sábado, 24 de agosto de 2013

CÓMO OLVIDAR A DON PEDRITO/ Elvia Benavente Álvarez

¿Cómo olvidar a don Pedrito? ¡Imposible!. Amable caballero, trabajador y cumplido.

Junio 1981 me encontraba allí en Pallasca celebrando la fiesta patronal, después de tanta alegría al encontrarme con familiares, amigos y conocidos, pensé en don Pedrito, sabía y recordaba quien era, fui por su casa personalmente para contratarlo para que me hiciera un trabajo en el cementerio o sea una “peañita” como recordatorio para mi madre. Recuerdo muy claramente nos encontramos en la plaza, luego fuimos a dicho lugar, al llegar comentamos, le expliqué claramente que mi estadía en el pueblo era corta y que por favor me dijera cuanto tiempo demoraría para construirla. Él amablemente dijo: “No se preocupe, tomará pocos días, mañana puedo empezar, le parece?” Okey pues, por mi no hay problema y muchas gracias. Al regreso nos encontramos en la plaza con Carlitos mi hermano, le hablé de mi proyecto y terminamos en su tienda tomando café.

Días después volví a verlo y según él la obra estaba terminada. Y así fue, esta vez los tres caminamos recordando tiempos inolvidables. Pasamos la pampa del cardón, la huertita, la casa de doña Juana Rosa (descansa en paz) luego cinco esquinas, la huerta de la tía abuela Ercelís, la casa de los Nonato, la subida al Tambo y la bajada hacia los molinos se acuerdan?. Claro que sí, momentos felices que se grabaron en la memoria imposibles de olvidar. Pero yo debo seguir con el relato, verdad?.

Llegamos, luego de abrir el gran portón, entramos directamente unos cuantos metros, doblamos dos veces a la derecha y allí está, construida el recuerdo para mamá. Que alegría y satisfacción sentí, al ver terminada esta pequeña obra y nada menos por don Pedrito Tapia quien en vida la conoció y que ahora en Paz descansan.
Agosto,2013

UN TAL LÓPEZ

                                                                  

