domingo, 16 de agosto de 2015

EN DEMBLIDONGO (Crónica de un bello sueño)

Hace un par de noches tuve un sueño. No lo recuerdo bien, pero puedo asegurar que fue alucinante, y conmovedor. En él aparecíamos Igor y yo con mi padre, en un viaje por lugares desconocidos, no sé hacia qué destino. De pronto nos sorprendió una tormenta, y un río de aguas claras que aumentó excesivamente su caudal y se puso furioso y terminó desbordándose, dañando la vía carrozable. Así, ya era imposible continuar en el vehículo que nos llevaba. No sé o, mejor dicho, no recuerdo qué pasó, en el sueño, con las demás personas que iban, pero nosotros, desesperados, tuvimos que emprender, a pie, un largo recorrido por lugares sumamente difíciles, escarpados. 

(A estas alturas de los sucesos oníricos las imágenes se borran, dejando un breve paréntesis en mi memoria). 

Al final de la caminata aparecimos en un pueblo de gente apurada y medio indiferente cuyo dejo se confundía entre el cantito piurano y la musiquita "charapa", con algo del medio sollozante tono colombiano; la vestimenta de las mujeres, floreada, era como las polleras panameñas, y los varones usaban sombrero. ¿Dónde estaremos?, nos preguntamos al unísono los tres -mi padre, Igor y yo-. Alguien, una vendedora de frutas que nos miraba como a bichos raros, se atrevió a darnos el nombre del lugar: "Demblidongo", dijo. Demblidongo. Al escuchar tal cosa quedamos más desconcertados aún, sin que el extravío nuestro pudiera llegar a desleírse; nunca antes habíamos escuchado ese nombre. Curiosos y con algo de temor, anduvimos por algunas calles pobladas de personas con mirada sombría y, cuando el desfallecimiento parecía estar a punto de dar cuenta de nosotros, sobre el dintel de la puerta de una de las edificaciones del pueblo, como el resplandor de una brújula en el desierto, alcanzamos a ver un escudo, parecido a aquellos de las gobernaciones, en el que leímos, aun más extrañados que al principio, esta inscripción: "Embajada de Guatemala en el Perú". Claro, obtuvimos la respuesta que buscábamos (para, al menos, ubicarnos en el mapa); sin embargo, no logramos el fin del desconcierto. 

Ahí acabó toda la historia. 

La corneta del panadero hizo que me despertara abruptamente, haciéndome saltar de la cama como en una violenta levitación, como si el bizcochero aquel del cuento de Beingolea hubiera disparado a mansalva y sin piedad su estentóreo anuncio: "¡Pan de Guatemala!". De inmediato cogí mi inseparable libretita de apuntes y -por si fuera a olvidarme, como casi siempre ocurre en estas cosas- apunté el extraño nombre del lugar aquel del sueño y, un rato después, encendí la computadora para buscarlo en Google. 

La búsqueda fue infructuosa. Comprendí entonces -y así le dije a Igor- que se trataba, sin más ni más, de un nuevo vocablo del "Idioma Moñongo" que entre juego y juego los dos hemos venido construyendo desde los tempranos días de su primera infancia, algo así como un código de amor y de vida, inalienable, intransferible y no negociable, de padre e hijo. Dentro de tres días será su cumpleaños y, al menos en este sueño, como un abrazo de regalo pudo encontrarse con el maestro Rafa, su abuelo, a quien, por cierto, no llegó a conocer. 

(Dicen que los sueños sueños son, y no hay razón para oponerse a tal aserto, pero, a pesar de lo dicho por Calderón de la Barca en su célebre monólogo, una verdad también irrefutable es que los hijos son y serán, siempre, la encarnación vívida y fecunda de nuestros más bellos sueños. Lo son para mí, Igor, Helder y Omar, mis hijos amados).

 (16 de agosto, 2015)

sábado, 15 de agosto de 2015

EN EL PUNTO MEDIO

A la par.

En esta orilla el alma sin piel
Libre de manchas
Al otro lado del cauce el poema nonato
Sin carne
Con aroma de albahaca
Y tierra mojada

Y aquí
Más cerca del infierno
Solo preguntas sin respuesta
Aguas intranquilas
Olas encrespadas
Sal 
Arena

En el punto medio
Donde nace o muere el infinito
Donde nada es bueno ni malo
Donde lo que es solo es
Y sigue siendo
Sin las piedras que llevan al fuego del precipicio
(Infierno de la buena fe y la ceguera)
Donde no hay embuste
Solo mediodía
Solar y genital

Pero en ese punto no estamos nosotros
Ni nuestras fronteras
Solo los sueños
Desollados
Nada más

(Y yo
En el invierno
Como una sombra que deambula
Entre cadáveres
Que sonríen 
Y se niegan a despertar

Solo.)


