GRITOS DE LA PIEL
¿La piel puede gritar? Un bello libro de poesía que hace poco leí y hoy he vuelto a leer, nos dice que sí. El título de este libro es Gritos de la piel, un poemario publicado en octubre del 2017 y que fue escrito por una poeta a la que conocí nueve meses después, exactamente -como hoy día- el 10 de julio del 2018, pero, claro, solo "de vista y oído", nada más; la vi y escuché cuando ponía de manifiesto otra de las cosas magníficas que sabe hacer, además de escribir poemas: una performance, es decir, una puesta en escena personal que, aunque es un poco difícil de definir, se caracteriza por la combinación de distintas expresiones artísticas. Aquello ocurrió en la casa museo José Carlos Mariátegui, durante la presentación del libro de un amigo. Yo sabía quién era, porque antes ya me habían hablado de ella, e intuyo que a ella también le habían hablado de mí pues, justo esos días, me ardían las orejas (perdonen el chiste monse). Repito, aquella vez solo la vi y escuché pero quedé gratamente impresionado, y enseguida me fui. (La presentación que hoy domingo se hace del libro mencionado es, para mí, pues, como una suerte de celebración -sin querer queriendo- del cuarto aniversario de haber visto por primera vez a su autora: de haber ganado una nueva y linda "conocencia"[1]).
Días después -no
recuerdo exactamente en qué circunstancias- nos hicimos amigos y, claro, como
suele ocurrir cuando la amistad es sólida y, naturalmente, verdadera y sincera,
la nuestra fue, entonces, una sucesión de peleas y reconciliaciones; quiero
decir, de bloqueos y desbloqueos... (¡cómo no!) en el Facebook. En una ocasión,
les cuento, ocurrió algo que tal vez no crean: la reconciliación o, mejor
dicho, la recuperación de su amistad, no se dio en el "ciberespacio",
sino en una comisaría; o sea, prácticamente, con ayuda policial (fue, en plena
pandemia, el 20 de junio del 2020).[2]
Gracias a esta
amistad terminé formando parte de un lindo grupo de cuatro, y siempre juntos:
ella, yo, Cronwell Jara y -¡rayos!- la "Tejedora de Tormentas", o,
como yo la llamaba entonces, la diosita, que fue a quien conocí
primero. Repito: siempre juntos. Uno de nuestros puntos de encuentro, el de las
más frecuentes reuniones, un pequeño restaurante en el centro de Lima, terminó
siendo nombrado por nosotros, con traviesa imaginación, como "el
Queirolito": y allí tomábamos té, limonada o, a veces, una cerveza, con
unas ricas empanadas, y mucha conversación y abundante cariño. Y ahí, siempre
presente, y en cualquier otro lugar: Lu Zúñiga Palomino, la poeta
de la que estoy hablando, que es –también- actriz y profesora universitaria, y
a quien yo llamo la Neguita.
Y es acerca de la
poesía de la Neguita que quiero ocuparme ahora. Pero, ¿será fácil hacerlo?
¡Ahí, ‘ta la cosa, pe! Para comenzar, tengo que decir que no soy precisamente
un crítico literario sino, apenas, un mediano lector que se esfuerza, no
siempre con satisfactorios resultados, de aprender y de ser feliz leyendo,
porque creo que, además de otras cosas buenas, la lectura es para darnos
felicidad. Pero hay otra cosa, de la que, por cierto, ustedes ya deben haberse
dado cuenta: el hecho de que la poeta Lu Zúñiga -como he dicho- sea amiga mía, muy
amiga mía (al menos hasta ahora), hace que -aunque no parezca- la situación sea más difícil aún.
Explico, para que no se vaya malinterpretar. Como ustedes saben, el ser
amigos, en ciertas circunstancias –como esta-, puede generar algunos
perjuicios: hacer –por ejemplo- que perdamos objetividad y que, a veces,
dejemos de ser sinceros; y, debido a eso, puede uno no tener el valor de
señalar, directamente, los puntos flacos, cuestionables o, tal vez deleznables
en el trabajo literario de la persona amiga. No sé si eso vaya a ocurrir
conmigo, pero -les confieso- para evitar una nueva, una enésima pelea, sería
capaz de tomar una decisión drástica: olvidarme del propósito inicial y dejar
de lado el libro y, más bien, solo hablar de la amistad de pocos años que me
acerca a la poeta. ¿Qué pasará? Ya veremos.
