Circuló, hace poco esta pregunta: ¿fue un triunfo boliviano lo decidido por la Corte Internacional de Justicia de La Haya, en el sentido de declararse competente respecto de la demanda de salida al mar? Estos fueron mis comentarios en el Facebook:
Ver donde otros no ven, o no quieren ver, no es cosa del otro mundo. Es cuestión de ver únicamente; así de simple. Ah, pero para ello es recomendable emplear la mirada y dejar de lado las anteojeras y también la ojeriza. Apasionarse en la vehemencia, no en el odio ni en el fanatismo. Ser tolerantes, pero no tontos. Ser perspicaces, no adivinos. Ser claros y objetivos. Ser decentes y sinceros. Justos. No esperar el aplauso fácil. Buscar la verdad. Respetar.
lunes, 28 de septiembre de 2015
DEMANDA BOLIVIANA (CONTRA CHILE) EN LA CORTE DE LA HAYA. Mis comentarios en Facebook
Circuló, hace poco esta pregunta: ¿fue un triunfo boliviano lo decidido por la Corte Internacional de Justicia de La Haya, en el sentido de declararse competente respecto de la demanda de salida al mar? Estos fueron mis comentarios en el Facebook:
miércoles, 9 de septiembre de 2015
HISTORIA DE UN ECLIPSE*
–Cuando ocurre un eclipse de Sol –dijo notoriamente fastidiado el
profesor-, el día se oscurece por completo. Y lo que este tonto nos está
anunciando, no es más que una sandez.
Aquel era un día tranquilo, como suelen serlo en todos los pueblos
de la sierra, a menos que fueran alterados por noticias de alguna muerte entre
los vecinos o por la llegada de foráneos trashumantes que por determinado
aditamento en el vestir recibían el trato de “doctor” o “ingeniero”, no
pasando, en realidad, de ser simples y honrados “shilicos” vendedores de
anilinas y peinetas, o truhanes embaucadores de doncellas.
Las informaciones periodísticas nunca llegaban a tiempo. “El Comercio”,
único diario allí conocido, del que era suscriptor uno de los más acomodados
comerciantes del pueblo, era traído, con todas las contingencias presumibles,
por el servicio de correos –proverbialmente moroso- en remesas quincenales,
empleando ómnibus primero, luego ferrocarril y en el tramo final, lomo de
bestia. No resultó tardía, sin embargo, la noticia que anunciaba el eclipse
solar que, justamente, iba a sobrevenir ese día.
Según precisaba el periódico, que en tardes de tertulia leía con avidez
un minúsculo grupo de personas en la bodega de don Pancho, el fenómeno sería
observado y estudiado, con el uso de modernos instrumentos de aproximación, por
un astrónomo apellidado Yamamoto, venido especialmente de Japón. Salvo los
referidos habitúes vespertinos de la bodega, más uno que otro maestro de
escuela y don Manuel Jesús, lector voraz y periodista autodidacta, nadie
aparentaba interesarse en la noticia.
Sin embargo, un imberbe estudiante de primaria, de tez y cabellos
claros, resultó ser el más obsesionado por el acontecimiento que se avecinaba.
Con algunos días de anticipación se apuró en plantearle a su padre todas las
interrogantes sugeridas por su curiosidad. Las ilustrativas respuestas d don
Manuel Jesús, le proporcionaron la base conceptual para acometer con “rigor” la
apasionante experiencia de ser testigo de un –hasta entonces- enigmático
fenómeno estelar.
Llegado el día, y sin proponérselo, este muchacho se convirtió en líder
de un grupo de chiquillos a los que, tras una breve pero puntual explicación,
logró persuadir de que, alrededor suyo, se reunieran con sendos pedazos de
vidrio ahumado en la plaza principal. El resto de la población vivía su rutina.
Los hombres removían con arado las tierras de cultivo o montaban a caballo y
recorrían los caminos enamorando a las muchachas; las mujeres cocinaban,
tejían chompas o lavaban ropa junto a una acequia.
En los centros educativos, de varones y de niñas, profesores y
alumnos se enfrascaban en sus lecciones: historia peruana, lenguaje, cálculo, o
tal vez “el niño y la salud”. Solo aquel grupo de púberes “vaqueros”,
organizados ocasionalmente en una suerte de logia, prestaba –abstraídos todos-
atención a lo que se aproximaba en el cielo.
