lunes, 23 de noviembre de 2015

DOMINGO POR LA TARDE EN LA CACHINA*

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-¿Por qué le llaman a esto “La Cachina”?
-Porque aquí se vende ropa usada.

Esa fue la respuesta enfática del vendedor de jeans desmanchados con etiqueta nueva, allí en el jirón Lampa, frente al “33”, restaurant popular y barato creado a instancias de nuestro Manuel Scorza en la época de los “populibros” que la gente compraba como pan caliente.

Me puse a pensar en el origen de aquella palabra. Cachina, ¿qué es Cachina? Lo único que hasta ese momento (5 de la tarde de un día domingo) arribaba a mi mente era la certeza de que cachina es el mosto en fermentación. Y, naturalmente, asignarle el nombrecillo de marras a la venta de ropa usada resultaba absurdo si no ridículo. Los signos lingüísticos son arbitrarios y su biplanidad (sinificante/significado) solo tiene una explicación convencional. Por ejemplo, “Tacora”, el lugar donde se vende igualmente ropa usada y otros objetos “de segunda mano” en la avenida Aviación, junto a La Parada, se llama así debido a que en las inmediaciones existía antaño un establecimiento relacionado con la industria automotriz que llevaba el nombre de aquel volcán de los Andes ubicado en la frontera de Perú y Chile. Encontrar una explicación similar a lo que en ese momento era, digamos, mi objeto de curiosidad era poco menos que imposible.

Hubiera querido tener contacto con el libro Peruanismos de la doctora Martha Hildebrandt que seguramente me habría ayudado a resolver el problema, pero no fue posible. Como un diamante de baja ley en medio del carbón, entre descoloridos ejemplares de Cosmopolitan y Play Boy, apareció el librito “Jerga Criolla” de Lauro Pino sobre el piso de La Colmena. Por un sol cincuenta tuve en la mano una respuesta: “Cachina F. puesto de venta de ropa usada”. Y, claro, todo quedó en lo mismo.

Tuve que seguir rumiando la palabrita. Ingresé en diferentes librerías (poquísimas abiertas en un día domingo) y no logré nada. Volví a La Cachina. Junto a mí, corriendo, pasó un chiquillo después de birlar una billetera. Nadie, salvo yo, se sorprendió con el pase.

Esto y otras cosas más me mostraron que La Cachina no solo es ropa usada. Es una realidad compleja y delicada: lo que se puede observar allí en La Colmena, Azángaro y Lampa (Centro de Lima). Pero es también lo que no podemos ver: un trasfondo tal vez dramático (hambre material, pobreza del espíritu). Es, en líneas generales, una suerte de exacerbación de nuestra informalidad limeña.

Se nos ha dicho que la informalidad se manifiesta especialmente en el comercio ambulatorio protagonizado por provincianos que empujados por la necesidad y la esperanza vienen a la Capital y se estrellan contra un paraíso de frustración. Esto es cierto, pero no es todo. Lima es informal en todo aspecto: en su arquitectura desordenada, de pronto colonial o moderna, de material noble o de quincha, ventanales de vidrio a prueba de balas o esteras inermes frente al viento y la lluvia; impecable en su presentación o deprimente. En el divertimento: rock, huayno, salsa, chicha o vals; de pronto Juan Luis Guerra y los No sé Quién y No sé cuántos o el Chato Grados. El que paga sus impuestos o el que los evade. El que derriba torres y el que las levanta; el que activa coches bomba y el que reza por la paz. Lima es “Totus Tuus” ante el Papa y es incienso alrededor de Sarita Colonia. Es informal, pero también huachafa (“Los Quispes gozan también del vacilón, ceviche en bolsa y sopa en botellón”).

En medio de todo esto se encuentra La Cachina. Una muestra de comercio informal que escapa a lo ya conocido: Polvos Azules, etc. Polvos Azules es: artefactos eléctricos y ropa traídos de fuera del país a través de Tacna cumpliendo, por cierto, las “formalidades” que exige el resguardo aduanero: gotas de colirio para la vista gorda; y sus protagonistas tienen una característica predominante: son provincianos mayormente provenientes de la Sierra Central.

La Cachina es otra cosa. En principio, los que allí hacen su negocio no son serranos en su mayoría. El 90% está constituido por “criollos”. No pocos  muestran algún tajo o chuzo en el rostro o los brazos, y probablemente (alguien nos lo comenta) hayan estado preciosos en Lurigancho. No han traído artefactos “importados” por Tacna y no tienen por qué hacerlo. Allí donde están sentados atendiendo a sus curiosos clientes, reciben a sus “proveedores”.