Mencioné, hace unos instantes, a Cronwell Jara y a la "Tejedora de Tormentas", ¿verdad? Les cuento. Cronwell, a quien todos conocen, escribió una magnífica novela[3] -que fue publicada en febrero del 2021- en la que, entre muchas otras historias, habla de tres “hermosos viajeros del tiempo” (así, textualmente, lo dice) que, a bordo de dos cajas mágicas, “transportadoras del futuro al pasado” llegan desde el siglo XXI hasta el XIX, y terminan ubicándose en el centro de la mismísima plaza de Acho, en medio de la expectativa, algarabía y estupefacción de la gente que había asistido a presenciar un pintoresco espectáculo. ¿Se imaginan quiénes eran estos viajeros? La novela lo dice, y muy explícitamente. Estos tres viajeros eran la mencionada “Tejedora de Tormentas", cuyo nombre "de pila" era nada menos que Erica ("incandescente y luminosa"), que arribaba, supongo que acurrucada, dentro de una de las dos cajas mágicas, y los otros dos viajeros -juntos en la otra caja-, el mago "de la nariz maravillosa" (¡dale con la nariz, caracho!), y Lu Zúñiga, “princesa nacida de una lámpara maravillosa", "la doncella más hermosa de las Áfricas orientales". ¿Vieron?: Una amistad, en tiempo real, nacida el año 2018, pero que se consolidó, por virtud del almanaque de la fantasía literaria, en un día soleado de hace cerca de doscientos años, en pleno siglo XIX, cuando apenas comenzaba la República: Lu, Erica, Cronwell y el humilde parroquiano de la nariz aquella (o sea, ¡yo!), ¡amigos hasta la pared de enfrente y más allá de lo evidente y creíble!
Por ello repito,
¿puede ser fácil hablar, habiendo ocurrido todo eso, de la poesía de una amiga
como Lu Zúñiga Palomino? Claro que es difícil, y, lo es más aún, al tratarse, como
dice la novela, de “una princesa nacida de una lámpara maravillosa”. No, pues,
no es fácil. Pero, terco e imprudente como soy, estoy dispuesto a hacerlo,
porque -al fin y al cabo-, a pesar de mi supina ignorancia, estoy convencido de
que la poesía no es un asunto de ciencias, sino -básicamente- de
emociones.
Y eso, emociones,
es lo que genera la poesía de Lu Zúñiga Palomino, la que aparece en su libro.
En el prólogo, que fue escrito por Cronwell Jara, se afirma que se trata de
poesía erótica (“arte poética de un erotismo hecho divinidad y mujer”, dice).
Efectivamente, hay poemas eróticos. Pero a mí me parece que, básicamente, la
poesía de este libro está marcada por otra cosa: por la libertad; esta, la
libertad, es su sello. Gritos de la piel, el poemario, es -creo yo-
un canto y apología de la libertad y, además, un homenaje a la mujer, a la
mujer y su necesidad de ser, de una vez por todas, plenamente
libre.
Pienso que todos
pueden intuir lo que, más o menos, estoy insinuando o tratando de sugerir. Hay,
en esta poesía, un espíritu que busca ponerse de manifiesto, una voluntad que
se desnuda: la reivindicación de la mujer, de sus libertades. Hay, debo decirlo
ya, un espíritu claramente feminista. Pero el feminismo que Lu Zúñiga abraza, aquel
al que ella rinde culto, no es ese que, en estos últimos tiempos -aplaudido por
unos y rechazado por otros- incluso ha motivado, acertadamente, la creación de
un neologismo medio terrorífico. No. No es ese el de Lu. El feminismo de Lu
está, digamos, “empadronado” en el más noble de los propósitos reivindicativos
que se sostiene, principalmente, en estos tres pilares fundamentales: la
igualdad, la libertad y el amor. No es ese que se ha impuesto como bandera,
dizque de reivindicación, el rechazo, la abominación y el odio al varón, y que
tiene prácticamente como lema aquello de "¡muerte al macho!". Dicho
en dos palabras, el feminismo de nuestra poeta nada tiene que ver con los
disparates ni con las peligrosas patologías del movimiento adjetivado como
"feminazi". Es que, como Antígona, el personaje de
Sófocles, Lu puede decir con orgullo, y segura de sí misma, esta exultante y
muy significativa frase: “No nací para compartir el odio sino
el amor”.
El amor que une,
que da placer y que libera. En uno de sus poemas nos dice, como una suerte de
confesión y declaración de fe: "Yo no sé de límites, no escatimo, / sé de
emociones agudas, / que se reconocen, que se abordan, / que marcan nuestra
piel". Es decir, habla del "Amor completo" (y este es,
precisamente, el título del poema) y sin muros que lo encierren ni menos que lo
constriñan.
Amor completo, es
decir, plenitud, como lo dice en otro poema, que es sumamente expresivo:
"Mírate, estás libre, / ya nada te sujeta, nada te aprieta. // Mírate en
el espejo con orgullo, / estás completa" (“Desnuda”).
