Este es
un texto que inicialmente lo puse en mi cuenta de Facebook; lo "despegué" y lo llevé a la Mula y hoy lo pongo en este blog:
Es cierto José (Rosas Ribeyro). Ya he manifestado mi admiración por
Vargas Llosa y he aplaudido (aunque tal vez me haya ganado un lugar en la lista
de "ayayeros") su merecimiento al Nobel. Me parece importante su
trabajo como novelista y como ensayista. Pero, claro, como novelista no podemos
negar que varios de sus últimos libros son, para decirlo con una palabra
simple, medio "flojos" en comparación con, por ejemplo, Conversación
en la catedral, La guerra del fin del mundo, La ciudad y los perros... Y tampoco
podemos desconocer su calidad como ensayista, lúcido, rotundo, aunque sus ideas
no coincidan con la de muchos, aunque esas ideas sean adversas a los criterios
digamos "populares".
Respecto de "lo peruano", creo que las mejores
caracterizaciones podríamos encontrarlas en lo que dijeron dos personajes
nuestros: Ricardo Palma, "el que no tiene de inga, tiene de
mandinga", y Nicomedes Santa Cruz, "blanquinegrindio".
Cuando hablé del "orgullo por el quechua" estuve haciendo
simplemente el reconocimiento de una realidad: el valorar o revalorar aquello
que secularmente ha sido objeto de un no disimulado desprecio quizás por
tratarse de una lengua hablada por gente humilde, serranos trabajadores del
campo, esos que en lugar de calzados "de marca" usan llanques, los
que por el irrefrenable avance de la modernidad y el olvido del Estado van de
algún modo replegándose en sus "pagos a la tierra", en sus coloridas
artesanías, en su esperanza insatisfecha o, finalmente, sumándose al sueño de
la migración y al -voluntario o no- ocultamiento de la lengua materna, con lo
cual -sí, pues, es la verdad- cada vez, esta lengua va empequeñeciendo su
presencia. Nos guste o no, esta es la verdad.
Hace algunos meses estuve en un pueblo de Ancash (Marca, en Recuay) y
allí vi algo que me conmovió: Gente que aun mantiene sus costumbres ancestrales
y que habla el quechua, lo cual me pareció digno de encomio. Conversé con
profesores primarios y encontré algo que dañó esa alegría primera: allí, en
Marca, solo los adultos hablan quechua y a los niños solo se les enseña el
castellano. Y debo reconocer, además, que en los demás pueblos del Callejón de
Huaylas, la modernidad se impone con fuerza. Supongo que eso debe estar
ocurriendo, si no en todos, en la mayoría de los pueblos de del "Perú profundo".
Un año antes, después de mucho tiempo, volví a mi tierra (Pallasca) y me alegré
hasta las lágrimas, por encontrarme con "mi gente", hombres, mujeres
y ancianos a quienes conocí cuando yo era un niño. Llegué en días de Fiesta y quise
alegrarme aún más con, por ejemplo, las estampas folclóricas que alimentaban mi
fantasía y orgullo de infante serrano. No las encontré, porque ellas ahora
forman parte del recuerdo. Pregunté por muchas de las otras costumbres, una de
ellas "la república" que era un trabajo colectivo de apoyo a la
comunidad, por las "mingas", que eran el trabajo solidario. Y
descubrí que "ya fueron" (así, con esta expresión, "ya
fueron").
Vargas Llosa, en La utopía arcaica, dice lo siguiente "Es evidente
que lo ocurrido en el Perú en los, últimos años ha infligido una herida de
muerte a la utopía arcaica"; "...lo innegable es que aquella sociedad
andina tradicional, comunitaria, mágico-religiosa, quechuahablante,
conservadora de los valores colectivistas y de las costumbres atávicas, que
alimentó la ficción ideológica y literaria indigenista, ya no
existe."(pág. 335).
¿Es una irreverencia genocida lo que hace nuestro Premio Nobel, o solo es
la visión de una realidad?