domingo, 14 de abril de 2024

ODA A ESTE AMOR*

Como un peso irresistiblemente

Intolerable

Como una luz que se ennoblece

Tras la subyacente sombra

De la memoria y la cópula[1]

Como tú

Y yo abominables

Espectros par de monosílabos

De la noche como nadie

(Las rosas cantan su propia melodía de espasmos y discordia)

Ni carne ni sangre

Apenas una sensación una sorpresa

Como todos

Humedad en el vientre y visceral li-

Cencia fálica

Una delirante angustia uterina

Como el silencio escondido

En la guarida de los lobos

Bajo el brassiere de la epopeya

Y el adjetivo testicular

Advierto que hemos traicionado

Nuestra virtud atávica y mojigata

Y el cáliz que alberga

El licor de la resurrección

Dosis de melaza y supuración luética

Somos el pesebre y sus habitantes y los mortales infinitos

Desgajados de la corteza de la sed

Y no puede desmentirnos el heno

Que puebla de aromas nuestro pecado

Ni las sonrisas dudosas que venden caramelos

Un alarido araña el techo

Ingresé en tu historia

La sordera es el incorruptible interlocutor

De la podredumbre

Nuestra mirada se cuartea lánguida y sin malicia en el amor

Nada es intolerable y ser distinto es lo más idéntico

A la igualdad de los gemidos

Gotea tu voz como burbuja afrodisíaca de la selva peruana

Ingresaste en mi corazón de trapo

Medio desquiciada mi palabra es carne y pus

Vive el amor como una lombriz

¿Quién habló de clonar las emociones?

Amor terminal e interminable e intermitente

En el humus y el destierro

No muere sino se desplaza cansino y prosódico porque

Casi siempre el mejor poema se escribe en el útero

Amor a sola firma

Confío en la duda y domador de sueños me interno

En las avenidas intravenosas de la ciudad tuerta y cruel

Y no hay almohada que aspire

El sudor sublevado de las sienes y el humor

Inguinal exaspera el bacín

De los cultos y tú vulgar vulgar vulgarísima

Alguien osó desbarrancarse sobre los surcos de tu vientre

Mientras la noche es un eco de silbatos y comillas vecinales

Yo olvido trémulo derramado cuarteado

En tu pecho un pétalo de geranio y sal:

Sucumbí al asalto de tu sonrisa y de tus lágrimas

Simplemente simplemente



[1] (Cuando dejas que mi resumen trascendente / ingrese en tu ígnea habitación / y en un estremecimiento líquido / nos apropiamos del cielo y sus humores)

                                 ***

* De mi librito, publicado el año 2007, Los bajos fondos del cielo.

 

 

viernes, 12 de abril de 2024

SERENATA DEL ENCUENTRO CON LA POESÍA DE MILWARD UBILLÚS

 


Les pregunto, amigos (y pido perdón si lo que hago puede parecer fuera de lugar y acaso descabellado: ¿Han puesto atención en la moneda de un sol que comenzó a circular en diciembre del 2023? Allí, en esa moneda, aparece la imagen de un señor que en la cabeza lleva una especie de gorro, y es evidente que su rostro corresponde a una persona de piel oscura, un afrodescendiente. Se trata de José Manuel Valdés que, efectivamente, fue afrodescendiente (nacido en 1767 y muerto el año 1843); su madre, llamada María Cavada, fue una esclava liberta, y su padre fue el indígena peruano Baltazar Valdés. Y, bueno, ¿a qué viene esto? se preguntarán. Es que este señor, al que el Banco Central de Reserva le rinde un justo homenaje con la mencionada moneda conmemorativa, era un poeta; pero algo más, también médico, el primer médico peruano afrodescendiente.


No sé si son muchos los médicos que también son poetas, pero es posible que sí, pues es indudable -creo yo- que existe una suerte de entroncamiento familiar entre ambas ocupaciones: el sentimiento profundo de humanidad y la celebración de la vida. Médicos que también escribieron poesía (o poetas que también ejercieron la medicina) fueron, por ejemplo, Gregorio Marañón, Pío Baroja, Antón Chéjov, John Keats, William Carlos Williams y, claro, nuestro gran Luis Hernández Camarero. Y ahora tenemos al autor de Serenata del adiós -el libro que aquí se presenta y que me ha sorprendido muy gratamente-: Milward Ubillús. Esto es por lo que comencé haciendo referencia a José Manuel Valdés, poeta médico del que, estoy seguro, casi nadie, en nuestros círculos culturales, tiene la más mínima idea. (Valdés fue uno de los más importantes médicos durante aquella época de transición entre el Virreinato y la República).