No se sabe o, mejor dicho, yo no sé para qué vino al Perú. Lo que sí puedo afirmar con alguna certidumbre, gracias a ciertas informaciones medio borrosas a que he tenido acceso, es por qué salió de su país. Lo hizo, como se diría vulgarmente, “corriéndose de la guerra” (¿la Guerra Franco-Prusiana, tal vez?) o, en otras palabras, por no aceptar ser enrolado en las fuerzas militares de Francia, país donde nació. ¿Habría tenido motivaciones morales –digamos, rechazo a la violencia bélica, es decir, actitud pacifista-, o solo se trató de simple cobardía? Cómo saberlo. Lo cierto e innegable es que vino, y vivió, se casó, tuvo hijos y murió en este Perú al que García Lorca iba a nombrarlo como “de metal y melancolía”. Llegó en compañía de dos primos suyos que poco tiempo después retornaron a su patria cuando, tal vez, las aguas se habían calmado y probablemente las circunstancias ya no habrían de perjudicarles. En cambio el pariente de estos, como repito, se asentó definitivamente en el Perú, y  en un pueblito de la sierra formó un hogar y llegó a tener cuatro hijos (tres mujeres y un varón). Se llamaba, como yo, Bernardo y fue mi bisabuelo paterno y -creo que es obvio, ¿no?- el pueblito en que sentó sus reales, fue Pallasca, mi tierra natal. En una foto sobre placa metálica cuya reproducción conservo, aparece de, aparentemente, unos cincuenta años de edad con sus vástagos. La mayor de ellos, Alejandrina, se casó con Manuel Jesús y su matrimonio, más peruano que la chochoca, resultó extremadamente fecundo: tuvieron diez hijos, mita-mita: cinco mujeres y cinco varones. Ella, Alejandrina,  llevaba orgullosa su apellido francés, Brun.  Manuel Jesús se apellidaba Álvarez, y, claro, también debió haber sentido orgullo por su apellido, apellido español de origen remotamente árabe. En una crónica que escribí hace algún tiempo acerca de la vivienda en que nací y viví los primeros quince años de mi vida y que ya no pertenece a mi familia, dije que estaba ubicada en el jirón Álvarez Gonzales y precisé además que don Manuel, “el de esos apellidos, fue un hombre notable en Pallasca a fines del siglo XIX y en los primeros años del XX”; señalé que “probablemente se trataba de un pariente mío”, pero que de eso y del apellido que llevo no estaba convencido. Bueno, pues,  creo que ahora ya puedo hablar con cierta seguridad. Todo indica que el honor de ser pariente de aquel epónimo pallasquino, aunque legítimo, tendría un origen medio chueco y  si eventualmente pudo ser agitado como bandera, bien merecería, probablemente, un par de comillas en sus flancos, puesto que el apellido legalmente heredado de mi abuelo sería, en realidad, un apellido medio “postizo”, generosamente entregado no por un hombre de buena fe, sino por una mujer llamada Casimira Álvarez que lo heredó a su hijo Toribio que fue –él sí- familiar directo (el progenitor) del que dije, don Manuel Álvarez Gonzáles. Entonces, el que, contra todo pronóstico, legalmente y con justicia “patriarcal”, debió haber sido el apellido de mi abuelo y por ende haberlo heredado yo, es López. Es que el abuelo natural de Manuel Jesús, mejor dicho, el verdadero, fue  (al menos creo estar seguro) un cura que por muchos años se desempeñó como párroco en Pallasca y que por alguna razón o sinrazón (“decencia”, vergüenza o cobardía, no lo sé) prefirió no legar a su hijo y, en consecuencia, tampoco a sus demás descendientes ni siquiera su apellido. Cosa distinta ocurrió (¿lo recuerdan?) con aquel religioso gallego que después de celebrar el matrimonio de Pablo Manuel Porturas del Corral en Angasmarca –que fue el motivo por el cual vino al Perú-, se quedó en Santiago de Chuco y (¡de carne somos, pues!) se enamoró de Justa Benites, con quien tuvo dos vástagos, uno de los cuales, Francisco de Paula, llegó a ser el padre de nuestro más grande poeta, César Vallejo. Este religioso se llamaba José Rufo y, según escuché en  mi infancia (y lo leí después en un artículo, creo de César Miró, en que se citaba como fuente a Francisco Izquierdo Ríos), habría fallecido en Pallasca y estaría sepultado en la sacristía del Templo de San Juan Bautista. Bien (vuelvo a este camino asaz pedregoso de mi traspapelada genealogía), en la partida de bautizo de mi abuelo, asentada el 28 de marzo de 1862 se lee, textualmente: “yo  el infrascrito cura propio y Vicario de esta Doctrina exorcicé, bauticé, puse olio i crisma a Manuel Jesús, mestizo de tres días de nacido, hijo natural de don Toribio Alvarez i doña María Robles”. Este sacramento fue administrado en presencia de los padrinos Manuel Hidalgo y María García y de los testigos Concepción Trinidad y Andrés Encina, por el sacerdote que el día 6 de julio de 1869 –es decir, siete años después- casó y veló (así dice la partida) a quienes iban a ser mis bisabuelos maternos, Bernardo y Juana. Y ese mismo sacerdote, el 6 de abril de 1881, también incorporó al Cristianismo a la hija de aquella pareja de consortes, Alejandrina, la mujer que en mayo de 1920 trajo a este mundo a Rafael, el último de sus hijos varones (el “shulca") quien, un montón de años después, con la complicidad tímida y medio inocente de Abigail, llegó a ser -de esperma, sangre, espíritu y buena voluntad-  mi padre. Alejandrina fue, pues, mi abuela. Creo que ya han podido adivinar, sin embargo voy decirlo: El cura, que sin dudas ni murmuraciones, con solemnidad litúrgica y tal vez cínicamente, participó en aquellos actos dizque impolutos, se llamó José Eulalio (¿Dios lo tenga en su Santa Gloria?) y –para más señas - su apellido fue López: ¡mi tatarabuelo de sangre y esperma! Es decir, aunque los documentos puedan expresar –como en efecto expresan- otra cosa, debo asegurar (sin orgullo ni herencia, naturalmente, pero sí con muy buen humor y sin paltas) que, como Vallejo, yo también tuve en mi familia un abuelo cura.



23 de mayo del 2010



(Este texto, hoy necesariamente corregido, fue publicado inicialmente en Bitácora extraviada)

jueves, 22 de agosto de 2013

EN SU TIENDA DE LA "CALLE GRANDE": "¿Y SI NUEZ, QUÉ'S?"




