En la nota introductoria de mi diccionario
pallasquino puse lo siguiente: «A los pallasquinos, por ejemplo, nos
identifica, entre otras expresiones, el "cho", voz que empleamos para llamar o
pedir atención a alguien. Equivale, sobre todo, a "amigo". Se trata -en el uso
actual de Pallasca- de la apócope de la palabra "cholo", generada con propósito
eufemístico».
Dije que es -en el uso actual- la apócope de «cholo» (repito, en el uso). No quise decir que allí estuviese su origen, sino que (a ver si se entiende) lo usamos como reemplazo de aquella palabra (por su significado) para dirigirnos exclusivamente a un varón, pues para tratar a una mujer se dice «chi»: «cho», por «cholo»; «chi«, por «china».
Respecto de su origen propiamente dicho, en nota de pie de página me atreví a asegurar que "cho" no es una palabra proveniente de la lengua culli (o culle), sino que había llegado desde España. Aquí transcribo la referida nota de pie de página:
«El cura Teodoro Meléndez Gonzales elaboró en 1915
–tras escuchar a un anciano pallasquino- una lista de diecinueve voces
consideradas por él como de origen culli. Esta lista fue alcanzada a Santiago
Antúnez de Mayolo quien, a su vez, la hizo llegar en 1935 al francés Paul
Rivet. Posteriormente, al analizar las voces, los estudiosos establecieron que
dos de ellas, nina y guallpal[1] no correspondían a ese origen, pues forman parte del léxico
quechua (en castellano: fuego y gallina, respectivamente). Pero en lo que no
pusieron atención fue en la expresión “cho”, a la que el religioso le atribuyó
función apelativa (¡eh!) y con el significado de “amigo”. Creo que fue un error
considerarla como voz culli. Su origen podría estar –improbablemente- en alguna
lengua ya extinta del norte peruano, pero no en el culli. Sin embargo,
considero que más razonable es ubicar su nacimiento en la península ibérica. Me
explico. La interjección "cho" viene de España, y es similar o
equivalente a “so”, usada casi siempre para “hacer parar o detener las
caballerías” (como lo define un vetusto diccionario –de 1913- que como herencia
familiar conservo en mi biblioteca); pero también ha servido con frecuencia
para expresar asombro, y a veces indignación. Es obvio que, andando el tiempo,
esta voz pasó a cumplir función apelativa, tal vez como derivación del uso,
repito, dado “para hacer parar o detener las caballerías”, o quizás porque
uno de sus significados (es lo que encuentro en el diccionario referido)
correspondía al pronombre antiguo o anticuado “su”. O acaso su origen esté en
la arbitraria y vulgar deformación y simplificación que sufrió la palabra señor durante
el Siglo de Oro: convertida, sucesivamente en seor y sor, y
probablemente después en so, de la que se derivó cho.
Pero –repito- actualmente en Pallasca el "cho" corresponde, por su
uso, a la apócope de la palabra «cholo»; y, además de ser usado como
interjección con función apelativa (para llamar, detener o pedir atención a
alguien) es, también, un sustantivo, con el significado de amigo, pero solo
para dirigirse o referirse a varones, pues para mujeres se usa el "chi" (apócope de china). Y he aquí una particularidad adicional muy importante: a
diferencia de lo que ocurre en otros pueblos, en Pallasca -obviamente por su
equivalencia con "amigo"- se le pluraliza ("chos", para
varones; "chis", para mujeres)».
Como digo
allí, lo que me sirvió de apoyo documental fue el viejo diccionario (de 1913)
que conservo en mi biblioteca. Bueno, ahora debo decir que ese no fue el primer
diccionario que registró la palabra «cho»; mucho antes ya había sido
incluida en el Diccionario de Autoridades (Tomo II, 1729), y con una definición
similar, la que transcribo textualmente: «Voz de que se sirven los
harrieros, gañánes y gente del campo, para que paren, y se detengan las
cabalgadúras, que están enseñadas à hacerlo por la continuación de oir esta
voz». Interesante, sin duda.
Pero más interesante ha resultado lo que acabo de encontrar, pues creo que confirma esto que dije precisamente acerca de la procedencia de la palabra de marras: «O acaso su origen esté en la arbitraria y vulgar deformación y simplificación que sufrió la palabra señor durante el Siglo de Oro: convertida, sucesivamente en seor y sor, y probablemente después en so, de la que se derivó cho)». Se trata (es lo que he encontrado) del Diccionario histórico del español de Canarias (DHEC), publicado en la Web por la Real Academia Española (RAE), en que aparece, con una nutrida información documental, la palabra «cho» con el significado de «señor». Una de las referencias que hace, por ejemplo, es a la novela El Cacique (1898), de Guillón Barrús, en cuya página 25 puede leerse el breve pero muy ilustrativo y explicito parlamento de uno de sus personajes: «En esto llegó el medianero. ─¡Hola, cho Sixto! ¿qué tal? ¿Cómo andan esos plantíos?». El «cho» usado, exactamente, tal como se hace en Pallasca: para dirigirse a una persona del sexo masculino. ¿Y cuál es el vocablo para dirigirse a una mujer? En Pallasca –ya lo dije- es “chi”, y en España (concretamente, en Canarias), «cha» (DHEC: «Navarro Correa Habla Valle Gran Rey (p.51): cho.- Tratamiento que se da a los ancianos (cho Juan, cha María)».[2]
La
particularidad que tiene el uso del “cho” en Pallasca, que lo diferencia del
que tenía, o tiene, en Canarias[3],
es esta: mientras que en el archipiélago español era «un tratamiento de respeto
(…) que se anteponía al nombre propio» (DHEC), es decir, para dirigirse a
personas mayores, en Pallasca, más bien, se emplea en el trato de confianza o
familiaridad, entre quienes se tutean. Otra cosa que merece ser resaltada es
que, en Pallasca, el "cho" incluso se pluraliza.