Bien. Serenata del adiós es el segundo poemario que Milward Ubillús, poeta nacido en Huánuco, saca a la luz pública. El primero fue Versos al viento, con prólogo de mi muy querido e inolvidable amigo Gustavo Armijos, fundador de la casi mítica revista de poesía La tortuga ecuestre en que también Milward dio a conocer poemas suyos.


José Li Ning, médico psiquiatra, autor de Síntomas y metáforas. La poesía de José Watanabe desde la psicología médica (2021), afirma rotundamente que, si bien la poesía no sirve para curar enfermedades, sí, en cambio, es útil «para sentirse acompañado cuando se está enfermo». Cierto. Sirve, pues, como la literatura en general, también para «darles vuelta a las cosas»; quiero decir, para -incluso- hacer que lo que puede hacernos sentir mal se convierta en algo agradable o, al menos, sea más llevadero. La poesía es, en gran medida, un bálsamo. Por ello, intuyo, el título del libro de Milward y de dos de los poemas contenidos en él, es Serenata del adiós. Como sabemos (y lo dice claramente el Diccionario) serenata es la música que se toca o se canta «en la calle o al aire libre y durante la noche, para festejar a alguien»; es celebración y no sufrimiento. Y, efectivamente, el primer poema, que tiene ese título (Serenata del adiós I), ha sido, según parece, estimulado por el sufrimiento debido a la ausencia de un ser querido; sin embargo, como una suerte de compensación que es casi expresión de resiliencia, dice con firmeza y de modo rotundo: «Y cuando ese otro tú que avasallaste / y creíste destruido / empiece  nuevamente a despertar / y con un susurro a decirte / que está en ti, / cuando empiece a sonarte fuerte / que también estoy ahí, / solo entonces / el lenguaje mudo de tus actos me hablarán y gritarán / como siempre fue, como siempre es, / mi amada ojos miel». Y, más aún, el otro poema que lleva el mismo título, pero está numerado como II, y es el penúltimo dentro del libro, habla de la muerte inesperada de un amigo muy cercano al autor, que se fue sin siquiera haberle dado oportunidad al médico y poeta de tenerlo como paciente para, al menos, hacer todo lo posible a fin de que la despedida no fuese tan pronta; ello no obstante, con cierta crudeza, nos cuenta que «en la noche fatal bailamos, cantamos y reímos en tu partida» y que esa había sido la serenata al amigo, la «serenata del adiós».

 

Sin embargo, no todo puede ser fiesta; también, a pesar de todo, el dolor aprieta, como en el poema Días de penumbra, que habla del día «que nunca vendría» (se refiere, en realidad, a aquel que no se esperaba, que no se hubiese querido que llegara), cuando murió la amada abuela del poeta, dejando «un vacío eterno / en los corazones inconsolables / y en las mentes desoladas / de la familia, / arrancando lágrimas hondas / y regando sufrimientos…», y ocurrió cuando «el cielo no era gris, / las mariposas jugaban / en el jardín y / radiante el sol caía / en el pacay». Y aquí, en este conmovedor poema, quiero hacer notar algo que me parece muy interesante: el autor no escribe «pacae» para referirse a la deliciosa fruta también conocida por nosotros como «huaba», sino «pacay» (con ye, o i griega, al final, y no con e), y esto me parece muy bien. 


Pero no solo es el adiós lo que mueve a nuestro poeta, en este libro. También la reflexión filosófica. Y nos ponemos estupefactos y seguros de una verdad cuando leemos, por ejemplo, estos versos, en la página 29: «Hay abismos insondables / en el alma humana, / ocultos en el lado oscuro de nuestra / naturaleza, hondos y umbríos / inaccesibles al orden lógico / espanto de la común voluntad (…) que rememoran / nuestros lejanos orígenes / y recuerdan /que no existen jerarquías / en la existencia»; o estos otros, en la página 45: «Somos viajeros / en el misterioso itinerario / de la vida…».  Sí, pues, somos viajeros y también es cierto: no hay jerarquías en la existencia.