Mi padre se sentía feliz por mis constantes asedios inquisitivos. "Los niños que siempre preguntan son niños inteligentes", aseguraba. Efectivamente, lo que él decía era cierto pero, claro, no se trataba de una verdad absoluta o, mejor dicho, no era aplicable a todos los casos. Respecto de mí, al menos respecto de mí, no era más que una complaciente afirmación paternal porque -obvio- quien la expresaba en esos momentos carecía (como debía ser, naturalmente, debido al comprensible componente afectivo en su voluntad) de la árida pero punzante objetividad. Tengo entendido que mis andanadas de preguntas habrían empezado muy tempranamente, probablemente cuando aún no había cumplido los cinco años de edad. Lo digo porque intuyo que fue entonces cuando ocurrió un hecho que, mucho tiempo después, mi padre me lo contaba como una anécdota y yo pensaba que solo era una historia inventada por su imaginación. Seguí pensando así hasta el 24 de junio del 2008, día en que -¡por fin!- aquella historia se convirtió, frente a mis desleales dudas, en una verdad por sus cuatro costados. Después de veintisiete años volví a mi tierra, Pallasca, justo en el mes de San Juan Bautista, el patrón de mi pueblo. Y ese día, sentado en una de las bancas de la plaza de armas vi a un anciano que me miraba sonriente; me acerqué a saludarlo porque, un poco borrosamente, lo recordaba sin estar seguro en ese instante de su apellido, pero sí de su nombre. “¿Usted se llama Pedro, verdad?”, le pregunté (¡una pregunta, una pregunta más en mi biografía!). La respuesta fue afirmativa. Y lo que vino fue lo que debía venir (aquello que repetidamente ocurrió durante los tres o cuatro días que estuve volviendo a caminar las calles -en las que crecí, como un tímido pero alegre niño serrano-, al encontrarme con cada uno de mis paisanos). ¿Lo adivinaron? Lo que vino fue un fortísimo abrazo, ¡como tenía que ser, caracho! Y enseguida, una larga conversación nutrida de recuerdos. “Nunca me olvido, Bernardo –me dijo el anciano, cuyo rostro mostraba un rictus permanente a manera de sonrisa-, lo que ocurrió cierto día, cuando acompañando a tu padre, el maestro Rafa, llegaste a la tienda que yo tenía en la “calle grande”. “Sí, ya lo sé, don Pedrito –intervine yo-, usted va a confirmar lo que que repetidamente me contaba mi padre, y, créamelo, me estoy emocionando demasiado”. El anciano continuó. “Mientras conversábamos tu padre y yo, tú observabas, medio absorto, el frasco de vidrio que se encontraba sobre el mostrador y en cuyo interior se veía una gran cantidad de frutos secos”. Era exactamente lo mismo que solía relatarme el maestro Rafa. Al darse cuenta de mi silenciosa curiosidad, mi padre pidió uno de los frutos para dármelo después de haberle quitado la cáscara golpeándolo con una piedra en la vereda. Era un fruto de nogal. “Tras recibirlo –don Pedro siguió-, tú quisiste saber cómo se llamaba el fruto seco, y tu padre te respondió, sin más comentarios (pero sí, agrego yo, con una innegable dosis de socarronería): “Nuez”. Y, por cierto, la respuesta no me pareció satisfactoria, sino completamente intrigante. Don Pedro concluyó: “Volviste a la carga, Bernardo, y le dijiste al maestro Rafa, lo siguiente: “¿Y si no es, qué es?” (es decir, "¿Y si nuez, qué's?). Cuando se dieron las explicaciones, después de dos o tres enfrentamientos de preguntas y respuestas, lo que selló el encuentro en aquella tienda de la “calle grande”, fue una estentórea carcajada. 

Han pasado muchísimos años. Dos de los protagonistas de aquel hecho anecdótico ya no están con nosotros: el maestro Rafa dejó de existir hace más de dos décadas, y ahora -hace apenas unos poquísimos días- acaba de irse don Pedrito, don Pedro Tapia, el honrado albañil del pueblo, el que alguna vez fue nuestro laborioso alcalde. Lo que queda es solo un silencio pintado de nostalgia, allá en Pallasca, la tierra de los “chupabarros”, y también aquí, en mi corazón desconcertado y memorioso. 



¡Descansa en paz, paisano bueno!






miércoles, 21 de agosto de 2013

IF (0, DICHO DE OTRO MODO: SI ACASO HUBIERA OCURRIDO)


Primero: Alberto Fujimori cambió de abogado. Segundo: Este nuevo abogado le aconsejó que pidiera arresto domiciliario. Tercero: El abogado aseguró que fue presentada la solicitud. Cuarto: Omar Chehade declaró no estar en contra de un posible arresto domiciliario para el ex dictador y que como Presidente de la Comisión de Constitución, estaba dispuesto a dialogar sobre la posibilidad de que se diesen las normas necesarias para el efecto. Quinto: Lourdes Flores Nano dijo que estaba a favor. Sexto: Ollanta Humala, aunque medio oblicuamente, le dio un "estate quieto" al congresista, rechazando tácitamente su propuesta. Séptimo: Chehade volvió a ocuparse del tema pero esta vez con un "no he dicho lo que dije". Punto.

El arresto domiciliario (o detención domiciliaria, que es como se le conoce legalmente) es una de las medidas de coerción procesal (es decir, se aplica durante el proceso, en algunos casos: por razones de edad, enfermedad, etc.); no es una pena o una forma cómo se efectiviza la pena privativa de la libertad. Debe -como lo dice el Código Procesal Penal- "cumplirse en el domicilio del imputado o en otro que el Juez designe y sea adecuado a esos efectos, bajo custodia de la autoridad policial o de una institución -pública o privada- o de tercera persona designada para tal efecto" y su duración no es mayor de nueve meses.


Veamos qué habría ocurrido si esto hubiera prosperado.


De darse una ley como la sugerida, esta tendría que considerar una de estas dos, o las dos, condiciones para su aplicación a favor de los reos que se acojan a su disposición: salud en grave deterioro o edad sumamente avanzada. Su ejecución implicaría lo siguiente: que la pena impuesta al reo beneficiado (porque, quiérase o no, se trataría de un beneficio) se cumpla en su casa o en el domicilio que determine. Y para esto, en la puerta de esa vivienda se tendría la presencia permanente de un agente policial, o un patrullero junto a la vereda.

