martes, 26 de enero de 2021

HUÁMBAR LA NOVELA FUNDACIONAL DE JUAN JOSÉ FLORES

 


Es una novela que -no van a creérmelo- dura muchísimo menos que el Ulises de James Joyce. Es apenas un brevísimo diálogo, es decir, una conversación entre dos personas, que no llega ni a los treinta segundos, y apenas se interrumpe cuando uno de los interlocutores se enfrasca en un largo, desbordado y entretenido monólogo  (de varias horas, según parece), y el otro –que solo está para escuchar y transcribir en papel lo que escucha- ya no vuelve a intervenir sino cuando, mucho rato después, su amigo le llama la atención al creer que se había quedado dormido mientras él hablaba. Todo esto comienza en horas de la noche de un día indeterminado -a principios del siglo XX- y todo indica que concluye en la madrugada del día siguiente, cuando el licor que han decidido beber, un cañazo (aguardiente), se acaba. Ese diálogo es el siguiente: 

Primera parte (antes de la interrupción): 

 “-Voy a narrarte mi historia íntima, mi querido Tuertone, ya que estamos solos, disponemos de tiempo y tenemos bastante aguardiente (…)

-Bravo, Huámbar, bravo, nunca has hablado mejor, y mientras nos dure este delicioso néctar, te escucharé con mucho gusto, seré todo oídos (…)

-Gracias, Tuertone, salud (…) Solo lamento que no tengamos un “cantágrafo” (taquígrafo) para que escriba mi relato.

-Yo escribiré, Sardaniel, con el ojo sano y con el ojo malogrado te miraré todas las veces que me brindes una copa, que espero sea a menudo (…)

-Salud, Burdoloza, y allá voy.”

 

Segunda parte (cuando se retoma brevísimamente el diálogo):

 

“Y así, así, así, querido amigo Tuertone. ¿Creo que te has quedado dormido? Tienes razón, parece muy largo, muy cansado mi relato, ¿verdad?

-No, hombre, te ha parecido que estoy dormido, porque me has visto por el lado del ojo enfermo, es interesantísimo, continúa, Sardanielito, te escucharé hasta el fin. Tenemos todavía dos arrobas de aguardiente, nos alcanza hasta el amanecer, salud.

-Sigamos, entonces, y demos de mano a las ciencias, que no tendríamos cuando acabar, ¿no es verdad, Tuertone?”

 

Ese es el diálogo, todo el diálogo. Solo eso. Todo lo demás es lo que ya dije, un largo monólogo narrativo. Sardaniel Huámbar, en este monólogo, le cuenta a su amigo Tuertone –sin detenerse- sus aventuras, mientras ambos van bebiendo el aguardiente (o “delicioso néctar”, como lo llama el segundo de los nombrados).  

En el prólogo que redactó el abogado J. Héctor del Pino, para la primera edición, encontramos un brevísimo pero muy puntual resumen que, creo, es suficiente para conocer cuál es el argumento de la novela; así que (para evitar la fatiga, como diría “Jaimito el cartero”) aquí lo transcribo: "La acción de la novela gira en torno de los accidentados amores de Huámbar y Aledaida. Huámbar es un muchacho, vanidoso y semiletrado, con humos de poeta y de tenorio, inútil para todo lo que no sea hacer malos versos. Aledaida es una mozuela, simpática y tornadiza, incapaz de establecer distingos entre un poetastro y un 'cachaco', que prodiga sus favores con facilidad alarmante. Un cura aldeano, sórdido y libidinoso, estúpido y beodo -el cura Yayala- es dueño de los encantos de la mozuela. Huámbar y Aledaida se conocen, en una francachela. El amor enciende, en sus pechos, incontenible llama. Acaban por fugarse. El cura, burlado, los persigue, con ensañamiento. Y aquí comienza la tragicómica odisea de la enamorada pareja, matizada de incidentes varios, entre los que el segundo suicidio del protagonista nos parece, por el derroche de buen humor, lo más notable de la obra". 

Ya, con lo expuesto, creo que puede tenerse una idea más o menos aproximada acerca del tipo o las características de la novela de que hablo. La historia que Sardaniel Huámbar le cuenta a su amigo Tuertone es por demás sencilla; narración lineal. Su autor no ingresa en el terreno de la “experimentación”; no le interesa romper el modelo o la manera tradicional de contar, tampoco quiere (como ocurrió después con Gamaliel Churata, por ejemplo) hacer de su libro una suerte de “cajón de sastre” en que podamos encontrar, confundidos y medio inorgánicamente, casi en caos, narraciones, descripciones, reflexiones filosóficas, ensayos, etc. Lo que quiso hacer fue simplemente un libro de narración y eso es lo que logró. Juan José Flores hizo una novela.[1] Pero –ya debo decirlo- no es una narración común y corriente; en esta novela, como ya lo anuncié antes, manda al diablo los “buenos modales” del narrador, e innova, sin salirse, por ningún motivo, del género narrativo. No quiso romper la manera tradicional de narrar, sin embargo, lo que logró fue eso: renovar la narrativa peruana, de raíz.  


Bien. Esta novela es Huámbar Poetastro Acacautinaja(1933) escrita por Juan José Flores, quien, para aparecer en la portada del libro prefirió usar únicamente las iniciales de sus dos nombres (“J. J.”), seguidas de su primer apellido. Sus razones o caprichos habría tenido, sin lugar a dudas. Pero eso es lo que menos importa, como tampoco importa (salvo como anécdota pintoresca y bueno para el correveidile de chismosos) las motivaciones, nobles o acaso non sanctas, que le empujaron a escribir esta desbarrancada e insolente novela que, definitivamente, es una novela increíble que, claro, nos genera carcajadas “al por mayor” pero, al mismo tiempo, nos desconcierta, nos pone de vuelta y media y a veces hasta nos aturde. Y, sin embargo (aunque haya quienes tal vez piensen lo contrario), es, como dije, una obra narrativa sencillísima y que (según es fácil darse cuenta) no ha sido escrita con propósitos literariamente ambiciosos; lo único que motivó a su autor no fueron sino las irrefrenables ganas de jorobar la paciencia con –repito- su insolente desenvolvimiento narrativo; jorobarnos no en el sentido reprobable del término, sino en su sentido inverso: hacernos pasar momentos de solaz, de regocijo, de alegría. Flores quiso que al leerlo nos carcajeáramos o, mejor: nos “carcajeneáramos” (conjugación verbal a la manera de este autor apurimeño, ¿o ayacuchano?), y lo logró con creces. Cada página es, como suele decirse familiarmente, un verdadero “mate de risa”. Y nos aturde, porque hay momentos en que nos deja estupefactos, patidifusos, estado del cual, sin embargo, inmediatamente salimos bien librados: lúcidos y sin ningún rasguño.

