viernes, 30 de abril de 2021

LO QUE ES Y LO QUE NO ES PLURAL MAYESTÁTICO

 

Lean esto y después les cuento: 

“Hoy, al ofrecer a España la renuncia a los derechos históricos que recibisteis del rey Alfonso XIII, realizáis un gran acto de servicio. Como hijo, me emociona profundamente. Al aceptarla, agradezco vuestra abnegación y desinterés y siento la íntima satisfacción de pertenecer a nuestra dinastía. Y es mi deseo que sigáis usando, como habéis hecho durante tantos años, el título de conde de Barcelona”. 

(Se trata del discurso de Juan Carlos de Borbón pronunciado el 14 de mayo de 1977, al asumir el reinado de España). 

Me informan que un lingüista español -celebrado consejero en temas de la lengua- al explicar sobre el “plural mayestático”, afirma que, allí, en ese texto, Juan Carlos le habla a su padre (que había renunciado a su condición de Rey) en plural; lo trata con el plural mayestático, dice[1]  ¡No, señor! Aquí mi comentario: 


¿Juan Carlos I -al usar el trato mayestático- "le habla a su padre en plural"? Repito: no. Esto es lo que le dice a su padre (según el fragmento expuesto): "Hoy, al ofrecer a España la renuncia a los derechos históricos que recibisteis del Rey Alfonso XIII, realizáis un gran acto de servicio (...) Al aceptarla, agradezco vuestra abnegación y desinterés (…) Y es mi deseo que sigáis usando, como habéis hecho durante tantos años, el título de Conde de Barcelona". ¿"Juan Carlos utiliza el yo, pero a su padre lo trata en plural"? No. Veamos.

Lo que Juan Carlos hace, al dirigirse a su padre, es usar en forma tácita el pronombre personal "vos” que es –estrictamente hablando- un pronombre singular, y es así como se usa en varios países de América y -estoy seguro- también en España (si esto no es cierto, corríjanme, por favor). Cómo se usa en América: "Vos sabés lo que te espera"; cómo se usa en España (mayestáticamente, claro): "Vos, majestad, sabéis de nuestros desvelos" (ejemplos sacados del DLE, por si acaso). Como se ve, allí no hay nada de plural. 

El hecho de que el Diccionario oficial considere -como segunda acepción- que "vos" es "pron. person. 2a pers. m. y f. pl.", no significa que tal cosa sea cierto. En esto la Academia está completamente equivocada: el pronombre "vos" no es plural. ¿Si lo fuera, por qué colocan un ejemplo de uso en singular? Para que hubiese congruencia, el ejemplo puesto debería haber sido redactado así: "Vos, majestades, sabéis de nuestros desvelos". Pero la verdad es que nosotros, que no conocemos cuáles son esos "desvelos", sabemos que nadie usa del modo como acabo de poner el trato mayestático de marras para dirigirse a dos o más "destinatarios de muy elevado rango o dignidad" (¿o sí?), porque sería descabellado "concordar" el pronombre singular con un verbo en plural. La construcción correcta es así: "Vosotros, majestades, sabéis de nuestros desvelos", en la que, como se ve, el pronombre sí corresponde, realmente, al plural mayestático en segunda persona (“vosotros”). El "vos" equivale al "usted", que corresponde al pronombre singular "tú", pero dicho como tratamiento de cortesía, respeto o distanciamiento; el equivalente de "ustedes" es "vosotros" (plural).

Ahora, en cuanto a las expresiones mayestáticas que aparecen en el texto –“recibisteis”, “realizáis”, “vuestra”, “sigáis”, “habéis”-, hay que decir que pueden funcionar -dependiendo de si es uno o son más los destinatarios- como singulares o plurales mayestáticos. “Recibisteis” es lo mismo que -en singular- "recibiste” y en plural “(ustedes) recibieron”; igual ocurre con los otros verbos. El adjetivo posesivo, en segunda persona, “vuestra”, también funciona de las dos formas, como plural y como singular: “Sus majestades, esta es vuestra casa (la casa de ustedes”); “Qué bella es vuestra casa (la casa de usted), su Majestad”. En plural, proviene de vosotras, y en singular proviene de vos ("U. en el tratamiento reverencial de Vos”-DLE). Ergo, el uso que de estas expresiones hace Juan Carlos en su discurso no es en plural, sino en lo que, más bien, tendría que llamarse “singular mayestático”, o reverencial. 