-Ya, tío, dame cinco lucas y quédate con el bobo.
-No, causita. Te doy cuatro y quedamos.

Pero no solo relojes. También zapatillas, grabadoras de cassette; sacos y ternos completos “Miami Vice”; videograbadoras VHS; pelotas de ping pong; anteojos y zapatos (“¡Puta, el difunto calzaba 45!”, exclama un muchacho después de preguntar precios).

Quiénes son los proveedores. Jóvenes que necesitan un sencillo y resuelven tal necesidad barateando un reloj o su camisa; choros que en madrugada de domingo después de alguna fiesta, le quitaron el saco a algún borrachín; los tradicionales ropavejeros con voz de trompeta asordinada; empleados públicos que hicieron desaparecer el engrapador de su escritorios o las calculadoras…

A un costado, casi escondido bajo el dintel de alguna puerta y cubierto por la mugre hedionda de su saco plomo, un hombre ofrece a los varones: “Jebe, jebe…”, y con tales preservativos una sospechosa pastillita “afrodisiaca” dizque infalible.

Nadie vende dólares en La Cachina. Aunque esta actividad también informal ha dejado de ser exclusividad del jirón Ocoña, aún tiene recelo de incorporarse al lumpenizado mundo comercial de las cuadras 10 y 11 de La Colmena, 8 de Azángaro y 8 y 9 de Lampa.

Ya no son las 5 de la tarde. Mi reloj Citizen bamba marca las 6 y media. Las 6 y media de la tarde de un día invernal ya es noche. Y la noche es propicia para que entre el Parque Universitario y la Plaza San Martín merodeen los homosexuales torrejas, suspirando de repente resignados por carecer de los atractivos de aquellos de la avenida Javier Prado.

Pegados a las mesas de ajedrez hechas de cemento delante de la Casona de San Marcos, un grupo de chiquillos sin nombre inhalan Terokal y sueltan palabras incoherentes como su origen y su vida misma.

Ha llegado la hora de emprender la retirada. Pero, ¿podría alejarme con aquella duda como hueso atravesado en la garganta?

El muchacho de los jeans desmanchados está juntando su merca. El señor del costado hace lo mismo, y lo primero que recoge es una estatuilla de El Quijote montado sobre un rocinante con tres patas. Aquél, al verme pasar por enésima y última vez, se acuerda de algo y me llama:

-¿Sabes qué ocurre cuando en verano se usa la misma ropa todos los días?
-Claro –contesto, recordando el saco del vendedor de condones-. Se ensucia. Y la mugre con el sudor…
-¡Fermenta! Eso, ¿entendiste?, eso es cachina, chochera.

Setiembre, 1992
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*Curioso texto extraviado “entre bucles, retratos y pañuelos”, y ahora -después de veintitrés años- recuperado.

jueves, 12 de noviembre de 2015

NUBE, BELLEZA Y MISTERIO / por: ELVIA BENAVENTE ÁLVAREZ*

Una tarde contemplaba lo bello de la Naturaleza, el cielo azul con nubes  blancas, preciosas y transparentes, esta belleza me inspiró a dar rienda suelta a mis pensamientos. Precisamente pensaba en el significado de una maravillosa palabra: “TIEMPO”. El que llevo aquí en la tierra. Me encantaría dialogar éste tema importante y filosófico, con alguien que tuviera el mismo sentido e interés; pero no es fácil encontrarlo. Por eso paso horas pensando, y un sinnúmero de preguntas vienen a mi mente. Al final, difícil de encontrar respuesta a todas ellas, muchas veces saco algunas conclusiones favorables a mis pensamientos; claro está. Ahora dos preguntas interesantes: ¿Quién soy y qué hago aquí?. Realmente no lo sé, creo y pienso saberlo, que estoy aquí por alguna buena razón o propósito. Pero de esto, ¿Quién sabe?. Y allí, pensando... De pronto escuché algo extraño, un ruido, parecía escuchar voces y tranquilamente me pregunté: ¿Qué es?,¿Qué raro?, ¿Es acaso mi imaginación o parte de mi otro, Yo?. No lo sé, el hecho es que escuché una voz, que decía:

_ “¿En qué piensas?. Te noto muy atenta. ¿Acaso soñando en algún planeta? ¿Andas por las nubes o pensando en las musarañas?... Ja, ja, ja. Bueno, tú sabes mejor que yo a lo que me refiero, ¿verdad?”.