Hace algún tiempo me habían preguntado por el significado de Acacau tinaja. Bien. Repetiré aquí lo que fue mi respuesta. Para comenzar, tengo que decir que es una expresión que aparece, al menos en las ediciones de Huámbar –la gran novela de Juan José Flores- a las que he tenido acceso, como una contracción de dos palabras, una quechua (acacau) y otra castellana (tinaja), y es –ya lo dije- parte de su título. Tinaja, ya sabemos lo que es: una vasija o recipiente grande, de barro cocido, generalmente para guardar agua, pero que en muchos pueblos de la sierra peruana se emplea también para almacenar chicha. Acacau, es un vocablo quechua, una interjección, para ser más precisos. En la parte norte de nuestro país (Cajamarca y Otuzco, por ejemplo) se usa para expresar dolor, creo que especialmente por una aflicción, o quizás también ocasionado por un golpe; equivale, digamos, a un “¡Ay, qué pena!”, o a un “¡Ayayau, caracho!”. En el sur es diferente. Es expresión de dolor, también, pero el causado por algo que nos quema, una papa caliente en las manos, por ejemplo (diría más exactamente, un ardor); y es parecido a lo que se dice en Pallasca, mi tierra: “¡Achachau!”.[2] Ah, debo agregar que el significado que en el sur se le da a acacau, no es reciente. Diego González Holguín ya lo había recogido en su valioso Vocabulario de la Lengua Quechua (1608); aquí, textual: “Quexarse el que se quema”. La expresión Acacau tinaja sería, en consecuencia, algo así como esto, dicho de un modo coloquial: “Asu, ¡cómo quema, tinaja!”. Por lo que, ciñéndonos a las formas aceptadas como correctas -en cuanto a la puntuación- su escritura debiera ser esta: “acacau, tinaja”). Sin embargo, para explicar el uso que se le da en la novela de Flores, creo que hay que tener en cuenta lo siguiente. Es posible que se trate precisamente de una tinaja, tal como la conocemos, y que es a lo que se refiere el Diccionario: vasija grande de barro “que se encaja en un pie o aro, o empotrado en el suelo”; pero también puede ser una alusión –es hipótesis mía- a una especie de vaso al que irónicamente habría decidido darle otro nombre, en la novela. “Me presentaron en una tinaja grande, “su enfilada chicha”. O, bueno, aun tratándose de una verdadera tinaja, lo cierto es que la expresión de la que hablo corresponde a una que es comúnmente usada en los encuentros bohemios, en que se brinda con algún tipo de licor. Veamos: El personaje de la novela ingresa en un local de venta de chicha (reconocible desde lejos, por la banderita blanca sobre la puerta: “un trapito colocado en la punta de un palo largo”, dice), y a los que encuentra allí obviamente bebiendo, les da su saludo estimulante, acompañado de una sonrisa, de esta manera: “Acacau tinaja”, con lo cual, en otras palabras, les está diciendo, en confianza: “apúrense, que la chicha se calienta” (que es, más o menos, lo mismo que se escucha en las cantinas cuando uno de los borrachines se muestra medio lerdo: “¡Ya, no calientes el vaso, caracho!”). ¿Cómo deberíamos traducir lo dicho en la novela de Flores, al castellano? Creo que fácil: “¡Salud!”, pues –como sabemos- esta palabra dicha como interjección, en tales circunstancias, no es precisamente la manifestación de un buen deseo, sino el estímulo, el acicate para que el contrapunto que se da en el brindis no se detenga (es, en buena cuenta, un “¡apúrense!”). ¿De acuerdo?  

¿Quién fue Juan José Flores, el autor de esta novela? Es poco lo que se sabe, realmente, de él. A su amigo Miguel Cárdenas Flores, entre otras cosas, le contó que era del distrito de Pausa, en la provincia de Parinacochas (Ayacucho).[3] Fue hacendado, y tuvo –no es nada de extrañar- problemas, sobre tierras y otras cosas, con algunas gentes de la zona, uno de ellos Daniel Aivar, acerca del cual dijo lo siguiente: “…me calumnia, cuenta historias, tonterías que no hago caso. Como tanto me fastidia, he escrito un libro para tomarle el pelo, reírme de él, a costa de él…”. Efectivamente, la novela fue escrita con ese propósito. Otros datos sobre Juan José Flores, contados por Cárdenas, son los que a continuación  transcribo:

 

"Se presentó el señor Flores: alto, trigueño, ojos risueños, sonrisa franca." (…) "Me presento a sus sobrinos. Llegaron varios jóvenes, algunos de ojos azules, ojos celestes, ojos verdes; y el señor Flores era de tipo acholado, tenía ese aspecto de color bronceado su piel, pero una frente buen amplia y perfil de águila." (…) "Me di cuenta que efectivamente era partidario de la mujer, y como me habían cobrado, tenía varias mujeres." (…) "Le conté todo y contento escuchaba. Noté que escuchaba con una atención grande y él tomaba nota como si tuviera un papel y un lapicero, y a veces me decía: // -A ver repita ¿Dónde fue eso? ¿Cómo? ¿Y?..." (…) "Cuando llegó la noche, se sirvió la cena y siguió la conversación en ese sentido. Pasada la cena me dijo: // -¿Sabe usted? Yo tengo una pasión. Ahora quiero saber si usted juega rocambor, soy rocamborista. // -Lástima, señor, no juego." (…) "Cuando vaya a Lima, porque soy socio del club "La Unión", cada noche ganó un montón de dinero y costeo mi estadía en Lima puro rocambor; y aquí también cuando vienen los iqueños a comprar ganado, a algunos les dejo sin dinero y se van prestándose caballo- se rió Flores..." (…) "Me llamaron al comedor a tomar desayuno. El señor Flores estaba buen vestido, con un terno inglés, como si estuviera en la población. Tenía un caminar elegante, corbata de seda, todo como si saliera a la calle." (…) "Y jocoso durante la jura del almuerzo y comida. Contaba chistes y nos teníamos, y le gustaba que le cobrará anécdotas de mi vida..." (…) "¿Sabe usted? Yo me casé a la edad de cincuenta años, ya maduro y un poquito gastado porque ¿Sabe? Tengo esa popularidad de ser mujeriego (…) Bueno, me casé, vi a la que es mi ex señora, una chiquilla de quince años y me enamoro locamente de su belleza, de su cuerpo, de su gracia (...) Propuse matrimonio a sus padres, aceptaron encantaría. Natural, yo era dueño de Mozobamba, viejo pero rico (...) Vivimos tranquilos más o menos medio año (...) Yo, claro, ni la engreía a la chica, diremos así, era una chiquilla, la encontré virgen aún por supuesto (...) Un día llego un ganadero de Ayacucho -que no quiero nombrar porque usted lo conoce posiblemente, porque creo que es de su promoción de usted- a comprar redes. Estuvo acá, jugó y me gano rocambor (...) y el joven la enamoró a mi señora..." (…) "Esa es mi historia señor Cárdenas, yo le hago la confidencia; yo llegué aquí, como pongo, como sirviente del patrón. Somos descendientes de los Flores, de aquel presidente que fue del Ecuador, también Carlos Flores, mi pariente, y llegué caído."

