Es una novela que -no
van a creérmelo- dura muchísimo menos que el Ulises de James
Joyce. Es apenas un brevísimo diálogo, es decir, una conversación entre dos
personas, que no llega ni a los treinta segundos, y apenas se interrumpe cuando
uno de los interlocutores se enfrasca en un largo, desbordado y entretenido
monólogo (de varias horas, según parece), y el otro –que solo está para
escuchar y transcribir en papel lo que escucha- ya no vuelve a intervenir sino
cuando, mucho rato después, su amigo le llama la atención al creer que se había
quedado dormido mientras él hablaba. Todo esto comienza en horas de la noche de
un día indeterminado -a principios del siglo XX- y todo indica que concluye en
la madrugada del día siguiente, cuando el licor que han decidido beber, un
cañazo (aguardiente), se acaba. Ese diálogo es el siguiente:
Primera parte (antes de la interrupción):
“-Voy a narrarte mi historia íntima, mi
querido Tuertone, ya que estamos solos, disponemos de tiempo y tenemos bastante
aguardiente (…)
-Bravo, Huámbar, bravo, nunca has hablado mejor, y mientras nos dure
este delicioso néctar, te escucharé con mucho gusto, seré todo oídos (…)
-Gracias, Tuertone, salud (…) Solo lamento que no tengamos un
“cantágrafo” (taquígrafo) para que escriba mi relato.
-Yo escribiré, Sardaniel, con el ojo sano y con el ojo malogrado te
miraré todas las veces que me brindes una copa, que espero sea a menudo (…)
-Salud, Burdoloza, y allá voy.”
Segunda parte (cuando se retoma brevísimamente el
diálogo):
“Y así, así, así, querido amigo Tuertone. ¿Creo que te has quedado
dormido? Tienes razón, parece muy largo, muy cansado mi relato, ¿verdad?
-No, hombre, te ha parecido que estoy dormido, porque me has visto por
el lado del ojo enfermo, es interesantísimo, continúa, Sardanielito, te
escucharé hasta el fin. Tenemos todavía dos arrobas de aguardiente, nos alcanza
hasta el amanecer, salud.
-Sigamos, entonces, y demos de mano a las ciencias, que no tendríamos
cuando acabar, ¿no es verdad, Tuertone?”
Ese es el diálogo,
todo el diálogo. Solo eso. Todo lo demás es lo que ya dije, un largo monólogo
narrativo. Sardaniel Huámbar, en este monólogo, le cuenta a su amigo Tuertone
–sin detenerse- sus aventuras, mientras ambos van bebiendo el aguardiente (o
“delicioso néctar”, como lo llama el segundo de los nombrados).
En el prólogo que redactó el abogado J. Héctor del Pino, para la primera edición, encontramos un brevísimo pero muy puntual resumen que, creo, es suficiente para conocer cuál es el argumento de la novela; así que (para evitar la fatiga, como diría “Jaimito el cartero”) aquí lo transcribo: "La acción de la novela gira en torno de los accidentados amores de Huámbar y Aledaida. Huámbar es un muchacho, vanidoso y semiletrado, con humos de poeta y de tenorio, inútil para todo lo que no sea hacer malos versos. Aledaida es una mozuela, simpática y tornadiza, incapaz de establecer distingos entre un poetastro y un 'cachaco', que prodiga sus favores con facilidad alarmante. Un cura aldeano, sórdido y libidinoso, estúpido y beodo -el cura Yayala- es dueño de los encantos de la mozuela. Huámbar y Aledaida se conocen, en una francachela. El amor enciende, en sus pechos, incontenible llama. Acaban por fugarse. El cura, burlado, los persigue, con ensañamiento. Y aquí comienza la tragicómica odisea de la enamorada pareja, matizada de incidentes varios, entre los que el segundo suicidio del protagonista nos parece, por el derroche de buen humor, lo más notable de la obra".
Ya,
con lo expuesto, creo que puede tenerse una idea más o menos aproximada acerca
del tipo o las características de la novela de que hablo. La historia que
Sardaniel Huámbar le cuenta a su amigo Tuertone es por demás sencilla;
narración lineal. Su autor no ingresa en el terreno de la “experimentación”; no
le interesa romper el modelo o la manera tradicional de contar, tampoco quiere
(como ocurrió después con Gamaliel Churata, por ejemplo) hacer de su libro una
suerte de “cajón de sastre” en que podamos encontrar, confundidos y medio
inorgánicamente, casi en caos, narraciones, descripciones, reflexiones
filosóficas, ensayos, etc. Lo que quiso hacer fue simplemente un libro de
narración y eso es lo que logró. Juan José Flores hizo una novela.[1] Pero
–ya debo decirlo- no es una narración común y corriente; en esta novela, como
ya lo anuncié antes, manda al diablo los “buenos modales”
del narrador, e innova, sin salirse, por ningún motivo, del género narrativo.
