Cuando, en noviembre del 2019 -tres o cuatro días después de que salió de la
imprenta-, leí Manifiesto de las jodas,
confirmé lo que, un año antes, ya había asumido como una verdad indiscutible al
leer Montacerdos, aquel relato, crudo y brutal como la realidad
misma, que se expone en un desborde de imaginación aterradora y nos cuenta,
entre otras cosas, de un niño que muestra una caja con alacranes y cucarachas
muertas y de su bolsillo saca pericotes, “uno muerto y otro medio muriéndose”;
y en el que, además, un personaje da testimonio de algo que sacaría de
quicio a más de un noble y refinado lector: “comíamos -dice- ratas, meses
atrás, comíamos harto hasta chupar y sorber rico los tuétanos y masticar los
huesitos, embriagándonos de dicha…”. La conclusión a la que entonces yo había
arribado, y mantengo firme hasta ahora, fue que Cronwell Jara Jiménez es,
definitivamente -a partir de los dos libros mencionados-, el fundador de la
nueva narrativa peruana.[1]
Manifiesto de las jodas -que
es una suerte de lapo desacralizador y expresión desvergonzada de desenfado e
irreverencia, apología y celebración de la libertad- me ayudó, pues, a
consolidar la idea que tenía respecto de la literatura de Cronwell; y quedé
convencido de que es libérrima, que manda al demonio -como debe ser- las
normas, todas -incluso las “morales”-, que decapita deidades y acomete,
rigurosamente y sin miramientos, el deicidio de que hablaba Vargas Llosa: es
decir, un matar a Dios (literariamente, digo) y poner al diablo como gerente.
Es, como lo afirmé en un ensayo que di a conocer hace un par de años acerca de
su increíble novela PANCHO FIERRO: picardías de un lujurioso y
festivo acuarelista (febrero del 2021), la literatura del “mundo al revés”,
en alusión al título que el acuarelista mulato (protagonista de esta novela),
puso al mural que pintó en una pulpería de los Barrios Altos y en otros tres
lugares de Lima, también; murales en los que, según refiere el maestro Raúl
Porras, se veían hombres que “halaban de los coches dentro de los que viajaban
los caballos, los peces arrastraban a los pescadores cogidos del incauto
anzuelo, los toros banderilleaban diestramente a los lidiadores”.
Prácticamente
lo mismo que hace poco encontré en un poema de Cronwell Jara (de su libro Manifiesto del ocio,
publicado el 2006), en que -entre otras cosas- dice: “¿Quién al cascabel le
pone un gato? // ¿Quién al clavo le puso un Cristo? / ¿Quién al diablo
convirtió en dios bueno / y a Dios quién lo hizo microbusero? / ¡Y si al revés
está hecho el paradero, / paren el paradero que aquí baja el mundo!”. ¿Se
dieron cuenta? ¡Ahí está, efectivamente, el mundo al revés! Lo que yo creí
haber descubierto hace poco en su narrativa, resulta que el mismísimo Cronwell
ya lo había anunciado -como una suerte de “arte poética”- hace más de veinte
años: el mundo patas arriba, que es la marca, única e inalienable, de su
literatura; de la nueva estética narrativa que él ha creado, de su arte de expresión verbal (DLE)
que se comporta como una intensa y sensual orgía literaria.
Estética
narrativa en la que, también, hay (¡cómo no!) poesía. Patíbulo para un caballo (cuya
primera edición es de 1994) es soberbia muestra de lo que digo: épica urbana
aderezada de conmovedor lirismo; novela que, en buena cuenta, es la
continuación ascendente de Montacerdos, y en la que más que la
anécdota (es decir, lo que cuenta) tiene un valor altamente significativo el cómo
lo cuenta: a diferencia de otros narradores (que, en el acto específico de
contar, traen más de lo mismo), Jara hace (solo menciono aquí una
característica, por si acaso) que cada resquicio de sus narraciones pueda,
incluso, ser leído como un texto autónomo, redondo.
Pero
hay, también, como en Molotov suite en el patio de letras,
novela que salió en abril del 2021, ficción literaria que es testimonio de una
época apacible y efervescente, de conflictos, sueños, pasiones y, a veces,
extravíos: lo días vividos en los claustros universitarios de San Marcos. Y,
bueno, también podemos encontrar a nuestro poeta supremo caminando por las
calles de Lima, gracias a Film Vallejo: Moriré en París con aguacero (2022)
(y a su viuda, en el conmovedor monólogo llamado Georgette: la golondrina de Vallejo,
en que hallamos esta frase que es una inapelable sentencia: “¡La guerra nos
convierte en cucarachas!”). Y más, mucho más hay en la literatura de Cronwell
Jara; por ejemplo, aquel cuento, de arquitectura medio churrigueresca, escrito
hace solamente cuatro meses: Martín Campanas, que habla
-imprevisiblemente, como todo lo de Cronwell- de un personaje que “tenía un
toro, y ese toro era su casa”.
Imprevisible,
pues. Eso es Cronwell Jara. Y al leerlo comprobamos que la alta literatura
-como la suya- no es, no tiene que ser, y nunca ha sido, solo esa de la solemne
seriedad, de las “nobles causas” o cosas por el estilo, ni solo aquella de “las
caídas hondas de los Cristos del alma”; también en ella está la alegría, la
carcajada. Y, sin embargo -a pesar de no ser, precisamente, lo que se conoce
como “literatura de denuncia”-, es, también, el mensaje inesperado, a veces
violento, de la miseria y la marginalidad; y la exudación patética y despiadada
de una realidad que tiene belleza, pero es, al mismo tiempo, dramática,
grotesca y enervante.
El
premio que, a manera de homenaje -en reconocimiento a su trayectoria literaria-
la Feria Internacional del Libro de Lima otorga en esta oportunidad a Cronwell
Jara Jiménez (repito: el fundador de la nueva narrativa peruana) es
absolutamente merecidísimo. Y esto, a nosotros sus amigos, nos hace muchísimo
bien. ¡Salud, Cronwell, hermano!
©Bernardo Rafael Álvarez
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*Leído
durante el homenaje que le ha tributado a Cronwell Jara, hoy 26 de julio del
2023, la Feria Internacional del Libro de Lima.
[1] Una precisión (como anticipo de un
ensayo que tengo en preparación): En cuanto a estética narrativa -es decir, en
el arte de contar-, tres son -después de Ricardo Palma- los escritores a los
que considero fundacionales en el Perú: Juan José Flores, con Huámbar poetastro acacautinaja,
en 1933; Mario Vargas Llosa, con La casa Verde,
en 1966, y Los cachorros, en 1967; y Cronwell Jara
Jiménez, con Montacerdos, en 1981, y Manifiesto de las jodas,
en el 2019.