Hay un poema que, como el Cantar de los cantares de Salomón, es una celebración del amor, que -obviando, por cierto, las diferencias o distancias- es también una suerte de diálogo. Y, de modo especial, rescato lo que la mujer, en el poema de Milward, dice casi al final del texto: «Que no aparezca nunca más el sol, / que los pájaros se queden mudos, / que se sequen todos los árboles / y las rosas no florezcan más: / pero que sí / retoñe mi rosa en tu corazón». Estos versos me traen a la memoria uno de los más conocidos poemas de Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida -o sea, el gran Gustavo Adolfo Bécquer-; me refiero a la Rima IV, aquella en que a la letra se dice «Podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía». ¿Por qué recuerdo esto? Pues por la relación, digamos, inversa que encuentro entre lo dicho por el gran poeta español del posromanticismo y los versos del autor de Serenata del adiós. Bécquer hace una afirmación rotunda y firme en el sentido de que, aunque desaparezcan los poetas, «siempre habrá poesía»); y lo que ha hecho Milward es construir una expresión en modo imperativo -un ruego, en realidad- con que el personaje de su poema pide que desaparezca todo, menos la rosa (es decir el amor que siente), y que, más bien, desea que retoñe en el corazón de su amado. Es un poema de amor intenso, pues.


Ah, pero hay uno que -más intenso aún- es de un erotismo que yo califico como desconcertante (con lo que no estoy señalando un defecto sino, más bien, reconociendo un mérito notable). Su título: Pasión. Y empieza con estos muy expresivos cuatro versos: «Soy un hombre cautivo / de las orillas de tu cuerpo, / atrapado en la playa sensual / de tus pasiones...»; y más adelante dice: «Como enormes cerros perfectos / crecen tus pechos frente a mis ojos / y tus bordes / como hondos precipicios (...) y alimentan mi deseo / de no bajar de ti...». Diríamos que estamos ante amor puro, o puro amor: no solo de sentimientos, sino también de carne. Pero, de pronto, nos chocamos con esto: «... tus diáfanas caricias / perfumando el aura / de tu sonrisa / traen siempre consigo / el mágico rocío de pequeñas flores lívidas /que al llover / sobre tu cama / adornan la simpleza / de tus blancas sabanas sucias...». Crudeza que se intensifica, inesperada e imprevisiblemente, al final, con esto que parece un desenlace de novela; dice: «... y te conviertes / en la princesa de la alcoba / cuando te corono tiernamente (...) / después de pagarte / para marcharme». O sea, adiós al amor puro o al puro amor: aquí hace su aparición el amor venal, fugaz, en que los sentimientos terminan siendo reemplazados por el «vil» dinero, ¿no es cierto?


Y hay otros dos poemas que también me han impresionado, pero que -estoy casi seguro- podrían haber disgustado a don Marco Aurelio Denegri (claro, si es que él aún estuviera entre nosotros), y por eso la especial atención que he puesto en ellos; pero, entiéndase, no quiero decir que ese eventual e improbable disgusto podría haberse debido a los poemas propiamente dichos, sino que -hipotéticamente digo-  habrían sido motivados por la válida y legítima osadía que pone de manifiesto el autor al insertar palabras que nuestro inolvidable hombre de la televisión habría considerado «no poéticas». Me refiero a Balada para Jane, el poema con que se cierra el volumen, y también al que se titula, simple y llanamente, Poesía.  El primero de los mencionados -que termina con esta bella frase: «Porque contigo siempre hay un mañana»- tiene este par de versos que, en mi opinión, son de antología: «La felicidad con sabor a sushi / y risas con leche y wasabi…». ¡Genial! El otro, que es un sentido homenaje a la poesía (la «compañera amada / amiga fiel»), nos dice, sin pedir permiso a nadie (¡como debe ser!) esto: «soy el grato reflejo / no enantiomerizado de mi tú (…) Soy tú -infinitesimalmente- y luego soy yo…». «Enantiomerizado», una forma verbal derivada, naturalmente, del sustantivo «enantiómero», palabra, por cierto, familiar para los hombres de ciencia (y que yo, lo confieso, desconocía), pero que no está (como ninguna otra) prohibida de ingresar en el terreno de la poesía, como tampoco lo está el adverbio «infinitesimalmente»; y bien que los haya utilizado Milward. Es que la poesía es, ante todo, y sobre todo, libertad, y en estas cosas no hay que «tu tía» ni hay «pero» que valga.


