Ah, los años setentas. Década inolvidable: de sueños apacibles, a veces;
y también de sueños sobresaltados. Hacía poco nomás que se hablaba de “hacer el
amor y no la guerra”. El movimiento Hippie se rebelaba contra el sistema, sin
revueltas, barricadas, ni bombas molotov; solo con flores y silencio, con amor,
y alejamiento de las ciudades. Pero también apareció lo otro (revueltas,
barricadas, bombas molotov): Mayo 68, en París. Después, el 69, 3 days of peace & music: ¡Woodstok! Por aquellos días (para ser
exacto: en diciembre de 1975) llegó a mis manos un pequeño libro de poesía,
traído por mi hermano Jorge desde Tarma; allí, en ese libro leí algo que me
impactó, pero que no llegó a sorprenderme (porque de alguna manera, lo que allí
apareció dicho en un poema era, digamos, una manera de expresarse propia de la
época): “Hay que adorar la paz con la violencia misma”. Es que teníamos, pues,
un espíritu medio arrebatado, rebelde, furibundo, medio inconsiderado. Y, como
es de suponerse, el autor puso en la dedicatoria con que me obsequió el
poemario, lo siguiente: “este libro que es el testimonio de una época que se
vive”. Efectivamente, así se vivía esa época. Yo, por supuesto, me sentí
agradecido y leí con placer los versos cargados de indignación y esperanza; es
decir, de humanidad. El título del poemario: Elegía a la paz violenta, su autor: Teodoro J. Morales. Fue el
segundo poemario que publicó (el primero -en 1974- fue Diario conflictivo de clase).
Han pasado los años (¡más de cuarenta!), y ahora Teodoro me alcanza otro bello poemario (que se suma a otros que también me obsequió hace algún tiempo: Extramuros del silencio, Alameda de ensueño, La mulisa tarmeña y Elegía a Juan Manuel), pero este aún inédito. Su título: Múltiple habitante. Un título definitivamente sugerente y desconcertante, que estimula más de una lectura. Como sabemos, la caracterización que la Iglesia Católica hace de Dios es esta: “Uno y trino”, es decir Padre, Hijo y Espíritu Santo. Teodoro es, acaso, más osado: nos habla de un hombre que, obvio, es de carne y hueso, pero no solo la representación de tres entidades sino de muchísimas más. Ese hombre es el hombre que sufre, que tiene hambre y que sueña (“… siento / la intensidad / de / tu sufrimiento; / tu hambre / en su vacío; y / tu sueño…”); el hombre hacedor, universal. Es que, estoy convencido, Teodoro piensa como pensaba Vallejo, autor de ese rotundo poema titulado Los dados eternos: “Y el hombre sí te sufre: ¡el Dios es él!”. “El pobre barro pensativo”.
Me alegra darme cuenta de que Teodoro, a pesar de los años, mantiene
viva su indignación ante las injusticias, ante la desigualdad, ante el dolor de
sus hermanos: “… uno tiene / tantas
cosas… / pero tú, / que lo haces / con tus manos, / no tienes / nada de eso…”.
Poeta que no es indiferente, sino todo lo contrario: solidario.
Muchas son las preocupaciones que atormentan a Teodoro, sin duda. Esta
época o, mejor dicho, la realidad de esta época (con extraordinarios adelantos
tecnológicos e industriales, con “progreso”) nunca deja de darnos
preocupaciones y dolor. La injusticia “aunque de seda se vista”, sigue dañando
a grandes sectores de la sociedad, pero también al planeta que es nuestro
suelo. Así, Teodoro siente que nosotros mismos lastimamos y deterioramos
nuestro medio, o somos indiferentes frente a su daño. Con bellas y dramáticas
palabras nos dice: “Se mira al árbol de
un manzano con feliz / indiferencia. / Árbol del que -de tarde en tarde- coges / una esperanza…”. Sí pues,
esperanza que –digamos- la vamos talando sin misericordia.
Hay, también, una mirada metafísica del ser y la existencia, algo así
como en la poesía del recordado Juan Ojeda. (“Más allá de la grafía, solo una intención que quiere hablar; / más allá
de una voz ciega…un recuerdo que te abandona. /En medio a todo-una verdad, que
pugna por reventar sola.”).
A pesar de todo, como una suerte de bajo continuo, en la poesía de
Teodoro J. Morales se percibe el rumor del optimismo, de las ganas de no
desfallecer, de no perder la mirada al futuro. El buen humor está en pie. Un
poema, titulado Real vivir, nos habla
de la libertad y decreta: “no ponerle
amarra a nada”, porque aún hay cosas buenas, no debemos perder la ilusión
(y lo dice con travesura y desbordante imaginación): es “como / un centauro lustroso… bañado en ajonjolí de hornear”. A este
optimismo, hay que sumar el rotundo alegato por la libertad de expresión que
pone de manifiesto nuestro poeta, contra aquel silencio de muchos “… por temor a poner la / guillotina sobre su
cabeza…”. Sin embargo, sabe que “Sin hablar… a veces, se dice más de lo que se
quiere decir”. Es pertinente, creo yo, citar estos versos bíblicos, contenidos
en los Salmos (34:4): “Guarda tu lengua
del mal, / tus labios de palabras mentirosas”.
Este poema es un
grito: La suerte de todos. Allí,
nuestro poeta prácticamente se exaspera frente al abuso del poder, de aquellos
que tienen la sartén por el mango;
los que se creen con derecho a todo y
que nacieron para ser verdugos del hombre.
Pero nada es eterno para el que habita este suelo, con llanos, montañas y
quebradas. “Esos nada podrán hacer cuando
llegue su hora / irán derechito… a ese infierno que ellos crearon”. Parece
una maldición, pero no lo es: tan solo es la expresión verás de un verdad
ineluctable.
Es la poesía de
Teodoro J. Morales, escrita con carne y latidos, con indignación y esperanza,
con dolor y alegría. Y con la palabra, esa que “tiene alas misteriosas / cuando se le pone ilusión y fantasía. / Ella
vuela…”. Cierto. Octavio Paz llamó a las palabras “pericos en celo” pero,
agregó, “se volatilizan” (Poema: Carta a León Felipe). Para Teodoro no, no se
volatilizan: la palabra tiene el poder
del hado / le da vida eterna a todo lo que existe”. No se equivoca Teodoro,
está en lo cierto.
[Te felicito, Teodoro. Es bello tu libro y, cómo no, también atormentado.
Y es bello el espíritu contestatario y rebelde que pones permanentemente de
manifiesto en tu escritura, ahora sin necesidad –como sí lo insinuaron aquellos
años inolvidables- de recurrir a revueltas, barricadas, ni bombas molotov. ¡Ahora,
y siempre, con poesía! Ya no la violencia que puede generar destrucción y
muerte (la historia lo ha demostrado dramáticamente), sino el amor a la humanidad, a la vida, a la esperanza. Con
eso: con la palabra, con la poesía.
Gracias por tu amistad y por haber logrado que mi memoria vuelva a
caminar por las praderas de aquellos locos años setenteros. No he llegado a
conocerte personalmente, pero ese libro con dedicatoria fechada el 5 de
diciembre de 1975, me trajo tu alma y su bondad. ¡Viva la poesía, hermano! Con
satisfacción celebro tu poesía, y la aplaudo sin reservas. ¡Un abrazo!]
Lima, 16 de enero del 2019.