallar la legítima protesta de quienes creemos que en nuestro país debe prevalecer el respeto mutuo entre sus gentes”. Lo que dije:

¿Alguien pretende acallar la legítima protesta? Si se trata de acallar, quienes quieren ejercer eso son los que se oponen a la película. Los demás solo expresamos una opinión distinta a las posiciones "estalinistas" que quisieran que hasta la comicidad estuviese sometida a una suerte de "SINACOSO" (creo que así se llamó ese ente dedicado a administrar la "libertad de expresión").

Con lo que apareció en otro muro se redondeó la cosa. Allí leí un comentario –en respuesta a uno mío- según el cual, Charlot (de Charles Chaplin) y el Chavo del Ocho son personajes loables porque el primero es expresión de ternura y el segundo, de ingenuidad y, por tanto,existe una gran diferencia con un personaje que muestra a las mujeres andinas como pendejas”. Respondí con esto:  


¿Es que la comicidad "tolerable" debe ser aquella cuyos personajes sean idiotones o sean tiernos, porque si son "pendejos" se convierten en inadmisibles? O sea, si "La paisana Jacinta" fuera una mujer sumisa, medio imbécil, sí sería aplaudida por nuestra intelectualidad. Me doy.😊

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CODA:

Un amigo, respecto de un diálogo hilarante que transcribí en mi muro de Facebok, extraído de la película, me dijo que allí no había humor, que erade una vulgaridad extrema”, y me recomendó leer un texto escrito por Carlo M. Cipolla. Mi respuesta:

Es humor. No es una reflexión filosófica. No es una fórmula química. No es una explicación estadística. No es una oración religiosa. El hecho de que a alguien no le guste algo no hace que ese algo deje de set lo que es.

¿La vulgaridad colisiona con el humor, con la comicidad? ¿Debo entender, tal vez, que solamente en la nobleza de los cultos es posible la comicidad? Bueno, aunque alguien me diga que sí yo no voy a aceptarlo. Hay comicidad o humor en Groucho Marx, en Charles Chaplin, pero también en Cachay y en los cómicos ambulantes de la alameda Chabuca Granda (con toda la sarta de groserías, incluso). El humor o la comicidad es lo que genera sonrisas, risas o carcajadas, haya o no motivos -en los chistes- para reflexionar "intelectualmente", o moralejas para enderezar conductas. Y, bueno, si algo -además de diversión en el público que asiste a las salas de cine- ha causado Benavides y su película y su personaje, es que ha puesto en alboroto el hígado y las neuronas de nuestra casta ilustrada, y la ha "descuadrado" sacándola de quicio. Y eso no sé si sea vulgar pero -a pesar y con el pesar de Cipolla- a mí me parece bacanazo y me hace reír de oreja a oreja. ¡Un abrazo!

miércoles, 1 de noviembre de 2017

DE PALLASCA: MANUEL TORRES PEREDA, NOVELISTA*

Les cuento, cuando don Manuel Torres me pidió –en diciembre del 2006- que hiciese la presentación, en el Club Áncash, Lima, de su novela, acepté de inmediato. Claro, no sabía en lo que me metía. Que me sentí honrado con el pedido, les confieso, así fue: me sentí sumamente honrado. Participar como una suerte de sacerdote (por cierto, sin sotana ni estola) en una ceremonia –acto cultural le dicen- que es casi como un bautizo es algo que me abruma pero al mismo tiempo me regocija. Entiendo que un bautizo tiene mucho de buen augurio: es dar fe y testimonio de la presencia de un nuevo ser (en este caso un libro) y consagrarlo anticipando, con nobles deseos, la bondad de su futuro. Sí, pues, un sacramento.

