jueves, 24 de mayo de 2012

MAMPARAS


¿Para qué sirven los párpados
las pestañas?
Mamparas de la verdad
Aletean
mientras el suelo y el cielo
sudan por el roce del horizonte salado
Paréntesis que refuerzan toda afirmación
toda duda y su alimento Sí pues

la duda es nutriente de la verdad

Y si un resplandor nos golpea el rostro pluaf
e inunda de agua nueva los caminos y los parques
es que nuestra conmoción ha ganado la batalla
del placer Y la belleza
ha impuesto su bandera sin fronteras
con el mástil clavado en la roca de la indiferencia
y la impavidez
Es que la belleza ha de conmover
más allá de tus ojos al fondo
hacia la izquierda Este es su rito
de iniciación y permanencia
Tiene sangre y jadea

El aleteo de los párpados
desmenuza el sonido de la tarde encendida
como una dispersión de polen
y se convierte en reproche y grosería
en carne viva y silencio de guaridas
Abrir y cerrar sombra y luz precipicio y cima
Hay que parpadear

Desconcertada la verdad y estupefacta
se desnuda desafiante
y corre desdentada y lenguaraz
por las calles de la ciudad percudida
y escupe
ajena al hedor de los insultos
y a la virginidad descosida de la vergüenza y la urbanidad
y deja en los buzones signos de interrogación como dardos

Pero nada es ajeno a nuestro fuero
ni la certidumbre ni las equivocaciones
menos la pesadilla
y las luces de la belleza etérea y de coágulo
de soplo y succión
La bandera de su fe alienta
y el zumbido de su presencia exige y reclama
aplaude y condena la necedad de los decretos y edictos
y a veces se guarece de la indiscreción
entre los párpados y una lágrima imprudente

Mamparas
por las que asoma y chorrea
un retrato un paisaje un trazo
un garabato una tilde
un grito nonato
un trueno ahogado
Una metáfora contra la puerta falsa y el engaño

Abrigo contra el chiflón y el estornudo
Mamparas que aletean mientras dormimos
Antibiótico de verdad y de belleza
contra los crímenes y el olvido a tajo abierto

Preguntas y respuestas preguntas y respuestas

Un poema es
Y parpadea como palmadas en el rostro

pluaf pluaf pluaf/

lunes, 21 de mayo de 2012

¿ESE ANIMAL LLAMADO PERÚ?

Alejandro Carnero ha escrito un artículo titulado "Ese animal llamado Perú". Sobre la "Paisana Jacinta", el autor dice: "El “jefe” de turno le quiere dar oportunidades y soporta sus barbaridades pero termina concluyendo que es imposible, que no hay manera “Ay paisana, ay paisana… no se puede”*.

Bueno, la verdad es que los sketck de este personaje de ficción nunca terminan en situaciones como la descrita. El personaje caricaturesco, al final, se muestra como una mujer, digamos, "más pendeja" que los criollos que quieren burlarse o aprovecharse de ella. Ocurre (claro que esta analogía puede parecer de mal gusto y quizás desproporcionada y hasta "herir susceptibilidades") como en el cuento "El sueño del pongo", del gran José María Arguedas: el niño maltratado que, al final, sueña que le da de comer mierda a su patrón, claro, lamiendo este de su cuerpo desnudo. La diferencia naturalmente está en que en el cuento la venganza se produce en un sueño y en lo de la "Paisana Jacinta" es "real". Pero, en fin, se trata de una caricatura, grotesca, pero caricatura al fin. Es -quién puede dudarlo- también una burla. Pero también se han visto caricaturas grotescas de personajes "gringos" a los que se les presenta como idiotones. Y a nadie se le ocurriría decir que allí también hay un acto de racismo o de discriminación. Eso es visto como simple "vacilón".