Claro que sí, estoy aquí observando el panorama, mejor dicho el Universo y conversaba conmigo misma; haciéndome preguntas, tratando de analizarlas. Y bueno, me decía, partiré algún día sin saber si regreso o no. Pues bien, contemplo todo y lo encuentro bello. Pienso y me doy cuenta de muchas cosas. Qué, uno nace, crece y muere al igual que las aves, las plantas, los animales y demás especies. Y dicen que hasta las piedras hablan y enseñan, será cierto...? Según el cantante mejicano Vicente Fernández en su canción “El Rey” dice: Una piedra en el camino/ me enseñó que mi destino/ era rodar y rodar/. Perdón, disculpa yo como siempre con mis ocurrencias, ¿verdad?. Bueno, sabiendo que estoy aquí en la tierra por tiempo limitado, debo ir pensando, por si acaso regreso, ¿No crees...?

_ “Pues bien, escucha, no te preocupes por nada. Será lo que será. Lo que tiene que ser. Mientras tanto tú sigue adelante: Viaja, ríe, canta, escribe comparte tus sentimientos con los demás y ya verás que todo irá bien. Además me gusta el sentido de humor que tienes, hasta me haces reír: Ja, ja, ja. Ahora tú, dime, si tuvieras la opción de regresar ¿Qué te gustaría ser...?”

Buena pregunta, a mí me encantaría ser como una nube.
_ “Y, eso ¿porqué, precisamente nube?”

Sí, nubecilla por la simple razón que las vengo observando desde hace mucho y aunque parezca mentira, pero así es. Son bellas, no tienen límites; van formándose pequeñitas al juntarse con otras crecen enormes, son libres, van y vienen de aquí para allá; algunas veces cambian de color plomizo claro a oscuro, parecen estar melancólicas y deciden llorar en cualquier momento; también cuando ven los campos secos se apenan, quieren verlos frescos, verdes y floreados, durante incendios terminan con ellos. De vez en cuando el arco iris se hace presente para saludarlas, premiarlas o quizás para llamarles la atención, eso sí no sé... ¡Qué bello! ¿Verdad?.

_ “Bueno. Sí, en todo esto, estoy contigo, tienes toda la razón. Ahora bien, debo irme pronto, ya que alguien más me necesita. Te deseo toda la suerte que mereces...”

Sin escuchar nada más quedé allí. Tranquila, sola y feliz, en mi mundo de ensueño. ¿Qué les parece? ¡Buena idea!. A mi parecer el escribir, es una buena terapia para entretenerse y sobre todo para ejercitar la mente. Ahora bien, ustedes pensarán o se imaginan quizás que me estoy fumando algo raro...Pero bueno, me tiene sin cuidado como piensen, la verdad es que ni siquiera fumo. ¿Se imaginan?... Ja, ja, ja.

Antes de terminar con esta imaginación, tengo algo importante y quiero que ustedes participen cantando conmigo, aquél vals peruano del maestro Eduardo Márquez Talledo “NUBE GRIS”: Si me alejo de ti/ es porque he comprendido/ que soy la nube gris que nubla tu camino/. Me voy para dejar que cambie tu destino/ que seas muy feliz, mientras yo busco olvido/. ¡Precioso!. Lo canté muchas veces allá por el año sesenta, dos años antes de realizar mi viaje rumbo al mundo de “Ilusión y fantasía”. Y ahora, ¿Dónde se fueron los años...?.

Al recordar y pensar detenidamente en las líricas de esta bella canción, me parece encontrarme o mejor dicho identificarme con ellas; en cuanto al recuerdo de mi inolvidable pasado. Muchas gracias, maestro. Descansa en Paz y que viva el Callao.

Y la vida sigue, sigue como el tic, tac del reloj. Como el TIEMPO que no se detiene y que a la vez se encarga de todo. Pero claro que cuando regrese convertida en NUBE, todo será diferente ya lo verán y eso se los digo yo: “Con la pura y neta verdad”... Y, ¿cuándo será el momento de partir...? “Who knows”... Por ahora será mejor dejar todo aquí. ¿Les parece? ¡Ah!, pero antes de cerrar tengo algo muy interesante, se trata de una fotografía tomada al norte de California en Septiembre 1981. Pienso que fue la casualidad precisa del momento. ¡Maravilloso!, regalo, difícil de explicar, donde encuentro realizados: El presente, el pasado y el futuro.