Conclusión: El plural mayestático (también conocido como plural de modestia) es usado en primera persona, por alguna “altísima autoridad” cuando se refiere a sí misma (como en el ejemplo de la ley dada por Carlos I: “Ordenamos y mandamos…”[2]); pero en segunda persona es posible el trato mayestático (de reverencia) en plural solo si es que son dos o más los destinatarios o personas a las que uno se dirige (“Vosotros sois…”; o sea: "ustedes son"), y no cuando es uno solo (no podemos, porque sería absurdo, dirigirnos a una persona tratándola -mayestáticamente- con el pronombre "vosotros", que es plural y equivale a "ustedes"). 

(Hay, creo yo, razón suficiente para que la RAE corrija, en este punto, el Diccionario. Salvo, claro, que esté demostrado que el uso –“árbitro juez y dueño en cuestiones de lengua”: Horacio Quinto Flaco dixit- asume como correcta esta forma expresiva que a mí me parece disparatada: "Vos, majestades, sabéis de nuestros desvelos".  ¿En algún país se hablará de ese modo? Estoy absolutamente seguro de que en ninguno, porque sería una reverenda aberración). Así que, académicos de la RAE, ¡a corregir, se ha dicho!).




[1] Acabo de ver en la Web que este lingüista español afirma, curiosamente, esto: "El plural no solo lo emplea la autoridad que habla, sino también compromete a quien se dirige a esa autoridad, que ha de nombrarla en plural". ¡Completamente equivocado!  

[2] Ley que da Carlos I en Toledo en 1528: “Ordenamos, i mandamos que los Estrangeros, que de Nos, i de los Reyes nuestros predecessores tuvieren cartas de naturaleza dadas según el tenor, i forma de las leyes antes de esta, para aver Beneficios en estos nuestros Reinos, que sean obligados de venir à residir personalmente à los dichos Beneficios dentro de ocho meses después que de ellos fueren proveìdos, sopena que, si ansi no lo hicieren, ayan perdido, i pierdan por el mismo hecho la dicha naturaleza, i que con ellos, como con Estrangeros, se guarden las leyes, que sobre esto hablan: i mandamos à los del nuestro Consejo que dèn sobre ello las provisiones, que fueren necesarias.”

 

jueves, 29 de abril de 2021

¿DI?

 

Si acabada la noche

(esta: cruel, demoníaca, interminable)

nos encontráramos, desnudos

como la bondad de un niño,

con un nuevo día,

bello como un girasol,

y nuestra sonrisa,

convertida en canto de fe y de paz,

inundara los prados,

las ciudades

y los desiertos,

y el cielo fuera nuestro espejo

para repetirnos multiplicados

como los sueños, libres y justos,

y brotaran,

desde nuestras manos y gargantas,

palabras húmedas y cálidas

como el poema de un nuevo nacimiento

anunciado en el vientre bendito de una mujer (hacedora

perpetua de futuro)

abrazados sin temor ni dudas,

sin lágrimas ni ausencias,

con amor y no con odio...

 

qué lindo sería, ¿di?






© Bernardo Rafael Álvarez

28/4/2021 - 10:35 p.m.


lunes, 26 de abril de 2021

PROSA INÉDITA LA DE KARINA MOSCOSO

 

En agosto del 2010 escribí y publiqué, en mi blog, un texto en el que -entre lootras cosas- decía que unos años antes leí poemas míos en El Yacana, un bar y punto cultural ubicado en el centro de Lima, y que cuando, a eso de las ocho o nueve de la noche, me retiré del lugar y me encaminaba hacia la Plaza San Martín, sentí que me perseguían unos pasos ligeros que, creí, eran de mujer, y que al voltear la mirada confirmé mi sospecha: efectivamente, se trataba de una linda jovencita que quería darme el alcance y me llamó: “¡Señor, señor!”. Estuvo allá arriba mientras yo leía. Al oír en su voz -cuando por fin estuvo cerca- esta por demás piadosa y también innecesaria mentira: "Me han gustado sus poemas", ¿saben qué hice? le regalé, feliz, el ejemplar de mi libro "Los bajos fondos del cielo" que yo tenía en la mano. Era, repito, una linda e inteligente chiquilla, casi niña aún, que comenzaba a estudiar literatura en la Universidad de Educación, que de vez en cuando “escribía algo de poesía” y que vivía en Los Olivos. Tras un breve diálogo nos despedimos. Unas semanas después -ya "agregados", por supuesto, como amigos en el Messenger- volví a encontrarla ahora ya de forma virtual, y así pudimos conversar un montón y matarnos de la risa con anécdotas e infinidad de ocurrencias. Se trataba de una cantuteña que solía hablarme, con patética, dramática y asombrosa facilidad, de la muerte y de la poesía, y me desconcertaba cuando aludía a “Rospindolfo” (un personaje nacido de su imaginación, que nunca llegué a entender qué era o qué significaba). Como quiera que los encuentros a través del Internet resultaron más o menos numerosos pero esporádicos, siempre que coincidíamos la primera palabra que yo encontraba en la pantalla era, a favor o en contra pero de todos modos como un saludo, esta: “turista”: ¡Habrase visto!, me llamaba turista (a mí, que apenas conozco mi tierra). 

