BOB DYLAN Y EL NOBEL
Mi primera
reacción, apenas supe lo del Nobel para Bob Dylan, fue expresar que se trataba
de una "farandulización" del más importante premio literario que se
otorga en el planeta. Me pareció -lo confieso- que los académicos suecos habían
incurrido en una suerte de desnaturalización del concepto de literatura. Creí
-más que por desconocimiento, por olvido- que las composiciones cantadas eran
hechuras ajenas a lo literario. Craso error. Estoy convencido de que mi
razonamiento estuvo contaminado con una pizca de "jugo biliar". Para
tratar de sustentar mi opinión (aquello de "farandulización") me
dispuse a revisar mis libros y puse "de vuelta y media" mi
biblioteca. Lo que buscaba: géneros literarios. Estaba seguro de que solo iba a
encontrar poesía, narración, drama, crónica, ensayo... Pero no. También
encontré -dizque como "subgénero", que al final es lo mismo- canción.
Efectivamente, la canción también es literatura: canción, canto, cantar,
cantata. Para decirlo de la manera más simple y "menos intelectual",
con una definición como la que desde niños escuchamos, la canción también es
literatura, porque literatura es -simple y llanamente- la "expresión
artística que se da a través de la palabra, escrita o hablada". Y algo
más. La literatura y, concretamente, la poesía no nació con la palabra escrita,
sino con la palabra dicha oralmente, hablada. El rapsoda, en la antigua Grecia,
el juglar en la Edad Media, el Haravicu en el Incanato, ¿qué eran? Eran poetas
orales. No eran escritores. Los grandes poemas homéricos son la más excelsa
expresión de la poesía oral que, claro, nosotros ya conocimos como literatura
escrita. No existe, nunca ha existido, una ley -ni natural, ni divina, ni
jurídica, ni moral, ni literaria- que disponga u ordene que la poesía sea solo
escrita, o que prohíba que se la cante. Ya no hay -no debe haber- fronteras ni
jerarquías en estas cosas: lo escrito no tiene por qué ser más noble que la
creación oral. Como en arte, en general: ¿por qué debemos alabar y subyugarnos
solo al "arte académico" y soslayar o ningunear a lo que -con ánimo
complaciente, pero al mismo tiempo peyorativo- preferimos llamar "artesanía"?
¿Recuerdan las actitudes de más de uno frente al Premio Nacional de Cultura que
se le otorgó allá por los años de 1970 al retablista Joaquín López Antay? Casi
todo el mundo dio el grito al cielo. Bueno, pues, volviendo al tema, la poesía
también puede ser cantada, y es cantada. Y Bob Dylan canta. Y también escribe.
Y sus cantos son poesía, y de altísima calidad y valiosa. Solo falta leerla
(hay un buen número de libros publicados con sus escritos; yo tengo uno, el que
aparece en la imagen aquí puesta, desde 1974). Y, por supuesto, el premio que
acaba de otorgársele, el Nobel de Literatura, aunque haya ocasionado resquemor
en muchos, la verdad es que es indiscutiblemente merecido. Es, como ha dicho
Leonard Cohen (el favorito para muchos), “como ponerle una medalla
al Everest, a la montaña más alta".
©Bernardo Rafael
Álvarez
15/10/2016
***
APOLOGÍA
DEL REGGAETTON (mi comentario impopular, como casi siempre)
Esto que aquí escribo,
tal vez no sea apto para aspirantes a la santidad. Pero -aun pidiendo las
disculpas del caso, anticipadamente: como parche antes de la herida- tengo que
decir, de frente y sin anestesia, ¡no a la mojigatería en pleno siglo
XXI!
Es que lo que voy
a afirmar seguidamente tal vez les parezca una apostasía y, por ello, puede que
quieran recomendar que se me excomulgue: ¿Saben una cosa? El reggaeton es
arte, señores. Aunque parezca -o, de hecho, sea- grotesco -ya en la forma de
bailarlo, ya en muchas de sus letras insinuantes o directamente sexistas o
machistas, incluso en lo desaforadamente ofensivo de sus
propósitos- el reggaeton es y no dejará de ser
arte.
Explico. No toda
manifestación artística tiene que ser agradable para todos. En música, no
todo tiene que ser villancicos, poemas sinfónicos, valses vieneses o
"estas son las mañanitas", o solo el
estremecedor Carmina Burana de Carl Orff; como en pintura, no
todo tiene que girar alrededor de la Mona Lisa o La Ultima
Cena (de Leonardo, o La Procesión de la papa (de Gerardo
Chávez); ni en poesía debemos mandar al tacho los poemas de Cátulo o de
Bukowski, o los Documentos Secretos de Sodoma, de Espinoza Sánchez -que no
son precisamente églogas o madrigales ni sonetos a la rosa-, y quedarnos
con "las oscuras golondrinas" de Bécquer o
el Poema 20 de Neruda, o
las Cartas secuestradas de Gonzalo Rose.