No quiso romper la manera tradicional de narrar, sin embargo, lo que
logró fue eso: renovar la narrativa peruana, de raíz.
Bien.
Esta novela es Huámbar Poetastro Acacautinaja, (1933) escrita por Juan José Flores, quien, para aparecer en la portada
del libro prefirió usar únicamente las iniciales de sus dos nombres (“J. J.”),
seguidas de su primer apellido. Sus razones o caprichos habría tenido, sin
lugar a dudas. Pero eso es lo que menos importa, como tampoco importa (salvo
como anécdota pintoresca y bueno para el correveidile de chismosos) las
motivaciones, nobles o acaso non sanctas, que le empujaron a
escribir esta desbarrancada e insolente novela que, definitivamente, es una novela
increíble que, claro, nos genera carcajadas “al por mayor” pero, al mismo
tiempo, nos desconcierta, nos pone de vuelta y media y a veces hasta nos
aturde. Y, sin embargo (aunque haya quienes tal vez piensen lo contrario), es,
como dije, una obra narrativa sencillísima y que (según es fácil darse cuenta)
no ha sido escrita con propósitos literariamente ambiciosos; lo único que
motivó a su autor no fueron sino las irrefrenables ganas de jorobar la
paciencia con –repito- su insolente desenvolvimiento narrativo; jorobarnos no
en el sentido reprobable del término, sino en su sentido inverso: hacernos
pasar momentos de solaz, de regocijo, de alegría. Flores quiso que al leerlo
nos carcajeáramos o, mejor: nos “carcajeneáramos” (conjugación verbal a la manera
de este autor apurimeño, ¿o ayacuchano?), y lo logró con creces. Cada página
es, como suele decirse familiarmente, un verdadero “mate de risa”. Y nos
aturde, porque hay momentos en que nos deja estupefactos, patidifusos, estado
del cual, sin embargo, inmediatamente salimos bien librados: lúcidos y sin
ningún rasguño.
Hace algún tiempo me
habían preguntado por el significado de Acacau tinaja. Bien.
Repetiré aquí lo que fue mi respuesta. Para comenzar, tengo que decir que es
una expresión que aparece, al menos en las ediciones de Huámbar –la
gran novela de Juan José Flores- a las que he tenido acceso, como una
contracción de dos palabras, una quechua (acacau) y otra castellana (tinaja), y
es –ya lo dije- parte de su título. Tinaja, ya sabemos lo que es: una vasija o
recipiente grande, de barro cocido, generalmente para guardar agua, pero que en
muchos pueblos de la sierra peruana se emplea también para almacenar
chicha. Acacau, es un vocablo quechua, una interjección, para ser
más precisos. En la parte norte de nuestro país (Cajamarca y Otuzco, por
ejemplo) se usa para expresar dolor, creo que especialmente por una aflicción,
o quizás también ocasionado por un golpe; equivale, digamos, a un “¡Ay, qué
pena!”, o a un “¡Ayayau, caracho!”. En el sur es diferente. Es expresión de
dolor, también, pero el causado por algo que nos quema, una papa caliente en
las manos, por ejemplo (diría más exactamente, un ardor); y es parecido a lo
que se dice en Pallasca, mi tierra: “¡Achachau!”.[2] Ah, debo agregar que
el significado que en el sur se le da a acacau, no es
reciente. Diego González Holguín ya lo había recogido en su valioso Vocabulario
de la Lengua Quechua (1608); aquí, textual: “Quexarse el que se
quema”. La expresión Acacau tinaja sería, en consecuencia,
algo así como esto, dicho de un modo coloquial: “Asu, ¡cómo quema, tinaja!”.
Por lo que, ciñéndonos a las formas aceptadas como correctas -en cuanto a la
puntuación- su escritura debiera ser esta: “acacau, tinaja”). Sin embargo, para
explicar el uso que se le da en la novela de Flores, creo que hay que tener en
cuenta lo siguiente. Es posible que se trate precisamente de una tinaja, tal
como la conocemos, y que es a lo que se refiere el Diccionario: vasija grande
de barro “que se encaja en un pie o aro, o empotrado en el suelo”; pero también
puede ser una alusión –es hipótesis mía- a una especie de vaso al que
irónicamente habría decidido darle otro nombre, en la novela. “Me presentaron
en una tinaja grande, “su enfilada chicha”. O, bueno, aun tratándose de una
verdadera tinaja, lo cierto es que la expresión de la que hablo corresponde a
una que es comúnmente usada en los encuentros bohemios, en que se brinda con
algún tipo de licor. Veamos: El personaje de la novela ingresa en un local de
venta de chicha (reconocible desde lejos, por la banderita blanca sobre la
puerta: “un trapito colocado en la punta de un palo largo”, dice), y a los que
encuentra allí obviamente bebiendo, les da su saludo estimulante, acompañado de
una sonrisa, de esta manera: “Acacau tinaja”, con lo cual, en otras palabras,
les está diciendo, en confianza: “apúrense, que la chicha se calienta” (que es,
más o menos, lo mismo que se escucha en las cantinas cuando uno de los
borrachines se muestra medio lerdo: “¡Ya, no calientes el vaso, caracho!”).