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*ELVIA BENAVENTE ÁLVAREZ: Autora de: “Hablaré con la pura y neta verdad” en homenaje al poeta César Calvo Soriano (1940-2000). “Rastros y Rostros”, vivencias y relatos experimentados personalmente como son: El inolvidable pino, El pelícano solitario y Catalino Lino. Pienso que estos relatos influyeron en mí, debido a todo esto escribo, como tal. Pueda que más tarde regrese convertida en algo tan maravilloso, como son las nubes. Y eso que no sé mucho de ellas, pero realmente me fascinan.

Orlando, Florida. Enero 2014-Noviembre 12, 2015

martes, 10 de noviembre de 2015

TRES POEMAS EN MI MOLESKINE

1

ACANTILADO
Camino por el acantilado
Como un roedor beodo de siete suelas
Buscando el lado bello de la luna
En medio de los residuos sonoros de la noche/

Soy habitante a regañadientes expulsado
Como una grosería de nácar escupida
Contra el prójimo extraviado que exuda rencores
Pero la tierra se empeña en devolverme
A esta pesadilla desgonzada de pedernal y fango
Y a los semáforos de la ciudad de calles absortas
Y húmedas alucinaciones frente al mar precipitado
Donde los amantes se besan y sobreviven
Dibujando naufragios e islas indolentes/

Y sueño aturdido con las alas perforadas del viento/

Ayer estuve aquí y ahora mientras el planeta
Gira torpemente de espaldas al sol desnudo
Con la respiración pedregosa desmorono mi mirada
Y asumo que resucitar es convertirse
En una flor de luz espiralada y piel urticante
Que me regala la memoria enrarecida de los parques
Y la turbulencia de sus sombras inflamadas
Tras la sonrisa cordifome y deshuesada que
La insolencia y la infamia trituran en el asfalto
De este vil urbano desgreñado bodegón
De frutas demoníacas y sanguinolentas/

Me detengo bajo una ponciana y escribo
A pesar de la rugosidad del deseo:
Panza de burro el cielo flatulento
Al pie de sus bordes festoneados sin disputa
Vomito frágiles palabras como pétalos
Sobre esta hoja impávida y cómplice/

Casi al filo del suicidio de las olas testarudas
Espero que los días que me quedan
No convulsionen ni se arrepientan
No jadeen ni tropiecen imprudentes/



2
  
CARRASPERA

Qué desorden fructuoso sobre el escritorio 
Junto a la computadora
En los estantes 
Casi en el piso
Casi un aniego de luz  

Cojo un libro y leo/
El tiempo se contrae y deslíe
Como lágrima descolgando pesares
De tumbo en tumbo por las cornisas del templo
Extiendo los brazos
Hablo solo
El verbo es una crisálida y un resplandor

Dejo el libro y leo/
Y converso expuesto a las brasas del día perdido
La euforia de los árboles desnudos que bostezan
Escupiendo sombras sobre la luna indiscreta
De aquella ventana lenguaraz
Y la tímida melodía de los pájaros que picotean
La rala espesura de la niebla y su imprudencia
Conspiran candorosa y torpemente contra
Los gargajos de la libertad ovillada en sus alas rotas

Estropeo el libro y leo/
Casi muerto casi borroso
Cargo el montón de memorias y esperanzas
De las horas enmohecidas
Como escarabajo estercolero
Y apelo a las palabras de Kafka
Como alegato y ofensa
Como frágil soporte y desasida compañía
Como arena movediza y precipicio amordazado:
“saltar por la ventana”
Desde el asfalto llega el vaho y la duda

Pierdo el libro y leo/
A ver si sobrevivo a mi sombra reseca
De corteza desdeñada por el musgo y las polillas
Clavo mi mirada de cincel enmohecido
En la piel espuria del sol vespertino
Que tritura mi carcajada azarosa y grotesca
Y sueño con encontrar allí en ese fuego impío
El espejo del que rebote la calma traspapelada
Entre apuntes  poemas y frustraciones

Recupero el libro y leo/
La indiscreción irresponsable de la carraspera me condena
Y se empeña en yugular el verbo y su carne
Es probable que de tanto soñar y lamer la sal sobrante del mediodía
La realidad desmesurada se convierta en estropajo/