Cuando después de muchas lunas (llegaron a transcurrir unos tres años) volví a encontrarla, (creo que personalmente, sí mal no recuerdo), pude darme cuenta de que esta vez ya no era la chica que mentía ni siquiera por piedad, y que su palabras, más bien, traían una carga bastante intensa de verdad, pero una verdad despiadada: la verdad de la poesía (porque la poesía carece de embustes). Fue la oportunidad en que llegué a conocer su inaugural entrega poética en forma de libro: "Primera muerte inédita". Una verdad que allí, en ese poemario, aparecía evidentemente golpeada y zarandeada por el drama permanentemente deplorable, conmovedor y asqueante, de la infausta realidad que nos envuelve, y vi -era obvio, por lo demás- que esta realidad la hería ostensiblemente, al punto de hacerle espetar, desesperada y acaso con impotencia, frases incontestables y de un patetismo desolador como esta: “Miento al respirar este aire putrefacto”. Poesía desgarrada y desgarradora, terriblemente veraz, escrita en este suelo “muerto de ansias, de peste, de hambre, de putas”. 

¿Quién era aquella mujer que, cuando casi niña aún, conocí y me hizo caminar en las nubes al regalarme una de sus piadosas mentiras (esta: que mis poemas “le gustaban”), y que después -ya mayor, pero joven todavía- volvió a  dejarme anonadado con la -repito- despiadada verdad de su propia poesía? Era (¡quién más, pues!), simplemente, Karina Moscoso Ballón. Para más señas: poeta, maestra, editora, inteligente y culta, y casi mi vecina, en Los Olivos. 

Una poeta que -tengo que decirlo- no puede con su genio, caracho. Me desconcertó y conmovió cuando leí su primer libro y hoy vuelve a hacer de las suyas otra vez, pero con más rudeza y alevosía, con menos conmiseración. Dije que durante nuestras ya lejanas charlas virtuales me hablaba con cierta recurrencia de la muerte, y que ese tema también estaba metido en su primer poemario. Cierto. Bueno, ahora Karina o, mejor dicho Karinita (que es como yo la llamo desde que la conocí) aparece con un nuevo libro que también (vaya lo retobada y terca que es; más que yo,  creo) es rudo y -a pesar de tener mucho de la propia dulzura que es inherente a ella, como mujer sensible y noble- tiene algo de ferocidad que conmociona, que intranquiliza. 

Este libro (su título es: Del amor y muerte) bien puede ser visto, estrictamente, como de narración, pero nada impide que lo caractericemos como un libro de poesía. Después explicaré esto. ¿Y de qué trata? De un tema que es universal y del cual todo el mundo se ha ocupado alguna vez, en realidad: el amor. Ah, bueno, entonces las cosas –en la escritura de la poeta- cambiaron, dirá alguien. Sí, cambiaron. Es que no hay nada estático (lo dijo Heráclito, ¿no es cierto?). Claro que habla del amor este libro. Pero hay algo que lo hace particular, diferente. En este libro está presente, ¡otra vez!, eso que, estoy seguro, ya adivinaron ustedes: ¡la muerte! Dos elementos, o realidades (amor y muerte), irremediablemente inconciliables que, aquí, unas veces se aproximan y otras -contra todo pronóstico, contra toda razón al menos en este libro- se unen formando una suerte de monstruosa simbiosis. La presencia literaria del amor y la muerte, ya lo sabemos, no es la primera vez que se da. Ya había ocurrido en la célebre tragedia de Sófocles (Romeo y Julieta); también ocurre aquí y ahora, en el libro de Karina Moscoso, pero, naturalmente, de otro modo.  