(16 de agosto del 2015, 03:43 PM)

viernes, 14 de agosto de 2015

"¡OIGA, USTED, BENEMÉRITO!"

La ENATRU comenzó a operar en Lima en 1976 con unos carros amarillos a los que llamábamos "büssing", palabrita esta que yo me esforzaba, con propósito ridículamente “snob” y equivocado, en pronunciar así: "biusing". Fue, si no me equivoco, la primera experiencia con la que ya, más o menos, comenzaba a adecentarse el transporte urbano en Lima (decencia que, hay que decirlo, años después se fue al diablo). Al menos, en comparación con los entonces en boga “microbuses”, algo rescatable podía notarse en los vehículos de esta nueva empresa que antes creo correspondía a la “Paramunicipal de Transportes”: menos “apretadera” de pasajeros y, gracias a ello, ausencia de esos actos que en los “micros” de “Covida” y otros comités eran el pan indeseable de cada día; me refiero a los frotamientos o aproximaciones desvergonzadamente aberrantes de algunos varones hacia las escolares con uniforme único que –supongo por tímidas y asustadas- no se atrevían a rechazar. Pero, claro, ya sabemos que no todo es colchón de rosas y que la paz monástica no habita en todos los rincones ni en todos los vehículos de transporte colectivo; también en ellos podemos ser testigos, si no protagonistas, de desazones que –tomándolas por el “lado amable”-quedan en la memoria como pintorescas anécdotas. Les cuento, pues. Un día, a eso de las once de la mañana, tomé uno de aquellos vehículos de servicio público -de la ruta "Tacna-Trípoli"- y me dirigí creo que a San Isidro, por la avenida Garcilaso de la Vega, nunca dejada de ser nombrada como "Wilson", para luego "empalmar" por Arequipa. De pronto subió un señor muy elegante, con terno oscuro, supongo que de casimir "Barrington" –marca entonces de cierto prestigio-. Todos los asientos estaban ocupados, así que él -como yo y otros pocos pasajeros- tuvo que ir de pie, cogido, naturalmente, de la barra pasamanos. Pude percatarme que, además de la incomodidad y de algunos sacudones del vehículo, algo comenzaba a fastidiarle y que debido a ello su mirada se dirigía, intranquila, hacia ambos lados como buscando algo o a alguien. Efectivamente, eso es lo que estaba haciendo, y lo comprobé en menos de un par de minutos. Todos los que íbamos de pie éramos varones, pero casi al llegar a la avenida 28 de Julio subió una dama, aparentemente universitaria (lo digo por lo cuadernos y algún libro que llevaba), y tras ello el hombre calmó su inquietud: por fin encontró lo que había buscado. "Señorita -llamó con voz elevada a la chica- acérquese y tome asiento. Y usted –continuó, ahora con voz más elevada aún- ¡póngase de pie!". La inesperada orden estaba dirigida a un policía, de aparentemente unos veinticinco años, que –distraído- iba sentado, por cierto sin haberse dado cuenta de que una dama, la dama invitada a sentarse, había subido al bus. Al escuchar la autoritaria exigencia del señor elegante, se paró inmediatamente dándole el sitio a la mujer. Pero ahí no acabó todo. El hombre siguió hablando sin freno y, según se notaba, con odio o resentimiento, y por lo menos cuatro veces repitió esto: "Ustedes los gloriosos y benémeritos deben ir siempre de pie...¡Casta privilegiada!". Supuse al principio que el malestar suyo se debió a que esperaba que el policía, al verlo, le cediese a él el asiento, pero enseguida caí en la cuenta de que en realidad se trataba de otra razón, digamos una de carácter político. Me explico. Esto que cuento ocurrió a principios del año 1980, cuando estaba cerca el fin de la dictadura militar que comenzó el 3 de octubre de 1968, y ella -la dictadura, que trajo consigo la abrupta y prolongada interrupción del “orden democrático”- creo que fue lo que hizo que a nuestro personaje le resultaran antipáticos los “uniformados”, como, sin duda, lo puso en evidencia dentro del "büssing" en el que también viajaba yo, como sorprendido testigo; sin embargo, es válido decir que la víctima ocasional que encontró para el desborde de su cólera, nada tenía que hacer con sus "paltas" y rencores, y no había razón para atribuirle culpe alguna. Pero ocurre, como decían antaño, que "la sangre llama a la sangre" aquello de "por mi