jueves, 18 de junio de 2015

POÉTICA


Que me entiendan
Pse!
Yo no quiero que me entiendan
Que me lean pasado mañana
No me importa que me lean las
Palmas de mis manos
La niebla de mis ojos/
Ve ciego lo que puedas ver
Dice mi hijo Igor/
Anclar en tu corazón
O en tu hipocondrio
El laberinto de mis sueños
El estiércol cubre la ciudad
Bucólica de palabras
Palabras
Palabras
¿Qué es el entendimiento?
Sigue tu ruta decreta
Eres dueño de tu escritura
Mientras escribes/
Las bestias el pasto
El papel de agua
Mi piel de ostra se la traguen los gusanos
Sus raíces
En las horas del sánset y su melancolía
Me tiendo como el mar y miento
Es una cosa de vísceras el poema
Las escamas palabras del cielo
Las desinencias y su soledad
etcetera


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viernes, 5 de junio de 2015

ALGUNAS DISQUISICIONES EN TORNO A “MASA” / Ángel Gavidia Ruiz


La muerte no es ajena a la poesía vallejiana. La visita y se hospeda frecuentemente en ella. Gran parte de las veces es un huésped, digamos, que mantiene relaciones más o menos armoniosas con “la casa”.  Por ejemplo en los últimos versos de “El poeta a su amada”: Y ya no habrán reproches en tus ojos benditos; / ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura/ los dos nos dormiremos, como dos hermanitos,  o  en  “Hoy me gusta la vida mucho menos...”:  Me gusta la vida enormemente/ pero, desde luego, con mi muerte querida y mi café;  otras veces  trasunta una resignada relación como en aquellos versos de “Piedra negra sobre piedra blanca”: Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París- y no me corro-/ tal vez un jueves, como es hoy, de otoño,  o en los versos iniciales de  aquel extraño poema “En suma, no poseo para expresar mi vida…”:  En suma, no poseo para expresar mi vida, sino mi muerte… Existen, sin embargo, otros versos, como los de “La cena miserable” que extravasan reproche e impaciencia: Hasta cuando estaremos esperando lo que/ no se nos debe… Y en qué recodo estiraremos/ nuestra pobre rodilla para siempre…Hasta cuando/ la cruz que nos alienta no detendrá sus remos; pero en el poema donde la muerte y el poeta   están radicalmente enfrentados es enMasa”,  el célebre poema  XII de España, aparta de mi este cáliz.


El poema es el siguiente: Al fin de la batalla, / y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre/ y le dijo: “No mueras, te amo tanto!”/ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.// Se le acercaron dos y repitiéronle: “No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”/ Pero el cadáver  ¡ay! siguió muriendo.// Acudieron a él veinte, cien,  mil,  quinientos mil, / clamando: “Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”/ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.// Lo rodearon  millones de individuos, / con un ruego común: “¡Quédate hermano!”/ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. //Entonces, todos los hombres de la tierra/ le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; / incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar…

España, aparta de mi este cáliz  es el documento palpitante, casi ensangrentado, de lo que significó para Vallejo la guerra civil española. Neruda también escribió sobre esta guerra; pero, al decir de Luis Alberto Sánchez, España en el corazón es el producto de un poeta que contempla la guerra desde el balcón; Vallejo, dice Sánchez, escribe como si fuera  actor de la misma,  un combatiente más de la trinchera. Y en este poemario, que para un poeta de la sensibilidad de Vallejo era casi un diario de batalla,  apareceMasa”, como el campo en donde un  combatiente muerto es literalmente disputado por la humanidad en su conjunto y la muerte. La muerte ya casi ha concluido su trabajo si  no fuera porque los hombres insisten necia e insensatamente en retenerlo; pero el mundo no se resigna y cree que es capaz de devolverle la vida al soldado caído. Es la batalla perdida, victoriosa. Es la victoria arrancada al imposible, gracias a la solidaridad  del mundo.