Cuando apareció en un diario la foto de una congresista cusqueña que escribía con mayúsculas carencias ortográficas, todo el mundo zapateó: atentado contra la raza indígena, decían. No, señores. Luchar contra el racismo y la discriminación y procurar la inclusión, no puede llevarnos a colocar a la gente de origen quechua o a los afrodescendientes en una suerte de "ghetto" de minusválidos, de desvalidos, de incapaces. Eso no es antirracismo, no es antidiscriminación, sino todo lo contrario, porque se trata de una actitud claramente noble pero que lo que propone, involuntariamente, es "discriminar a los discriminados", separándolos de los demás como, no sé si sagrados o apestados, a los que no hay que tocar porque si lo hacemos estaríamos cometiendo un acto indigno.

Esta es la interrogante que puse en un artículo que escribí hace unos meses: "¿Por qué es válido, legítimo, tolerable, que los cómicos pueden parodiar o caricaturizar a gente digamos blanca o criolla, y no a morenos o indígenas andinos? ¿Qué se entiende -explíquenmelo, por favor- por inclusión: incluir en una cápsula hermética a quienes, según la opinión descabellada de algunas ONG, son un sector vulnerable y acaso con las defensas dañadas? Un poco más de apertura mental, señores.


Hay un vals que canta Luis Abanto Morales cuyo título es significativo (porque el contenido es fatal) y definitivo: "Cholo soy y no me compadezcas". Nadie busque ser compadecido, pues; y, de hecho, la gente del ande tampoco espera que la compadezcan.

*Alejandro Carnero: Ese animal llamado Perú (Revista Tajo, 7 de mayo 2012)

miércoles, 16 de mayo de 2012

EL FACEBOOK ES GRATIS (Y LO SEGUIRÁ SIENDO)


También me pasó a mí. Un amigo me contó hace unos días que a través del Facebook conoció "virtualmente" a una chica que demostró, por sus palabras dichas en mensajes "in box", que estaba entusiasmada por conocerlo en persona. Se citaron. Él le dijo que iría al lugar convenido con una vestimenta "informal" y le dio las características del atuendo. Ella no dio ninguna pista sobre la ropa que llevaría. Mi amigo esperó en ese lugar cerca de una hora, mirando hacia todas partes y, con gran esfuerzo, hacia todos los rostros femeninos que aparecían. Como es un poco miope, y porque las luces del parque no ayudaban, no pudo constatar si realmente la chica acudió a la cita. Pero, según me dijo, estaba seguro de que sí había llegado, pues ya no volvió a producirse ningún encuentro virtual en el Facebook. ¿Por qué crees eso?, le pregunté. Es evidente, me dijo, que la chica se decepcionó al verme; mi rostro medio avejentado, mis movimientos casi lerdos, mi ropa de vecino pobre, seguramente le causaron desilusión y, al verme, creyó que lo correcto y conveniente era volver sobre sus pasos y dejar de pensar en poetas u otros bichos raros. 

Lo que le ocurrió a mi amigo, repito, también me pasó a mí. En circunstancias diferentes, naturalmente. Después de largas conversaciones "feisbuqueras", cierta noche -hace muy poco, cuando me encontraba frente a un público amante de la poesía- vi, sorprendido, que alguien (ella, la de esas largas conversaciones) me miraba de frente, fijamente, desde unos veinte metros de distancia, sentada entre artistas y escribidores, y sonreía nerviosa y creo que notoriamente apesadumbrada. Llegó hasta el lugar, obviamente, porque se enteró de lo que estaba programado para aquella noche, pues lo había leído en los anuncios que repetidamente puse en mi "muro". Y, claro, quería darme una sorpresa, y me la dio bien redonda. Cuando iba yo a acercarme, acabado el acto cultural, adiviné que, en sus ojos, el encanto que la había hecho imaginarse cosas también se acabó, se había esfumado. Mientras me distraje por unos segundos saludando a dos o tres personas, ella se alejó aparatosamente de la sala y -me enteré después- en la huida casi pierde una sandalia. Corrí pero no la pude alcanzar. Tras su ausencia dejó en el camino, tirado como envoltura de chocolate, un sueño falaz, casi una pesadilla. That is life, murmuré torpemente. 