hermano yo doy la vida". Bueno, su hermano -digo, el hermano de nuestro personaje- dejó este mundo hace ya varios años, y él, que lo sobrevive, a estas alturas de los tiempos debe estar, supongo, tal vez medio achacoso en sus cuarteles de invierno o quizás no; es difícil saberlo. Pero si aún conserva la lucidez, a pesar de los años presuntamente ya seniles, puede que esté experimentando la nostalgia por los días de gloria ("gloriosos", claro, pero tal vez no "benémeritos") de aquellos períodos democráticos que, casi como algo normal, cada cierto tiempo eran interrumpidos por algunos militares de siete suelas, muchos de ellos inspirados, estimulados y apoyados por los gringos paisanos de Walt Whitman. Aunque, sin embargo, no creo que, ahora, quisiera echarles la culpa a los yanquis por lo que le pasó a su hermano. El 3 de octubre de 1968 –lo recordamos todos- se produjo un Golpe de Estado cuyos protagonistas, Juan Velasco y compañía, calificaron como “Revolución”; y a partir de ese hecho se llevó a cabo una serie de reformas estructurales que afectaron, unas positivamente y otras con efectos nocivos, la realidad nacional. El primer acto importante, después de entronizarse en el poder, fue el asalto, el día 9 de ese mes, a la refinería de Talara entonces en manos de la “International Petroleun Company”; lo cual significó, en buena cuenta, que uno de los propósitos de los golpistas había sido afectar de entrada los intereses norteamericanos (o, en todo caso, es lo que parecía). Sin embargo, el primero en ser afectado, en forma personal y directa, fue, precisamente, el hermano del exaltado pasajero citadino con el que coincidí durante esa mañana veraniega en el bus de la desparecida ENATRU: mientras dormía en su privilegiado aposento, frente a la Plaza Mayor, en horas de la madrugada un grupo de soldados lo sacó violentamente y, casi en paños menores, fue trasladado a un cuartel militar ubicado en El Rímac y luego conducido al aeropuerto desde donde un avión lo llevó al exilio. Pero si tras los malhadados acontecimientos nuestro personaje no encontró ocasión para darle “su merecido" a los generales que perpetraron semejante afrenta, ahora –once años después, en el bus de la ruta “Tacna-Trípoli”- algo llegó a hacer, por fin, para paladear el gusto de la tardía revancha: ocasionarle un mal rato a un humilde efectivo de la entonces Guardia Civil que, acobardado por lo imponente de la voz y apariencia obviamente aristocrática del interpelante solo atinó a decir, ruborizado: "Ya, señor, disculpe, disculpe, disculpe". El hombre del que hablo era -¿ya lo adivinaron?- aquel de pronunciados arcos superciliares, pobladas cejas y, en fin, facciones propicias para la caricatura, al que, precisamente por ello, en algunos periódicos lo dibujaban como a ese personaje medio torpe que todos recordamos, Herman, el de la “Familia Monster”. Y justamente en un periódico -intuyo que como una suerte de “terapia hepática” y seguramente porque recibir unos soles no tenía por qué caerle mal- comenzó a publicar unos artículos sobre temas políticos, siempre –creo que por razones obvias- notoriamente adversos a los gobiernos militares, que eran redactados en estilo epistolar y, por ello, comenzaban así: "Señor Director:...". Tras el término de la dictadura se convirtió en un diputado nada notable. Tal vez no sean muchas las cualidades significativas en él, pero pienso que si hay alguna meritoria y digna de reconocimiento es la fidelidad y lealtad que siempre demostró frente a su ilustre hermano mayor; aunque, claro, seguramente -"sin querer queriendo", como diría el "Chavo del Ocho"- a veces lo hacía sentir mal, porque casi nunca fue tan prudente y caballeroso como él. Bien, no hace falta decirlo porque me parece que ya todo está claro, sin embargo lo voy a decir: El hermano mayor de nuestro personaje se llamaba Fernando (arquitecto de profesión y dos veces Presidente de la República, por elección), y nuestro personaje –más o menos bonachón y a veces pintoresco y creo que casi siempre "fosforito", como lo demostró ante el ruborizado policía de esta historia- no es otro que don Francisco ("Paco") Belaúnde Terry, que -como ya vieron- también viajaba en bus.