¿Cómo deberíamos traducir lo dicho en la novela de Flores, al castellano? Creo
que fácil: “¡Salud!”, pues –como sabemos- esta palabra dicha como interjección,
en tales circunstancias, no es precisamente la manifestación de un buen deseo,
sino el estímulo, el acicate para que el contrapunto que se da en el brindis no
se detenga (es, en buena cuenta, un “¡apúrense!”). ¿De acuerdo?
¿Quién fue Juan José
Flores, el autor de esta novela? Es poco lo
que se sabe, realmente, de él. A su amigo Miguel Cárdenas Flores, entre otras
cosas, le contó que era del distrito de Pausa, en la provincia de Parinacochas
(Ayacucho).[3] Fue
hacendado, y tuvo –no es nada de extrañar- problemas, sobre tierras y otras
cosas, con algunas gentes de la zona, uno de ellos Daniel Aivar, acerca del
cual dijo lo siguiente: “…me calumnia, cuenta historias, tonterías que no hago
caso. Como tanto me fastidia, he escrito un libro para tomarle el pelo, reírme
de él, a costa de él…”. Efectivamente, la novela fue escrita con ese propósito.
Otros datos sobre Juan José Flores, contados por Cárdenas, son los que a
continuación transcribo:
"Se presentó el señor Flores: alto, trigueño,
ojos risueños, sonrisa franca." (…) "Me presento a sus sobrinos.
Llegaron varios jóvenes, algunos de ojos azules, ojos celestes, ojos verdes; y
el señor Flores era de tipo acholado, tenía ese aspecto de color bronceado su
piel, pero una frente buen amplia y perfil de águila." (…) "Me di
cuenta que efectivamente era partidario de la mujer, y como me habían cobrado,
tenía varias mujeres." (…) "Le conté todo y contento escuchaba. Noté
que escuchaba con una atención grande y él tomaba nota como si tuviera un papel
y un lapicero, y a veces me decía: // -A ver repita ¿Dónde fue eso? ¿Cómo?
¿Y?..." (…) "Cuando llegó la noche, se sirvió la cena y siguió la
conversación en ese sentido. Pasada la cena me dijo: // -¿Sabe usted? Yo tengo
una pasión. Ahora quiero saber si usted juega rocambor, soy rocamborista. //
-Lástima, señor, no juego." (…) "Cuando vaya a Lima, porque soy socio
del club "La Unión", cada noche ganó un montón de dinero y costeo mi
estadía en Lima puro rocambor; y aquí también cuando vienen los iqueños a
comprar ganado, a algunos les dejo sin dinero y se van prestándose caballo- se
rió Flores..." (…) "Me llamaron al comedor a tomar desayuno. El señor
Flores estaba buen vestido, con un terno inglés, como si estuviera en la
población. Tenía un caminar elegante, corbata de seda, todo como si saliera a
la calle." (…) "Y jocoso durante la jura del almuerzo y comida.
Contaba chistes y nos teníamos, y le gustaba que le cobrará anécdotas de mi
vida..." (…) "¿Sabe usted? Yo me casé a la edad de cincuenta años, ya
maduro y un poquito gastado porque ¿Sabe? Tengo esa popularidad de ser
mujeriego (…) Bueno, me casé, vi a la que es mi ex señora, una chiquilla de
quince años y me enamoro locamente de su belleza, de su cuerpo, de su gracia
(...) Propuse matrimonio a sus padres, aceptaron encantaría. Natural, yo era
dueño de Mozobamba, viejo pero rico (...) Vivimos tranquilos más o menos medio
año (...) Yo, claro, ni la engreía a la chica, diremos así, era una chiquilla,
la encontré virgen aún por supuesto (...) Un día llego un ganadero de Ayacucho
-que no quiero nombrar porque usted lo conoce posiblemente, porque creo que es
de su promoción de usted- a comprar redes. Estuvo acá, jugó y me gano rocambor
(...) y el joven la enamoró a mi señora..." (…) "Esa es mi historia
señor Cárdenas, yo le hago la confidencia; yo llegué aquí, como pongo, como
sirviente del patrón. Somos descendientes de los Flores, de aquel presidente
que fue del Ecuador, también Carlos Flores, mi pariente, y llegué caído."