No conozco ni puedo adivinar cuáles fueron las motivaciones o el propósito que tuvo Karinita Moscoso al escribir estos textos. Sin embargo, como lector, es decir, con la libertad de lectura y el libre albedrío que poseo al interpretar (que, por lo demás, no es privativo de nadie en particular), yo me atrevo a encontrar una suerte de asociación -que en verdad me conmociona- con las circunstancias extremadamente terribles y dolorosas que estamos viviendo desde marzo del año pasado. No quiero decir, no estoy diciendo (sería descabellado y torpe si lo hiciera) que lo que ha buscado la autora es escribir textos “coyunturales”, como contar dramas tal vez referidos a temas de corrupción y sus personajes (que solo alimentan el morbo y seguramente generan buenos dividendos). No. La asociación que encuentro se refiere al hecho de que resulta increíble que un sentimiento de elevada nobleza, como es el amor, pueda (se han dado y seguirán dando casos) llevarnos a la muerte. Hace unos meses yo escribí algo que pudiera ser o parecerse a un poema (lo he extraviado pero más o menos lo recuerdo): “De pronto un apretón de manos, / una caricia, /  y ¡saz! / muerte al acecho”. Gestos de amor que pueden ser letales y que por eso, lo recomendable es distanciarse. Bueno, a eso me refería (ingenuamente, dirán los sabios). Hoy, en estos días inseguros, el amor puede ir de la mano con la muerte, o confundirse ambos. 

Dije que podía verse como narración y como poesía este libro. Sí. Pregunto: ¿Qué es la Odisea? Un poema, ¿verdad? Fue escrita en verso: un poema épico. De eso no hay ninguna duda. ¿Pero puede ser leída, también, como una novela? Sí, yo la veo así. ¿Qué es, por otro lado, “El Spleen de Paris”, de Baudelaire (o sea, los “pequeños poemas en prosa”): su título lo dice. Y, efectivamente, hay allí poemas, como aquel (“La invitación al viaje”) en que nos dice que Jauja “es un país soberbio” (…) “en el que todo es bello, rico, tranquilo, honrado”; pero muchos de los demás textos han sido escritos realmente en forma de relatos, al menos así los he leído yo; el que comienza de este modo, por ejemplo: “Ayer, entre la muchedumbre del bulevar, sentí que me rozaba un ser misterioso que siempre tuve deseo de conocer…” (“El jugador generoso”); es narración. 

Karina Moscoso ha elegido, en este libro, no el  verso, sino la prosa. Y de veras que es una prosa de alta calidad, no solo por la forma cómo enhebra las palabras, las frases, sino porque tiene la virtud de llevarnos, en la lectura, hasta el final, pero, ¿saben cómo?, de un modo casi “forzado”. No, no es que sea difícil de leer, ni menos que haya coacción.  Lo que hay es lo que yo llamaría una suerte de “obligación” espontánea que nace en el lector al sentirse sobresaltado, inquieto, por cada cosa que encuentra a su paso. En resumen: nos tiene en ascuas desde el principio, y eso nos estimula, nos empuja -si o sí- a seguir leyendo, a ver con qué sorpresas, imposibles de adivinar, nos podemos encontrar adelante, a ver si arribamos a praderas de luz y paz, o a precipicios profundos, o a mares tormentosos con olas encrespadas, con cíclopes o lestrigones. 

Lo que encontramos (y aquí me acuerdo de unos bellísimos e impactantes cuentos Horacio Quiroga) es amor y muerte en una conjunción de locura. Y esto por qué, porque –como ya sabemos- el amor, a pesar de todo lo elevado, magnífico y sublime, nunca deja de tener al menos una mínima dosis de locura, y si se alía (tal vez de un modo contranatural) con la muerte, con mucho mayor razón. Pero no todo es fatal. Siempre hay una oportunidad para lo exultante o, como dice nuestra poeta en uno de sus textos, también llega el “tiempo de recibir el beso de liberación”. Es que no es un libro de desfallecimiento: no siempre hablar de la muerte supone negatividad. ¿Se acuerdan de aquella celebérrima frase de Francisco de Quevedo, “Amor constante más allá de la muerte”, y del último verso de su poema, “polvo serán, mas polvo enamorado”? 