Aunque probablemente la aplicación estaría sujeta a "evaluación previa", lo cierto es que no habría razones "de peso" para rechazar las solicitudes que se presentaran (de enfermos o de ancianos). Y, sin duda, no serían pocas esas solicitudes; serían muchas, en realidad, prácticamente todas amparadas por la ley. De ser atendidas, como debiera ser (porque, como sabemos, "a igual derecho, igual razón"), nos encontraríamos frente a esto: al menos un policía o probablemente un patrullero ocupados en la vigilancia de cada una de las cosas de los reos sacados de las cárceles, y esto permanentemente, durante meses o años (hasta que concluya la condena). La seguridad ciudadana, de todos los demás ciudadanos, continuaría en rojo.

¿Esto por qué? Porque en algún momento se negó la posibilidad de un indulto (cuestionable, repudiable o como queramos llamarlo), debido a que se tuvo el "cuidado" de cumplir al pie de la letra el mandato de una norma de cuarto nivel, y esta vez, en cambio, se prefirió mandar al diablo lo que la misma Constitución prohíbe: "Pueden expedirse leyes especiales porque así lo exige la naturaleza de las cosas, pero no por razón de las diferencias de las personas"; es decir, no con nombre propio.

Felizmente, hasta ahora, solo quedó en una -ojalá- improbable posibilidad.

jueves, 1 de agosto de 2013

SOBRE GUSTOS Y COLORES, HABLANDO DE POESÍA (DIÁLOGO EN LA RED)

Puse en mi “muro" del Facebook, esta interrogante:

Tengo una larga interrogante que me atormenta en estas horas frígidas del día patrio: ¿cuáles son las condiciones que debe reunir un poema para, con justicia, ser considerado de gran calidad: gustar a todos, gustar a muchos, solo gustar a los "entendidos", o haber sido escrito por poetas que ya no están físicamente con nosotros, o presentar como característica propia algún elemento excepcional "de fondo o de forma" (que, dicho sea de paso, no sé cuál podría ser), o, en todo caso, con qué criterio hay que medir su calidad, cuál es el canon con el que debemos ponderarlo, o quiénes son los llamados a efectuar su imparcial calificación, o, por último, se puede o se debe ser imparcial al leer un poema o lo que manda es la dictadura de la subjetividad (pasiones, emociones, simpatías, antipatías, simple placer o disgusto, preocupaciones intelectuales o culturosas...)?”

Lo que generó es la fecunda conversación que aquí transcribo:

Grover González. En lo que respecta a mí, creo que este asunto es uno de esos casos en los cuales como decía Wittgentein...de lo que no se sabe es mejor no hablar...jajaj el asunto es tan complejo y amplio...qué lo que verdaderamente define a un poema...constituye una especulación interminable..tal vez imposible de resolver, creo, humildemente, que tal vez sea nuestra intuición sea la única guía: se siente cuando un poema está bien escrito, cuando su tono, su estructura es poética, cuando aborda un tema o, mejor aún: cuando trata sobre una multiplicidad de asuntos diferentes pero relacionados a vez de forma original..en fin...en este día patrio y frío..tal vez sea preferible seguir asombrados por los grandes poemas que romperse la cabeza tratando de definir lo verdaderamente poético que hay en ellos...feliz 28 hermano!!!

Tulio Mora Gago. No te hagas tantas paltas, Ber. Nadie puede responder esa pregunta, es como la de ¿existe dios o no? Escribe nomás, que a unos les guste y a otros no, es irrelevante. Un escritor no puede preocuparse por ese asunto. Es mejor que no escriba y menos poesía, el arte más esquivo de todos. Estoy en este momento leyendo "Palacio de Justicia", de Dalmacia Ruiz-Rosas, libro extraordinario, uno de los que dejará huella en la poesía peruana. ¿Cuántos lectores, enterados de mi opinión, lo leerán? ¿Cuántos lo encontrarán? También deberías incluir estas preguntas en tu "larga interrogante".


Grover González. Tengo en mis mano "Palacio de justicia" estuve en la presentación.

Tulio Mora Gago. Hacía tiempo que no leía un libro con esa andadura, construcción y audacia para expresarse. Es un texto escrito en los 80 y salvo por algunos indicios muy menudos que nos reorientan a esa época (menciona el betamax), es de una vigencia impresionante. Esta es otra condición que no has puesto, Ber, en tu interrogante: un poema tiene que identificar a un lector, eso quiere decir que debe "hablarle" (como decía Eliot, poeta que no me gusta hace mucho) en su propio idioma. La vigencia es eso. ¿Cómo diablos un poema escrito hace 30 años tiene vigencia? Pongo solo una característica. Voy a terminar de leerlo para tener una dimensión más cabal, pero es un hecho que estamos ante un libro que hace su propio camino.

Grover González. En la presentación se dijo que la virtud del libro consistía en se lo había guardado por 30 años para que se le diera una revisión final que le permitiera ajustarse de alguna forma al mundo actual...

