sábado, 18 de junio de 2016

RECUENTO DEL AÑO/ José Diez Salazar (poeta horazeriano)


RECUENTO DEL AÑO

                                        José Diez Salazar (poeta horazeriano)



Ya no puedes engañar al mundo ni con reuniones
de alto nivel, ni con tus asesores alérgicos
a la vida natural que vuelan en tu Challanger mental
a 2000 kilómetros por segundo y se estrellan y se
hacen añicos.

Ya no puedes engañar con tus leyes escritas por el
conde Drácula, mucho menos con los bochornosos 
acuerdos secretos; ni con mentiras prefabricadas 
para sabotear la democracia y cantidad de cosas, 
porque comerás todo lo que vende Monsanto, 
los productos tóxicos de la Bayer.

Tu camino es un proceso de pauperización que 
se va graduando térmicamente por violar el entorno
que respiramos.

Sólo los enfermos mentales te obedecen.
Enfermos con las cifras bancarias, los déficits
y los peligros de la bolsa.

Son enfermos del corazón, que es una pieza de oro
color mierda, igual que el color de tu esperanza.
Te lo avisé. Serás condenado por los poetas de Hora
Zero.

Juan Ramírez Ruiz, Julio Polar, Manuel Morales, te han 
condenado desde los cielos más altos donde 
no llegan los Discoverys porque tu altura está 
en pañales ¿Entiendes? Te falta combustible 
de Chevron y deTexaco. Ni aun así.

Con Jorge Pimentel ¡olvídate microbio! Caballo viejo 
orinará al costado de la Estatua de la Libertad... 
donde orinan los gendarmes del Pentágono 
(recordando a Scorza)

José Carlos Rodríguez, el charapa, mi causa,
la quinta esencia de este loco pentagrama, no te
quiere ver ni en pintura. Por tu culpa casi lo meten
en cana tus testaferros de la Dircote, creyendo que
era un terruco asolapado como lo son ellos para
acabar con la raza.

El “negro” Enrique Verástegui, a pesar de todo 
mi cumpa. ¡Míralo! ha perdido todo, menos, 
su dignidad. Te va a echar a los extramuros 
del planeta.  Te va a llenar de sarna las neuronas; las que 
se van pudriendo lentamente en los laboratorios 
de energía nuclear, la más radioactiva, 
la más contaminante.

Feliciano Mejía, el chochera rebelde, él sabe 
quiénes somos y sabe quién eres.
Eres el águila irreal que se fue haciendo de plomo,
abriendo fuego a los Cheyenes, Navajos, Sioux
y el resto de habitantes.
En el reino de Feliciano no entrarás ni con 
los discursos de amistad que echa el cardenal 
de la mafia Vladimiro Cipriani.

Isaac Rupay, José Tang y Mario Luna te esperan 
en Barranco para una descarga eléctrica de 2000 voltios...
con sus guitarras y canciones de protesta. ¿Por qué? 
Porque los insensibles norteamericanos ponen sensibles 
a los espectadores para culpar a los Rusos 
de las atrocidades que ellos cometen a diario.
Su arma la CNN.

José Cerna tomará un boeing 747 hasta la ciudad 
de los Virreyes, luego regresarán sus pasos hasta 
Carabaya y la Colmena y pedirá al policía de guardia
su documentación, y lo llevará esposado hasta 
Palacio de gobierno.
Entonces, será una laguna que ancló sus aguas 
en el tiempo alterando las ondas gravitacionales.

Yulino Dávila, Santiago Elías, Alberto Colán, Bernardo Rafael 
Álvarez y Armando Arteaga están pendientes, preparando 
el asalto poético donde caerás con la misma gravedad 
de una manzana en los jardines del Cairo. 
En el Kybalión de Hermes ya se había demostrado 
los principios de la naturaleza cosmogónica, 
que todo el universo está en movimiento; 
hasta tu maldad que incursiona en los países 
de Latino américa.

¿Y tú, Pepe, José Diez?...y con Atawallpac ¿Qué?
Siempre su rumbo será Cajamarca. El rumbo 
del rescate histórico, la maldición chamánica.
Con el seudónimo del Inca que murió en el garrote 

he firmado mi sentencia. En buena hora.

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Ámsterdam, 15 de junio del 2016.





lunes, 6 de junio de 2016

LLEGAR A PALLASCA*

Supone, en primer lugar, soportar unas horas de viaje más o menos duro a través de una carretera de tierra que parte desde Chimbote. Un poco más arduo (pero gratamente inolvidable), si el viaje se hace entre diciembre y marzo, porque hay que empaparse con una lluvia relativamente inmisericorde con todas las contingencias que ello acarrea.**

Supone, en segundo lugar -una vez que el vehículo está pasando por Llaymucha (claro, después de haber subido por la "Cruz de Maguey"), advertir más allá, la presencia de un manojo nutrido de techos rojizos -que, a manera de saludo y bienvenida, parece que sonríen con el candor y la timidez de una pastora con roja "lurimpa", como pidiéndonos que avancemos.

Aquí es cuando la emoción nos embarga y, como alguien dijo alguna vez, comenzamos a sentir que realmente un corazón cuelga y palpita en nuestro pecho. Ahora -resulta casi irremediable- las lágrimas se convierten en la más elocuente y sublime lluvia de nuestra alma.

A continuación nos sentiremos prendados de aquella incontrastable belleza, en una suerte de amor a primera vista. ¡Es que ya estamos llegando a Pallasca!