Estética -sépase-
no es la apología de "lo lindo o bonito"; la estética nos permite o
nos da, digamos, lo que podríamos llamar (permítaseme esta licencia) las
"herramientas conceptuales" para poder valorar lo que es bello, feo,
sublime o elegante; no nos propone ni menos impone exigencias para asumir que
bello es lo que no nos gusta (no conduce nuestros gustos): si no me gusta, por
ejemplo, El vuelo del Moscardón, de Rimski-Kórsakov, pues no me
gusta y punto, por más explicaciones que quiera dárseme; ya lo dice el dicho:
de gustos y colores no han escrito los autores (ah, pero, por si acaso, a mí sí
me gusta "El vuelo del moscardón"). Y, otra cosa, el arte no es un
manual de urbanidad y buenas costumbres o de etiqueta social.
Hay arte bello,
feo, sublime, elegante: el que nos puede sumir en el llanto, en la profunda
meditación, puede enardecer nuestro ánimo, soliviantarnos, darnos paz, hacernos
exclamar "¡Qué lindo!", o puede resultarnos deplorable, incluso
puede excitarnos sexualmente o hasta darnos asco (pero no porque su efecto sea
desagradable deja de ser arte).
Pregunto: ¿Las
pinturas de arte abstracto, gustan a todo el mundo? Hay quienes creen que solo
son manchas sin sentido ni significado, que son disparates. ¿Acaso por eso
dejan de ser obras de arte? Las "malas palabras" no están ni tienen
que estar vetadas en poesía, tampoco la sensualidad ni la insinuación sexual.
Que hay arte grotesco, sí, lo hay; pero si usted no está dispuesto a
escucharlo, verlo o bailarlo, es fácil: no lo haga. Como en cosas de la
televisión, en arte también podemos manejar el control (remoto, o cercano):
podemos elegir.
Siguiendo al
Diccionario para que la cosa resulte menos tediosa (y porque, además -ustedes
ya lo saben-, yo no estoy para meter en mi escritura tecnicismos de
"intelectuales" ni enrevesadas expresiones "cultas") diré
que toda "(m)anifestación de la actividad humana mediante la cual se
interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos,
lingüísticos o sonoros", es arte; y lo es, más aún, cuando genera efectos
-cualesquiera- en una o varias personas: gozo y placer, emoción que puede llevar
al llanto, dar paz, ser estímulo para la meditación, sublevar el ánimo,
asombrarnos o dejarnos perplejos, ennoblecer el espíritu, darnos rabia, asco,
etc. (Incluso -aunque a algunos se les revuelva la bilis- debo decir que en
muchas películas pornográficas también hay arte).
Ah, otra cosa.
Tengo que decirlo, también, sabiendo que puedo ganar el infierno por ello. El
por muchos maldecido reggaeton también es literatura, como lo
es (no estoy haciendo comparaciones en cuanto a calidad, por si acaso) un canto
de la nueva trova, un bolero, un himno patrio o religioso, un yaraví,
etc.
¿Una obra de arte
merece o debe merecer la aceptación consensual de todos? Ojalá fuera así, pero
no siempre lo es. También es válida la existencia de detractores y, aunque no
lo crean, de asquientos.
En arte, la
libertad está por encima de todo, señores. Es, sobre todo, un rechazo a la
sumisión. El arte y la poesía no son el brazo armado de la moralina, sino
la expresión impura de la libertad. ¡No al "uniforme único"!, al
menos en cuestiones de arte y de poesía.
De lo que se
trata, como decían los Saicos, es de "¡demoler, demoler,
demoler...!". A demoler las prohibiciones y las inhibiciones. Que ningún
gobierno o autoridad quieran administrar el placer ni la alegría de la gente, y
tampoco la imaginación creadora. (Lo que acaba de ocurrir en Cuba es
completamente reprobable y torpe: han prohibido el reggaeton;
bueno, allí impera el reino de las prohibiciones y la real decadencia). El arte
es y tiene que ser libre; y la gente también debe ser libre para elegir lo que
le guste. ¡Abajo la censura! Usted, solo usted es quien debe decidir sus gustos
y colores: ¿Le gusta el reggaeton? Apláudalo sin remordimiento, si
desea; pero si no le gusta, ódielo si quiere, hable pestes de él y de sus intérpretes:
nadie se lo va a prohibir. Repito, ninguna manifestación artística tiene que
gustar a todos. Pero, que el reggaeton es arte, no lo dude: lo
es de cabo a rabo, aunque haya "intelectuales" que digan lo
contrario.[1]
© Bernardo Rafael
Álvarez
19/02/2019
***
BAD BUNNY. UNAS PALABRAS
POR EL DIZQUE "HEREDERO"
Según la revista
Time, este artista es heredero de Michael Jackson. ¿Heredero? No lo es
exactamente. Lo que hace Benito Martínez Ocasio, el joven puertorriqueño de 29
años, planetariamente conocido como Bad Bunny, no es precisamente
lo que hacía Michael Jackson, no tiene su estilo ni sus cualidades (por
mencionar algo); es decir, como artista propiamente, no ha heredado nada del
llamado «rey del pop»: no es su continuador.