El libro se estremece/ su palabra es agua/ Kafka  estornuda


3

SIMPLE DESCRIPCIÓN
  
Para Irene Vegas García 



Al fondo unos libros en ele invertida diríase un martillo
Medio enmarcando a un crucifijo despojado de la carne redentora
Que unas pinturas puntiagudas que debieran ser castañas
Escoltan indiferentes y medio descuajeringadas

Arriba a la izquierda de la mirada
Un CPU que soporta sin pesares mensajes y esperas virulentas

Al pie un monitor de cuya pantalla rebotan palabras y gemidos
Un teclado masoquista que va tragando garabatos y gladiolos
Y unos papeles delatores
Y una mesita con el cajón indiscreto

Al centro yendo hacia mi izquierda ideológica y cardinal
La mirada que duda de los recados y de la bondad de los vecinos
Que deben ronronear interrogaciones y sospechas febriles
Y esos dedos que encabritados se aprestan a las metáforas
Y la desnudez de los sentimientos 
Balbuceando saludos a los amigos dizque virtuales

La mujer piensa
Medita
Trastabilla
Se arrepiente
Y finalmente se desbanda temeraria


Mis ojos descubren a la derecha
Soñadora pero libre de sueños y pesadillas
Una cama bien dispuesta

El aire suda a mares

Yo solo miro y cierro los ojos

(Son los días de la victoria
Los que persisten alucinantes y testarudos
Como un alimento imprescindible para el alma)

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(Verano del 2011)

domingo, 1 de noviembre de 2015

¿QUE LE DIGA, PADRECITO, SI ES QUE QUIERO ENTRAR AL CIELO? / Por: Alfonso Aguilar Ravello