Llegado el momento, como una suerte de Rodrigo de Triana el líder
exclamó jubiloso: “¡El eclipse ha comenzado!”. La alegría fue total en el clan.
Y mientras las miradas convergían en el mismo punto, pensó en sus compañeros y
en su maestro de aula, y resolvió ir a buscarlos. A trancadas se encaminó por
una calle irregularmente empedrada, llevando la “gran noticia” que
probablemente –pensó- le significaría una disculpa por la inasistencia y acaso
unos puntos más en la calificación bimestral.
El profesor, un hombre con gran sensibilidad artística, era admirado en
el pueblo por su amplia cultura y porque, a diferencia de otros, procuraba
siempre estimular en todos –particularmente en sus discípulos- el interés por
el pasado prehispánico.
Olvidándose por un instante de las reglas de urbanidad aprendidas en el
Manual de Carreño, atropelladamente el muchacho se ubicó en la puerta del aula
y, acezante, comunicó la nueva. No presagió la desproporcionada respuesta de su
culto maestro ni la general carcajada provocada en los alumnos, que creyeron
que el muchacho estaba quedando en ridículo. Si hubiera adivinado lo que iba a
pasar, probablemente habría podido admitir la conveniencia egoísta de
reservarse el gozo de la verdad y evitar que llegara a convertirse en desazón.
Pero no, él tenía el convencimiento de que esa verdad había que compartirla sin
reservas.
–Tiene razón, maestro –retrucó enfático y rotundo-, pero la oscuridad
solo dura unos minutos. Compruébelo usted mismo: el eclipse ya ha comenzado.
Ante el aplomo de la réplica, el maestro consideró impropio rechazar el
fragmento de vidrio que el adolescente le ofrecía con diligencia.
Una palmeta pérfidamente horadada descansaba en acecho sobre el pupitre.
En escenarios diversos, las aves de corral como las del campo,
alborotadas buscaban conciliar un sueño inoportuno ante lo que intuían
era la noche que se precipitaba.
Aún con muestras de enfado, el docente levantó la mirada al Sol.
El espectáculo –tal vez el primero de esa naturaleza que veía en su vida-
lo dejó absorto. Creyó tener, entonces, la certeza de que el almanaque
Bristol solo era un anodino folleto anunciante de “Agua Florida” y “Tricófero
de Barry”.
El eclipse, en efecto, había comenzado. Una sombra, casi imperceptible
al principio, iba cubriendo allá arriba el disco dorado y ardiente para luego,
con la misma progresión, dar paso al retorno de la claridad. Resguardado
por un ineficaz disimulo, el profesor no tuvo más remedio que aceptar que en
sus fueros íntimos algo similar –un “eclipse intelectual”- acontecía en ese
momento; y tuvo que reconocer que la lucidez que pareció haberse escamoteado
súbitamente por el influjo de una poco habitual intolerancia, le había sido
devuelta gracias a uno de sus alumnos, el más inquieto y travieso de la clase
(aquel que, por lo demás, justamente ese día había preferido faltar al
colegio).
La hilaridad infantil halló nuevo estímulo pero, por cierto, esta vez
tuvo que ser voluntariamente contenida, para evitar que aquella palmeta
pérfidamente horadada pudiera ser usada, como todos temían.
20 de junio del 2001
© Bernardo Rafael Álvarez
* Esta historia no es ficción. Ocurrió en
un lejano día de los años 30, en un pueblito de la sierra de Pallasca, Ancash.
Su protagonista, Félix Álvarez Brun, andando el tiempo llegó a ser abogado,
historiador, embajador en el servicio diplomático y catedrático en San Marcos;
fue distinguido con el Premio Nacional de Cultura y con las Palmas
Magisteriales en el Grado el grado de Amauta.
martes, 8 de septiembre de 2015
PARA TRUSHCALEAR LAS PENAS*
domingo, 6 de septiembre de 2015
LA TETA ASUSTADA. Mi pobre y silvestre comentario*
aproxima a una flor (¿Hay conexión entre estos dos escenas?). En fin, ¿podríamos decir (esta es una pregunta tal vez osada) que La teta asustada se inscribe en lo que sería el cine del absurdo? (No estoy insinuando, por si acaso, que se trata de una película absurda ni mucho menos; solo quisiera entender si podemos encontrar cierta analogía con el teatro del absurdo, por ejemplo.)