Y es libertad en el uso de la palabra, que es instrumento y materia prima de la poesía. Así, por ejemplo, el poema El color del amor (página 59) comienza con este verso: «Desde este rincón desiluminado...».  Emplea allí un participio, «desiluminado», que a pesar de no existir en nuestra lengua (o, por lo menos, yo no conozco), entendemos lo que quiere decir: «oscuro»; o esto, que parece ser un juego de palabras, en el ya mencionado primer poema del volumen (Serenata del adiós I): «cuando ese otro tú», «de tu otra tú», «mi amada otra tú». Es que las palabras, en las manos del poeta (cito uno de los más famosos poemas de Octavio Paz: Las palabras), son para darles vuelta, cogerlas del rabo, azotarlas, arrastrarlas y hacer «que se traguen todas sus palabras».


Bueno, ya para terminar, les cuento. En mi libro La divina hoguera (2019) tengo un poema cuyo título es @.com que hace alusión al asunto, tan actual, de los encuentros «virtuales» a través de las redes sociales, concretamente, el chat (que, como sabemos, es el intercambio de mensajes electrónicos vía internet); en él digo, en los tres versos finales, esto: «Hasta que un clic me recuerde que la soledad, viva y cruel, / ya no es un desierto / ahora es un bosque». Milward tiene un poema que, precisamente, se titula Chat y, en gran medida, coincide con lo que yo afirmo en el mío: «universo infinito y cálido / donde solo somos letras / en un frío monitor (…) pobres humanos solitarios / buscando compañía en la red». Las redes sociales son, ciertamente, muy valiosas; pero muchas veces la compañía que a través de ellas encontramos no es más que una presencia aparente y no real, y nos sentimos acompañados por cientos y cientos de «amigos» que tan solo son «contactos virtuales». Es decir, nuestra soledad sigue allí y, como puse en mi poema, ella «ya no es un desierto / ahora es un bosque», casi diría que un bosque de fantasmas. Tengo que confesarlo: me alegra que en esta visión coincidamos, de algún modo, Milward Bustíos y yo. ¡Bien, caracho! 


En esta noche que es la serenata no del adiós sino del encuentro (no virtual, sino verdadero) saludo y celebro tu poesía, hecha con simplicidad, naturalidad y audacia, como una expresión de pasión, fe y alegría y una elevada dosis de humanidad, es decir, de buenos sentimientos; y es, además (como debe ser), un culto a la libertad y, como dije al principio, celebración de la vida. ¡Un abrazo, Milward!

 

12 de abril del 2024

© Bernardo Rafael Álvarez

 


jueves, 28 de marzo de 2024

EXPRESIÓN INTRÉPIDA Y DESENFADADA DE LIBERTAD CREATIVA: «OMITIDOS», DE JORGE URETA SANDOVAL

Con solo leer el título ya podemos decir que es un libro desconcertante. ¿Por qué «omitidos»? ¿Es que su autor llama así (es decir, obviados, marginados, olvidados, ninguneados) a los personajes de los que se ocupa? No creo, porque, al menos los que aquí menciono, algunos escritores de los que, repito, se ocupa el libro), no lo son en verdad: Saramago, Reynoso, Vallejo, Heraud, Adán, Sabines, Bolaño... ¿Qué significa esto? Que lo que el autor ha hecho es -de entrada- jugar, acertadamente, con la intriga (y esto es, ya, un gran mérito literario en el terreno de la narrativa).