Dije que no sabía en lo que metía. Es la verdad. Les sigo contando. Lo que vino después de la conversación, vía telefónica, con don Manuel, fue la pregunta, íntima, que me pareció definitivamente impostergable: ¿Qué debo hacer: ser complaciente, ser crítico o ser indiferente? ¡Uf! Dura tarea encontrar la respuesta acertada y conveniente. Tener que hablar en público acerca del libro primigenio de un amigo que es, además, pariente y paisano, es sentirse obligado a elegir lo primero: alabarlo. Porque ser indulgente es el mejor recurso para mantener –bajo el manto infame de la hipocresía- las buenas relaciones, en una palabra: para quedar bien. Evitamos, así, que se lastime la sensibilidad del amigo y pariente, y todo queda en paz. Es lo único que se gana. Ser crítico (quiero decir, desempeñar el papel de censor), supone poner atención a las calidades de la obra, pero con ojo avizor y zahorí, lo que generalmente significa convertir a la mirada en una guadaña. Es otra cosa, sin duda. Podría –si el autor de la obra colocada sobre el tapete tiene suficiente entereza y seguridad en sí mismo- ayudarlo a corregir desaciertos que son explicables al principio o a refinar los logros felices de su trabajo: pero –he aquí el riesgo- también podría ocurrir el colapso de una vocación y la frustración de un talento y de una esperanza. Esto suele ser lamentable. Pero lo que –bajo todo punto de vista- sí tiene connotaciones de perversidad, es adoptar la postura del indiferente, no ser chicha ni limonada. Con esto nadie gana, en absoluto: dejar hacer, dejar pasar...

Bien, frente a estas dudas “que tormentosas crecen” (como en el vals), compulsándolas con calma y serenidad decidí por lo que me pareció y me parece lo correcto: echar mano a una cuarta opción: no ser, por separado, ni complaciente, ni crítico, ni indiferente. Ser justo. Y fue así -pidiendo las disculpas por las limitaciones de mi capacidad para estas tareas- como abordé el tema tan difícil que se me había asignado.

Pallasca y don Manuel
Bien. Entrando en tema, les diré que don Manuel Torres, que a partir del libro que en enero del 2007 se presentaba en público, ya forma parte de ese mundo medio sin forma de los escritores (el mundo de la literatura) nació en Pallasca, que es, como escribí en otra parte, “un pueblito de la sierra ancashina, bello, saludable y acogedor, por sus paisajes infinitos, por su clima y por el calor imantado de su gente, que es capaz de atraer al más distante de los humanos, convirtiéndolo en huésped perpetuo de su corazón.” Pallasca, no obstante sus ostensibles bondades, sufre la relativa escasez del líquido elemento. Por ello es que, desde muchos años atrás, socarronamente se les asignó a sus pobladores el mote de “chupabarros” que más que una ironía agraviante ha sido asimilada, con espíritu alegre, como un estímulo y acicate para procurar la satisfacción de las necesidades y mirar hacia adelante con optimismo y dignidad. Si algo debemos resaltar en el espíritu de los pallasquinos es eso: la dignidad. Pretendieron, cuando la guerra del Pacífico, atarantarlos, pero la respuesta que encontraron los invasores fue heroica e insospechada. Buscaron trastornar su integridad moral, cuando se produjo una demencial incursión terrorista, pero su valor se impuso. Es que Pallasca podrá adolecer de algunas carencias materiales, pero es rico en vigor, buena voluntad y esperanza...y algo más: alegría, que lo convierten en un pueblo bello y sanamente opulento en el plano espiritual.

Por eso, Pallasca no podrá, probablemente, ofrecer de modo desmesurado bienes materiales pero sí está dispuesto a la oblación de hombres y mujeres de bien y los benignos frutos de su espíritu. Ahora estamos frente a una muestra de ello. Frente a la entrega de una novela. Una novela –vaya, qué circunstancias- escrita no por un joven (quiero decir un joven cronológicamente hablando) sino por un hombre que apenas unos días después de publicado el libro cumplió ochenta y cinco años de edad. Como muy bien puso el Dr. Félix Álvarez Brun en la nota de saludo y presentación, a esa edad “muchos escritores ya han dejado de escribir y, sin embargo, él (don Manuel Torres) recién empieza a regalarnos el bello y vigoroso producto de su talento creativo.” Esto es excepcional, gratamente excepcional y meritorio. Por ello, yo lo celebré y lo celebro sin reservas.