A veces (ustedes lo comprobarán, al leerlo) da la impresión de que Karina Moscoso, en sus textos nos hablara de un mundo paralelo, ajeno a la realidad que transitamos, sobre esta tierra escabrosa: pareciera que nos hablara de seres más allá de la vida, lo cual podría ser visto como algo medio fantasmal: por ejemplo, lean esto: “Al cumplimiento de cada año de mi encuentro con la muerte, Cruz se encargaba de brindarme el amor de Miel. Ella retornaba en vida y me acariciaba con amor, el amor esperado”. 

Pero no. Lo que yo creo es que lo que hace nuestra poeta es una suerte de “autopsia” descarnada del alma humana o una incursión en las entrañas de la humanidad y sus entreveros y pone atención en lo que, como dicen los muchachos de hoy en día, son sus “paltas”. No está irrumpiendo en “ultratumba”, en “el más allá”, sino verdaderamente en el más acá, en nosotros mismos, pero de un modo inédito (no por nada su primer poemario tiene este nombre “Primera muerte inédita”). Ah, pero eso sí, Karina Moscoso, al final, cae en la tentación de ponerle a su libro el toque extremo de patetismo, y termina haciendo eso que es conocido como literatura gore. Es, se lo dije a ella, la parte que más me ha impactado y que me hizo derramar una lagrima. 

Sin embargo, dejando de lado todo: la muerte, la locura, el amor medio enrevesado y la sangre, algo hay que se impone por sobre todo: la vida, aunque sea como un sueño, como el más preciado anhelo (“Por fin, de adultos, conseguimos un nuevo árbol, más frondoso y peculiar, de vista distinta. La familia que vive frente a él se ama demasiado y, a veces, sus dos niños nos ven por la ventana. // ¡Irving! Hermanito, hazme caso. Otra vez papá y mamá están en el árbol.”). 


Prosa inédita la de Karina Moscoso, que me ha dejado completamente turbado, anonadado. Y feliz,  a pesar de las lágrimas, a pesar de estos días casi sin futuro a la vista.

 

© Bernardo Rafael Álvarez

                                                                                                                          

LA LENGUA CULLI (O CULLE): Paranshyam, Mushyuquino, Conshyam, munshyo, cashyul, muganshya. (Mi propuesta).

Mi propuesta respecto de un sonido muy particular en la lengua culli (en palabras como estas: Paranshyam, Mushyuquino, Conshyam (nombres de lugares); munshuyo (ombligo), cashyul (el choclo tostado), muganshya (tizón incandescente pero sin flama y, también, luz tenue).[1] 


En la nota introductoria de mi Diccionario Pallasquino puse lo siguiente: «Expresiones propias de esa lengua ya extinguida (el culli, cuyo último reducto fue precisamente Pallasca, como lo reconoció el estudioso francés Paul Rivet) son Chúrgape (el grillo) y estas otras, acerca de las cuales, creo que nadie ha puesto mucha atención: Paranshyam, Mushyuquino, Conshyam (nombres de lugares), munshyo (ombligo), cashyul (el choclo tostado), muganshya (tizón incandescente pero sin flama y, también, luz tenue). En el listado de vocablos culli y toponímicos que Alfredo Torero inserta en su libro Idiomas de los Andes no incluye ninguna de estas expresiones, tampoco aparecen en la lista que hizo don Fernando Silva Santisteban (La lengua culle de Cajamarca y Huamachuco); y es extraño que estas voces no hayan sido recogidas por el obispo de Trujillo Martínez Compañón ni por el presbítero pallasquino Meléndez Gonzales. Y a mí me parecen muy interesantes y valiosas no solo por lo bellas que son sino porque ponen de manifiesto un sonido que no encontramos ni en el quechua ni en el español, y yo me atrevería a calificar como emblemático en la lengua culli; me refiero al fonema (consonante africada postalveolar sonora, en inglés, y también en culli) que yo he graficado (pues me parece lo más aproximado) uniendo el dígrafo “sh” con “y”, considerando que esta última letra representa un fonema consonántico palatal sonoro cuando no está aislada o se encuentra ubicada al final de palabra precedida de vocal; el sonido al que me refiero podemos encontrarlo, por ejemplo, en las voces inglesas “jam” (mermelada), “jean” (vaquero), “jew” (judío), y que en el Alfabeto Fonético Internacional (AFI) se representa con la grafía [ʤ]».