Ah, pero si algo
puede ser común entre ellos son los millones, millones y millones de fieles
seguidores, que gustan de su arte y reconocen y celebran, a rabiar, la
expresión de extremado desenfado y libertad que pone de manifiesto en las cosas
que compone y canta.
Benito, es
decir Bad Bunny, es un artista que ha tenido la osadía, como los
creadores geniales, de incluso mandar al demonio los buenos modales. Sabe -es
evidente- que el arte, uno de cuyos instrumentos es la voz (o sea, me refiero
al canto, a las canciones), puede -legítimamente- no decir nada o decir mucho,
decirlo con decencia o indecentemente, y puede expresar palabras o, si lo
desea, solo emitir ruidos guturales. El arte puede ser un vehículo a través del
cual se transmiten mensajes (de amor, de fe, de esperanza o de indignación,
etc.), Con él se puede motivar la reflexión acerca del destino de la humanidad,
u otras cosas; pero no es nada reprobable si el arte (como ocurre mayormente)
es empleado solo para entretener, o generar emociones de cualquier tipo
(eróticas, por ejemplo), incluidas aquellas aderezadas o «contaminadas» de
«inmoralidad».
El arte del canto
no está obligado a ser (aunque podría serlo, también) un catecismo en
pentagrama o un código deontológico (o sea, una relación de normas éticas)
dicho melódicamente.
Ahora, pregunto:
¿Algún artista ha hecho antes algo similar a lo que hace Bad Bunny?
Creo que el más próximo (no por cercanía cronológica, sino por desenfado) es el
italiano Adriano Celentano, autor de «Prisencolinensinainciusol»
(1973): una canción que está compuesta por palabras que (como su
título) fueron inventadas por su autor y que, simple y llanamente, no
dicen nada, carecen de sentido y significado ("jitanjáfora", en
la lengua culta, es el nombre con que se conoce a este tipo de textos): solo
generan conmoción, frenesí; aquí, como muestra, cuatro versos de la canción
referida: "Ai ai smai seslet / Eni els so co uil piso ai / In de col
men seivuan / Prisencolinensinainciusol ol rait".
Como Celentano
(nacido en 1938) y Jackson, Benito Martínez Ocasio es también un artista
genial: ha hecho algo nuevo, inédito y admirable, que prácticamente a muchos ha
desconcertado y generado simpatías y -cómo no- también rechazo. Ha roto,
desvergonzadamente (como debe ser), con los esquemas y criterios tradicionales
(esos según los cuales el arte solo tiene que ver con lo "sublime").
Diría que, en buena cuenta, hoy, en pleno siglo XXI, este artista es -en la
música- lo que hace cien años -en arte visual- fueron los dadaístas. El
arte es atreverse y no es ajena a él la irreverencia; y eso es lo que hace Bad
Bunny, aunque a una «mayoría microscópica» de intelectuales no le guste: no
toda expresión artística - y lo de este puertorriqueño lo es- tiene que
gustarle a todo el mundo; ah, pero, como sabemos, los seguidores que lo
aplauden, porque gustan de lo que hace, se cuentan por millones, millones y
millones, y -además- sus ingresos económicos, por ventas de discos y
presentaciones, también. En todo esto, ¿tiene que ver, tal vez,
el marketing, pesa lo comercial? Puede ser. ¿Es un pecado? No, y no
es un atentado profanatorio ni sacrílego contra el arte. Honor al
mérito, pues, a pesar de detractores y moralistas.
Es que -ya en otra
oportunidad lo había dicho- «(e)n música, no todo tiene que ser villancicos,
poemas sinfónicos, valses vieneses o 'estas son las mañanitas'». Y algo más: el
arte no es sumisión: en esto no hay "normativa", directiva, consigna
o mandato que valga. El terreno y la esencia del arte es la libertad.
(Bueno,
finalmente, pido mil perdones a quienes puedan, por culpa de mis palabras aquí
expuestas, haber sentido lastimada su sensibilidad artística y moral. Pero,
caballero nomás: se tenía que decir y se dijo, pues. ¡Un abrazo!).
©Bernardo Rafael
Álvarez
01/04/2023
[1]
Le propongo algo que puede serle muy
útil: el "método" del descarte, para comprobar si el, por muchos
repudiado, género aparecido en Puerto Rico es o no es arte. Solo hágase este
par de preguntas: Si no es arte, ¿qué cosa es?, ¿es ciencia, filosofía,
gramática, agricultura, natación? ¡Es arte, pues!