Y asumí una certeza: Sí, pues, el Facebook también nos engaña. Solo cuando hacemos clic en "salir", es decir cuando ya es un poco tarde, podemos encontrarnos a nosotros mismos y respirar, reconfortados o desengañados. El único y absurdo consuelo: el Facebook es gratis (y lo seguirá siendo).

domingo, 13 de mayo de 2012

REMANGAR SOTANAS

¿Por qué no se ponen razones, antes que pasiones, para tratar de explicar o, si se quiere, discutir u oponerse a lo que la jerarquía católica hace o hizo en casos como el de Garatea o de Gutiérrez -mencionados en el artículo medio irreverente de Ortiz de Zevallos- y también en el caso soslayado del padre Martín Sánchez? La Iglesia no es, nunca ha sido, una institución democrática; es vertical. Las decisiones no se dan allí por acuerdo de asambleas de asociados o cosas parecidas, ni por medio de "consulta previa", sino verticalmente -de arriba hacia abajo- porque se basan en el respeto o el sometimiento a dogmas o cánones que son, creo, al menos teóricamente, inamovibles. A nosotros, agnósticos y ateos, nos gustaría que eso no fuera así y que cada cura se desenvuelva con autonomía plena. Pero no, pues. ¿Por qué los sacerdotes "llamados al orden", como Gutiérrez y Garatea, acatan las decisiones respetuosamente y con humildad? Primero, porque son inteligentes y cultos; segundo, porque saben que las cosas deben ser así si es que no están dispuestos a dejar de una vez por todas la sotana (como sí ocurrió con el padre Martín que, si no me equivoco, ahora forma parte de otra iglesia). Garatea, según tengo entendido, se ha expresado repetidamente a favor del celibato y la llamada "unión civil"; es decir, en contra de lo que la Iglesia Católica hasta ahora rechaza. Cipriani resulta, sin duda, un personaje antipático y para muchos repudiable; pero en este tema me parece que más debe preocuparnos lo que hace o pueda hacer fuera de su congregación, cuando declara públicamente sobre asuntos políticos, por ejemplo, respecto de los cuales la nuestra es una opinión distinta o contraria. No respecto de los asuntos internos que son pura competencia de él y de quienes están allí y llegaron porque quisieron hacerlo sabiendo cuáles eran las "reglas de juego" (cuáles sus derechos, cuáles sus obligaciones, cuáles sus limitaciones y cuáles los votos que debían hacer). He visto por allí una carta por la que se quiere expresar la solidaridad con el padre Garatea. Bacán. Pero con la misma carta se quiere pedir que le devuelvan las facultades de hacer misa, etc. ¿No sería mejor -me pregunto- recomendar que Garatea deje la sotana y más bien se incorpore, ya libre de ataduras dogmáticas y jerárquicas, a un ejercicio pastoral y de apostolado por las grandes causas del pueblo, aquí, entre nosotros? Todos o casi todos despotrican de la Iglesia Católica y de sus jerarquías y, sin embargo, sugieren cosas como la que propone la carta en mención. ¿No es esto incoherencia?