 

Miguel Cárdenas tuvo el doloroso privilegio de estar con Flores durante sus últimas horas de vida. Este es el conmovedor relato de lo que ocurrió entonces:

 

"-Una vez que haya terminado la fábrica de herramientas, lo voy a distribuir por todos los sitios, si es posible por todos los hogares y también haremos canjes para facilitar el negocio. Entonces, una vez que se liquiden y veamos el dinero, nos iremos a Pausa a sacar. Ya le he dicho de qué se trata: a sacar el tesoro que guarda la famosa ventana misteriosa, que tiene el 'volteo' no como usaron los incas; y también ya tengo listo al hombre que va a colgarse con un cable de cien metros...

Estábamos en esa conversación, charlando tranquilamente, cundo se me quedó mirando. Él estaba sentado un poco inclinado en su sillón, una especie de perezosa, y le dije:

-Señor Flores, ¿quién va a ser la persona que vamos a colgar?

No me respondió y siguió mirándome con una atención grande, y lo sacudí y no se movía, y dije:

-Va a cerrar los ojos, posiblemente.

Su mirada era fija, miraba como una momia.

-¡Es un ataque! -dije asustado y salí al patio gritando, llamando a sus sobrinos -¡Antonio ¡Antonio! ¡Vengan! (...)

................................

Llegó al día siguiente el médico, pero cuando llegó este, media hora antes había fallecido don Juan, porque no hubo remedio. Era un ataque fulminante de apoplejía por una presión alta (...)

.................................

El médico lo vio y dijo:

-Si llego media hora antes, hubiera sido posible salvar a Juan, pero ya ha transcurrido mucho tiempo y ya estaba congestionado el cerebro, y solo puedo dar, por ahora, el acta de su fallecimiento..."

..................................

Durante el tiempo del ataque, hasta la llegada del médico, se observó una cosa inaudita, grande, que solamente acontece en casa de los criminales. Era una cosa que observé paralizado, porque yo no podía intervenir, no era nadie en ese momento, absolutamente; yo era solo un amigo alojado en casa del señor Flores. Comenzó el saqueo de las cosas más insignificantes (...)

.................................

-Qué cosa tan escandalosa, qué cosa tan inmoral, cruel, tan canallesca -gritaba el médico-; esto es una cosa infernal, esto es una guarida de ladrones."

 

Tengo entendido que todo no quedó ahí: después incendiaron la hacienda de Mozobamba de la que, como se ha leído, era dueño Juan José Flores.[4] Desenlace extremadamente dramático en la vida de nuestro autor. 

Veamos otra cosa. No creo que todos, pero he visto que hay quienes analizan esta novela y de algún modo la sitúan en el ámbito del indigenismo o, de otro modo, ven que su aporte se da en ese ámbito. Villar Lurquín, por ejemplo, dice que “Huámbar traía una propuesta que subvertía y superaba todos los paradigmas de la época al no exotizar al mundo andino e indígena sino hacerlo estallar en toda su compleja heterogeneidad de culturas y hablas subalternas, indígenas y populares”.[5] Es cierto, Flores no exotiza (uso la forma verbal usada por Villar) el mundo andino o indígena; pero su novela no tiene nada que ver, precisamente, con el indigenismo o con la literatura indigenista. El que haya sido escrita en un pueblo de los Andes peruanos y que esté poblada de expresiones en lengua quechua, no la convierte en novela indigenista (tampoco indígena). Rompe esquemas, sí, pero lo que ha hecho “estallar” es mucho más que aquello que está circunscrito  al mundo literario indígena o indigenista. Reducir su presencia e influjo solo a lo andino o indígena es involuntariamente mezquino. Es, simplemente, una novela sin “ismos” de connotación extraliteraria.  

He leído que un estudioso de la novela afirma que Juan José Flores “construye estrategias artísticas para representar la realidad sociocultural del mundo andino (Ayacucho-Apurímac”), y que esto lo hace “mediante la escritura diglósica castellano-quechua”.[6] No, yo estoy convencido de que no es así. La novela no “representa” la realidad sociocultural del mundo andino, ni pretende hacerlo. Solo busca generar regocijo en el lector, provocarle risa. Pero esto, la risa, tampoco es “un elemento folklórico en la novela”, como afirma Fredy Lizana Torres de la Universidad San Cristóbal de Huamanga, y creo que tampoco es dable afirmar que en Huámbar la risa es “ambivalente”.[7] [8] 