(14 de agosto, 2015)


miércoles, 12 de agosto de 2015

UNAS PALABRAS SOBRE EL TEMA DE LA "BIPOLARIDAD"


"Bipolaridad es una expresión que se usa para referirse a las personas que sufren una suerte de desorden emocional manifestado por cambios enfermizos, o manifestaciones extremas, de sus estados de ánimo; de la depresión a la euforia (polo depresivo y polo maníaco, le dicen). Pero, claro, por extensión es válido también aplicarla a lo que comúnmente llamamos "doble personalidad". 

En la nota de Juan Víctor Alfaro se dice que en el artículo "Israel: una amistad difícil", el autor de La fiesta del chivo afirma que "la sionista 'es sólo una de las caras de Israel. Hay otra, admirable y ejemplar, desdibujada por la primera, pero más permanente y representativa, la de un país democrático'". 

Y, efectivamente, aquí Vargas Llosa busca poner en evidencia eso de que estoy hablando: una suerte de "bipolaridad" en Israel o, dicho de otra forma, la “doble cara” política de este pueblo del Medio Oriente. Puede equivocarse o no en la caracterización que hace (no es, por ahora, el caso analizarla), pero lo cierto es que el término "bipolaridad" calza muy bien en esta afirmación de Vargas Llosa, porque está, simbólicamente, hablando de dos personalidades en un individuo (Israel). 

Aplicar el término al tema que en los últimos días ha sido motivo de los más disímiles (cerebrales unos y hepáticos otros) comentarios, especialmente en el Facebook -el referido a Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura- es otra cosa. Bien. No tengo idea (aparte de lo que se conoce por todo lo que se ha escrito acerca de él) respecto de la personalidad de nuestro escritor. Supe que cuando perdió las elecciones presidenciales se afectó sobremanera, prácticamente se deprimió (cosa que podría ocurrir con cualquiera); se fue a una playa a reponerse emocionalmente, luego viajó a España y un tiempo después se nacionalizó español. Se deprimió o como dirían los jóvenes, “le entró la depre”, pero fue un hecho finalmente superado, ¿verdad? Entonces, por el lado emocional no hubo (y no la hay hasta ahora), ninguna manifestación de bipolaridad. ¿El haber asumido la nacionalidad española, conservando (porque es legítimo) la peruana, es bipolaridad? Creo o, mejor dicho, estoy seguro, que no. Tener dos nacionalidades no es ser bipolar, salvo, quizás (supongo), si ambas nacionalidades correspondieran a países enemigos (polos opuestos, pues). 

Ahora pasemos al punto del trabajo intelectual o creativo. ¿Se acuerdan de Ezra Pound? Admirador y propagandista del fascismo, escribió una extraordinaria y magistral poesía, valiosa sin discusión (lean "Los cantares": "With usura no man hath a house of good stone..."). ¿Qué se les viene a la mente? ¿Bipolaridad en el poeta al que Luis Hernández llamó "Viejo fioca, / Mi amigo inconfesable"? No, definitivamente, eso no es bipolaridad. Como tampoco la encontramos -otro ejemplo- en Francois Villon, poeta, asaltante y asesino que estuvo a punto de morir en la horca. William Burroughs, fue un escritor extremadamente drogadicto que mató a su mujer dizque accidentalmente (¿se acuerdan?), pero ¿quién va a negar las altísimas virtudes de Nova express Nova o de Nacked Lunch, obras cumbres de este escritor emblemático de la generación “Beat”? Nuestro Martín Adán, “reaccionario, clerical y civilista”, habría tenido que ser denostado sin misericordia por José Carlos Mariátegui y, sin embargo, fue el Amauta quien lo ensalzó. ¿Saben por qué no hay en estos casos bipolaridad? Porque no hay conflicto entre ser buen poeta o buen artista o buen escritor y, como persona, tener ideas o comportamientos digamos deplorables o que, simplemente, no coinciden con las ideas o comportamientos nuestros. Una cosa es la persona que puede o no ser despreciable y otra, muy distinta, es su obra. 

¿Quién -con real e indiscutible autoridad- ha dicho que el autor de una poesía o de una novela o de una pintura extraordinaria deba ser también dueño de principios o valores excelsos? ¿Quién ha dicho que un poeta deba, necesariamente,tener un lugar en la colección de “Vidas ejemplares? ¿Qué es ser un artista, un poeta, un escritor íntegro? ¿Acaso lo es crear una obra "revolucionaria" (o sea, social realista) e inmolarse en las guerrillas, o ser un despreciable reaccionario y producir una obra que –usando palabras del autor de los “7 ensayos…”- "corteje y adule el gusto mediocre de la burguesía"? Creo que ya es tiempo de reconsiderar conceptos. Cuando hablamos de la vida de un creador y de su obra, estamos hablando (aunque a algunos les parezca descabellado e indignante lo que digo) de dos sujetos, cada uno con su propia personalidad. El artista, poeta o escritor tiene la suya propia, admirable o cuestionable; y el producto de su ingenio (cuadros, poemas, novelas) tiene también su propia personalidad, que, igual, puede ser admirable o criticable; y ambas no están obligadas o condenadas a confundirse entre ellas. Los ejemplos que he dado son reales; es decir, no se trata solo de una opinión: es el reconocimiento de eso, de una realidad; que sea o parezca reprobable, es otro cantar, que nada tiene que ver con los de Pound.
                                                      (Año 2010)