Este sonido –repito- he tratado de representarlo uniendo el dígrafo «sh» con la letra «y» (que, según el DLE, es la “Vigesimosexta letra del abecedario español, que representa, cuando aparece aislada o en final de palabra precedida de una vocal, el fonema vocálico cerrado anterior y, en las demás posiciones, el fonema consonántico palatal sonoro”). ¿Por qué lo hago? En castellano no existe palabra en que después de una consonante vaya la «y», y se la pronuncie como «i» («i latina»); eso ocurre solo “cuando aparece aislada o en final de palabra precedida de una vocal” (aislada, como conjunción: Juan y Pedro; al final de palabra precedida de una vocal: muy, voy, ley). Entonces, por estar frente a palabras que no son de origen español, sino culle, me pareció lo más conveniente hacer esta unión: «shy», en que la «y» no suena ni tiene que sonar como «i» («i latina», quiero decir), pues lo que sigue es una vocal («Conshyam«, por ejemplo), lo que hace que su sonido se convierta en “consonántico palatal sonoro” («Consh/yam», y no «Conshi/am»). Repito, no es, naturalmente, la representación exacta del sonido culli, que -haciendo uso del Alfabeto Fonético Internacional (AFI)- sería [ʤ],  pero si es la más aproximada, usando las grafías del alfabeto común).

 

·              Paranshyam, y no Paranyam, Parandyam o Parangam;

·   Mushyuquino, y no Muyuquino, Mudyuquino o Muguquino;

·         Conshyam, y no Conyam, Condyam o Congam;

·         Munshyo, y no munyo, mundyo,  o mungo;

·         Cashyul,  y no cayul, cadyul o cagul;

·        Muganshya, y no munganya, mugandya o muganga. 


Y, claro, no sería razonable intercalar, dentro de una misma palabra culli, símbolos del alfabeto fonético con letras del alfabeto común, como esto, por ejemplo: “Conʤam”)

© Bernardo Rafal Álvarez



[1] Propuesta proveniente de mi Diccionario Pallasquino, 2008.

martes, 20 de abril de 2021

POEMAS 7ENTEROS (Mi antojolía. Primera parte)

 


1) Juan Carlos Lázaro:

 

franz: historia

de un gusano/

 

Encontré a Franz Kafka  en  la  Plaza San Martín, borracho, todo sucio de manzanas podridas,  la corbata  mojada, los  pelos oliendo  a cañazo. le moví por el hombro para despertarle,  y  no despertó. Su   cuerpo crecía. Franz era  un gusano, una  oruga fea y malcriada que asustaba a señores y notarios públicos. Creció  aún más y  llenó toda la plaza. Sudaba harto con  el estío, y creció, creció creció amenazando destruir con  su  dimensión las formas  de  la ciudad. He aquí  que  hubo reunión de ministros. Le apelaron a Franz; no le dieron comida y  menos  aún paraguas para el próximo invierno.  Así  pasó cien días  inmisericorde. Fue pariente de  plantas y de hormigas, de caca y de carroña. Cuando  abrió los  ojos,  preguntó a   un policía por  un   ómnibus cualquiera. Y se fue. Franz,  insecto  grandazo, feo, no  sabía  aún  vivir entre  cabras.

 

 

2) José Watanabe:

POEMA TRÁGICO CON DUDOSOS LOGROS CÓMICOS

 

Mi familia no tiene médico
ni sacerdote ni visitas
y todos se tienden en la playa
saludables bajo el sol del verano.

Algunas yerbas nos curan los males del estómago
y la religión sólo entra con las campanas alborotando los
canarios.

Aquí todos se han muerto con una modestia conmovedora,
mi padre, por ejemplo, el lamentable Prometeo
silenciosamente picado por el cáncer más bravo que las
águilas.

Ahora nosotros
ninguno doctor o notable
en el corazón de modestas tribus,
la tribu de los relojeros
la más triste de los empleados públicos
la de los taxistas
la de los dueños de fonda
de vez en cuando nos ponemos trágicos y nos preguntamos
por la muerte.

Pero hoy estamos aquí escuchando el murmullo de la mar
que es el morir.

Y este murmullo nos reconcilia con el otro murmullo del río
por cuya ribera anduvimos matando sapos sin misericordia,
reventándolos con un palo sobre las piedras del río tan
metafórico
que da risa.

Y nadie había en la ribera contemplando nuestras vidas hace
años
sino solamente nosotros
los que ahora descansamos colorados bajo el verano
como esperando el vuelo del garrote
sobre nuestra barriga
sobre nuestra cabeza
nada notable
nada notable.