Flores es, creo, el primer escritor peruano de lengua quechua, o de castellano y quechua, digamos, descolonizado (y desprejuiciado). Usa, en su novela, el idioma ancestral de los Andes y se burla de él como hace, igualmente, con el castellano. El empleo de estas dos lenguas podría hacer pensar que estamos ante una “novela bilingüe”, pero no es propiamente así. No es una novela para lectores que necesariamente hablen o conozcan ambos sistemas lingüísticos; yo, por ejemplo, apenas conozco, y a medias, el castellano, pero no he tenido absolutamente ninguna dificultad para leerla. Veamos esto que, creo, es suficiente para ilustrar, para explicar lo que es esta novela; es parte de un diálogo de dos personajes de la novela: “-¿Cuál es tu idioma? // -Yo poseo dos idiomas, castellano puro y ‘gente boca’ (runa simi)”. Suficiente. Dice que habla castellano y quechua, o runa simi, pero a este segundo glotónimo (nombre de idioma) lo traduce palabra por palabra, es decir, de un modo “literal” pero con una desfachatada extravagancia (runa simi: el idioma de la gente, “traducido” como “gente boca”); no hay, además, y esto me parece que es evidente, un propósito “noble” de “reivindicación” lingüística o cosa parecida (que no es, por otra parte, responsabilidad ni obligación de la literatura) sino, solamente, insisto, el deseo de causar hilaridad. No existen -es completamente obvio- para Flores, idiomas sagrados, ni mucho menos en posición de debilidad o desventaja a los cuales no se les pueda tocar ni con el pétalo de una flor. Se burla del quechua como también, ya lo dije, del castellano: “Soy de raza de ‘orinar’ (hispana), es decir, española”. La novela está poblada de cosas así: todas las palabras o expresiones quechuas encerradas en la novela entre paréntesis, corresponden a las desbarrancadas “traducciones” castellanas que las preceden entre comillas (no hace falta traducir nada, porque todo ya está traducido en el texto, a la manera de Flores, naturalmente; solo nos queda reírnos a mandíbula batiente. Bueno, ya, casi, casi, estoy anunciando lo que diré en adelante: cuál es el aporte (que se da en dos aspectos) de Juan José Flores a la narrativa peruana, en qué es, realmente, pionero en nuestro país. 

Juan José Flores no busca, ni menos “exige” (como alguien, equivocadamente, dice por ahí) “un lector bilingüe y diglósico”. No. Huámbar no es -repito-, estrictamente hablando, una novela bilingüe: está escrita en castellano, pero con una profusión de vocablos y expresiones en quechua no para generar dificultades en su lectura (ni "reivindicar", dándole presencia, a la lengua andina), sino con el propósito "descafeinado" de causar hilaridad con las “traducciones” que se atreve a perpetrar con desenfado. Veamos cómo lo hace. Cuando en una palabra castellana encuentra un prefijo o sufijo fonéticamente parecido a algún vocablo quechua, lo que hace es traducirlo en forma literal, sin preocuparse en el sentido conceptual que pudiera tener en su lengua original. Por ejemplo, en el sustantivo “chirimoya” halla “chiri”, palabra quechua que significa “frío” y, así, resulta “fríomoya”. Cosa similar hace también con “mantequilla”: aquí encuentra, al final de la palabra, la voz quechua “quilla” que es luna en castellano, y hace esta traducción: “manteluna”. Y así, por el estilo.  

Este desenfado creativo en la novela comienza con la “traducción” extravagante (como vimos en el diálogo transcrito) del sustantivo “taquígrafo”, cuyo prefijo (“taqui”) es tomado arbitrariamente, y con obvio propósito festivo, como si se tratara del vocablo quechua que significa cantar o canto, y, así, convierte a “taquígrafo” en “cantágrafo”. Seguidamente, al hacer referencia al lugar donde inicialmente se sitúa la novela, nombra al pueblo como “Mojadobamba”, nombre en el que encontramos estas dos partículas notables: “mojado” (humedecido) y bamba (que es palabra quechua cuyo significado es llanura, pampa. ¿A qué nombre real corresponde este “topónimo” inventado por la travesura de Flores? Pues a Occobamba. Occo es palabra quechua que significa “mojado” (González Holguín, en el Vocabulario de la Lengua Quechua: “Hokochcani hokocuni hokosccamcamin hokorayani: mojado estar”; con solo una ligera diferencia en la escritura, pero sin alteración fonética). Cuando se refiere a Apurímac, dice “Ricohablador” (Apu: hombre rico; rímac: hablador, hablar). A Ayacucho lo nombra como Difuntorincón (Aya: muerto, o difunto; cucho: rincón). Y no solo juega con los topónimos. Saragosa Rimachi (nombre y apellido de una mujer) es llamada “Maízgoza hazhablar (Sara: maíz; rima: hablar; chi: hacer). El nombre de la Universidad de Salamanca es convertido en Universidad de “Salaolla” (olla, en quechua, es “manca”). Así es como se desbordan, pues, las travesuras de Juan José Flores.   

Por lo demás, es el mismo Flores quien previene de estas irreverentes traducciones. Inmediatamente antes de empezar la narración, inserta - a manera de "abstract"- lo siguiente: "Las aventuras cómico-trágicas de Sardaniel Huámbar Lordigo, contadas a su camarada Burdoloza Tuertone, con traducción literal y a su modo, en gran parte, del quechua al español, sin admitir, ni en el vocablo castellano mismo, todo lo que a él le pareciera quechua". 

¿Carnavalización literaria? Hay quienes afirman que sí. Hay mucho de eso. Pero, en realidad, Juan José Flores va más allá de lo que Bajtin había encontrado  en Rabelais, por ejemplo. Es mucho más que una “carnavalización literaria”.  

Al grano: Es (creo no equivocarme) la primera vez que la joda ingresa –en serio- como protagonista en la literatura peruana. Y la joda va más allá de la simple “carnavalización” bajtiana. Manda al diablo los “buenos modales”. ¿Hubo antes algún escritor que hubiese roto los moldes tradicionales? En la narrativa, creo que no, porque en poesía sí, alguien lo hizo, y magistralmente (pero sin el sentido del humor, tan libérrimo, que aquí encontramos; es decir, sin la joda propiamente dicha): fue el gran César Vallejo que, irreverente, rompió con los esquemas poéticos casi inamovibles hasta entonces. Pero la joda como tal, en la literatura peruana (y hasta me atrevería a decir que en la literatura hispanoamericana: ya haré las indagaciones respectivas) ingresó, por primera vez, en 1933, con la publicación de esta novela -Huámbar- que muy pocos conocen y que prácticamente aún no forma parte de la historia literaria peruana.  