El poema que, tal
vez, expresa de modo más rotundo, contundente e incontestable el culto de Lu
Zúñiga por la libertad de la mujer, es aquel que –recuerdo- en alguna
oportunidad lo declamó, en una extraordinaria performance, con la
participación de otras poetas. Díganme si esto que allí se dice no es
definitivo: “Brujas salvajes, brujas sin amos, / las que se bañan en memorias /
y no le huyen al placer, / las que se ríen como niñas / y bailan con su propia
música / las que caminan firmes a pesar de las piedras / y se envuelven en
magia”. Su título –creo que ya lo adivinaron- es, precisamente, este: “Brujas”.
Y tras esas palabras, el poema concluye con esto que es como una sentencia
inapelable: “Mujeres libres…”. La mujer -lo sabe Lu- no debe ser, nunca,
el ser sumiso, aplastado por la falsa moral y otras equivocaciones, sino (como
lo expresa en otro de sus poemas) "la diabla, la libre, / la que tiene
fuego en sus alas..." ("Gritos de mujer").
Ah, y es necesario
tener en cuenta esto: la libertad por la que aboga y a la que canta, también
tiene que ver con el ejercicio poético propiamente dicho, con el acto de
escribir. "Mi historia -nos dice- no sabe de silencios, / sino de
escritura cursiva / corriendo en su piel, / trazos que saben de desnudos, / de
danzas las uvas, / de fantasías fértiles..."; y, óiganlo bien, "de
reglas que se rompen pero que acarician, / de olores escribiendo su
nombre" ("Mi poesía"). Y a ello se debe que, haciendo uso de la
legítima licencia, se atreva a crear un bello y desconcertante neologismo que
aparece en el poema llamado "Caminos": "voraz santaresa que
te devoraba hasta en sueños...". "Santaresa", dos voces unidas
en contracción para nombrar a la mantis religiosa hembra, aquel bello y medio
diabólico insecto que, durante o después del encuentro sexual, cumple con el
irremediable ritual de devorarse al macho.[4]
Al principio hice
una pregunta: ¿La piel grita? Esta es mi respuesta: sí. El grito, o los gritos
de la piel, pueden definirse, creo, con el oxímoron tal vez más conocido por
todos, este: “un silencio atronador”. Es el grito del deseo. Leamos parte de un
poema que es, justamente, como el himno del deseo: “Como ave rapaz quiere
devorarme, / coge mi cintura, mis glúteos, / para aprehenderse de mí, / sus
garras se clavan en mi piel y en mis anhelos, / yo sin deseos de huir, / se
regodea con mi cuerpo, / graba su nombre en mi piel…” (“Cautiva”). También esto
que parece el canto de la piel: “Sin embargo, miro mi cabello / que baila su propia
danza, / miro mis senos, mis curvas, / mis comisuras, mis sombras / siempre en
movimiento, / son aquellos que me bañan / en anhelos, en impulsos, / afectos
que me hacen ver / que en realidad soy ese mar” (“Pleamar”). Y estos cuatro
versos finales del poema llamado “Anhelo”: “Te miras al espejo / no eres la
misma, / es el anhelo, / bestia voraz que te penetra”.
Esta es la poesía
de Lu Zúñiga Palomino, escrupulosa, limpia, delicada, pero intensa, cálida y
también impetuosa y llena de vigor. Es el grito, los gritos de la piel, pues;
la piel de mujer. Gritos que no aturden ni menos generan contaminación
acústica, sino, más bien, fecundan el medioambiente de sueños, esperanza y
deseos de ser libre y vivir el placer. El placer es bendición y no pecado. Eso
es Gritos de la piel, un poemario que es, en
realidad, alegato, no jurídico sino poético, en defensa de la igualdad, el
amor en plenitud y también, insisto, la completa libertad.
Es que Lu es
libre, libre incluso en su manera de asumir y vivir la poesía. Sabe que el
hecho de escribir no tiene que significar la adopción de cierto tipo de
actitudes o de comportamientos, ni menos hacer que uno se convierta en un ser
medio esperpéntico, es decir, ajeno al vivir común y corriente de las demás
personas; es que está convencida que escribir poesía no transforma a
quienes lo hacen en extraterrestres ni en enrevesadas divinidades, y ni
siquiera en esa "especie" de los llamados "poetas
malditos", muchos de los cuales no son más que una suerte de personajes
pintorescos o dramáticos, que pueden generar lástima o motivar sonrisas, pero
no necesariamente crear buena poesía. Es que el poeta importa no como
anécdota, por sus rarezas; importa como hacedor, por sus obras.