Don Manuel Torres pertenece a una valiosa generación de Pallasquinos, que aportó buena voluntad, entusiasmo, imaginación, cariño y enseñanza, con todo lo cual contribuyó a que nuestro pueblo pudiese mostrar, con orgullo y como sello característico, una luminosa prestancia. Un grupo del cual formó parte él y que, según recordaba en una bella misiva (que remitió a un pallasquino de corazón, que nació en Santiago de Chico: don Demóstenes Gavidia), fue calificado por las buenas lenguas como “los notables”, estuvo constituido por quienes voy a nombrar tal como amigablemente se les conocía: don Shanti Zanelli, el “Cashpo” Villa, el “Negro” Rafa, el Maestro Reina y el Sordo Gavidia. Ellos, que formaban un círculo compacto porque solían estar cerca en reuniones sociales y de otra índole, representaron con otros pallasquinos de la misma hornada más o menos (voy a mencionar solo a algunos: Mario Vidal, Angel Acorda, Alfredo Machado...) la mejor expresión de lo que se dio en llamar los “togados” que, en el caso particular de ellos, nunca fue sinónimo de poder económico, caciquismo o, peor aún, de desprecio por los demás sino, simple y llanamente, de decencia y docencia.

Conmovedor hubiera sido, un privilegio hubiera sido, si esos queridísimos paisanos nuestros que, lamentablemente, hace mucho tiempo nos dejaron, estuvieran acompañándonos aún. Gracias a Dios, los pallasquinos, además de poseer buena memoria somos dueños insobornables de ese a veces esquivo sentimiento que dignifica y que se llama gratitud. Y siempre viviremos agradecidos por lo que significaron nuestros mayores. Y los llevaremos, siempre, en el corazón.

Y en el corazón –como no, pues- llevamos, también, prendido como si fuera una medalla de San Juan Bautista, el cúmulo de añoranzas de nuestra amada tierra, la tierra de don Manuelito Alvarado y de don Lorenzo Paredes: su gente, sus paisajes, sus costumbres, su clima, sus palabras. Y pareciera que para ayudarnos en la recuperación de algunos elementos que, a pesar de la buena voluntad y la salud de nuestra nostalgia, parecieran extraviarse en nuestro registro evocativo, para ello es que apareció don Manuel. Cuando abre la boca (perdonen esta expresión medio grosera), es como un mago que de una minúscula caja extrae infinidad de objetos de distintas formas y colores. Es que –como también está dicho en la nota de saludo a que aludí antes- “la fluidez de su verbo, la precisión de su memoria, el torrente de su imaginación y la chispa de humor” que despliega hacen que, cuando le escuchamos, nos refocilemos con la nutrida y variada referencia a hechos anecdóticos ocurridos en nuestro pueblo y, más que eso, que nos enriquezcamos con las enseñanzas que de ello surgen. ¿Quién no conoce, quién no ha escuchado al Manuel Torres orador, didáctico, persuasivo y convincente, digno de las más espléndidas ágoras?

Mina maldita, la novela
Bueno, pues, ahora estamos conociendo al otro Manuel, al que se mantuvo oculto durante muchísimo tiempo: el Manuel Torres novelista, parte de cuya biografía, probablemente esté confesada en el libro al que he aludido. Porque “Mina Maldita” (así se titula la obra) sitúa sus principales secuencias básicamente en Huayllapón, asiento minero productor de Tungsteno, en donde –según sabemos- laboró como administrador cuando aún era joven. Es probable -repito y no estoy en condiciones de dar fe de ello- porque uno de los protagonistas de la narración tiene mucho de parecido con el autor. Pero, en fin esto es trabajo de hermeneuta y pesquisidor que no me corresponde.