Respecto de joda, el diccionario oficial solo recoge tres acepciones: a) Arg., Par. y Ur. “Broma, diversión”; 2. vulg. El Salv. Mèx. y Ur. “Molestia, contrariedad”; 3. Ur. “Daño, perjuicio”. No hay, allí, ninguna referencia expresa al uso que a este vocablo se da en el Perú, sin embargo, hay que decir que el significado que le damos nosotros es el mismo que le dan los hablantes de Argentina, Paraguay y Uruguay. Sí, pues, se trata de eso, de una broma, de un divertimento, de eso que llamamos también con una palabra venida, creo, del Caribe: vacilón. “Es una joda”: es una broma, un vacilón. No tomar muy en serio algunas cosas (por ejemplo, una información alarmante pero carente de verdad, a la que como lenitivo se agrega una frase como esta: “No fue para preocuparte, cálmate; solo fue una joda”). En buena cuenta, una burla pero sin propósito perverso y sin efecto dañino. Así hablamos. Ahora, con el verbo “joder”, la situación es diferente. Puede ser lo mismo: bromear, “vacilarse”; pero también y, sobre todo, molestar y -más aún- herir, causar perjuicio. No se trata de eso; no es del verbo que se ocupa este ensayo.  

Esta es la novela de la joda, pues. Ojo: Cuando hablo de joda, respecto de la novela de Flores, no me refiero solamente al aspecto festivo, al torrentoso humor que desborda. Humor ha habido en todas las épocas y lugares, es decir, no es novedad. Pero lo hecho por Flores es mucho más que eso. Repito: manda al diablo los buenos modales literarios, la solemnidad, la pose "culturosa" y es absolutamente irreverente. Incluso la forma de novelar es, en él, una verdadera joda. Ese es uno de sus magníficos aportes. Renovó la narrativa peruana, de raíz, con insolencia, sin sentimientos de culpa, libre, como debe ser. Introdujo la joda en la literatura peruana. En dos palabras: una novela sísmica. 

Otra cosa. Un día hice una pregunta a través del Facebook. Todas, absolutamente todas las respuestas fueron coincidentes. La verdad es que para mí eso era previsible o, mejor dicho, yo ya estaba seguro de lo que iban a responder. Es que, todos, incluidos escritores -y hasta me atrevería a decir que críticos literarios, también- piensan lo mismo. Quizás, aunque quisieran negarlo, la influencia mediática es decisiva en muchas cosas, también en esto. Jaime Bayly (personaje mediático, qué duda cabe) es, según las respuestas recibidas, quien comenzó, es el pionero, de lo que se conoce como novela “light” (o novela “ligera”)[9], en el Perú: novela lineal, que cuenta cosas bastante simples, acaso intrascendentes, y cuya única preocupación es entretener y no generar en el lector motivos de reflexión o activar propósitos cuestionadores, o tratar de convertirse en un instrumento de enseñanza o cosas así, ni mucho menos comportarse (lo que sugería Gabriel Celaya respecto de la poesía, en una frase pintoresca) como un “arma cargada de futuro”. 

Bueno, he aquí mi segunda hipótesis (como la primera –referida a la joda-, también cargada de certeza y seguridad): Aunque para algunos o quizás para muchos pueda parecer ofensivo y acaso blasfemo, tengo que decirlo: la primera expresión de novela light en nuestro país, se dio en 1933 con la publicación de Huámbar Poetastro Acacau Tinaja, de Juan José Flores. Al escribir su novela no lo hizo para “denunciar” injusticias, para mostrar una determinada realidad, para estimular la reflexión respecto del destino de la humanidad, no pensó en moralizar a nadie; y tampoco se le ocurrió pensar en aquello a que unos años más tarde se refirió Sartre: la “literatura comprometida” (littérature engagée), ni menos en lo que varias décadas después habría de decir Vargas Llosa: que “(l)a misión de la literatura no es solo procurar placer, sino también formar ciudadanos críticos».[10] Flores hizo una novela para entretener y entretenerse él, y punto; una novela con el más mínimo nivel de calorías y cero colesterol. En dos palabras: una novela light. Nada hay que obligue a que la literatura se comprometa con algo (una tendencia política, una inclinación religiosa, una acción social...); nadie le ha asignado un rol docente, moralizador o de otra índole; no es, tampoco, su obligación "formar ciudadanos críticos". Todo esto puede hacerlo, sí, y no hay nada, que pueda prohibirlo. Pero, básicamente, la literatura, como todo arte, existe para generar un efecto estético (placer, por ejemplo). Y la novela de Juan José Flores logra eso; sin embargo, también nos da más de un dolor de cabeza, incluso por la estrambótica manera de conjugar ciertos verbos, como veremos a continuación.  

Una costumbre andina, que viene de la época de los incas, es conocida como “servinacuy”: una suerte de concubinato “de prueba”. La palabra está formada por dos partículas: el prefijo “servi”, que proviene del verbo castellano “servir”, y “nacuy”, un sufijo quechua que en castellano, equivale al "se", que es la forma átona de "él", forma reflexiva o recíproca de los pronombres en tercera persona; en tal sentido, servinacuy sería una suerte de “servicio recíproco” (sexual, se entiende), entre un hombre y una mujer. En Huámbar, la alusión a esa costumbre aparece así: “… hace algún tiempo que ‘nos servineamos’ (sirhuinacunico)”: “nos servineamos”, en lugar de “nos servimos”. En otra parte, encontramos una secuencia en que se habla de la ternura de un encuentro amoroso en el que, dice, terminaron hundiéndose “en un profundo ‘quierenearse’ (cuyanacuypi)”; hay que entender, obviamente, que se refiere a las demostraciones de cariño (quererse). Cuando, después de haberse fugado la mujer amada, logró encontrarla, pero acompañada por un “cachaco” (un militar de tropa), su sangre, dice, “se heló” y sus huesos “también se soltanearon”; es decir, se “soltaron”, se debilitaron, porque no podía mantenerse en pie. En ese estilo, también esta forma verbal: “carcajeneáramos”. Y esto otro: “-‘Diciendito, oye’ (nispachacca, yau)…”; un gerundio expresado en diminutivo. Esta es la “huambarina” (quiero decir, desopilante) conjugación verbal creada por Juan José Flores, en su novela.  