Y otra cosa. Lu
Zúñiga tampoco es de los que quisieran que les caigan premios o
"condecoraciones", como ocurre -en estos últimos tiempos- con ciertos poetas a los que ciertas
"asociaciones", creadas por algunos colegas del oficio, les entregan
diplomas y medallas virtuales (muchos vía Facebook), los convierten en "embajadores" y "ministros" y hasta en "doctores", dizque en mérito a la
"excelencia" poética y, en muchos casos, por su contribución "a
la cultura y la paz mundial" y hasta -no me lo van a creer- "intergaláctica";
reconocimientos que -según he visto- a veces son también
"autoconferidos" por los mismos generosos poetas dadores de
"preseas" quienes, orgullosos, lo dan a conocer por las redes sociales afirmando que esos galardones les han llegado "de sorpresa", inesperadamente, y que se sienten no solo
agradecidos sino, sobre todo, estimulados para seguir contribuyendo en bien de
la humanidad (es decir, ellos mismos se premian y ellos mismos se
agradecen). Por supuesto, nosotros les creemos. ¡Qué costeantes,
caracho! [5]
[Bueno, les cuento
otra cosa: Aunque no fue precisamente premio o condecoración, yo también recibí
uno que otro "diploma" -en realidad, constancias de participación en
algunos eventos, nada más-; pero, el más significativo -naturalmente, por lo disparatado quiero decir- fue uno que, a diferencia de
los demás, no merece ser olvidado: uno que recibí, si no me equivoco, en un
campo ferial, como reconocimiento -¡agárrense!- por haber intervenido allí en
mi calidad ¡de “poeta y/o músico”! Sí, señores: ¡De Ripley! Es verdad aunque no
me lo crean.
¡Ah, caramba! Como
ven, finalmente, sin querer queriendo, no solo me he ocupado, en esta
exposición, de la amistad, de la poeta Lu y -aunque al principio no quise
atreverme- también de su poesía, sino que, como imprudente añadidura, he
terminado casi rajando de los simpáticos "premios Nobel
alternativos" que aquí y en otras comarcas suelen darse "como
cancha". "¡Cosas veredes, Sancho!"].
Por eso, por
situaciones como las que acabo de referir, casi de historieta y medio
caricaturescas, creo que me atrevería a sugerir -aunque no soy quien para
hacerlo- que, si algunos quisieran otorgarle un reconocimiento a Lu, no lo
hagan regalándole diplomas o cosas por el estilo: simplemente léanla y
disfruten de su poesía, porque ese es el mejor homenaje para un poeta, para una
poeta, lo que más le regocija: que su obra sea leída. No sé si con lo que acabo
de afirmar esté de acuerdo Lu, pero lo he hecho sin mala fe, y, al final de
cuentas, solo es una opinión y mis palabras no tienen, ni tendrán nunca,
carácter vinculante (como dicen los abogados).
Léanla, dije. Sí.
¿Saben una cosa? Leer poesía es una de las experiencias más gratificantes que
podemos vivir: hace mucho bien, ennoblece, porque además –como alguna vez dijo
el maestro Luis Alberto Sánchez- quien no lee “se enflaquece mentalmente y
resulta anémico espiritual. Y la poesía es una parte de la alimentación”.
Y lo que hace Lu Zúñiga Palomino, la Neguita querida, al escribir, es -en
verdad hablando- un acto de nobleza y bondad, y su poesía es bella y
enriquecedora. Yo he leído los poemas de Gritos de la piel y
también he tenido el privilegio de leer otros, aún inéditos, de Lu, y tengo que
decir que nunca han dejado de sorprenderme: encuentro, en ellos, una manera
particular, inesperada, con sello propio, de asumir el erotismo y la libertad
como poética; y, por ello, creo que es tiempo, ya, de que los saque a la luz.
Es una poeta a la que hay que seguir leyendo; es necesario leerla -lo digo con
plena y absoluta convicción- y sentir las vibraciones de su silencio atronador,
y estremecernos con versos de insolencia erótica como estos, por ejemplo: “Quiero
que te abrases / al sumergirte en mí, / y que estimule mi fiereza despiadada / cuando
te haga llorar de placer. // Quiero que te calcines / cuando discurra en ti, /y
que avive mi perversidad /cuando te consumas en gozo / y te observe en polvo”
(“Pirómana”).
©
Bernardo Rafael Álvarez
[1]Peruanismo ya casi en desuso: Persona a la que se conoce solo superficialmente (Diccionario de Americanismos).
[2] Señalo la fecha con precisión, no porque mi memoria tenga algo de excepcional, sino porque el Facebook me lo recordó hace unas semanas; Lu, en algún momento, podrá contarles, tal vez, los detalles de eso que ocurrió, y sin duda se reirán).
[3] Pancho Fierro: Picardías de un lujurioso y festivo acuarelista. Montacerdos Oficial, febrero 2021.
[4] Uno de los nombres con que también se conoce a la mantis religiosa es santateresa, no sé por qué; pero la poeta prefirió nombrarla como santaresa porque, es indudable, le da más eufonía al verso.
[5]
Peruanismo, de uso
popular –aunque no tan difundido últimamente-, que significa “gracioso, cómico,
que hace reír” (DLE).