Tulio Mora Gago. Será pues. Pero muchos guardan libros todo ese tiempo y cuando se publican solo muestran el polvo, no la vibración. Aquí estamos hablando de una planta experimental que ha sostenido esa temporalidad. El libro está escrito aplicando una variación técnica del "cutting", con cambios rítmicos e inserciones dialógicas inesperadas pero muy eficaces. Los personajes, porque hay varios, en una suerte de proceso judicial, son hablantes múltiples, emisores de confesiones simultáneas que intercambian hasta de género, es decir son travestidos, asexuados, bisexuados. La identidad aparente que contienen desborda el continente físico de la persona para convertirse en un espacio, en un tiempo, en una representación. Me ha parecido una puesta en escena del teatro de la crueldad de Artaud: monólogos/diálogos de gestos, con mensajes sesgados, distantes, esquivos, ariscos, amenazantes, lejos de fáciles sentimientos (la ternura, la ironía, el amor), propio de un entorno sumamente violento.

Gustavo Valcárcel. Carnero Este contrapunto literario entre Grover y Tulio debe ser conservado, porque es una cátedra abierta para los que andamos subiendo los peldaños de la poesía. ¡Felicitaciones por el psicoanálisis metamorfósico de la palabra encriptada.

Bernardo Rafael Álvarez. Tengo que decir que, en gran medida, la respuesta aparecida aquí -gracias a Tulio, Grover, Fredy- ha sido satisfactoria para la "larga interrogante mía", que surgió a partir de lo que leí sobre un poema de Marco Martos, que puse en mi muro, como un saludo a la Patria. Un abrazo, amigos!

Tulio Mora Gago. Hay a quienes ese poema gusta, hay a quienes no, me incluyo. Cuestión de gustos, eso es muy simple y el silogismo que desprende el poema que colgaste es simplón, fácil, común. Tampoco me gustan Valery y Mallarmé, aunque estos jueguen en las grandes ligas.

Me pareció ver que el autor apareció y desapareció. También JRR no olvidó su estilo pedante innecesariamente. ¿Es el único que ha leído "mucha" poesía? Cualquiera de nosotros que se dedica a este negocio lo ha hecho y no lo sacamos a relucir en una polémica. Vuelve a cometer el mismo error de siempre: no da ideas para demostrar su opiniones que van al choque, sino que quiere autoimponerse por méritos exclusivamente supuestos.

Ahora, sería interesante que publique un poema de su último libro, a ver qué opina MM y nosotros.

Santiago López Maguiña. Cómo saber que un poema es bueno. No hay una manera constructiva de saberlo. Es imposible aislar las propiedades que lo definan. Sólo se puede intuir, apostar por su excelencia. Hay, sin embargo, una consideración a tener en cuenta. Un buen poema es aquel que pueda ser visto como fundacional, que inaugure un nuevo modo de pensar y de sentir lo poético. Sabemos, en ese sentido, que la poesía íntegra de Vallejo lo es. Lo mismo que la poesía de Eguren, Martín Adán, Moro, Westphalen, lo son. Y Eielson. Son nombres de obras que nos interrogan sobre el sentido y lo que es más importante sobre la ausencia de sentido. Sobre la nada. Esos son los bordes a los que llega la poesía de Juan Ramírez Ruiz y muchos textos, sobre todo recientes, de Enrique Verastegui. Pero, claro, también puede uno preguntarse que es lo que hace que mucha gente tenga a la poesía de MM por buena. Qué pensamientos y qué sensaciones les suscita.

Bernardo Rafael Álvarez. Y para, de vez en cuando, agarrarnos (como dice Tulio) "en fraternales sacudones", pero no para pelear ni mucho menos convertirnos en enemigos :) . Lo que dices, Shanti, es cierto: es necesario tener en cuenta (también) la consideración a la que te refieres, la calidad de fundacional de los poemas, pero no es la única y, además, no siempre los poemas fundacionales son los mejores. Recuerdo lo que Hemingway dijo creo que acerca de Elliot: alabó su poesía y dijo que en muchos sentidos era mejor (mejor escrita) que la de Pound, pero anotó más o menos lo siguiente: "pero Pound era el genio" (es decir, el fundador) o algo así. Voy a revisar más tarde el libro seguidamente transcribiré textualmente lo dicho por el autor de El viejo y el mar.

Tulio Mora. Hay maneras de saberlo, Shanti. Lo fundacional es una condición, pero no todo lo fundacional resulta grande. Ya que has citado a los fundadores de la poesía contemporánea peruana, a su lado hay muchos otros vanguardistas que no necesariamente son grandes. Y pongo en duda esa grandeza en unos cuantos de los que citas, salvo Vallejo, indiscutible en cualquier tiempo y para cualquier crítico (el último ha sido Bloom).

Rilke no fue fundacional de nada, por el contrario, en las "Elegías de Duino" es el cierre del romanticismo, publicado justo en 1922 el año en que aparecen libros fundacionales como "Trilce", "Tierra baldía y "Ulises" (y surge el movimiento modernista brasilero, por eso se le considera un año mágico).