Huámbar Poetastro Acacautinaja sería, pues, no solo la primera novela light en nuestro medio sino, tal vez, la única novela light que nos pone de vuelta y media, porque viene con una alta dosis de joda que, como ya dije, es también su aporte a nuestra literatura. Es pionera como novela light y por introducir por primera vez la joda en la literatura peruana (y, probablemente, en la de Hispanoamérica). Digamos: novela fundacional (como sinónimo de pionera), pero no en el sentido que le dio Doris Sommer a la expresión, que fue acuñada por ella. Y algo más, que merece ser especialmente resaltado: Juan José Flores es el primer escritor que introduce el quechua en la literatura narrativa y, en buena cuenta, adapta este género a la cultura andina.




[1] James Joyce, por ejemplo, experimentó extremadamente, pero el "Ulises" (monumento indiscutible de la literatura universal) es, no deja de ser, una novela: no es una reunión de textos de diferente género, agrupados en un volumen. Es una novela. 

[2] Juan de Arona recoge “acacáu”, como “exclamación de dolor o calor”, en Arequipa. Juan Álvarez Vita, cita “acacau” y “acacao”, como “interjección de ardor, calor o dolor”, y también de pesar o lastima”, en la zona andina del Perú. Ambo autores, en sus respectivos Diccionarios de Peruanismos. 

[3] Esto es lo que dijo: “Soy de Pausa, provincia de Parinacochas, y pobre yo le hago la confidencia; yo llegué aquí, como pongo, como sirviente del patrón, Somos descendientes de los Flores, de aquel presidente que fue del Ecuador, también Carlos Flores, mi pariente, y llegué aquí caído”. (Confidencias que le hizo a su amigo Miguel Cárdenas, y que aparecen, en forma novela, en el libro “El niño desterrado”, que publicó en 1980, con el seudónimo de “Michael Kintore Tunky”. Yo he podido conocer esta novela, gracias a Marco, el hijo del autor). 

[4] Fredy A. Roncalla. Huámbar Poetastro Acacautinaja. Prólogo a la primera edición facsimilar, abril del 2019. Pakarina ediciones.

[5] Alfredo Federico Villar Lurquin. Huambar: el carnaval frente al canon. En: tesis.pucp.edu.pe.  

[6] David Chocce Flores. El lenguaje literario en Huámbar Poetastro Acacau Tinaja de Juan José Flores. EN: https://hawansuyo.com/2013/03/20/el-lenguaje-literario-en-huambar-poetastro-acacau-tinaja-de-juan-jose-flores-david-chocce-flores/ 

[7] Fredy Lizana Torres. Análisis de la risa ambivalente como un elemento folklórico en la novela Huámbar Poetastro Acacau-Tinaja. En:  https://www.monografias.com/docs/Analisis-De-Huambar-P38YESZMY 

[8] A propósito, ¿quiere usted desternillarse de risa? Aquí la historia de dos suicidios frustrados de Sardaniel Huámbar.  El primero: "Tuve que emprender mi regreso, mi "pena-pena" (llaqui llaqui) con el nuevo desengaño, y cuando ya me aproximaba a mi pueblo, descansé en el paraje "Desnúdate" (Llatanacuy), resuelto a suicidarme, y me dije: -"Hasta uno no más ya voy a morirme" (huccamallaña huañocorccosacc). // Tomé una soga, púseme al cuello y me colgué de la rama de un árbol llamado "Supantalónhuay" (Huaranhuay), pero casi me ahogué y me asusté mortalmente. // Bajé rápidamente la maldita soga a la cintura, mas yo quería morir siempre, me era amarga la vida sin mi Aledaida, y seguí balanceándose en el aire, pensando ahorcarme por la barriga”. El segundo: "Me conseguí un revolver Smyt Weson, falsificado. // Apenas me quedaban 20 minutos de vida. En este angustioso intervalo de horrible agonía mental, me puse a escribir, una carta para Aledaida, un recurso para el prefecto y mi testamento (...) // Llegó, por fin, el instante fatal, tomé el maldito revolver, tembloroso, lo descargué, primero, y, después de largos ensayos, rastrillándome a la cabeza, volví a cargarlo y, casi sin sentido, me disparé en la sien izquierda, pensando en el lunar de mi Aledaida. Pero, cosa del destino, la nerviosidad y el miedo a la muerte, me llevaron la mano más arriba de la testa y, naturalmente, el proyectil se fue con la música a otra parte. // Con el traquido y el susto, me había caído al suelo "de su cara" (uyampa) y de la nariz me manaba mucha sangre. // Tuve una idea luminosa en ese momento, me hice el muerto, con la esperanza de que mi fingido cadáver sería entregado a mi mujer y, por ende, recobraba mi libertad. // Para la llegada de las autoridades, me llené la boca de sangre coagulada y contuve el aliento. // Me hallaron tendido en un charco de sangre, revolver en mano. El médico me examinó ligeramente la boca y declaró que por ahí había entrado la bala a alojarse en la masa encefálica, produciéndome una muerte instantánea. // Mi alegría fue indescriptible, casi me levanté a bailar un "agua y nieve", pero, al instante se me heló el alma, cuando oí decir -lleven el cadáver a la morgue. // Vi, con desesperación, desbaratarse todo mi plan. No estaba en mi libro la tal morgue, y empecé a saborear una nueva angustia. // Sin embargo, no quise descubrirme que estaba vivo, hasta conocer el último desenlace. // Me traficaron los bolsillos y me sacaron los papeles, testamento, carta y recurso..." 

[9] Eso es, en realidad, novela “light” o ligera. Sin embargo, si usted busca en la Web, prácticamente todas las entradas harán referencia a otra cosa: lo que apareció en el Japón no solo en texto sino con figuritas (lo que se conoce como “manga”). Sea como fuere, para efectos de este ensayo, no es eso a lo que me refiero. 

[10] Mario Vargas Llosa: "La misión de la literatura no es solo procurar placer, sino también formar ciudadanos críticos". En: https://www.abc.es/cultura/cultural/abci-mario-vargas-llosa-mision-literatura-no-solo-procurar-placer-sino-formar-ciudadanos-criticos-201910190354_noticia.html

 

martes, 19 de enero de 2021

ESTE GALLO DE MIÉRCOLES

 

El maestro Rafa, mi padre, solía aderezar sus clases con unos relatos increíblemente hermosos; hermosos por las historias propiamente dichas, pero además y especialmente, por la manera como los contaba, histriónicamente: si se trataba de hacer referencia a un caballo, por ejemplo, imitaba el sonido del trote -"pacatán, pacatán..."- y, frente a los alumnos, se desplazaba dando trancos equinos (toda una ilustración audiovisual bastante contundente). Los niños se divertían de lo lindo. 