Miguel
Cárdenas tuvo el doloroso privilegio de estar con Flores durante sus últimas
horas de vida. Este es el conmovedor relato de lo que ocurrió entonces:
"-Una vez que haya terminado la fábrica de
herramientas, lo voy a distribuir por todos los sitios, si es posible por todos
los hogares y también haremos canjes para facilitar el negocio. Entonces, una
vez que se liquiden y veamos el dinero, nos iremos a Pausa a sacar. Ya le he
dicho de qué se trata: a sacar el tesoro que guarda la famosa ventana
misteriosa, que tiene el 'volteo' no como usaron los incas; y también ya tengo
listo al hombre que va a colgarse con un cable de cien metros...
Estábamos en esa conversación, charlando
tranquilamente, cundo se me quedó mirando. Él estaba sentado un poco inclinado
en su sillón, una especie de perezosa, y le dije:
-Señor Flores, ¿quién va a ser la persona que vamos
a colgar?
No me respondió y siguió mirándome con una atención
grande, y lo sacudí y no se movía, y dije:
-Va a cerrar los ojos, posiblemente.
Su mirada era fija, miraba como una momia.
-¡Es un ataque! -dije asustado y salí al patio
gritando, llamando a sus sobrinos -¡Antonio ¡Antonio! ¡Vengan! (...)
................................
Llegó al día siguiente el médico, pero cuando llegó
este, media hora antes había fallecido don Juan, porque no hubo remedio. Era un
ataque fulminante de apoplejía por una presión alta (...)
.................................
El médico lo vio y dijo:
-Si llego media hora antes, hubiera sido posible
salvar a Juan, pero ya ha transcurrido mucho tiempo y ya estaba congestionado
el cerebro, y solo puedo dar, por ahora, el acta de su fallecimiento..."
..................................
Durante el tiempo del ataque, hasta la llegada del
médico, se observó una cosa inaudita, grande, que solamente acontece en casa de
los criminales. Era una cosa que observé paralizado, porque yo no podía
intervenir, no era nadie en ese momento, absolutamente; yo era solo un amigo
alojado en casa del señor Flores. Comenzó el saqueo de las cosas más
insignificantes (...)
.................................
-Qué cosa tan escandalosa, qué cosa tan inmoral,
cruel, tan canallesca -gritaba el médico-; esto es una cosa infernal, esto es
una guarida de ladrones."
Tengo entendido que todo no quedó ahí: después incendiaron la hacienda
de Mozobamba de la que, como se ha leído, era dueño Juan José Flores.[4] Desenlace
extremadamente dramático en la vida de nuestro autor.
Veamos
otra cosa. No creo que todos, pero he visto que hay quienes analizan esta
novela y de algún modo la sitúan en el ámbito del indigenismo o, de otro modo,
ven que su aporte se da en ese ámbito. Villar Lurquín, por ejemplo, dice que
“Huámbar traía una propuesta que subvertía y superaba todos los paradigmas de
la época al no exotizar al mundo andino e indígena sino hacerlo estallar en
toda su compleja heterogeneidad de culturas y hablas subalternas, indígenas y
populares”.[5] Es
cierto, Flores no exotiza (uso la forma verbal usada por
Villar) el mundo andino o indígena; pero su novela no tiene nada que ver,
precisamente, con el indigenismo o con la literatura indigenista. El que haya
sido escrita en un pueblo de los Andes peruanos y que esté poblada de
expresiones en lengua quechua, no la convierte en novela indigenista (tampoco
indígena). Rompe esquemas, sí, pero lo que ha hecho “estallar” es mucho más que
aquello que está circunscrito al mundo literario indígena o
indigenista. Reducir su presencia e influjo solo a lo andino o indígena es
involuntariamente mezquino. Es, simplemente, una novela sin “ismos” de
connotación extraliteraria.