jueves, 10 de mayo de 2012

JUAN CRISTÓBAL



Es de los que creen que escribir “es la única tabla de salvación” de su vida. No sé si hay pocos o muchos como él, pero lo cierto es que Juan Cristóbal es un caso especial: un poeta libre, auténticamente libre, pero al mismo tiempo voluntaria y felizmente sometido, no a una dictadura o a otro tipo de voluntades perversas, sino al bendito poder de aquella maldición que, claro, puede causar dolor pero también regocija, aprieta pero nunca estrangula, presiona pero jamás hunde, más bien eleva: la poesía. Pero no se entienda mal, por favor: este sometimiento, el de Juan, no equivale ni es el sinónimo de sujeción humillante. Aquí quien, con plena autonomía, lía los nudos, es él mismo y no –pongámosle, por poner, un nombre- el “agente opresor”. Él es quien asume la autoridad para dictar los mandatos coercitivos o disponer que se aflojen las ataduras. Es pues, dueño del terreno. Por ello es que es capaz, en una actitud de extrema irreverencia- de mostrarle la lengua a su soberana –la poesía- y llamarla, con ironía y lamento, “hija de la guayaba y de la pena” o de reprocharle por ser exigente (“me exiges sacrificios”, le dice), “mientras tú Poesía/ bien gracias/ bebiendo como una idiota”. Este es el Juan Cristóbal que hasta Poblando los silencios (1996) se mostraba digamos mesurado y nos entregaba versos rotundos pero apacibles como este: “Gracias por haberme descubierto la sonrisa de los pobres”, y ahora, desde el punto de quiebre marcado por Los rostros ebrios de la noche (1998) se presenta más coloquial, desenfadado y violento y nos ofrece versos como desgarro y bofetada a la conciencia (“tú que ya no tenías nada que hacer en los mercados/ en el corazón color caca de las ratas”), palabras como la autopsia de una terrible realidad (“Embalsamaron nuestros llantos, nuestras fiestas, nuestras nubes,  nuestros cerros”), Sensible, como es, hasta la remaceta, el alma de Juan  Cristóbal, como la de todos los hombres y mujeres de buena fe, se sintió lastimada por la rudeza malvada del drama que sufrió nuestro pueblo, y su poesía se convirtió no en una lágrima sino en un grito. Pero hace unos trece años estuvo a punto de dejar la poesía para siempre. Gracias a Dios (el Dios bueno, no aquel otro al que él llama “el asesino más grande de la historia”), eso que deseó entonces no llegó a cumplirse, y por ello es que ha seguido dándonos los vívidos y fecundos frutos de su espíritu, de su talento, de su sensibilidad. Es bueno que haya sido así. La poesía, que para Juan Cristóbal no es un arte sino un ejercicio permanente de comunicación y de entendimiento y, además, una tabla de salvación, continuará siendo su signo y su voz y el puente que nos acercará por siempre a su amistad e inteligencia. La poesía es su homenaje a la vida y a la esperanza.
                                                                                                                     9 de mayo del 2012

viernes, 4 de mayo de 2012

TEÓFILO GUTIÉRREZ, UN ANÓNIMO CONOCIDO




No sé si es buena o mala la costumbre que tengo de no frecuentar muy apretadamente los lugares donde suelen reunirse los poetas y escritores; me refiero, claro, a los bares del centro de Lima y de otras partes y, concretamente, del jirón Quilca. Pero lo cierto es que debido a esto pierdo las oportunidades de enterarme tempranamente de algunas nuevas apariciones bibliográficas de algunos amigos. Hace ya doce años Teófilo Gutiérrez, a través de su sello editorial Hipocampo, publicó un poemario mío –Dispersión de cuervos-; pero hace más de doce años que entre él y yo nació una entrañable amistad (iniciada gracias al gran Juan Ramírez Ruiz, allí precisamente: en el jirón Quilca) que, aunque últimamente no nos vemos mucho, sé que ha ido fortaleciéndose con el tiempo. Para definirlo en dos palabras, diría que Teófilo es un buen pata. Pero es, además, de eso y de cuidadoso editor (lo digo con conocimiento de causa) un mesurado y muy talentoso narrador.