 

3) Jorge Pimentel:

 

RIMBAUD EN POLVOS AZULES

 

 

Rimbaud apareció en Lima un 18 de julio de mil novecientos setenta y dos.
Venía calle abajo con un sobretodo negro y un par de botines marrones.

Se le vio por la Colmena repartiendo volantes de apoyo a la huelga
de los maestros y en una penosa marcha de los obreros trabajadores
de calzado El Diamante y Moraveco S.A., reapareciendo en la plazuela
San Francisco dándole de comer a las palomas y en un cafetín donde rociaba
migajas de pan en un café con leche mientras entre atónito y estupefacto
releía un diario de la tarde. Las personas que lo vieron aseguran que denotaba
cansancio y que fumaba como un condenado cigarrillo tras cigarrillo.

Pálido como una Hermelinda, de contextura delgada, entre las manos portaba
un libro de tapa gruesa. Luego hizo un ademán con la mano pidiendo la cuenta.

Pagó 13 soles y 50 ctvos. y luego partió y una muchacha al reconocerlo le tendió
la mano y le ofreció posada y su cuerpo a lo que él respondió invadiéndola
de luces anaranjadas. Llovía. Y las pocas personas que en esos momentos
contemplaban la escena —serían unas 15, de 20 no pasan— reunidas bajo el toldo
de la chingana armaron un tremendo barullo llamándolo Arturo, Arturo Rimbaud.

Y sus pasos fueron lentos mientras enrumbaba por el Jr. Leticia hasta la calle [Caquetá
en el Rímac. Casi todos los que se encontraban reunidos coincidían en afirmar
que su aparición podría traer funestas consecuencias al sistema y al orden
establecido y que mejor era dar parte a la policía. La descripción que de él
dio un político coincidía con las que se dan para atrapar a un maleante.
La del empleado del Ministerio de Educación fue que en su abundante cabellera
pendía un turbante turco y una argolla de bronce aparecía en una de sus orejas.
A lo que un joven estudiante de San Marcos prorrumpió amenazadoramente [aseverando
que todos ellos estaban siendo alienados y que más bien había que cumplir
al pie de la letra la aseveración de Juan Nicolás Arturo Rimbaud «Hay que [cambiar
la vida» para lo cual había que destruir todo un sistema inhumano injusto y atroz.

¡Linda manera de hacerse oír!, terció la voz de un anciano, y un muchacho
de secundaria dijo: ¡Buena, tío!, y la muchacha que fue invadida de luces
anaranjadas extrajo un lápiz de labios de su cartera corriendo hasta llegar
a un muro donde inscribió esta significativa palabra:

FIN



4) Enrique Verástegui:

PARA MARÍA LUISA ROJAS DE PELÁEZ

MUERTA EL 21 DE AGOSTO DE 1969 EN CAÑETE

DONDE MORAN A LAS CINCO DE LA MAÑANA EN EL ESTANQUE LOS ÁNGELES DE JERICÓ

 

 

 

Ya puse estos versos como ramas de olivo sobre tu tumba oh mi

abuela y me tendrás aquí

para siempre – gritando, dando alaridos, llamándote, prosternado

a tus maneras,

levantándome, maldiciendo a pesar de las prohibiciones y de que no

debo hablar con locos

o pillar frutas en los mercados.

Estaré silencioso estos días como cuando hacia las 4 de la tarde

cogías tu alfombra

para continuar tejiéndola con yerbas y ángeles de Jericó y rojos y

verdes y dorados.

No fumaré ni saldré ahora a caminar con Mario hablando de Marx

de la victoria.

Llegué hasta la tumba donde duermes y duerme una parte de mis

años, de mi sueño

y permanezco como brasa bajo la lluvia o bajo el jazz de las discotecas

escuchando cantar a Odetta.

meciéndome como la brisa como un murmullo de mariposas sobre

mis rodillas,

sobre mi soledad.

Y no quiero estar solitario, no quiero ni puedo.

Tú viajas junto a mí a mi lado y soy la yerba por donde vas caminando

sin que se noten tus ojos y tu canto

– en el patio deliro conversando con lo que eran tus pasos trazados

sobre la noche

como por la constelación de mis labios sobre la frialdad del vidrio

que daba a tu rostro en el ataúd.

y eso era todo o casi todo; yo volando por la ciudad con mis juguetes,

enardecido como un ángel, con mis palabras de ángel.