Todos los hombres de la tierra rodearon al cadáver, él  los vio triste, emocionado, se levantó lentamente ¡y hasta logró caminar! Interesante. No se alegra. Mejor, no se alegra aún. Luce triste aunque emocionado; su incorporación es también penosa, pero camina al fin y al cabo. Claro, en la lucha cotidiana de mi labor como médico, cuando excepcionalmente se logra resucitar a un enfermo, éste nunca está alegre, luce los estigmas del gravísimo cuadro de salud que lo aqueja con una mezcla de dolor y tristeza. El cadáver de “Masa” ha debido ser  el de un soldado gravemente herido, también, y que al ponerse de pie aún ostenta la avería física del combate y el daño de la paralización (en el poema, transitoria) de sus funciones vitales; pero su afectividad, sí, está allí, lozana, por eso se emociona, por eso abraza lleno de gratitud al primer hombre que encuentra, que, en última instancia, representa a todos los hombres, y, aunque dificultosamente, nos da la enorme alegría de verlo, nuevamente, caminar.

Ángel Gavidia Ruiz
Interesante, también, que en la batalla en que está contextualizado el poema, no está explícito el bando al que pertenece el soldado muerto. Todo hace ver que se trata de un republicano. Si  así fuera entonces ha sido menester que los  falangistas se unieran a la lucha por la vida del miliciano caído como integrantes de todos los hombres de la tierra. Salvo que en la poética vallejiana los perpetradores de la masacre de Guernica no sean hombres, digo esto último pensado en el verso aquel en el cual una de las razones, que el poeta consigna  en “Batallas”, para luchar por la república era: para que los señores sean hombres.  Hay otro verso en “Himno a los voluntarios de España” que puede contribuir a darnos la clave: Proletario que mueres de universo, ¡en qué frenética armonía/ acabará tu grandeza, (…), tu gana dantesca, españolísima, de amar, aunque sea a traición, a tu enemigo! Si esa capacidad  de amar aunque sea a traición al enemigo era españolísima,  entonces tendría que ser compartida con el bando franquista. Claro, digo, es un decir.


 La solidaridad es la única tabla de salvación que tiene el hombre. Sólo que es posible que cuando se dé cuenta  sea demasiado tarde y mucho dolor haya corrido bajo el puente, ya.

martes, 2 de junio de 2015

UN POEMA DE HERNÁNDEZ CON (INTENSO) SABOR VALLEJIANO / Ángel Gavidia Ruiz*


                        El poema se titula  “Me sobra el  corazón” y dice: Hoy estoy sin saber yo no sé cómo,/ hoy estoy para penas solamente,/ hoy no tengo amistad,/ hoy solo tengo ansias/ de arrancarme de cuajo el corazón/ y ponerlo debajo de un zapato.// Hoy reverdece aquella espina seca,/ hoy es día de llantos de mi reino,/ hoy descarga en mi pecho el desaliento/ plomo desalentado.// No puedo con mi estrella./ Y me busco la muerte por las manos/ mirando con cariño las navajas,/ y recuerdo aquel hacha compañera,/ y pienso en los más altos campanarios/ para un salto mortal serenamente.// Si no fuera ¿por qué?... no sé por qué,/ mi corazón escribiría una postrera carta,/ una carta que llevo allí metida,/ haría un tintero de mi corazón,/ una fuente de sílabas, de adioses y relatos,/  y ahí te quedas, al mundo le diría.// Yo nací en mala luna./ Tengo la pena de una sola pena/ que vale más que toda la alegría.// Un amor me ha dejado con los brazos caídos/ y no puedo tenderlos hacia más./  ¿No veis mi boca qué desengañada,/ qué inconformes mis ojos.// Cuánto más me contemplo más me aflijo:/ cortar este dolor ¿con qué tijeras?// Ayer, mañana, hoy/ padeciendo por todo/ mi corazón, pecera melancólica,/ penal de ruiseñores moribundos.// Me sobra corazón.// Hoy descorazonarme,/ yo el más corazonado de los hombres,/ y por el más, también el más amargo.// No sé por qué, no sé por qué ni cómo/ me perdono la vida cada día (1).
Este es el poema, que al escucharlo, porque así fue la primera vez  que  llegó a mí,  me dejó  un intenso sabor a Vallejo. Sin embargo, reflexionando, no tiene un estilo, digamos, notoriamente vallejiano; aun cuando hay algunas palabras que anidan en la poesía del santiaguino con relativa frecuencia: Corazón,  zapato, esas interrogantes: no sé por qué, “yo  no sé”, dolor, “yo nací”, tintero, muerte. Y, claro, ese dolor en esencia, ese sufrimiento tan vallejiano y esa consistente porción de ternura a pesar de todo.
         Corazón es una palabra, en general,  grata para los poetas (y hasta me atrevería a decir que ellos lo hicieron fábrica  de lo más humanos sentimientos). Quizá por eso Vallejo en   Los heraldos negros imagina en un poema  a su corazón como horno para elaborar pedacitos de pan fresco para repartir a todos (2), y ve también, su corazón, humildemente, como un niño,   yendo por un camino (blanco y curvo) a pie (3). Y sospecha que  Dios, que como un enamorado es bueno y triste, debe dolerle mucho el corazón (4).  Y, claro, santiaguino como es,   habla, en “Poemas humanos” de una dulzura “corazona”, adjetivo, este,  frecuente en el habla de su tierra (5,6).
         Yo nací en mala luna dice el poeta de Orihuela (1). Yo nací un día que Dios estuvo enfermo dice el poeta de Santiago de Chuco (7).