Lo que sí puedo decir es que, así como suele desbordarse generosamente en su oratoria, en su escritura (los lectores no me desmentirán, estoy convencido) también es de una consistencia nutricia. Las atinadas y agradables referencias a nuestra región son dignas de reconocimiento. La limpieza del discurso; la densidad y riqueza expresiva, casi barroca, de las descripciones; la destreza con que asume el desarrollo narrativo, su fluidez y amenidad y el manejo ágil de los diálogos, me parece, son muestras innegables de talento, de sensibilidad y, además, de una refinada cultura. Leamos, a manera de ilustración lo siguiente: “Por entre las pétreas agujas de las elevadas montañas del wolfrámico Huaura y otras cumbres, cual planas lenguas de fuego helado sobre las áureas siluetas de los pajonales, se extendían inclinadas e impávidas las agónicas luces del sol que, presuroso, corría a los brazos de su negra amada, la noche...” Esta es una acuarela sensual, poética, del paisaje andino, de nuestro paisaje. O este otro fragmento: “...conscientes del silencio nocturno, lanzaron, parecía concertadamente, una ligera risa y se ajustaron mucho más las ya más sudorosas manos, que pregonaban eléctricamente sus febriles deseos de apulparse en el interior de la cueva.” Es erotismo pleno, de fina factura. Y esto, señores, lo ha escrito don Manuel y a él se le debe el crédito de este inesperado aporte a la literatura: el verbo pronominal apulparse.

Debo reconocer, con sinceridad, que gracias a esta novela he podido recuperar expresiones que escuché y pronuncié cuando niño y que, por obvias razones, quedaron como traspapeladas. Don Manuel nos habla –poeta, pues- de las nubes shalpirejas, es decir, enrarecidas o rotosas; hace referencia a las manos pispadas o, como diríamos aquí en la urbe, cuarteadas por el frío serrano; menciona a la gallina shansha porque tiene las plumas encrespadas; a los gallinazos los llama shingos y al placer de saborear una humilde pero exquisita comida le dice chumbaquearse (recuerdo aquí el cushal, aquella restauradora sopa de nuestros hombres de campo). Y, naturalmente, no podía estar ausente aquello que es auténticamente pallasquino, el ñau, cho!, es decir, “qué rico, amigo” (“chumbaquearse”, pues). ¡Es el habla de mi tierra en la literatura peruana!

Y también tengo que aceptar que me he regodeado, jubiloso, volviendo -gracias a la lectura de esta novela- a caminar imaginariamente por “la serpenteada ruta de Shindol”; atravesando la “tranca de Colgazácape”, la quebrada de Túcua; deambulando por los corrales de Salayoc; y cuando el hambre aprieta, saboreando un “humeante plato de chochoca”. O, aún a pesar del hambre, viendo –acaso con sensaciones voyeristas- a nuestras chinas cuando lavan su coloridas lurimpas o se bañan en la acequia de Tambamba, ocultadas por el frágil resguardo de unas ramas de shiraque.

Pero esta novela no solo es refocilación. Sus historias giran alrededor de relaciones digamos prohibidas, surgidas a partir de la infidelidad femenina y la irresponsable y perversa osadía del varón que, envuelto en la bufanda de la apariencia, jura y rejura que sus sentimientos son sanos y hasta sublimes. Es una novela de amor, sin duda, pero del que yo me atrevería a llamar amor tanático. Normalmente asumimos que el amor es la celebración de la vida: el amor une, libera, da placer, es una entrega. La vida es, en rigor, producto del amor. Pero la realidad (oh, la realidad, enemiga de los sueños!) nos dice, con incontestable elocuencia, que el amor también puede hacer daño, incluso matar: ocasionar una inmolación (la literatura universal nos da m{as de un ejemplo) que es el extremo excesivo de la entrega; o, bien, ser el causante de un crimen. Eros y tánatos, sin líneas divisorias. “Mina Maldita”, la novela que nos ocupa, corresponde a esto. Podríamos decir –sin equivocarnos y precisando las cosas- que es la historia de amor de Mario y Emelda, que son sus innegables protagonistas: él, joven administrador en un asiento minero con una novia que le espera en su pueblo de origen y ella, Emelda, bella mujer, esposa de un humilde y esforzado obrero de la mina. Se entretejen otras historias, además. Sin embargo, yo diría que, fundamentalmente, el libro se centra en otra cosa: en el terrible drama de un hombre (Leónidas, el cónyuge de Emelda, la mujer empujada a la infidelidad) que experimenta el progresivo deterioro de su espíritu y de su cuerpo, víctima del alcoholismo y del derrumbamiento infame de su hogar y que, resulta irremediable, llega al más sórdido y miserable final: morir solo y expuesto a las aves carroñeras.