En 1995 sacó a la luz “Tiempos de Colambo”, una colección de relatos con sabor y aroma a evocación aldeana que, no obstante tratarse de “cuentos iniciales”, como los definió en la dedicatoria que colocó en el ejemplar que entonces me obsequió, son textos que en verdad ponen de manifiesto una ostensible madurez a la que se suma la innegable calidad. Al leer el título de ese libro, lo confieso, me quedé medio estupefacto. Tuve que preguntarle a Teófilo y él se encargó de “desasnarme”; me explicó que “colambo” es el nombre dado a una serpiente, una serpiente muy extraña en realidad. Efectivamente, en uno de los relatos es descrita como un ofidio “parduzco y voraz, que puede mimetizarse como cualquier culebra de monte”. Así, inusitados, como esto que leemos en la descripción anotada, son los relatos que nos ofrece el libro primero de Teófilo Gutiérrez. Y limpiamente, como limpia y clara es el alma de nuestros pueblos, los relatos aparecen como una fotografía poética de la gente de nuestra sierra norteña; son, como muy bien apunta Antonio Gálvez Ronceros en el colofón, “un universo de la vida de provincia”, con “esa actitud poética que se funda en la identidad del espíritu del autor”.

Teófilo Gutiérrez no es, digamos, un escritor apurado, desesperado, por publicar; es, más bien, un autor que hace gala de una excesiva parsimonia que no es precisamente, en su caso, signo de pereza, sino de responsabilidad por su oficio y de respeto por los lectores. Él es consciente de que un trabajo debe estar bien hecho, para ser digno de entrega. Y el cuidado que pone en lo suyo, también se da respecto de las ediciones que hace, con su sello editorial, de los libros escritos por poetas y narradores peruanos, especialmente jóvenes. La publicidad y la fama personal no es algo que le quite el sueño. Y esta suerte de despreocupación por ubicarse en la tribuna visible, es la razón por la que recién catorce años después, el 2009, de la aparición de su primer libro, decidió mandar a la imprenta su segundo volumen de relatos. Y yo, por lo que dije al principio (mi reticencia a ser asiduo concurrente de los lugares de encuentros bohemios), hace apenas unas semanas que tomé conocimiento de esto y, naturalmente, llegué a tener entre mis manos el libro que me ha regocijado con su lectura.

Como ya lo había adivinado, este libro no hace sino confirmar lo sabido: la calidad en la escritura de Teófilo Gutiérrez. Es, qué duda cabe, una valiosa contribución a la narrativa nacional venida de la parte norte de nuestro país. Entre otras cosas, creo que su importancia está –repito- en su capacidad de mostrar con palabras el alma limpia y clara de los pueblos nuestros, representados en los ojos y la sensibilidad de Teófilo, por –como dice Miguel Gutiérrez- la “memoria colectiva de Guaranguillo, una aldea olvidada de la región de Jaén”; Jaén, la provincia donde nació el autor de este libro cuyo título es “Colina Cruz” y ha sido escrito gracias al estímulo de la nostalgia y por eso deja notar –tomo las palabras de Carlos Rengifo- “un hálito de melancolía” a pesar de la “sutileza irónica”.

Raúl Jurado Párraga escribió una nota acerca de “Colina Cruz”, en que, con toda justicia, reconoce la destreza narrativa de nuestro autor y apunta que “no es un libro de cuentos más, es un libro de cuentos bien escritos”. Bueno, es natural que sea así, porque no estamos frente a un escritor improvisado. Hizo labor periodística, como colaborador en los diarios La voz, La República y Ojo, además en la revista Somos. Obtuvo, en 1989, el Tercer Premio de Cuento Copé y en el 2004 ocupó el primer lugar en el Concurso de Cuento 500VL. Es un escritor con oficio, pues. Pero es digno de señalar que Jurado Párraga, acertado escrutador, ha logrado precisar que en los relatos de “Colina Cruz” son “la superstición, la soledad, la muerte, el juego, lo mágico, lo infernal, lo popular, la venganza, la envidia, el amor”, los elementos que caracterizan a lo que el otro Gutiérrez -el autor de “El viejo saurio se retira”- llama “la memoria colectiva de Guaranguillo”. A esto, sin embargo, no podemos dejar de agregar el discreto toque de ironía, de buen humor (inherente a Teófilo), que siempre se hace presente. Solo una frase quiero citar, porque es representativa: “Por eso he cogido el pasatiempo de olvidarlo todo…”. El olvido no como un simple vacío, como ausencia de memoria, sino como “un acto”, un pasatiempo. Pura reflexión. Puro humor.