He
leído que un estudioso de la novela afirma que Juan José Flores “construye
estrategias artísticas para representar la realidad sociocultural del mundo
andino (Ayacucho-Apurímac”), y que esto lo hace “mediante la
escritura diglósica castellano-quechua”.[6] No, yo estoy
convencido de que no es así. La novela no “representa” la realidad sociocultural
del mundo andino, ni pretende hacerlo. Solo busca generar regocijo en el
lector, provocarle risa. Pero esto, la risa, tampoco es “un elemento folklórico
en la novela”, como afirma Fredy Lizana Torres de la Universidad San Cristóbal
de Huamanga, y creo que tampoco es dable afirmar que en Huámbar la
risa es “ambivalente”.[7] [8]
Flores es, creo, el primer escritor peruano
de lengua quechua, o de castellano y quechua, digamos, descolonizado (y
desprejuiciado). Usa, en su novela, el idioma ancestral de los Andes y se burla
de él como hace, igualmente, con el castellano. El empleo de estas dos lenguas
podría hacer pensar que estamos ante una “novela bilingüe”, pero no es
propiamente así. No es una novela para lectores que necesariamente hablen o
conozcan ambos sistemas lingüísticos; yo, por ejemplo, apenas conozco, y a
medias, el castellano, pero no he tenido absolutamente ninguna dificultad para
leerla. Veamos esto que, creo, es suficiente para ilustrar, para explicar lo
que es esta novela; es parte de un diálogo de dos personajes de la novela:
“-¿Cuál es tu idioma? // -Yo poseo dos idiomas, castellano puro y ‘gente boca’
(runa simi)”. Suficiente. Dice que habla castellano y quechua, o runa simi,
pero a este segundo glotónimo (nombre de idioma) lo traduce palabra por
palabra, es decir, de un modo “literal” pero con una desfachatada extravagancia
(runa simi: el idioma de la gente, “traducido” como “gente boca”); no hay,
además, y esto me parece que es evidente, un propósito “noble” de
“reivindicación” lingüística o cosa parecida (que no es, por otra parte,
responsabilidad ni obligación de la literatura) sino, solamente, insisto, el
deseo de causar hilaridad. No existen -es completamente obvio- para Flores,
idiomas sagrados, ni mucho menos en posición de debilidad o desventaja a los
cuales no se les pueda tocar ni con el pétalo de una flor. Se burla del quechua
como también, ya lo dije, del castellano: “Soy de raza de ‘orinar’ (hispana),
es decir, española”. La novela está poblada de cosas así: todas las palabras o
expresiones quechuas encerradas en la novela entre paréntesis, corresponden a
las desbarrancadas “traducciones” castellanas que las preceden entre comillas
(no hace falta traducir nada, porque todo ya está traducido en el texto, a la
manera de Flores, naturalmente; solo nos queda reírnos a mandíbula batiente.
Bueno, ya, casi, casi, estoy anunciando lo que diré en adelante: cuál es el
aporte (que se da en dos aspectos) de Juan José Flores a la narrativa
peruana, en qué es, realmente, pionero en nuestro país.
Juan José Flores no busca, ni menos “exige”
(como alguien, equivocadamente, dice por ahí) “un lector bilingüe y diglósico”.
No. Huámbar no es -repito-, estrictamente hablando, una novela
bilingüe: está escrita en castellano, pero con una profusión de vocablos y
expresiones en quechua no para generar dificultades en su lectura (ni "reivindicar",
dándole presencia, a la lengua andina), sino con el propósito
"descafeinado" de causar hilaridad con las “traducciones” que se
atreve a perpetrar con desenfado. Veamos cómo lo hace. Cuando en una palabra
castellana encuentra un prefijo o sufijo fonéticamente parecido a algún vocablo
quechua, lo que hace es traducirlo en forma literal, sin preocuparse en el
sentido conceptual que pudiera tener en su lengua original. Por ejemplo, en el
sustantivo “chirimoya” halla “chiri”, palabra quechua que significa “frío” y,
así, resulta “fríomoya”. Cosa similar hace también con “mantequilla”: aquí
encuentra, al final de la palabra, la voz quechua “quilla” que es luna en
castellano, y hace esta traducción: “manteluna”. Y así, por el
estilo.
Este desenfado
creativo en la novela comienza con la “traducción” extravagante (como vimos en
el diálogo transcrito) del sustantivo “taquígrafo”, cuyo prefijo (“taqui”) es
tomado arbitrariamente, y con obvio propósito festivo, como si se tratara del
vocablo quechua que significa cantar o canto, y, así, convierte a “taquígrafo”
en “cantágrafo”. Seguidamente, al hacer referencia al lugar donde inicialmente
se sitúa la novela, nombra al pueblo como “Mojadobamba”, nombre en el que
encontramos estas dos partículas notables: “mojado” (humedecido) y bamba (que
es palabra quechua cuyo significado es llanura, pampa. ¿A qué nombre real
corresponde este “topónimo” inventado por la travesura de Flores? Pues a
Occobamba. Occo es palabra quechua que significa “mojado” (González Holguín, en
el Vocabulario de la Lengua Quechua: “Hokochcani hokocuni
hokosccamcamin hokorayani: mojado estar”; con solo una ligera diferencia en la
escritura, pero sin alteración fonética). Cuando se refiere a Apurímac, dice
“Ricohablador” (Apu: hombre rico; rímac: hablador, hablar). A Ayacucho lo
nombra como Difuntorincón (Aya: muerto, o difunto; cucho: rincón). Y no solo
juega con los topónimos. Saragosa Rimachi (nombre y apellido de una mujer) es
llamada “Maízgoza hazhablar (Sara: maíz; rima: hablar; chi: hacer). El nombre
de la Universidad de Salamanca es convertido en Universidad de “Salaolla”
(olla, en quechua, es “manca”). Así es como se desbordan, pues, las
travesuras de Juan José Flores.