Algo que me parece que debe ser tomado en cuenta, también, es que la única referencia documental más antigua con que contamos acerca del uso de este vocativo en el Perú es la lista de vocablos recogidos en Pallasca por el padre Teodoro Meléndez Gonzales (1915), en la cual no aparece «cha»; de lo que, obviamente, se deduce que a nuestro medio solo llegó la forma masculina («cho»). ¿Esto qué significa? Que fue en Pallasca (o, en fin, en los pueblos en que antiguamente se hablaba la lengua culle) donde no solo se adoptó el uso de la expresión bajo estudio, sino que, además, se le adaptó de un modo muy particular, generándose, creativamente, un desdoblamiento (masculino/femenino) distinto a aquel que era de uso común en el viejo Continente: se creó y comenzó a emplearse la forma «chi» para aludir a las mujeres (esto, repito, sumado a la pluralización del vocativo y su uso solo para dirigirse a personas con las que la relación es de tuteo -o sea, de confianza o familiaridad-).
Bien. Creo que
está confirmado (hasta ahora, y con referencias reales que valen como prueba;
es decir, no solo con sospechas), lo que dije en el Diccionario Pallasquino. La
palabra “cho” -específicamente la que se usa en Pallasca- no procede de la
lengua culle (y, estoy seguro, de ninguna otra lengua andina); todo indica que
habría sido traída de España. Afirmo, por ello, que el presbítero Teodoro
Meléndez Gonzales[4] se
equivocó, al considerarla como vocablo nativo en la lista de voces que recogió
en algún caserío de Pallasca ("de boca de un anciano") y que en 1915
hizo llegar al sabio ancashino Santiago Antúnez de Mayolo quien, veinte años
después, la dio a conocer al estudioso francés Paul Rivet.
(Faltaría
saber -para redondear el asunto- cuándo fue que llegó a estas tierras y por qué
se estableció únicamente en una zona de nuestro país. ¿Quizás porque solo
fueron pocas familias, que se asentaron en algunos pueblos de la sierra norte,
las que trajeron este vocablo? Bueno, al menos respecto de su arribo a estas
tierras, mi hipótesis es que -a Pallasca- no llegó con la Conquista sino,
posiblemente, a fines del siglo XVIII o principios del XIX. En fin, es un
trabajo sumamente arduo el que aún queda por delante, para lograr una respuesta
definitiva a esta última inquietud).
[1]Pero creo que conviene señalar que no solo estas dos palabras, nina y guallpa, además del cho, son ajenas a la lengua culle. También lo es pichón y kiamberto: la primera es palabra castellana originada en el latín, y la segunda expresión, si bien no forma parte del léxico español, por razones fonéticas es más próxima a él que a alguna lengua andina. Esto puse en nota a pie de página en mi ensayo Cutipar / unas palabras sobre el castellano pallasquino y la lengua culli (enero, 2018): “¿’Ki amberto gual’pe’ no habría sido, tal vez, una caprichosa o arbitraria manera de decir algo como: ‘Qué hambre de comer gallina’? Me aventuro a creer que sí. Definitivamente, de lo que estoy convencido –mientras no se me demuestre lo contrario- es que, dejando de lado la misteriosa partícula ‘ki’, la expresión ‘amberto gual’pe’, recogida por el cura Meléndez, nada tiene que ver con la lengua culli.”
[2] También en el Tesoro de los Diccionarios históricos de la lengua española aparece el vocablo "cho" (con el significado ya señalado y su femenino "cha") y , además, la referencia documental más remota, el libro Poesía (1880) de la desenfadada poeta palmense (es decir, nacida en Las Palmas de Gran Canaria) Agustina González y Romero, también conocida como "La Perejila", en uno de cuyos poemas (pág. 267) se lee lo siguiente: "-¿Quién púo sé, chó Tasaá?".
[3]
Efectivamente, uso que tenía en Canarias (ya no se usa, según me informa el
periodista y escritor tinerfeño Ramón Alemán). El Diccionario Básico de
Canarismos, publicado por la Academia Canaria de la Lengua, dice que era una
fórmula de tratamiento que "antepuesta al nombre, fue empleada para
referirse a personas mayores pertenecientes al nivel popular".
[4] Así se apellidó: Meléndez Gonzales; y no Gonzales Meléndez.