         La intensidad del dolor que trasunta el autor de Perito en lunas me traslada a “ Voy a hablar de la esperanza”de Poemas en prosa de Vallejo: Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera (…) Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente. (…)  Si hubiera muerto mi novia,  mi dolor sería igual. Si me hubieran cortado el cuello de raíz, mi dolor sería igual. Si la  vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente (8).
         La muerte también es aludida por Vallejo reiterativamente a lo largo de toda su obra poética.
No tengo información  de un encuentro entre César Vallejo y Miguel Hernández aunque es muy posible que se haya dado y hasta que se hayan leído mutuamente (Antonio Moreno Ayora dice que debieron conocerse a finales de 1936). No hay duda, sin embargo, de la gran amistad de Hernández con Neruda. En “Llamo a los poetas”, poema del El hombre acecha,  libro escrito entre 1937- 1938,  dedicado al chileno,  enumera a un grupo extenso de  poetas: Neruda, Aleixander, Alberti,  Machado, Juan Ramón, León Felipe, Lorca. Etc.; pero  no está Vallejo. “Me sobre el corazón” fue escrito  entre 1935 y 1936.
Por otra parte, aun cuando César Vallejo era  18 años mayor que Miguel Hernández, tiene con él cosas comunes: La infancia y adolescencia pueblerina del poeta peruano transcurrió en una ciudad serrana de gran influencia española y fuertemente vinculada a la vida rural, a la naturaleza. Esto explica sus versos poblados de alfalfares, cebadales, álamos, bueyes, viejos pastores,  en fin de frases como “balarán mis versos en tu predio”, en especial en su primer libro, Los heraldos negros; también Vallejo sufrió carcelería ( Y otro dijo:/ -El momento más grave de mi vida fue en una cárcel del Perú ) (8) y, finalmente,  terminó militando en el bando de los partidarios de la República española y tomando parte de la guerra civil  ( si la madre/ España cae –digo, es un decir-/ salid niños del mundo; id a buscarla!...)(9). Pero lo más saltante de ambas obras es el dolor que las inunda. Dolor que no es dolor de un solo hombre, es el  dolor de la especie, frente al que no cabría, sino,  repetir los  versos de “A la noche” del enorme Salvatore Quasimodo: De tu matriz/ emerjo desmemoriado/ y lloro // (…) Tu primer hombre/ no sabe, pero sufre. (10).
Nada más.

Trujillo, 31 de mayo de 2015.

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*Ángel Gavidia Ruiz, poeta y narrador nacido en Santiago de Chuco (Distrito de Mollebamba), es autoir –entre otros libros- de La soledad y otros paisajes, Un gallinazo volando en la penumbra y Fuera de valija, Aquellos pájaros y El molino de penca. Es médico de profesión.