Ya en la ciudad, encontramos una placita cuadrada -casi vacía en los días de semana pero densa y bulliciosa los domingos y días de fiesta- en cuyo centro una hermosa fuente derrama agua por el elevado surtidor que es, en realidad, la representación escultural de un ave palmípeda rodeada por los brazos de un infante (el "negrito de la pila"); y en la esquina que da al noreste, una iglesia colonial construida a mediados del siglo XVII, que vista de cerca es chiquita pero cuyas torres se agigantan con la distancia y crecen aún más cuando sus campanas repican llamando a misa o doblan anunciando alguna muerte en el pueblo. Al frente: el Palacio Municipal, reconstruido después de su destrucción por el vandalismo de delincuentes terroristas.

Y, por cierto, en Pallasca están también las callecitas angostas, empedradas algunas y desnudas otras* por las que nadie pasa sin intercambiar un saludo: "Buenos días don Rómulo", "Buenas tardes, doña Eulalia". Porque, naturalmente, son calles hechas para juntar a las gentes, no para distanciarlas.

Ahora, si levantamos la mirada (no hace falta levantarla mucho, porque el cielo está ahí nomás) se advertirá la presencia de un azul infinito por donde lerdamente se desplazan unas blanquísimas nubes que le ponen una nota de paz y dulzor a este paisaje de acuarela. Unas besan al “Chonta” (la montaña más elevada del pueblo) y otras, como bufanda, envuelven al “Parihuanca”, el coloso liberteño que también nos vigila.

Llegar a Pallasca es, finalmente, encontrarse con niños, hombres y mujeres que en un principio pueden parecer huraños pero pronto se muestran como realmente son: hospitalarios en grado sumo; lo que, sutilmente, obliga a los forasteros a quedarse en su corazón y no poder ni querer desprenderse. Y para que esto ocurra no hace falta (aunque no sería de más) el ritual de bañarse en el manantial de "Aguaytoro", o beber un sorbo de sus escasas pero límpidas aguas, porque ello acontece en forma espontánea y natural, como todo aquello que brota de los buenos sentimientos.

Por la ubicación de su Plaza de Armas y el declive de algunos de sus principales barrios y calles ubicados en los flancos norte y sur, para la fértil imaginación popular la apariencia de la ciudad se asemeja a una alforja que estaría montada sobre las ancas de un cuadrúpedo; de ahí que socarronamente, se le haya asignado el irreverente pero no mal intencionado apelativo de "Alforja del diablo", aunque, claro, no ha faltado quien sobre la base de la misma apariencia le haya otorgado el piadoso pero menos imaginativo título de "Balcón del Cielo", que también es usado en otros pueblos.

No es, ciertamente, lo uno ni lo otro, pero no cabe duda de que Pallasca, la ciudad de los "chupabarros", está a solo un paso del Edén. Muestra de ello es la apacible campiña de Tambamba, el paisaje sin par de Pambahua y Cruzmaca, la hondura de ensueño de Kuymalca, los imborrables paisajes de Shindol, Tucua y Culculbamba, el frescor casi helado de las noches en el Tambo; las madrugadas venturosas de mayo y la poesía romántica de las tardecitas de junio...Y más, mucho más.

Don Moisés Huerta ("Don Moshe") el inolvidable fotógrafo del pueblo, supo certeramente retratarlo, no con aquella vetusta cámara que le permitió capturar las más disímiles imágenes, en blanco y negro, de la gente y los paisajes, sino con un par de palabras -resumen de emoción, imaginación y cariño- que yo repito aquí, añorando el aroma tibio de la panizara y la belleza escarlata de la cantuta: "Pallasquita linda".

“Balcón del Cielo”, “Pallasquita linda” o “Alforja del Diablo”. Como usted quiera llamarla. La verdad es simple:

Pallasca es un pueblo culto y hospitalario. Admirado a muchas leguas a la redonda. Probablemente con algunas carencias materiales, pero rico en vigor, buena voluntad y esperanza... y algo más: alegría. Esa alegría que, llena de esplendor, retoza detrás del "toro de trapo”; zapatea, ebria de música y orgullo en las “luminarias” de la fiesta patronal; excita el entusiasmo colectivo en los trabajos de la República y ha logrado que, más que una socarrona ironía, el mote de “chupabarros” sea un estímulo y acicate para procurar la satisfacción de las necesidades y mirar hacia delante con optimismo y dignidad.

Pallasca es Pallasca. Única.

Un pueblito de la sierra ancashina, bello, saludable y acogedor, por sus paisajes infinitos, por su clima y por el calor imantado de su gente, que es capaz de atraer al más distante de los humanos, convirtiéndolo en huésped perpetuo de su corazón.

Pero, más que un pueblo, Pallasca es esto:


¡UN SENTIMIENTO PERPETUO DE BONDAD, AMOR Y ESPERANZA!

(Y allí  -en nuestra casita de la "subida del chorro"- fue donde la linda Biguita me parió. Y yo me siento feliz).


                                          © Bernardo Rafael Álvarez 




*Texto  escrito y publicado inicialmente el año 2009.
**Ahora, las cosas han cambiado. El viaje es más rápido y fácil. El recorrido, desde Chimbote,  se hace en tres o cuatro horas. La carretera hoy cuenta con asfalto. 
***Actualmente, casi todas las calles están pavimentadas.