El valor estético tiene que ver con una forma de establecer complicidad emocional/reflexiva con el lector a partir de una consideración estructural que permite reconocer qué es lo poético. O sea, hay una cuestión sine que non, un ritual previo (una condición) para que un lector diga: "ok, estoy ante un poema, a ver si me gusta". Esa condición previa es la estrategia estructural, técnica del poeta y no necesariamente se trata de la forma exterior (el verso), sino más bien rítmica, fónica e imaginística. Ya que citaste a Verástegui, él es capaz de decir cualquier cosa falaz (lee, por ejemplo, "Taqui Onqoy" donde dice cosas de la historia peruana falsas y estereotipadas), que pasa inadvertida porque te seduce con la música.

Incluso esta condición es la que aleja a la mayoría de lectores de poesía. De hecho la dificultad de interpretación de textos entre escolares, casi de manera general, es en la poesía.
¿Por qué es imposible ponerse de acuerdo en que un poema gusta más que otro? Porque las lecturas responden a la la complejísima sensibilidad de cada lector. Uno no puede penetrar en la experiencia de cada uno de ellos. Esa fascinación de Mallarmé de querer echar en un poema/prisma de cristal, expuesto ante la luz solar, todos los colores para que cada lector escoja el que más le acomoda o deslumbra es una utopía irrealizable. Solo podemos saber que allí donde tú crees que un poeta te parece grande, habrá otro lector que te dirá "no me gusta".
Entonces, para concluir, hay marcos generales sobre los cuales se puede decir quiénes son "grandes" y para interpretar a los demás está Roland Barthes, quien decía hace 50 años que hablar de poemas buenos o malos es una reducción un poco estúpida. Todo poema es importante por el hecho de ser escrito como tal y en esa condición hay que explicarnos por qué es eficaz y por qué no lo es. El poema de MM seguramente lo será para un lector poco prevenido, pero no para uno con expertise.

Charo Arroyo. Un poema es bueno cuando lo leo con emoción, cuando escucho y me gusta su música, cuando desde el fondo del alma lo siento porque dice cosas trascendentes, porque me gustan las palabras que lo componen, porque toda yo me conmuevo porque sé que es bueno. No sé por qué, pero puedo distinguir un poema bueno de otro. Creo que el estremecimiento de mi alma marca la calidad.

Bernardo Rafael Álvarez. Aquí lo que escribió Hemingway: "El último estilo de Pound lo ha hecho, a veces, mejor T.S. Eliot. Pero, después de todo, Eliot es un poeta menor. Los poetas menores escriben los bellos poemas." (Homenaje a Ezra Pound, 1925)

José Rosas Ribeyro. "El poema de MM seguramente lo será para un lector poco prevenido, pero no para uno con expertise". Copio esta frase de Tulio porque dice exactamente lo mismo que lo que dije yo al responder a Bernardo, quien había escrito que el poema ese de MM "le gustaba a mucha gente" (o algo así, cito de memoria). Yo escribí, (sin arrogancia alguna estimado Tulio) que a esa "mucha gente" o a ese "lector poco prevenido" podía gustarle dicho poema pero no a "uno con expertise" o sea a alguien que "ha leído mucha poesía". No vale de nada ahogarse en una gota de agua y que tú, Tulio, y yo estemos alguna vez de acuerdo en algo debería más bien alegrarnos dado el largo tiempo que nos conocemos.

Tulio Mora Gago. Sea pues. Creo que estamos de acuerdo en algunas otras cosas más, lo que pasa es que no concordamos en el estilo de decirlo, me parece. Eso es todo.

Marco Martos. ¿T.S. Eliot poeta menor? Hemingway no es un referente para hablar de poesía. La poesía es forma, más que asunto. Hay circunstancias históricas en las que los temas cobran importancia. Eso ocurre con la idea de patria o de país. En el caso nuestro, por nuestra coyuntura histórica, es importante. He escrito cientos de poemas y aspiro a que algunos de ellos sean recordados por lectores. Soy un admirador de Mallarmé y como otros poetas vivo también ese límite: la insuficiencia del lenguaje.

Bernardo Rafael Álvarez. Es cierto, Marco, lo que dices de Hemingway. La cita fue propicia para sustentar -como una coincidencia- la afirmación de que no siempre los "poemas fundacionales" son los mejores. Nada más. En lo otro, efectivamente, no es el qué sino el cómo lo que hace que un texto deje de ser lengua común y se convierta en poesía; no es (o no tiene necesariamente que ser) imitación ni remedo de la "realidad" para adquirir validez, sino mostrarse como una realidad autónoma, libre, que, aún así, pueda ejercer influencia en su entorno, generar "externalidades emocionales": hacernos sentir bien a quienes la leemos, o producirnos (porque también es legítimo) malestar. La belleza (el arte, la poesía), si conmueve es que ha logrado justificar su existencia.

Santiago López Maguiña. La poesía es arduo trabajo con lo indecidible, lo indiscernible, lo innominable, lo genérico, con aquello que unos pocos textos muestran: las profundidades de las lenguas diglósicas, los laberintos del sueño y la locura, lo que se halla en los bordes del vacío o en mismo vacío, lo que toca la nada. Esta formulación no sólo vale para obras como las de Vallejo, Arguedas, Eielson, Valera, vale para mucha poesía que sería extenso citar. Pero no vale para la versificación, para lo que se instala en lo legible, en el sistema, en lo aprehensible, para lo que no te interroga, para lo que no te toca, te hinca, te hiere hasta el llanto o la carcajada.

