ESTE CHOLASHO NOSTÁLGICO
Aquel día llegué tarde, y, por ello, mi asiento se encontraba ocupado. Sin embargo, bondadosa y comprensiva, la señorita Teresa Casana no me impidió el ingreso; pero, claro, tuve que sentarme en la única carpeta vacía, ubicada en la fila del extremo izquierdo, junto a la puerta que daba al patio. El tema que estaba siendo explicado por la maestra, era el abecedario y, específicamente, cómo se escribían las letras. Todos -como era lo correcto, naturalmente- atentos. Ya habíamos visto en la pizarra cómo se escribían la "a", la "b", la "c" y la "ch", y estábamos a punto de conocer la "d" y las siguientes, cuando de pronto -tras escuchar el nombre del dígrafo que aún, desde 1803, era asumido como la cuarta letra del abecedario- se me ocurrió hacer aquello que -a pesar de ser tímido o, mejor dicho, vergonzoso- no dejaba de hacer cuando sentía la necesidad de hacerlo: preguntar. Efectivamente, pregunté (y creo que por mi culpa se generó en algunos una sonrisa candorosamente burlona): "¿Cómo se escribe la letra 'she', señorita?". La respuesta que recibí no era la que yo esperaba, pero fue bella y saludablemente rotunda: "Esa letra no existe", dijo, con voz maternal, la señorita Teresa. La clase continuó. Yo tenía cinco años de edad, y estaba en el Jardín de la Infancia de mi pueblo. ¿Por qué se me ocurrió hacer tal pregunta? Por dos razones: siempre fui curioso, es decir, preguntón, como lo había reconocido y siempre me lo recordaba el maestro Rafa, mi padre (¿leyeron lo de "¿Si nuez, qué's?", en mi crónica sobre don Pedrito Tapia?); y, bueno, también porque yo estaba convencido de que ese sonido, propio del castellano pallasquino, debía tener un signo gráfico particular que lo representara. (Sin duda, entonces comenzó mi irrefrenable interés por los apasionantes asuntos de la lengua y sus casi desconcertantes vericuetos: cuando, a veces vestido con uniforme de marinerito, asistía al Jardín de la Infancia de Pallasca -o Pallasquita linda, como la llamaba don Moshe Huerta-, donde conocí a Ladoyska Rubiños y Maruja Montero, mis compañeritas de clase, a quienes yo veía como las niñas más lindas del salón. ¡Nostalgia, caracho!).
© Bernardo Rafael Álvarez