Y es, pues, allí, donde concluye estrictamente la novela, en el Capítulo XXXVI, que es uno de los más hermosos y mejor procesados. Leamos: “Así terminó la vida de un modesto minero, de aquel optimista Leónidas que cometió el error de llevar a esa “Mina Maldita” a tan linda mujer. Mujer que no calculó ni el presente ni el porvenir de ella, su marido y sus hijos. Por ella, Leónidas se convirtió en un consuetudinario (bebedor, se entiende) y sus hijos perdieron a su padre.” Pero, seamos justos, no solo por culpa de ella: también por la de los hombres –Mario el primero- que se atrevieron a incursionar, impelidos por el amor carnal, en ese territorio que, por humilde, no merecía ser hollado: el hogar de Leónidas y Emelda. (Debo reconocer, sin embargo, que este comentario sería, en realidad, motivo de una discusión de nunca acabar: recuérdese que en situaciones como la descrita también se suele culpar al descuido del marido, a las circunstancias que conspiran, a la luna, a la soledad, al frío...)

Dije que allí concluía la novela. Sí, pues. Porque lo que viene enseguida (capítulos XXXVII y XXXVIII) corresponde propiamente a lo que, en mi opinión, debió haberse nombrado como Epílogo, ya que el segmento final, al que se le ha llamado de tal manera, se comporta más bien como el soporte de unas ponderadas reflexiones de última hora. No es un problema de estructuración precisamente, sino de pura titulación o numeración de los capítulos. Tampoco es, entonces, un reparo u observación de importancia pero lo menciono porque, como anuncié al principio, quería ser justo. Y, siguiendo en este camino, tengo que hacer referencia a algo, también pequeñísimo, que no quise mirar de soslayo. Es evidente que la ubicación temporal de la novela concierne a los años de 1940, pero en uno de los diálogos aparece esta expresión: “Yo soy el “men” que, creo, no era usual entonces. En fin, es solo un detalle que muy bien podría pasar como una licencia del autor.

Nunca es tarde
Sí, en cambio, me parece inexcusable, y esto sí tómenlo como un cariñoso pero rotundo reproche, es la excesiva demora de no sé cuántos lustros en que ha incurrido don Manuel para presentarse como escritor, como novelista. Nos ha privado, y privó a los amigos y paisanos de su misma generación y a los demás (don Víctor Alvarado y don Pancho Nina, por supuesto, y Víctor H. Acosta y Teófilo Porturas, nuestros dos poetas) de vivir la noble experiencia que hubiera significado deleitarnos con la lectura de sus escritos desde antes de ayer hasta nuestros días. Pero, reza el dicho: “nunca es tarde cuando la dicha es buena”. Y tendremos que esperar más regalos de su talento y, estamos seguros, la generosidad de manos y corazón abiertos que es suya y solamente suya, seguirá gratificándonos, así: enormemente.

Un aplauso
Debo decir, para terminar, que don Manuel Torres, novelista pallasquino, merece un aplauso. Y, bien vale la pena imaginar, retrospectivamente, un brindis emocionado con un vaso de grog aromatizado con panizara, en el billar de don Beto (mi tío Humberto Álvarez) o en la tienda de don Gerardo Zúñiga o en la de Rosita Popular, mientras que, con caja y pífano, Eleodoro Valdez, el chiroco del pueblo (el pueblo de don Pedro Gutiérrez, el inolvidable Conshyamino), almibara la noche con las notas de El zorro negro. ¡Salud!

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* Este texto es, en realidad, el mismo que leí durante la presentación del libro de don Manuel; solamente he hecho unas minúsculas modificaciones, porque quise leerlo en un evento cultural que se realizó hace muy poco en Chimbote a donde, lamentablemente, me resultó imposible viajar.