Vi cómo t despediste de mí por última vez aquel día de agosto

en Tigre cuando te trajeron a Lima a Neoplásicas y yo recién tanteaba

mi ingreso en la universidad que ahora desprecio.

Toda la mañana de aquel día viajé en ómnibus, sudando, abochornado,

desmayándome en los semáforos,

con una sensación de muerte en los labios, con el llanto.

Y eso era todo o casi todo, o nada.

Llegué hasta tu tumba cruzando amplios jardines – perdido entre

otras tumbas

y chocándome a cada instante con viejos conocidos de cabellos de

neón – amigos suicidas

– parientes parientes venidos a menos después de la lluvia – devorando

frutas y palabras extrañas en los manicomios,

en el fondo de cuartos que ya nadie recuerda.

Este es Jarry que retorna a tu álbum de recuerdos, a tu gusto;

cargado de soledad

y sin sentido, hablando de cosas ininteligibles, blasfemando

– recíbeme abuelita soy yo el más engreído.

Agitaste tu mano desde dentro del automóvil, tu último saludo

para mí – adiós al nieto que más querías

y a quien continuaste lavándole pañuelos y camisas aún cuando ya

te sentías enferma

a 28 días de tu muerte y mírame colgado en la percha en la sala

junto al estante de libros

entre la yerba y los ángeles de Jericó.

Hoy me levanté temprano y corrí a saludarte porque también toda

palabra es un parque de sueños

y aquí estoy para siempre a tu lado, como las ramas de olivo que

te puse ayer en la tumba.

 

 

5) Mario Montalbetti:

 

Después de por supuesto mi mujer yo

quiero a mi patria y

aún antes que a mi patria yo

quiero al cielo y

aún antes que a mi patria y

aún antes que al cielo

pero después de por supuesto mi mujer yo

quiero al mar y al monte azul también y yo

quiero por supuesto a dios

antes que a mi patria y

se levanta un militar de mi patria y

dice que la patria es mujer, cielo, mar y yo

quiero a ese militar

antes que a mi patria

pero después de por supuesto mi mujer y

mi mujer quiere por supuesto a un industrial

antes que a su padre y

aún antes que a su madre y

por supuesto antes que a mí

 

 

6) María Emilia Cornejo: 

 

       SOY LA MUCHACHA MALA DE LA HISTORIA

 


Soy
la muchacha mala de la historia
la que fornicó con tres hombres
y le sacó cuernos a su marido,
soy la mujer
que lo engañó cotidianamente
por un miserable plato de lentejas
la que le quitó lentamente su ropaje de bondad
hasta convertirlo en una piedra
negra y estéril
soy la mujer que lo castró
con infinitos gestos de ternura
y gemidos falsos en la cama
soy
la muchacha mala de la historia



7) Omar Aramayo:

SOY UNA NIÑA 

 

Soy una niña fea, entre las piernas tengo una tripa pálida como la yerba muerta.

Fea me va diciendo el espejo con su boca escandalosa. Cuando camino por la calle acaricio los postes, los introduzco por mis oídos suavemente hasta mi cerebro.

Tu cerebro está lleno de heces, me dijeron, y tu corazón también, eres el bolo fecal caminando, rey midas, lo que tocas en heces lo conviertes.

He soñado que mi cuerpo era enorme, bajo mi piel se guardaban los aviones, y los aviadores descendían, con sus cabellos crecidos durante la guerra, y subían a mi rostro y jugaban con mis ojos, abriendo y cerrando los párpados, mis árboles -digo mis pestañas- se agitaban como persianas de celofán como si se trataran de los ojos de una muñeca jugaban con mis ojos, los aviadores de largos cabellos y pechos desnudos.

Llegó ahora hasta el crepúsculo con mis cintas manchadas de sangre, las uñas completamente negras tratando de agarrar una garza blanca y retorcerle el cuello, pero la espuma llega al cuello y el licor me abre el vientre como un cuchillo afilado por el proceso geológico del planeta.

Con los vestidos viejos de mi madre salgo en las noches a buscar palomos, pero me caen muy por debajo de la pantorrilla, y nadie me cree esta vieja historia, me agarran en plena calle me dicen palabras inmundas, me abofetean y la sangre me baja en abundancia cosmogónica hasta inundar la calle, me desgarran los vestidos, me hunden puñales en la carne, me desangro, boto espuma, mi rostro húmedo, babeo, garganta seca, transpiro, estoy mojado, codeo, cojeo, muero, agonizando, me orino, jadeo, tiemblo