El cuento que los infantes de entonces, y hoy laboriosos adultos, recuerdan con más cariño -aparte de aquel nombrado como "La vieja patera"- es el bello e inverosímil relato (de los hermanos Grimm) al que don Rafa llamaba "Los músicos de la aldea". En él se hablaba, efectivamente, de unos músicos, pero de unos músicos nada convencionales o, como se les llamaría hoy en día: atípicos. Un asno, un perro, un gato y un gallo conformaban, con sus propias voces, un estridente y desafinado cuarteto grotescamente festivo: una orquesta de los mil diablos, diríamos mejor. Estos animales, viejos y cansados, habían dejado las viviendas de sus amos por una razón: por inservibles. El asno carecía de fuerzas suficientes para cargar bultos pesados sobre sus lomos; el perro dormía excesivamente y nada podría hacer si un ladrón osara irrumpir en la casa; el gato, con las uñas y la agilidad perdidas, había dejado de ser un buen cazador de ratones. Una sola palabra los definía: inútiles, dramáticamente inútiles. El gallo acumulaba similares deméritos: había perdido la puntualidad al dar la hora en las madrugadas y su canto más parecía, ahora, un estertor. Pero, a diferencia de sus hoy compañeros de infortunio, el último día en la casa de sus amos estuvo a punto de servir para algo, y -¡qué tal gallo de miércoles!- precisamente por ello es que resolvió darse a la fuga y ser, ahora, uno de los miembros de aquella desafinada orquesta. Lo que ocurrió después, ya todo el mundo lo sabe, ¿verdad?, por eso me ahorro la fatiga de contarlo.

Don Alipio Villavicencio, entusiasta y creativo profesor de la escuela primaria de varones de Pallasca, además de "medio poeta" -como se le hubiese ocurrido decir a algún crítico canalla-, también, como en el relato que contaba don Rafa, tenía un gallo en casa. Y a él, mi paisano nacido en Tauca, pues, está dedicada esta anecdocrónica.

 

*****

 

La educación que se impartía en la época en que se sitúa esta historia era, por decirlo sin exageración, buena. No como en estos tiempos de planes, directivas y reformas. No obstante la limitada preparación académica de los docentes (casi todos eran de "tercera categoría", es decir, sin título profesional), ellos eran, realmente, maestros cabales que contribuían positivamente a la formación de los niños y jóvenes y, por ende, al desarrollo de los pueblos. Ahora, por el desinterés de los gobernantes, la irresponsabilidad de los sindicatos, el influjo nocivo de los medios de comunicación y el bajo nivel nutricional, nuestra educación se ubica casi a ras del suelo. 

No era este el problema de entonces. Ya lo dije, la educación era buena y los profesores, en verdad, maestros. El Ministerio de Educación impartía directivas, naturalmente, pero antes que preocupaciones de orden estrictamente didáctico, que es lo formal, el interés se centraba en lo que había que enseñar. Un inspector cumplía, de vez en cuando, con verificar el desarrollo normal de la tarea educativa. Visitaba los pueblos de la jurisdicción a su cargo, hacía preguntas a los profesores, evaluaba -si creía conveniente- a los alumnos y elaboraba un informe. Muy raramente se topaba con situaciones que pudieran considerarse anómalas. Sí, en cambio, con ocurrencias anecdóticas, como aquella en que cierto inspector, al haber recibido una insatisfactoria respuesta acerca del autor de El Quijote, apesadumbrado comentaba -completamente extraviado- que en la escuela que había visitado "nadie conocía a Calderón de la Barca”. Cuando las circunstancias lo ameritaban, recomendaba y aconsejaba, siempre de buen grado, de modo que nunca se generaban enemistades, todo lo contrario, se ganaban amigos. 

Y eso es, justamente, lo que ganó el inspector de esta historia -cuyo nombre no recuerdo pero puedo asegurar que no era aquel de la descabellada referencia al autor de Fuenteovejuna o, perdón, de La vida es sueño. Ya lo dije: ganó amigos. 

En cierta ocasión llegó a Pallasca cuando allí, en la Escuela Prevocacional 293, aún laboraba don Alipio Villavicencio antes de trasladarse a la escuelita unidocente de Shindol. Efectuó, porque para eso había ido, su labor de control y, antes de retornar a la Capital de la Provincia, recibió -como se acostumbraba- un "agasajo" por parte de los profesores de los centros educativos primarios, de varones y de mujeres. 

La reunión, una comida en casa de don Víctor Alvarado, resultó muy animada y se prolongó hasta cerca de la medianoche. Don Alipio, que se encontraba allí, casi al finalizar se acercó emocionado al inspector y le pidió hacer un aparte para conversar. Luego de elogiosas expresiones, le hizo una invitación: "Mañana, señor, quiero tenerlo en mi humilde casa para almorzar; tengo un gallito que me gustaría guisar en su honor..." El inspector se alegró por tanta amabilidad y, por supuesto, sin pensarlo dos veces, aceptó la invitación. 

Concluido el ágape nocturno, todos se retiraron, intercambiando abrazos y sonrisas. Al día siguiente, temprano, don Alipio comunicó a su esposa la decisión adoptada la noche anterior. La señora, imperturbable, dio su palabra definitiva: ¡No! Evidentemente, don Alipio había cometido un error: no haber conversado con ella anticipadamente o, dicho de otro modo, no haberla consultado. Ninguna explicación pudo hacer que se revirtiese la rotunda negativa. A eso de las 11, don Alipio, avergonzado y pensando en una excusa apropiada, fue en busca del inspector. Recién, cuando estaba a punto de producirse el encuentro, surgió la idea salvadora: "Vengo -dijo- consternado a pedirle mil disculpas." "¿Por qué, amigo Alipio?", preguntó el inspector. "Es que la invitación que le hice anoche no va a poder hacerse realidad". Su interlocutor no podía zafarse de la sorpresa. Continuó don Alipio: "El gallo de miércoles que pensaba guisar en su honor, como si hubiera adivinado su final, ha terminado escapándose por los techos y es imposible encontrarlo". 

Lo que en un principio parecía contrariedad, se convirtió en una piadosa y sonora carcajada. "Para otra vez será". En horas de la tarde, y después de almorzar sabe Dios dónde, el inspector tomó su caballo y se marchó a Cabana. Y, como es de suponer, nunca se presentó una nueva oportunidad.