 

El conjunto de textos que aparecen en el libro de Jorge Ureta Sandoval (que, en buena cuenta, son un homenaje a personajes de la literatura por los cuales él siente admiración y una especial devoción), puede ser visto (y creo que es legítimo hacerlo) como si se tratara de una exposición de pinturas abstractas, o impresionistas, cuyo efecto estético no es solo la simple belleza sino, especialmente, el asombro. Qué quiero decir: que estos textos podemos leerlos sin tener que esperar alguna anécdota impactante o mensajes conmovedores o que acaso estimulen nuestra indignación frente a las injusticias sociales, por ejemplo.

 

Pero sí, como en un texto al que califico de reflexión afectiva, podemos encontrar cosas que conmueven y tienen mucho de verdad. Una muestra: «Él creía que íbamos a cambiar en lo fundamental, y no importa ahora si tenía razón o no… lo que vale, en este momento, es hacerte saber que cuando Javier hablaba, sonreía y te sentías parte de él…». Lo confieso: eso es lo que, en gran medida, sentía yo cuando, adolescente aún, en Pallasca comencé a leer a Javier. ¿A qué Javier me refiero? ¡A quién más!: a Javier Heraud, pues, el amado poeta que murió entre pájaros y árboles, allá en Madre de Dios, hace más de sesenta años.

 

Y díganme si no es bello esto, que también hallamos en el libro de Jorge: «No mueras en vida, vive lo que dejé de vivir». Es una invocación que en un texto es atribuido a nuestro inmenso César Vallejo, como si hubiera sido dicha a la leal y amorosa Georgette Philipart.

 

Y esta otra frase, en el texto dedicado a Juan Ramírez Ruiz, fundador del Movimiento Hora Zero y autor de ese monumento poético llamado «Las armas molidas»: «Los nuevos muchachos (…) molieron todas las armas posibles, excepto la palabra». En efecto, todo podrá ser destruido, menos la palabra.

 

Como dice Oscar Araujo León en el prólogo, lo que hay en este libro son cuentos. Pero no como los cuentos «comunes y corrientes»: no es notoria en ellos la estructura de la que siempre se nos ha hablado (exposición, nudo y desenlace). Es que se trata de una manera distinta de contar. Sin embargo, si ponemos atención (y sugiero que lo hagan), veremos que, desde el principio, cada texto atrapa y nos empuja a buscar, a como dé lugar, un desenlace del que (a diferencia de los cuentos, digamos, «tradicionales») no tenemos ni el más mínimo indicio que pueda servirnos de «ayuda». Recomiendo -por solo mencionar uno- el texto dedicado al autor de Ensayo sobre la ceguera, José Saramago, y cuyo título es, misteriosamente,  un participio -«Corregido»- y en el que, inesperadamente, encontramos a Jesucristo, enfermo, dentro de un ómnibus (que bien podría estar circulando por la avenida Abancay) y a Magdalena abrigándolo con «una frazada de diseños andinos», en una circunstancia que nadie podría imaginar: cuando una suerte de pandemia convierte a gran parte de la población en Los sin voz. ¿Es esto extremadamente insólito e increíble, o no? Claro que lo es; y, a pesar de ello -gracias al buen manejo de la técnica narrativa-, tiene mucho de verosímil. (Bueno, en su Retórica, Aristóteles ya había dicho esto: «Es preferible lo imposible verosímil que lo posible inverosímil»).

 

Lo que Jorge ha hecho es presentarnos una nueva forma de contar; una narrativa experimental que, definitivamente, rompe esquemas. Si tuviera que caracterizarla, creo que no dudaría en repetir las palabras que Floyd Merrell (que es un especialista en Semiótica, de la Universidad Purdue de Indiana) dijo acerca de la gran Clarise Lispector; y, así, yo diría que la narrativa de Jorge está «entre la realidad y la fantasía, la objetividad y la subjetividad, la razón y la imaginación, y el pensamiento lineal y los sentimientos no lineales que fluyen hacia todas partes y hacia ninguna parte». Y esta es una de sus características: es narrativa, al mismo tiempo, lineal y no lineal.