Por lo demás, es el
mismo Flores quien previene de estas irreverentes traducciones. Inmediatamente
antes de empezar la narración, inserta - a manera de "abstract"- lo
siguiente: "Las aventuras cómico-trágicas de Sardaniel Huámbar Lordigo,
contadas a su camarada Burdoloza Tuertone, con traducción literal y a su modo,
en gran parte, del quechua al español, sin admitir, ni en el vocablo castellano
mismo, todo lo que a él le pareciera quechua".
¿Carnavalización
literaria? Hay quienes afirman que sí. Hay mucho de eso. Pero, en realidad,
Juan José Flores va más allá de lo que Bajtin había encontrado en
Rabelais, por ejemplo. Es mucho más que una “carnavalización
literaria”.
Al grano: Es (creo no
equivocarme) la primera vez que la joda ingresa –en serio- como protagonista en
la literatura peruana. Y la joda va más allá de la simple “carnavalización”
bajtiana. Manda al diablo los “buenos modales”. ¿Hubo antes algún escritor que
hubiese roto los moldes tradicionales? En la narrativa, creo que no, porque en
poesía sí, alguien lo hizo, y magistralmente (pero sin el sentido del humor,
tan libérrimo, que aquí encontramos; es decir, sin la joda propiamente dicha):
fue el gran César Vallejo que, irreverente, rompió con los esquemas poéticos
casi inamovibles hasta entonces. Pero la joda como tal, en la literatura peruana
(y hasta me atrevería a decir que en la literatura hispanoamericana: ya haré
las indagaciones respectivas) ingresó, por primera vez, en 1933, con la
publicación de esta novela -Huámbar- que muy pocos conocen y que
prácticamente aún no forma parte de la historia literaria peruana.
Respecto de joda, el
diccionario oficial solo recoge tres acepciones: a) Arg., Par. y Ur. “Broma,
diversión”; 2. vulg. El Salv. Mèx. y Ur. “Molestia, contrariedad”; 3. Ur.
“Daño, perjuicio”. No hay, allí, ninguna referencia expresa al uso que a este
vocablo se da en el Perú, sin embargo, hay que decir que el significado que le
damos nosotros es el mismo que le dan los hablantes de Argentina, Paraguay y
Uruguay. Sí, pues, se trata de eso, de una broma, de un divertimento, de eso que
llamamos también con una palabra venida, creo, del Caribe: vacilón. “Es una
joda”: es una broma, un vacilón. No tomar muy en serio algunas cosas (por
ejemplo, una información alarmante pero carente de verdad, a la que como
lenitivo se agrega una frase como esta: “No fue para preocuparte, cálmate; solo
fue una joda”). En buena cuenta, una burla pero sin propósito perverso y sin
efecto dañino. Así hablamos. Ahora, con el verbo “joder”, la situación es
diferente. Puede ser lo mismo: bromear, “vacilarse”; pero también y, sobre
todo, molestar y -más aún- herir, causar perjuicio. No se trata de eso; no es
del verbo que se ocupa este ensayo.
Esta es la novela de
la joda, pues. Ojo: Cuando hablo de joda, respecto de la novela de Flores, no
me refiero solamente al aspecto festivo, al torrentoso humor que desborda.
Humor ha habido en todas las épocas y lugares, es decir, no es novedad. Pero lo
hecho por Flores es mucho más que eso. Repito: manda al diablo los buenos
modales literarios, la solemnidad, la pose "culturosa" y es
absolutamente irreverente. Incluso la forma de novelar es, en él, una verdadera
joda. Ese es uno de sus magníficos aportes. Renovó la narrativa peruana, de
raíz, con insolencia, sin sentimientos de culpa, libre, como debe ser. Introdujo
la joda en la literatura peruana. En dos palabras: una novela
sísmica.
Otra cosa. Un día hice una pregunta a través del Facebook. Todas, absolutamente todas las respuestas fueron coincidentes. La verdad es que para mí eso era previsible o, mejor dicho, yo ya estaba seguro de lo que iban a responder. Es que, todos, incluidos escritores -y hasta me atrevería a decir que críticos literarios, también- piensan lo mismo. Quizás, aunque quisieran negarlo, la influencia mediática es decisiva en muchas cosas, también en esto. Jaime Bayly (personaje mediático, qué duda cabe) es, según las respuestas recibidas, quien comenzó, es el pionero, de lo que se conoce como novela “light” (o novela “ligera”)[9], en el Perú: novela lineal, que cuenta cosas bastante simples, acaso intrascendentes, y cuya única preocupación es entretener y no generar en el lector motivos de reflexión o activar propósitos cuestionadores, o tratar de convertirse en un instrumento de enseñanza o cosas así, ni mucho menos comportarse (lo que sugería Gabriel Celaya respecto de la poesía, en una frase pintoresca) como un “arma cargada de futuro”.