Hay un cuento en que aparece esto: “el Diablo se dijo para sí que ya era tiempo de traer al infierno a unos cuantos jovencitos porque tenía que renovar sus ejércitos envejecidos”. Yo debo decir que, efectivamente, ya es tiempo, jovencitos y señores, no de acercarse al infierno precisamente pero sí a esta suerte de fuego fecundo que es la narrativa de Teófilo Gutiérrez, poco conocida pero merecedora de mayor difusión y, sobre todo, de lectura. No sean mezquinos, señores de la crítica literaria. Teófilo Gutiérrez no puede seguir siendo lo que yo llamo “el más conocido de los anónimos en nuestro medio”.
03 de mayo del 2012.

miércoles, 2 de mayo de 2012

REVISTA REMOLINOS: Entrevista a Bernardo Rafael Álvarez

-¿Desde cuándo comenzó a escribir?
-La poesía es, básicamente, producto del amor. Y eso, literalmente, es lo que ocurrió con la mía: nació estimulada por ese elevado sentimiento. Cursaba el tercero de secundaria, en Pallasca -mi tierra-, y me sentí enamorado de una compañera de aula a la que –por mi crónica timidez- no me atreví a decirle nada. Pero como había la necesidad de liberar en alguna forma mis emociones, opté por "torturar" casi frenéticamente a la página en blanco con mis candorosas confesiones. Ahí comenzó todo. Al año siguiente, cuando la bella e inteligente musa se encontraba en otro pueblo y, claro, en otro colegio, por correo comencé a enviarle algunos de mis textos. Nunca recibí una respuesta pero, aun así, me sentí satisfecho y, diría, feliz. Una nueva y noble sensación empezó a envolverme, de la que no puedo ni quiero liberarme: el gozo de la escritura. Sí, pues, la poesía busca eso: darnos placer y hacernos felices.

-¿Qué es para usted la Poesía?
-La poesía, en algún modo, compensa los muchos malestares que me causa el hecho de vivir. No es –sería exagerado y extravagante- la razón de mi vida. Pero, como lo he dicho por algún lado, es mi obsesión. Y también mi dolor de cabeza y, claro, mi alegría. Significa, también, una suerte de ejercicio "pater-maternal": diría que como la parición del hipocampo (recuérdese que este pez es el único macho en la naturaleza que queda embarazado y "da a luz") o como la fecundación de una planta hermafrodita. La poesía (perdónenme si esto hiere susceptibilidades) es, en buena cuenta, el único ejercicio masturbatorio fructuoso. Es mi labor, solitaria y esperanzada, con la que voy construyendo mi felicidad, y espero que la de los demás. Eso es la poesía: la irrefrenable búsqueda de la felicidad.

-Cuéntenos sobre su vida, sus obras, sus proyectos, su actividad literaria.
-Nací en Pallasca, un pueblito de la sierra ancashina que es, como escribí en otra parte, "bello, saludable y acogedor, por sus paisajes infinitos, por su clima y por el calor imantado de su gente, que es capaz de atraer al más distante de los humanos, convirtiéndolo en huésped perpetuo de su corazón". Allí comencé a escribir y, obviamente, a leer; recuerdo que mis primeras lecturas, reiteradas y compulsivas, las hice en los periódicos que Abigail, mi madre, había pegado con engrudo como papel tapiz en las paredes de nuestro humildísimo dormitorio. De mi pueblo salí a los 16 años y apenas he vuelto en dos oportunidades por no más de tres días. En la primaria fui alumno de mi padre, el maestro Rafa; terminé mi secundaria en Trujillo y luego estudié en la Villarreal, Cooperativismo, y Ciencias Administrativas en la Garcilaso; en San Marcos llevé cursos libres de Lingüística. Tengo publicados cuatro poemarios. Nunca he pertenecido a grupo literario alguno; fui amigo de Juan Ramírez Ruiz (sigo siéndolo, aunque ya no lo veo) y por eso frecuenté desde los años 70 a los poetas de Hora Zero. Me gusta caminar de vez en cuando por Quilca. Conozco casi a todos los poetas pero creo que casi nadie me conoce a mí; quizás por mis esporádicas apariciones en los lugares de reunión o bohemia o porque no formo parte de esa suerte de "farándula" que encandila a muchos y más ciertamente porque soy un mal poeta. Mis poemas -qué puedo decir- nacen a veces por pedazos, o como el "big bang", a partir de notas (ocurrencias, metáforas...) escritas en unas libretitas que yo mismo confecciono. Soy padre de tres varones: Omar, Helder e Igor, a quienes quiero con toda la intensidad con que queremos los pobres. Tengo un sueño: que alguien me ame como amo yo.

