Ahora
y aquí, donde el ensueño
no
hace falta para dar flor al edén,
todo
se ilumina, porque tú pones el sol.
Ondulante
sonrisa de agua viva,
nigromante
lectora del misterio,
inscripción
volátil en arena de playa,
enfermera:
hacedora de alegrías antibióticas.
Todo
se ilumina en nuestro suelo,
azucena,
porque tú eres el ensueño y el edén.
Soledad
inventada para acompañar,
orquesta
invitada para silenciar:
lenguaje
de viento dibujado eres,
escritura
aromática sobre hojas de geranio,
dátil,
dédalo y diluvio: débil y dulce desastre.
Artesana
ferial, mira hacia el cielo: sobre nubes,
distante,
volando dibujas guirnaldas en el mar.
Canturreando
en el silencio
apareces
perseguida por mi sombra; mas
-caprichosa
como el sol en estación enredada-
enciendes
la pradera y, acobardado, cual
recuerdo
que no sobrevive a la hojarasca,
el
seco sonido de la oscuridad se detiene
seducido
por tu luz.
(Octubre, 1982. Poema que fue dedicado a Soledad, una cálida enfermera a quien quise mucho).