También
me pasó a mí. Un amigo me contó hace unos días que a través del Facebook conoció "virtualmente" a una
chica que demostró, por sus palabras dichas en mensajes "in box",
que estaba entusiasmada por conocerlo en persona. Se citaron. Él le dijo que
iría al lugar convenido con una vestimenta "informal" y le dio las
características del atuendo. Ella no dio ninguna pista sobre la ropa que
llevaría. Mi amigo esperó en ese lugar cerca de una hora, mirando hacia todas
partes y, con gran esfuerzo, hacia todos los rostros femeninos que aparecían.
Como es un poco miope, y porque las luces del parque no ayudaban, no pudo
constatar si realmente la chica acudió a la cita. Pero, según me dijo, estaba
seguro de que sí había llegado, pues ya no volvió a producirse ningún encuentro virtual
en el Facebook. ¿Por qué crees eso?, le pregunté. Es evidente, me dijo, que la
chica se decepcionó al verme; mi rostro medio avejentado, mis movimientos casi
lerdos, mi ropa de vecino pobre, seguramente le causaron desilusión y, al verme, creyó que lo correcto y conveniente era volver sobre sus pasos y dejar de
pensar en poetas u otros bichos raros.
Lo que le ocurrió a mi amigo, repito,
también me pasó a mí. En circunstancias diferentes, naturalmente. Después de
largas conversaciones "feisbuqueras", cierta noche -hace muy poco,
cuando me encontraba frente a un público amante de la poesía- vi, sorprendido,
que alguien (ella, la de esas largas conversaciones) me miraba de frente,
fijamente, desde unos veinte metros de distancia, sentada entre artistas y
escribidores, y sonreía nerviosa y creo que notoriamente apesadumbrada. Llegó hasta el
lugar, obviamente, porque se enteró de lo que estaba programado para aquella
noche, pues lo había leído en los anuncios que repetidamente puse en mi
"muro". Y, claro, quería darme una sorpresa, y me la dio bien
redonda. Cuando iba yo a acercarme, acabado el acto cultural, adiviné que, en
sus ojos, el encanto que la había hecho imaginarse cosas también se acabó, se
había esfumado. Mientras me distraje por unos segundos saludando a dos o tres
personas, ella se alejó aparatosamente de la sala y -me enteré después- en la
huida casi pierde una sandalia. Corrí pero no la pude alcanzar. Tras su
ausencia dejó en el camino, tirado como envoltura de chocolate, un sueño falaz,
casi una pesadilla. That is
life, murmuré torpemente.
Y asumí una certeza: Sí, pues, el Facebook
también nos engaña. Solo cuando hacemos clic en "salir", es decir
cuando ya es un poco tarde, podemos encontrarnos a nosotros mismos y respirar,
reconfortados o desengañados. El único y absurdo consuelo: el Facebook es gratis (y lo
seguirá siendo).