 

¿Qué encontramos en este libro de Jorge? Encontramos a doce personajes (uno de los cuales ¡es él mismo!) que son mostrados en una suerte de retratos hablados medio contrahechos en que -de modo arbitrario y antojadizo- se entrecruzan trazos que deliberadamente nos conducen hacia lo irracional o, dicho de otro modo, a la literatura del absurdo (recuerdo aquí a Eugene Ionesco) o hacia el surrealismo. Estamos, pues, ante una narrativa distinta de la que leemos con frecuencia.

 

Este libro es la expresión intrépida y desenfadada de la libertad creativa (como es y debe ser toda buena literatura); y es, también -¡cómo no!- juego y catarsis, y alabanza y celebración de la palabra y, claro, de la imaginación sin límites.

 

«Omitidos» de Jorge Ureta Sandoval es, debo decirlo ya y con absoluta convicción, un libro altamente recomendable; un aporte valiosísimo a la literatura peruana. Léanlo y me darán la razón y, por cierto, se sorprenderán gratamente. Es un libro que, por ningún motivo, debería ser omitido.

 

(Bueno, para terminar, debo decir que me regocija y me hace mucho bien el hecho de que esta presentación se haga en nuestra querida Lima Norte, donde residen el autor y también la editora -Karinita Moscoso-; y aquí, en Lima Norte (en Los Olivos, como yo), durante algún tiempo, también vivió mi inolvidable hermano horazeriano Juan Ramírez Ruiz quien sí -creo yo- fue y sigue siendo un escritor valiosísimo pérfidamente omitido por muchos, pero a quien, con justicia, Jorge Ureta Sandoval rescata y rinde culto en este bello libro que, repito, puede ser visto como si se tratara de una exposición de pinturas abstractas, o impresionistas, pero también -como, estoy seguro, lo habría dicho Juan, si aún estuviera entre nosotros- puede ser leído como poesía. ¡Bien, querido Jorge!).


                                                                                                                                   Los Olivos, 28 de marzo del 2024                                                                                                                                                                                                                                                                                 © Bernardo Rafael Álvarez

 

martes, 19 de marzo de 2024

BAD BUNNY

Bueno, la verdad es que artísticamente no puede ser llamado el heredero de Frank Sinatra; hace algún tiempo hubo quienes dijeron que lo era de Michael Jackson, pero no, tampoco lo es. Repito, artísticamente no es heredero de ninguno de ellos. En algún modo, es, más bien, el heredero de Adriano Celentano, el gran compositor y cantante italiano que fue el boom allá por los setentas. La genialidad de Benito Martínez (Bad Bunny) está en que, en sus canciones, no solo usa palabras, sino también ruidos guturales, balbuceos, etc. que no expresan nada inteligible; la de Celentano se manifestó con la creación de temas que, desde su título, eran construcciones hechas con palabras de ningún idioma, inventadas por él y que, naturalmente, no decían absolutamente nada (este es el título de su más celebrada canción: «Prisencolinensinainciusol») y solo servían para divertir (y divirtió a montones y montones). Bad Bunny genera efectos de gozo en millones, millones y millones; es el que más seguidores tiene a nivel planetario, y el que gana más dinero (lo cual no es un delito, no colisiona con el arte). Es (ya lo insinué) genial, porque ha hecho lo que nadie: ha puesto sobre el escenario lo que nadie hizo antes de él (en algún modo sí Celentano): demostrar que el arte musical no solo es para dar mensajes «legibles» (de amor, filosofía, indignación, crítica social, o lo que sea) sino, sobre todo, para generar efectos estéticos (gozo auditivo, etc.) y, en el caso de la música popular, sobre todo diversión; y esto lo ha logrado a niveles astronómicos. Es cierto lo que dice Time (es lo que con otras palabras digo y he dicho desde hace mucho tiempo, y me alegra ver que no soy el único): «Desde sus inicios, Bad Bunny ha desafiado las convenciones, tanto líricas como musicales». Que no guste y asquee a muchos intelectuales no tiene por qué importar; el arte no tiene que ser (como respecto de la cultura equivocadamente creía T. S. Eliot) para una elite, para una minoría; si lo disfrutan las grandes mayorías, ¡bien, caracho! ¡Vas bien, Benito, vas Bien! (Y bien por sus millones y millones de seguidores, a los que con gusto yo también me uniría, y que no son «subcerebrados», como a alguien se le podría ocurrir llamarlos). El arte es, sobre todo, expresión de absoluta libertad; y no hay nada ilegítimo, reprobable ni «antiético» si es que los artistas son apoyados, promocionados, financiados por gente o empresas de alto poder económico (por el capitalismo o el «neoliberalismo salvaje»): ¿o es que esto envilece al arte?