¿Que le diga todo, padrecito, si es que quiero entrar al cielo? ¿Qué quiere que le diga si Él lo sabes mejor que yo?...¿Que quiere escucharlo de mi propia boca? pues le contaré ¿Quién soy yo pa' decirte que no, si se trata de nuestro Señor? Comenzaré desde el principio, es decir desde que mi'acuerdo, mejor dicho desde que yo era niño. "Cuando terminé de merendar, mi mama me ordenó que me fuera a dormir, porque había comido chuño y si salía al aire, podía torcerse mi cara, es decir, quedarme güicsho. Obediente, hice lo que ella me dijo. Entré al cuartito y fui al rincón donde estaba mi cama en el suelo que por ser tan duro, siempre me hacía doler la guasha; antes de acostarme, sacudí bien los pellejos, porque mi mama había echado ceniza para matar –decía– a los piojos y a las pulgas; me acosté vestido, pues casi siempre lo hacía así por el frío y a pesar de eso, la frazada con la que me cubría no era suficiente pa' abrigarme y entonces eché de menos a mi hermanito Andrés, pues dormíamos juntos y bien abrazados para abrigarnos, pero esa noche él se quedó con mi abuela Nicasia. El sueño pudo más que el frío y me quedé dormido y tempranito mi mama me despertó porque tenía que ir a pastiar los coches de doña Donatila; era mi primer día de trabajo. Al pararme de la cama, me sentí muermiao, no sabía lo que me pasaba y cuando comencé a caminar lo hice todo tambrashco y así llegué a la cocina donde mi mama ya me había servido mi desayuno de siempre: un pocillo de panizara bien calientita y un mate con harina de cebada y cuando terminé, salí chirgue chirgue a tomar el sol. Al rato, aún tambrashco, fui a buscar los coches, eran dos puercas más tervas que su dueña, cuatro lechoncitos ya maltoncitos, un berraco rogo y otro chiclón, pues un perro lo había arrancado una shicra. Ese día decidí pastiar cerca de Huashla y hacia allí fui y cuando estuve cerca al muyo, un perro quiso morderme, pero yo lo tiré una piedra que lo dio en las trolas. Salió la mujer de don Arenas y con mucha cólera me gritó: ¡Mojino adefesio, hijo de la basiliscaputa, anda pegar a tu mama y no a mi perro! y entonces le contesté: mi mama no muerde a nadie y usté, amarreste a su perro sarnoso, vieja cursienta, lajumeta, chupe calato. Como apredí de mi mama a liriar, no me quedaba callao. ¡Cholo retaco culo frunshiu, no sabes ni siquiera peinarte, pero para insultar estás hecho, me gritó. Yo le volví a contestar: usted tampoco se peina y por eso tiene el pelo champoso, se parece al rancho de don Policho. Y mientras liriábamos, los coches se habían chapriao por la pampa así que corrí a rejuntarlos y cuando los tuve a todos juntos, seguí el camino que quingray quingray sube por delante de la puerta del panteón. La mujer me siguió para pegarme, pero yo agarré una piedra y le dije: si usté me pega, de una pedrada le rompo la música y le dejo cagia, vieja culo llushpe. Cuando estuve sobre Pacashana, vi un corralito que tenía picullo y ahí encerré a los coches para que no se escaparan. Me divertía viendo al berraco oliendo los chapisqueros de las puercas y a ellas le gustaba porque se quedaban paraditas y se ponían en posición y al berraco no le importaba que una de las puercas tuviera el chupe gusanao. A la hora del almuerzo comí lo que mi mama siempre me ponía: canchita de maiz paccho. Como a doña Donatila –una vieja culeca con la boca que más bien parecía un pupu– no le gustaba que yo llevara a sus coches, temprano, esperé que empezara a cerrar la oración para llevarlos y cuando los entregué, su hijo, un jetón con cara de burro amarrao, me dio una libra de azúcar y otra de sal que correspondía al pago de una semana de pastiar. Y así pasé mi niñez, unas veces pastiando guachos o coches, todo por ayudar a mi mama, porque éramos muy pobres; mi papá, que era de Chingalpo, nos abandonó. Años después, cuando yo era ya un joven, trabajé, unas veces de peón, otras de arriero o sembrando al partir con mi vecino. Seguí trabajando duro en lo que fuera y gracias a Dios, nuestra situación mejoró, pude comprar una chacrita, me inscribí en la Comunidad de Indígenas para la que tuve que trabajar a cambio de una chacra donde poder sembrar mis papas; arreglé la casita, ya no dormíamos en pellejos, pues gané lo suficiente para comprar un catre y colchones, primero de paja y después de lana. Mandé tejer unas frazadas, compré platos de porcelana, cucharones y cucharas de metal con los que reemplacé a las güishlas y a las cucharas de palo. Compré zapatos y ropa para mi mama y para mis hermanitos, para que se lucieran en la Fiesta del 14. Todo lo hice solo, pues mi hermano mayor se fue detrás de una china de Tauca; él era como el berraco que yo pastiaba, se pasaba oliendo chapisqueros de cuanta china veía. Mis hermanos crecieron; la Chavela se casó, pero tuvo mala suerte, su marido murió en las minas y la dejó con tres cholitos cursientos. Andrés, el último de mis hermanos, se quiso meter a sinvergüenza, es decir a abigeo, pero la maja que le di, fue suficiente pa’que se enderezara. Y es que, padrecito, a pesar de haber visto a mi mama pasar hambre, vestir y dormir mal, igual que todos nosotros, nunca la angurria nos llevó a desear lo ajeno. Me casé y tuve cuatro hijos y a medida que crecían, yo trabajaba más duro y gracias a eso pude mandar a mis hijitos a la escuela y justo cuando el mayor terminó su primaria, trajeron el colegio al pueblo y así pudo seguir su instrucción media. Para que vaya a la universidad, además de trabajar muy duro, vendí mis vaquitas y después mi chacrita. Mi hijo se graduó de ingeniero y no sólo se hizo cargo de sus hermanos, sino que nos ayudó dándonos una pensión. Hoy tengo dos ingenieros, un abogado y una doctora en medicina. Le cuento padrecito: ellos viven felices de que seamos sus papás y se sienten orgullosos por eso, nos han llevado a Lima varias veces y cuando nos presentan a sus amistades, lo hacen todo palanganas y les cuentan como trabajé para educarlos. Estoy contento, igual que mi mujer, de haber aprendido que en la vida, si uno se propone, por muy pobres que seamos, con el trabajo podemos hacer mucho por nuestro pueblo y por nuestra patria y además, yo siempre camino con la frente en alto porque en ella, además del sudor, brilla la dignidad de un hombre honrado. Hoy que ya me toca rendir cuentas, le diré que lo único de bueno que tengo para que Dios me lleve a su lado, es que fui buen hijo, buen marido, buen padre, buen amigo y además, siempre me refugié en su misericordia. Espero que la honestidad sea buena ante los ojos de Dios, porque aquí, entre muchos de mis paisanos –unos infelices angurrientos– la honradez eso “giede” a excremento.”
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Gracias, querido Fonsho por este valioso y bello envío. Un abrazo!