Bueno, he aquí mi segunda hipótesis (como la
primera –referida a la joda-, también cargada de certeza y seguridad): Aunque
para algunos o quizás para muchos pueda parecer ofensivo y acaso blasfemo,
tengo que decirlo: la primera expresión de novela light en nuestro país, se
dio en 1933 con la publicación de Huámbar Poetastro Acacau Tinaja, de Juan
José Flores. Al escribir su novela no lo hizo para “denunciar” injusticias,
para mostrar una determinada realidad, para estimular la reflexión respecto del
destino de la humanidad, no pensó en moralizar a nadie; y tampoco se le ocurrió
pensar en aquello a que unos años más tarde se refirió Sartre: la
“literatura comprometida” (littérature engagée), ni menos en lo que varias
décadas después habría de decir Vargas Llosa: que “(l)a misión de la literatura
no es solo procurar placer, sino también formar ciudadanos críticos».[10] Flores
hizo una novela para entretener y entretenerse él, y punto; una novela con el
más mínimo nivel de calorías y cero colesterol. En dos palabras: una novela
light. Nada hay que obligue a que la literatura se comprometa con algo (una
tendencia política, una inclinación religiosa, una acción social...); nadie le
ha asignado un rol docente, moralizador o de otra índole; no es, tampoco,
su obligación "formar ciudadanos críticos". Todo esto puede hacerlo,
sí, y no hay nada, que pueda prohibirlo. Pero, básicamente, la literatura, como
todo arte, existe para generar un efecto estético (placer, por ejemplo). Y la
novela de Juan José Flores logra eso; sin embargo, también nos da más de un
dolor de cabeza, incluso por la estrambótica manera de conjugar ciertos verbos,
como veremos a continuación.
Una costumbre andina,
que viene de la época de los incas, es conocida como “servinacuy”: una suerte
de concubinato “de prueba”. La palabra está formada por dos partículas: el
prefijo “servi”, que proviene del verbo castellano “servir”, y “nacuy”, un
sufijo quechua que en castellano, equivale
al "se", que es la forma átona de "él", forma reflexiva o
recíproca de los pronombres en tercera persona; en tal sentido, servinacuy
sería una suerte de “servicio recíproco” (sexual, se entiende), entre un hombre
y una mujer. En Huámbar, la alusión a esa costumbre aparece así: “… hace algún
tiempo que ‘nos servineamos’ (sirhuinacunico)”: “nos servineamos”, en lugar de
“nos servimos”. En otra parte, encontramos una secuencia en que se habla de la
ternura de un encuentro amoroso en el que, dice, terminaron hundiéndose “en un
profundo ‘quierenearse’ (cuyanacuypi)”; hay que entender, obviamente, que se
refiere a las demostraciones de cariño (quererse). Cuando, después de haberse
fugado la mujer amada, logró encontrarla, pero acompañada por un “cachaco” (un
militar de tropa), su sangre, dice, “se heló” y sus huesos “también se
soltanearon”; es decir, se “soltaron”, se debilitaron, porque no podía
mantenerse en pie. En ese estilo, también esta forma verbal: “carcajeneáramos”.
Y esto otro: “-‘Diciendito, oye’ (nispachacca,
yau)…”; un gerundio expresado en diminutivo. Esta es la “huambarina” (quiero
decir, desopilante) conjugación verbal creada por Juan José Flores, en su
novela.
Huámbar Poetastro Acacautinaja sería, pues, no solo la primera novela light en nuestro medio sino, tal vez, la única novela light que nos pone de vuelta y media, porque viene con una alta dosis de joda que, como ya dije, es también su aporte a nuestra literatura. Es pionera como novela light y por introducir por primera vez la joda en la literatura peruana (y, probablemente, en la de Hispanoamérica). Digamos: novela fundacional (como sinónimo de pionera), pero no en el sentido que le dio Doris Sommer a la expresión, que fue acuñada por ella. Y algo más, que merece ser especialmente resaltado: Juan José Flores es el primer escritor que introduce el quechua en la literatura narrativa y, en buena cuenta, adapta este género a la cultura andina.
[1] James Joyce, por ejemplo, experimentó extremadamente, pero el "Ulises" (monumento indiscutible de la literatura universal) es, no deja de ser, una novela: no es una reunión de textos de diferente género, agrupados en un volumen. Es una novela.
[2] Juan de Arona recoge “acacáu”, como “exclamación de dolor o calor”, en Arequipa. Juan Álvarez Vita, cita “acacau” y “acacao”, como “interjección de ardor, calor o dolor”, y también de pesar o lastima”, en la zona andina del Perú. Ambo autores, en sus respectivos Diccionarios de Peruanismos.