                                                                                                                          © Bernardo Rafael Álvarez

 


miércoles, 24 de enero de 2024

CUATRO POEMITAS SETENTEROS

Cuatro poemitas míos escritos durante los inolvidables setentas:

 

 

RELOJ SOLAR 

 

INTIHUATANA, siendo las 12 p.m.

Explicación UNO: Nunca he viajado a Machu Picchu; pero –importante es decirlo- esa piedra, de pie en actitud O’clock marca los minutos como mi reloj Olma Bimatic-waterproof, 17 jewels/

INTIHUATANA, en Cusco/Ombligo del Mundo/piedras en desfile escalado.-Por allí pasaron hombres y mujeres, muchos, con su cántaro a la hora exacta. 

        a) Prólogo a los dichos primeros indios gente llamado uariuiracocharuna…buena gente aunque bárbaros infieles.º

Fueron maltratados/despojados por las encomiendas, no se les respetó; y se elaboraron las Leyes de Indias, que parecían proteger a los del Pirú. 

        b) Recurso de Hábeas Corpus: vosotros no sois bestias, creed, vivid libres. Documentos: 

D.1.-La exactitud de la hora

D.2.-Los papeles desconocidos

D.3.-Los quipus. Los quipucamayocs eran sabios hombres que descifraban la estructura lingüística, apuntada, del Imperio Incaico. 

        c) Informe/conclusiones: Juez Ad Hoc, yo, INTIHUATANA digo: 1) O´clock: la exactitud de la hora, el orden, la estructura perfecta, suman el primer grado de elevación de la inteligencia. 2) “Ticeuiracocha Cayllauiracocha Camacruna Runac/ hincados de rodillas”/a Él adoraban.ºº Su destrucción fue útil a los de Pizarro. El Hábeas Corpus llegó tarde, o no llegó.

-¡fredom all political prisoners!/

Prisioneros en su suelo

(1973/in the world)

 

 

 

 

 

 

 

_______________________________________

º El Primer Nueva Coronica i buen gobierno compuesto por don Phelipe Guaman Poma de Aiala/ descubierto en la Biblioteca Real de Copenague en 1908. Versión paleográfica de Franklin Pease G. Y.

ºº Ibidem


***


APROXIMACIONES A UN POEMA DE AMOR PARA BÁRBARA 

 

Elaboración inicial.

Bárbara tiene los cabellos nazarenos

su mirada es débil como un rayo de luna

sus manos son suaves como la intención de este poema.

Hablaremos de la orquídea, Bárbara,

o de la azucena, en fin, hablaremos, hablaremos

(este paisaje despejado/ donde la mano del hombre

no ha intentado transformar su virginidad nos observa (¿nos observa?)

Descripción: ficus ancianos en fila india,

móviles criaturas prisioneras de las piedras;

cielo, como siempre (¿cómo siempre?) azul,

nubes atadas a su barriga hundida, etcétera.

Te descubres, Bárbara/ apareces/

llegassirena/ envuelodeprendasíntimas (sostenes, calzones);

habitación de parquet en tímida oscuridad.

Lo bueno & lo malo/ la represión, la conducción

de los instintos, etcétera.

(Necesaria disposición de todos los elementos útiles;

recurso imprescindible, en pos de tu amor)

EROS: conducción sublime de la intención amatoria:

tus piernas tibias, suavecitas.

(Y sus senos excitantes, Bárbara. Bárbara;

o el cuerpo emergente, ella:

y el descubrimiento del amor; las palabras toscas.

Bárbara, Bárbara, Bárbara.)

TANATOS: el rechazo: Bárbara, te odio;

cúbrete el sexo con una hoja de parra, sal a caminar/

el mundo nos observa, no debe mirarnos, no debe mirarnos, cúbrete.

BARBARA, BARBARA, BARBARA

Elaboración final: difícil amarte.