-¿Cómo define su poesía?
-El poeta es, en verdad, un mal lector de poesía y más aún de la propia. Yo soy peor. Querer entonces definirla resulta, pues, una temeridad. Pero, en fin, me arriesgo a una respuesta que puede tener rasgos de inmodestia, y pido disculpas: creo que mi poesía está, más o menos, emparentada con lo que me atrevería a llamar la épica del corazón y las tripas.

-¿Cree qué el escritor es un ser obsesivo?
-Hay de todo en este territorio medio liberado de la poesía: obsesivos, paranoicos, estrambóticos, extravagantes...Pse! Poetas, pues.

-¿Cómo ve la nueva poesía de estos últimos tiempos?
-Vivo a la caza de los nuevos poemarios. Admiro el fervor con que construyen su poesía los jóvenes. Es estimulante. Pareciera que les interesa un comino las poses, los gestos efectistas, las altisonancias, y que prefieren el trabajo serio, cuidadoso y respetuoso en su ejercicio creador. Son una bendición. Los poetas jóvenes y sobre todo las poetas –que las hay muchas y buenas y bellas- son lo mejor que le ha podido pasar a la humanidad. Son todos mejores que yo, gracias a Dios.

-¿Es necesario que el escritor sea un hombre comprometido?
-Humm...¿Comprometido con qué? ¿Con un partido, con una clase social? El único compromiso admisible es con la libertad. A partir de esto, cualquier cosa. Menos la esclavitud. Un poeta convertido en agente vendedor de doctrinas genera en mí sentimientos de conmiseración y lástima. Y si para ello hace uso de su poesía, peor. Un ejemplo de poeta comprometido con la libertad –eso sí-, aun en medio del fragor de la batalla, es César Vallejo. Escribió España aparte de mí este cáliz sin hacer de esa bella e intensa poesía un libelo, sino un mensaje de vida por encima de facciones y mezquindades. Ah si todos apuntáramos a eso. El poeta es un hacedor, no un operario. Nadie puede darle pautas u obligaciones; o, mejor dicho, de nadie debe recibirlas. Eso que muchos llaman "compromiso" podrá dar como rédito algunos merecidos aplausos, pero no ennoblece al trabajo literario, más bien lo pervierte. Yo soy de izquierda, pero –como poeta- más que la "razón revolucionaria" prefiero esto que yo llamo "marxismo sensorial y luético". Como persona uno puede elegir su tendencia política o ser indiferente (qué nos importa) y ello de ningún modo tiene que significar la prosperidad o el deterioro de su calidad como escritor. Ya es tiempo de hacer que eso que algunos llaman "homo videns" signifique lucidez por sobre todas las cosas.

-¿Cuál es el fin de su poética?
-Yo escribo, en primera instancia, con un propósito: exorcizarme, limpiar mi conciencia, sentirme bien. Luego, sinceramente, no lo sé. Es como cuando engendramos un hijo: lo hacemos para sentirnos felices, "realizados"; no para que sirvan a la patria, por ejemplo. Eso y cualquier otra cosa es ajeno a nosotros, viene después. Siempre hay un componente medio egoísta al principio. Creo que el fin de una poética la señalan los lectores. Eso creo.