[3] Esto es lo que dijo: “Soy de Pausa, provincia de Parinacochas, y pobre yo le hago la confidencia; yo llegué aquí, como pongo, como sirviente del patrón, Somos descendientes de los Flores, de aquel presidente que fue del Ecuador, también Carlos Flores, mi pariente, y llegué aquí caído”. (Confidencias que le hizo a su amigo Miguel Cárdenas, y que aparecen, en forma novela, en el libro “El niño desterrado”, que publicó en 1980, con el seudónimo de “Michael Kintore Tunky”. Yo he podido conocer esta novela, gracias a Marco, el hijo del autor).
[4] Fredy A. Roncalla.
Huámbar Poetastro Acacautinaja. Prólogo a la primera edición facsimilar, abril
del 2019. Pakarina ediciones.
[5] Alfredo Federico Villar Lurquin. Huambar: el carnaval frente al canon. En: tesis.pucp.edu.pe.
[6] David Chocce Flores. El lenguaje literario en Huámbar Poetastro Acacau Tinaja de Juan José Flores. EN: https://hawansuyo.com/2013/03/20/el-lenguaje-literario-en-huambar-poetastro-acacau-tinaja-de-juan-jose-flores-david-chocce-flores/
[7] Fredy Lizana Torres. Análisis de la risa ambivalente como un elemento folklórico en la novela Huámbar Poetastro Acacau-Tinaja. En: https://www.monografias.com/docs/Analisis-De-Huambar-P38YESZMY
[8] A propósito, ¿quiere usted desternillarse de risa? Aquí la historia de dos suicidios frustrados de Sardaniel Huámbar. El primero: "Tuve que emprender mi regreso, mi "pena-pena" (llaqui llaqui) con el nuevo desengaño, y cuando ya me aproximaba a mi pueblo, descansé en el paraje "Desnúdate" (Llatanacuy), resuelto a suicidarme, y me dije: -"Hasta uno no más ya voy a morirme" (huccamallaña huañocorccosacc). // Tomé una soga, púseme al cuello y me colgué de la rama de un árbol llamado "Supantalónhuay" (Huaranhuay), pero casi me ahogué y me asusté mortalmente. // Bajé rápidamente la maldita soga a la cintura, mas yo quería morir siempre, me era amarga la vida sin mi Aledaida, y seguí balanceándose en el aire, pensando ahorcarme por la barriga”. El segundo: "Me conseguí un revolver Smyt Weson, falsificado. // Apenas me quedaban 20 minutos de vida. En este angustioso intervalo de horrible agonía mental, me puse a escribir, una carta para Aledaida, un recurso para el prefecto y mi testamento (...) // Llegó, por fin, el instante fatal, tomé el maldito revolver, tembloroso, lo descargué, primero, y, después de largos ensayos, rastrillándome a la cabeza, volví a cargarlo y, casi sin sentido, me disparé en la sien izquierda, pensando en el lunar de mi Aledaida. Pero, cosa del destino, la nerviosidad y el miedo a la muerte, me llevaron la mano más arriba de la testa y, naturalmente, el proyectil se fue con la música a otra parte. // Con el traquido y el susto, me había caído al suelo "de su cara" (uyampa) y de la nariz me manaba mucha sangre. // Tuve una idea luminosa en ese momento, me hice el muerto, con la esperanza de que mi fingido cadáver sería entregado a mi mujer y, por ende, recobraba mi libertad. // Para la llegada de las autoridades, me llené la boca de sangre coagulada y contuve el aliento. // Me hallaron tendido en un charco de sangre, revolver en mano. El médico me examinó ligeramente la boca y declaró que por ahí había entrado la bala a alojarse en la masa encefálica, produciéndome una muerte instantánea. // Mi alegría fue indescriptible, casi me levanté a bailar un "agua y nieve", pero, al instante se me heló el alma, cuando oí decir -lleven el cadáver a la morgue. // Vi, con desesperación, desbaratarse todo mi plan. No estaba en mi libro la tal morgue, y empecé a saborear una nueva angustia. // Sin embargo, no quise descubrirme que estaba vivo, hasta conocer el último desenlace. // Me traficaron los bolsillos y me sacaron los papeles, testamento, carta y recurso..."
[9] Eso es, en realidad, novela “light” o ligera. Sin embargo, si usted busca en la Web, prácticamente todas las entradas harán referencia a otra cosa: lo que apareció en el Japón no solo en texto sino con figuritas (lo que se conoce como “manga”). Sea como fuere, para efectos de este ensayo, no es eso a lo que me refiero.
[10]
Mario Vargas Llosa: "La misión de
la literatura no es solo procurar placer, sino también formar ciudadanos
críticos". En: https://www.abc.es/cultura/cultural/abci-mario-vargas-llosa-mision-literatura-no-solo-procurar-placer-sino-formar-ciudadanos-criticos-201910190354_noticia.html