(Y así, aquí, acaba la anecdocrónica, ¡quiquiriquí!)

(22 de julio, 2006)



domingo, 17 de enero de 2021

TODAS LAS SANGRES: ARGUEDAS EN LA UTOPÍA DE LA VIDA PERUANA

 .

Queramos al taita, amémoslo,

pero no lo convirtamos en la imagen de un ser frágil,

extremadamente vulnerable e intocable.



Leal discípulo de José María Arguedas y quizás por ello uno de los más ardorosos cuestionadores de Vargas Llosa, Rodrigo Montoya es tal vez el más apasionado defensor del novelista andahuaylino, cuyo nacimiento (ocurrido hace ciento diez años) se conmemora hoy día (18 de enero del 2021).

 En un texto publicado hace varios años, Montoya afirma que en toda la obra de José María Arguedas -a la que califica como “ambigua y contradictoria”- se encuentra contenida la “utopía de todas las sangres como ideal" de respeto a la multiculturalidad de nuestra nación.[1]   


Muy interesante, sin duda. Pero yo me pregunto: ¿Acierta Montoya al afirmar tal cosa? ¿En toda la obra arguediana, realmente, está contenida la "utopía de todas las sangres"?

 

Al cuestionar el ensayo de Mario Vargas Llosa –La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del Indigenismo- y al tratar de invalidarlo, Montoya creo que termina dándole la razón al autor de “Lituma en los Andes”. Aunque pudiera parecer increíble, virtualmente y a diferencia de muchos viscerales indignados, acepta que no es falso aquello de la “utopía arcaica” y la considera como solo un aspecto, "una cara de la luna", en la obra del andahuaylino. Aquí, literal, lo que expresa: “Obsesionado (Vargas Llosa) por la llamada utopía arcaica, una cara de la luna, no quiso ver la otra y cae en el mismo error que critica tan duramente a Arguedas." ¿Cuál es la otra “cara de la luna” a que alude Montoya? Esta, que ya mencioné antes: la “utopía de todas las sangres como ideal”.

 

Ahora, ¿es cierto que en toda o,  dicho con las palabras de Rodrigoen la vasta, ambigua, y contradictoria  obra de Arguedas se encuentra el ideal de la “la utopía de todas las sangres”? El mismo Montoya tiene la respuesta. La da al referirse así a Vargas Llosa: “…sólo vio en la novela Todas las sangres el ejemplo perfecto de lo que él llama un ‘fracaso literario’ pero no la fuerza de su título, convertido en un ideal para el futuro del Perú”. Claridad meridiana, como diría un abogado. ¿Es la obra literaria la que ofrece o en la que está contenido el “ideal para el futuro”, a que se refiere Montoya? No, ese ideal se pone de manifiesto, o se insinúa, en una frase, en el título de la novela que solo le trajo malestares al taita José María: Todas las sangres.

 

Ah, y a propósito de esto, pregunto a los entendidos (y disculpen mi ignorancia e imprudencia): ¿Este título tiene algo que ver con el contenido, el tema, el argumento, en fin, con lo que narra la tal vez más famosa novela arguediana? O, dicho al revés, y de manera  acaso ingenua, ¿la novela mencionada es una suerte de apología o reivindicación, o muestrario de todas las razas, de todas las sangres que habitan el Perú? Vargas Llosa cree que sí: "La ambición de la novela -dice- se refleja en el título". Veamos, pues, cómo sustenta su afirmación: Porque allí, dice, "aparecen los Andes y la costa, los blancos y los mestizos; los ricos y los pobres...". ¿Eso que aparece en la novela corresponde, realmente (transcribo lo dicho por Vargas Llosa), a "todas las razas, todas las regiones, todas las culturas, todas las tradiciones, todas las clases sociales del mosaico que es el Perú"?[2] No,  yo creo que no, porque en la novela en cuestión ni siquiera están todas las regiones, la selva, por ejemplo, ¿o sí? ¿Aparecen, tal vez, afrodescendientes, o quizás chinos? La novela se sitúa en un lugar de la sierra peruana y no se ocupa de un asunto de razas o cosa por el estilo. ¿Me equivoco?

 

Otra cosa. Casi cincuenta y seis años después de la mesa redonda, realizada el 23 de junio de 1965, en que fue duramente criticada, ¿qué sería lo rescatable, o más rescatable, de la novela Todas las sangres: la novela misma o solo su título? Desconozco la respuesta, pero creo que es bueno recordar que José María Arguedas, en tanto escritor, es reconocido sobre todo por “Todas las sangres”, pero no por la novela propiamente dicha. Muchísimos lo conocen y se sienten orgullosos de él, pero solo porque han escuchado o leído  la frase que nombra a ese libro: un título que es realmente un estímulo invalorable y el reconocimiento exacto de nuestra realidad, porque identifica a nuestra nación como un crisol, efectivamente, de todas las sangres, y porque es asumido como una suerte de inspiración en la irrefrenable búsqueda de un futuro mejor para nuestra patria, para nuestra gente.

 

Ese título, que es entrañable, fue oído en diferentes partes del planeta, el 10 de diciembre del 2010, en la voz emocionada del por muchos repudiado Mario Vargas Llosa, al recibir el premio Nobel en Estocolmo: “Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de ‘todas las sangres’. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y cultura procedentes de los cuatro puntos cardinales”. [3] Y precisamente, en una declaración para la República en Estocolmo, tras recibir el Nobel, Vargas Llosa señaló estar de acuerdo con que el año 2011 fuese declarado “Año de José María Arguedas”.

 

Una última pregunta: ¿Es, como dice Montoya, “ambigua y contradictoria” la obra literaria del amado José María Arguedas? Para mí -y lo digo categóricamente- no, no lo es.


                                                                                                                  © Bernardo Rafael Álvarez

 

 



[1] Rodrigo Montoya. Todas las sangres: ideal para el futuro del Perú. En: https://andes.missouri.edu/andes/arguedas/rmcritica/rm_critica1.

[2] Mario Vargas Llosa. La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo. Fondo de Cultura Económica. México, 1996 (pág. 255).

[3] Mario Vargas Llosa. Elogio de la lectura y la ficción. En: http://e.elcomercio.pe/66/doc/0/0/2/5/8/258534.pdf