Tulio Mora Gago. Es lo más aproximado a lo que queremos definir como poesía, Shanti. Muy bueno. Abrazos a todos. Bernardo se ha propuesto remover la capacidad reflexiva de cada uno de nosotros en este duro invierno, a ver si nos calentamos un poquito.

Santiago López Maguiña. Un comentario: desde hace mucho se sabe bien que no hay contenido sin forma. El contenido es una forma. Las operaciones sobre las formas, por tanto, son operaciones sobre los contenidos. Sobre los sentidos. Abundando: producir formas es lo mismo que producir sentidos. No se puede separarlos. Los sentidos por un lado, las formas por el otro. No hay pensamiento que no tenga forma, que se expresa en una forma correspondiente. Es errado desde este punto de vista poner énfasis en la forma por encima del contenido, porque ya lo dijimos no es posible distinguirlos. La ideología es una forma, que supone una estrategia, un modo de persuasión. Lo mismo la poesía. Con la diferencia que ésta, cuando es verdadera, arruina, ahueca, la ideología. La mera versificación, en cambio, refuerza la ideología.

Marco Martos. Los contenidos se dan dentro de una lengua, hay versos onomatopéyicos que no pertenecen a ninguna y sin embargo en ellos se reconocen ritmos, poesía. El canto VII de Altazor de Huidobro se va saliendo de la matriz castellana, prácticamente no tiene idioma. En cuanto a las ideologías, el mismo Marx dijo que son anteojeras para ver la realidad. Sartre, en 1947, dijo que la poesía, es algo que puede escapar a las ideologías, resumiendo, claro.

Bernardo Rafael Álvarez. Claro que no hay contenido sin forma. Eso no está en discusión. Pero, una cosa: Cuando un hombre le dice a una mujer "Estoy enamorado de ti", efectivamente, está comunicando un afecto (sentido o contenido) y al mismo tiempo una forma (una manera de decirlo): lo está diciendo de forma directa; si le dice "Estoy templado de ti", también está comunicando lo mismo, pero lo hace de otro modo (con otra forma). No hay divorcio entre forma y contenido (o sentido), pero el contenido puede ser el mismo y, sin embargo, su forma es diferente debido a la voluntad del agente: uno quiso ser llano, directo, "respetuoso" del idioma, y el otro se interesó por la replana. Es decir, quiérase o no, es el "cómo" lo que hace la diferencia. Prácticamente todos los poetas le han cantado al amor, pero cada uno de una manera diferente, y esta diferencia ha hecho que unos hayan logrado mayor belleza o "calidad" que otros.

Santiago López Maguiña. Es obvio que el sentido cambió porque cambio la forma. Con el énfasis en la entonación se modifica la extensión del contenido. Eso está en el ABC de la semiótica y de la semántica. Si se quiere poner las cosas en términos de comunicación. Con el énfasis se modifica la orientación o dirección del contenido.

Santiago López Maguiña. Un abrazo también Bernardo. Este intercambio de ideas me da pie a pensar. En las primeras clases de semiótica se distingue entre dos categorías emparentadas y distintas. El sentido y la significación. El sentido es una categoría evanescente, difícil de definir, pero hay tres acepciones en las que todo el mundo está de acuerdo: refiere la coherencia, en primer lugar. Así un texto tiene sentido si es coherente, si sus distintos componentes son homogéneos, está unidos por un denominador común, si en él se puede encontrar un hilo conductor, una lógica, un argumento, etc. No tiene sentido, en cambio, si no se encuentra el argumento, la lógica, el hilo conductor. Como es el caso de muchos poemas de Vallejo o, en una primera instancia, de Moro. Parecen poemas anisotópicos. Sin coherencia. Otra acepción del sentido es ser designación de algo: la referencia precisa alguna cosa, a algún estado de cosas o estado de ánimo. El sentido cumple una función referencia. "Esto es el mar, estas son las montañas, aquella la ciudad, etc.". Por fin el sentido es la dirección que puede encontrarse en texto, que es una acepción muy difícil de definir, pero que es análoga a la expresión que usa para referir que una calle es de un sólo sentido o de doble sentido. Es la orientación que sigue un discurso. El sentido así definido se distingue de la significación, que es una articulación entre planos del lenguaje, entre una expresión (o significante) y un contenido (o significado). Por ejemplo la articulación muy común entre la expresión visual, táctil y olfativa "fuego" y el contenido /femenino/, como aparece, por ejemplo, en muchos poemas de Eguren. Esta articulación acomoda o acopla la ocupación espacial y la temporalidad de la presencia "fuego", con la tonicidad (con el énfasis) y con el tempo (la velocidad) del sentimiento que despierta lo /femenino/. En los poemas de Eguren la intensidad (el tono y la velocidad) de lo femenino fuerte y la rápida, se correlaciona (articula) con la extensión (la circunscripción de un espacio y la duración) de una combustión, concentrada y breve. Esa correlación, tal como ha sido descrita, es la forma.