Aquí el sacrificio del deseo. No obstante,

es irremediable hablar de la orquídea.

Cúbrete Bárbara/ cúbrete: el mundo nos observa.


                                ***  

 

PALLASCA (AGUAFUERTE, EN LA ONDA DE CHAGALL) 

 

(De carne y hueso + tierra húmeda + hierba sumamente

Verde & cabras & ovejas que rebotan su idioma

Cotidiano en las paredes de barro de las casa atadas

Al cielo. Voz de madre como girasol en los patios:

Testimonio inagotable del día, te acuestas y la noche

Ya está durmiendo/ Gallinas cluecas -¡chisha!- espan-

Tadas: viejas perseguidas por la lluvia de relámpagos.

¡Corre, Cástula!, chicharrones con mote para la abuela.

Ramitos de patao entre los dedos, coloración de alegría

Asida a los ojos y las calles empedradas. Mayo, mayo:

Mi primer amor tenía escarabajos en las manos. Ding,

Dong, dang, campanas inquisidoras. Bañistas de Renoir

Buscando conejos zonzos en el cementerio. Con tu música de

Carrizo, toro de trapo, pelo de choclo sobre tu enjalma,

Se aleja la noche de almíbar, como pañuelo: lagartija la

Luna, se descuelga por el Chonta. Lavanderas han

Menstruado bajo los alisos y la cantárida en mi frente,

Cosquillea. ¡Ganarán virtudes, amigos míos, a las doce

En medio de las chacras; pero vuelvan al poblado,

Con el sol tierno en los bolsillos!)

Y a un costado, yo, pálido, con

El pantalón roto y el corazón oxidado, observando el

Suicidio de cungules en el manantial sin agua.


_________________                                                                                (Lima, circa 1979)

 

                                  *** 

 

BIRD/ HOMENAJE A CHARLIE PARKER 

 

Atando rayos, disolviendo

relámpagos , acallando truenos:

And it’s a hard rain’s a-gonna fall;

mojará calles y parques y

no podremos caminar, zapatos míos,

solo crecer, coger el instante agudo de

la altura donde todos seamos

un monosílabo: vamos a

juntarnos otra vez, Dizzy (Charlie,

eterno palteado

metal agudo tu voz se repite

en tiempos fuertes, como el

deterioro de la carne y los huesos).

Saxo y trompeta reincidirán

en  el pecado y nunca será

demasiado tarde para nuestro

canto encima de las nubes.

El pájaro rompe el cascarón:

alternativa, demonio de las

estepas, to be or not to be y

nada se pudre en esta comarca,

acuoso el ojo del cuervo se deslíe

en mi frazada.

Ni el excremento de un águila

sino la vibración, ni el gluglú del

desagüe y nada, ni la palabra (perico en celo

que se muere en sus alas) perdurarán

en la niebla. Séptimo Círculo,

3er. recinto, Jheronimus Bosch

en el infierno espérame con  tu

mirada de rana: el pata del bop

está por resbalar al Octavo,

átalo a tus telarañas. Y para mí

38 botas de vino más 3 cartas

de marear: El Mar Dulce, donde

el hipocampo y los piratas se confunden.

La sal de la rosa silvestre para

quien viene a la taberna con un

albatros degollado bajo el brazo. Y

fósforo para los atormentados,

más bencina.

Y las uñas de mis pies no van

a enredarse en las raíces que

se arrastran como babosas ni

pasto del arco iris será la

armonía monocroma de mi frente.

Fuego verde como hierba:

ad lib en tu colina de helechos

quiero amar esta cacofonía organizada,

rodeado por el olor del establo,

sin otra alegría que el viento

y sobre Gerión, trazando anchos círculos,

descender en medio del ardor

inextinguible de la sección cañas.

Que desaten los rayos

para derramarlos en mis cabellos,

nos bañen con relámpagos y

golpeen con truenos:

mal venidos a Elsinor. Qué caray!

Deschávate Charlie: inauguraremos

otra vez la celebración del pecado

en medio de bosques incendiados,

con los chirridos de pájaros obscenos que no mueren.

 

   _________________                                                                 (Lima, circa 1976)