-¿Cuáles son los autores que influyen en su obra?
-No lo sé. La primera poesía que leí, casi niño aún, fue la de Joyce –Música de cámara-, después Vallejo, Heraud y Oquendo de Amat. Luego vino Martín Adán , Belli, Hinostroza; seguidamente Saint John Perse, el conde de Lautréamont, Baudelaire, Cátulo. Leí después a Artaud, Kafka, Ciorán. Algo habrán dejado en mí, supongo.

-¿Qué libro nos recomendaría leer?
-En estas cosas creo que soy un mal consejero. Pero, si les parece, háganme caso: lean todo lo que llegue a sus ojos y nunca se desprendan de un buen diccionario. ¿Un libro? Les recomiendo Los bajos fondos del cielo, léanlo y después díganme qué tiene de rescatable. Es un favor que les pido.

-¿Cómo ha cambiado su lenguaje poético a través de los años?
-Cuando comencé estuve inmerso en el romanticismo de la adolescencia. A los dieciocho años iba a publicar un librito que se llamaba Recóndita. Lamentablemente para ese poemario conocí a la gente de Hora Zero y su poesía. Fue como un shock. Incursioné entonces en la nueva onda. Mi primera publicación, Aproximaciones & Conversaciones, estuvo en eso; pero apenas salió de la imprenta me decepcioné, me arrepentí. Era tarde. Se trataba de una burda asimilación de Pimentel, Ramírez Ruiz, Verástegui, Cerna. Algún tiempo después advertí que se hacía presente la poética más cercana a mi espíritu. Saqué a la luz K en que emergía una pregunta que fue como una anunciación: "¿quién se atreve a amar la carroña que nos envuelve?" Dispersión de cuervos ya había empezado a gestarse. Se trataba –como señaló Tulio Mora- de una poética del cuerpo, del bajo cuerpo y sus vilezas. Finalmente –hasta ahora- Los bajos fondos del cielo se presenta como agua clara / desde las alcantarillas. Creo que es todo. Pero sigo buscando mi lenguaje, sinceramente.

-¿Qué hace antes de escribir?
-Ja, ja, ja! Es una buena pregunta y espero que la respuesta sea mejor. Hago, gracias a la modernidad, lo que no hacía antes: enciendo la computadora. A veces me despierto en la madrugada empujado por una imprudente e irrefrenable ocurrencia poética. En esas circunstancias, antes de escribir voy al baño; es lo natural.

-¿Cómo ve usted hoy por hoy la industria editorial? ¿Como autor qué soluciones le daría a este problema?
-Me parece que todo el mundo publica. Debe ser porque hay condiciones más favorables que antes. No lo sé, pero de lo que estoy seguro es de que mi último libro lo he editado yo, artesanalmente, porque no tengo plata para más.

-¿Cree en los concursos o certámenes literarios?
-Creo en la calidad de algunos poetas que han ganado algún concurso. Estos certámenes sirven, principalmente, para brindar un apoyo económico a quien los gana y para publicar sus trabajos. No para consagrarlos ni dar testimonio de su calidad. A veces se filtran, como en contrabando, especimenes frágiles e indignos. Hay buenos poetas que ganaron algún concurso y también otros valiosos que fueron descalificados en más de uno. Humanos somos, pues.

-¿Qué opina de las nuevas formas de difusión literaria por Internet como revistas literarias, blogs, páginas sobre literatura?
-Frente al uso inútil y muchas veces perverso que se le da a la Internet, la difusión literaria a través de este medio es una de las muchas cosas buenas y rescatables. Es el uso más noble que se le puede dar. Es, por lo demás, fácil, económico y tiene llegada. Es... bacán!
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Entrevista a Bernardo Rafael Álvarez: Revista Remolinos (Año II, Nº 25, Julio-Agosto 2007)