La muerte no es ajena a la poesía vallejiana. La visita y se hospeda
frecuentemente en ella. Gran parte de las veces es un huésped, digamos, que
mantiene relaciones más o menos armoniosas con “la casa”. Por ejemplo en
los últimos versos de “El poeta a su
amada”: Y ya no habrán reproches en tus ojos benditos; / ni volveré a
ofenderte. Y en una sepultura/ los dos nos dormiremos, como dos hermanitos,
o en “Hoy me gusta
la vida mucho menos...”: Me gusta la vida enormemente/ pero, desde
luego, con mi muerte querida y mi café; otras veces
trasunta una resignada relación como en aquellos versos de “Piedra negra sobre piedra blanca”: Me
moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me
moriré en París- y no me corro-/ tal vez un jueves, como es hoy, de otoño, o
en los versos iniciales de aquel extraño poema “En suma, no poseo para expresar mi vida…”: En suma, no
poseo para expresar mi vida, sino mi muerte… Existen, sin embargo, otros
versos, como los de “La cena miserable”
que extravasan reproche e impaciencia: Hasta cuando estaremos esperando lo
que/ no se nos debe… Y en qué recodo estiraremos/ nuestra pobre rodilla para
siempre…Hasta cuando/ la cruz que nos alienta no detendrá sus remos; pero
en el poema donde la muerte y el poeta están radicalmente
enfrentados es en “Masa”,
el célebre poema XII de España, aparta de mi este cáliz.
El poema es el siguiente: Al fin de la batalla, / y muerto el combatiente,
vino hacia él un hombre/ y le dijo: “No mueras, te amo tanto!”/ Pero el cadáver
¡ay! siguió muriendo.// Se le acercaron dos y repitiéronle: “No nos dejes!
¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”/ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.//
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, / clamando:
“Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”/ Pero el cadáver ¡ay! siguió
muriendo.// Lo rodearon millones de individuos, / con un ruego común:
“¡Quédate hermano!”/ Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. //Entonces, todos
los hombres de la tierra/ le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; /
incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar…
España, aparta de mi este cáliz es el documento palpitante, casi
ensangrentado, de lo que significó para Vallejo la guerra civil española.
Neruda también escribió sobre esta guerra; pero, al decir de Luis Alberto
Sánchez, España en el corazón es el
producto de un poeta que contempla la guerra desde el balcón; Vallejo, dice
Sánchez, escribe como si fuera actor de la misma, un combatiente
más de la trinchera. Y en este poemario, que para un poeta de la sensibilidad
de Vallejo era casi un diario de batalla, aparece “Masa”,
como el campo en donde un combatiente muerto es literalmente disputado
por la humanidad en su conjunto y la muerte. La muerte ya casi ha concluido su
trabajo si no fuera porque los hombres insisten necia e insensatamente en
retenerlo; pero el mundo no se resigna y cree que es capaz de devolverle la
vida al soldado caído. Es la batalla perdida, victoriosa. Es la victoria
arrancada al imposible, gracias a la solidaridad del mundo.
Todos los hombres de la tierra rodearon al cadáver, él los vio
triste, emocionado, se levantó lentamente ¡y hasta logró caminar! Interesante.
No se alegra. Mejor, no se alegra aún. Luce triste aunque emocionado; su
incorporación es también penosa, pero camina al fin y al cabo. Claro, en la
lucha cotidiana de mi labor como médico, cuando excepcionalmente se logra
resucitar a un enfermo, éste nunca está alegre, luce los estigmas del gravísimo
cuadro de salud que lo aqueja con una mezcla de dolor y tristeza. El cadáver de
“Masa” ha debido ser el de un soldado
gravemente herido, también, y que al ponerse de pie aún ostenta la avería
física del combate y el daño de la paralización (en el poema, transitoria) de
sus funciones vitales; pero su afectividad, sí, está allí, lozana, por eso se
emociona, por eso abraza lleno de gratitud al primer hombre que encuentra, que,
en última instancia, representa a todos los hombres, y, aunque
dificultosamente, nos da la enorme alegría de verlo, nuevamente, caminar.
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Ángel Gavidia Ruiz |
Interesante, también, que en la batalla en que está contextualizado el
poema, no está explícito el bando al que pertenece el soldado muerto. Todo hace
ver que se trata de un republicano. Si así fuera entonces ha sido
menester que los falangistas se unieran a la lucha por la vida del
miliciano caído como integrantes de todos
los hombres de la tierra. Salvo que en la poética vallejiana los
perpetradores de la masacre de Guernica no sean hombres, digo esto último
pensado en el verso aquel en el cual una de las razones, que el poeta
consigna en “Batallas”, para luchar por
la república era: para que los señores sean
hombres. Hay otro verso en “Himno a
los voluntarios de España” que puede contribuir a darnos la clave: Proletario
que mueres de universo, ¡en qué frenética armonía/ acabará tu grandeza, (…),
tu gana dantesca, españolísima, de amar, aunque sea a traición, a tu enemigo!
Si esa capacidad de amar aunque sea a
traición al enemigo era españolísima, entonces tendría que ser compartida con el
bando franquista. Claro, digo, es un
decir.
La solidaridad es la única tabla de salvación que tiene el hombre.
Sólo que es posible que cuando se dé cuenta sea demasiado tarde y mucho dolor haya corrido
bajo el puente, ya.