Había tocado su tallo
Y sentí sus hojas
humedecidas por las lágrimas tiernas del rocío
Y la amé
como quien comete una imprudencia
o una travesura
y fui torpe
La amé como a una copa de vino
aquella noche de intriga y temeridad
de oscuridad ingenua
y resplandeciente
con aroma de albahaca
en una ensalada capresse
y media luz
Sus hojas
como de parra incandescente
propiciaron el pecado más exultante
que se deslizó acezante y temeroso en su piel
Era real
Ya no
Hoy es luz de amanecer indeciso
que me inunda
y calma la sed
Tal vez la representación fatal
de un olmo que ofrece fe
y también desesperanza
y sueños frustrados que a regañadientes
se alimentan de terquedad
¿Podré pedirle peras a ese olmo
que me quitó su sombra
y sólo monosílabos me regala
como un soplo de alma
libre de embustes?
Pera
alta inalcanzable
sutil elevación de la indiferencia y el fuego apagado
del que solo han quedado cenizas
y sal al gusto en la llaga que propicia ausencias y lamentos
a pesar de que solo es un rostro
una sonrisa
y el escamoteo medio infantil
del encuentro inesperado
en estos días de temor y confinamiento
El tocar su tallo me enseñó a amar la soledad
como una resignación
y a no escucharla ahora
como antes
cuando amé como un ave con el ala dislocada
El camino continúa
y no ha de dejar de caminar Quien ha de detenerse soy yo
siempre
a despecho del rugido de los vientos alisios
como un girasol marchito y cabizbajo
como un erizo acobardado
***
(Bernardo Rafael Álvarez)
(11/11/2020)