Santiago López Maguiña. La forma es, por tanto, la articulación que permite correlacionar dos planos de percepción. Es una relación que hace posible la equivalencia entre dos percepciones heterogéneas entre sí. Por lo que hemos dicho entonces la forma es producto de la significación, de la articulación ya descrita y siempre describible. Con esta explicación debería quedar claro que la forma es ante todo un resultado, antes que una condición. Y si pudiera tener más tiempo explicaría que es resultado de una experiencia sensible, de una experiencia corporal o más ampliamente de una práctica social. Para otro momento dejo en cambio un desarrollo acerca del hecho de que las formas están relacionadas con lo establecido, con lo codificado, con lo estatal. Y en esta dirección la poesía no está relacionada en realidad con las formas, está más bien relacionada con las deformaciones. Como lo están el chiste, el sueño, el discurso de la locura.

Tulio Mora Gago. ¿Énfasis semántico o fónico? Porque Bernardo pone dos formas, dos   estilos entonces: "enamorado" y "templado". Ya no se dice "templado", es de nuestra época y es muy bonito, ahora me doy cuenta, suena a cuerda tensada en el arco (de disparar flechas), a cuerdas de guitarra y arpa. Antes que nosotros se hablaba de guitarras bien templadas para ir a tocar serenatas a las chicas. Entonces las formas han establecido aquí otros contenidos que sería largo de analizar en cuanto a contextos dialógicos, a procedencia sociocultural, incluso a edad. Porque un pata formal jamás se propondría el uso de la jerga. Y entonces ya estamos entrando en las opciones del prestigio a través del uso lexical, que también cuentan. Un patita de barrio sí lo haría. Y sin pensarlo dos veces. Igualmente, el receptor (la chica) tiene sus propias consideraciones. No sé si recuerdan "Taxi driver", la película donde Robert de Niro es un taxista que invita a una universitaria, muy arregladita, al cine y la lleva a ver una película pornográfica. Ella sale horrorizada porque es culturalmente distinta y trabaja en la campaña electoral de un político. El no lo ha hecho porque quiere escandalizarla, sino porque cree que eso es lo que las parejas ven, forma parte de su paisaje cultural. Ocurre lo mismo con el lenguaje, ¿no es cierto? Delata tu procedencia, en eso no se equivoca la Hildebrandt. Entonces la eficacia de un poema, desde el punto de vista de lector (porque ese fue el inicio de esta conversación: ¿por qué gusta un poema?), depende de cómo el autor propone la lectura. Su legitimidad será posterior a esa invitación. Pero antes hay un ritual, Shanti, Ber: la invitación (la forma externa) a ingresar a lo que llamo el "artefacto": un producto escrito en verso, por lo general. Quien ingresa a ese espacio sabe que al salir tendrá que dar una respuesta de valor. Ese reconocimiento es el que interesa muchísimo porque ignoramos casi todo sobre ese lector que al final juzgará si el poema le gusta o no. A partir del gusto el artefacto es "bueno" o "malo" (con perdón de Barthes). Ahora bien, a veces no es necesario ingresar a ese espacio escritural, basta reconocerlo como artefacto para saber que es un poema. A veces, esto ya linda con la reflexión más inaccesible, tu apreciación de lector solo toma en consideración la "factura" del artefacto. Por ejemplo, Belli. Nadie duda que lo que escribe es poesía, pero asimismo nadie sabe qué valor darle y por qué. ¿Por qué Belli es un buen poeta? ¿Por qué usa una factura que fractura el sentido poético contemporáneo (podría decirse también que retrotrae el prestigio de los clásicos) con sus formas arcaizantes e inserciones lexicales de origen popular? No es el único, por cierto. Auden y ahora Walcott incluso escriben con rima, este último usando jerga y tercetos ha escrirto ese libro extraordinario, que es a la vez una novela, "Omeros", donde los personajes tienen los mismos nombres de los héroes homéricos, pero son negros antillanos, pescadores, prostitutas, contrabandistas, o sea, sujetos poéticos alternos, no convencionales ni ética ni estéticamente. Para resumir: la forma (la factura del artefacto) es la convencionalidad o la negociación entre poema y lector, pero la fractura (la seducción) es lo que decide qué valor tiene esa negociación. Como en toda negociación nunca puede haber unanimidad. Eso es lo que hace complejo dar una opinión uniforme del gusto o de la estrategia del poeta para ser recompensado con ese gusto.

Bernardo Rafael Álvarez. Bien, Tulio. Tengo que decir algo: me alegra haber puesto en este muro la larga interrogante. ¿Ves lo que ha generado? Excelentes comentarios y reflexiones. Y, sin duda, aprendizaje. Un abrazo, Marco, Shanti, Tulio!

Santiago López Maguiña. Completamente de acuerdo. El asunto es en parte sociológico. Pero no hay duda que gracias a los ejemplos que pones, la poesía que interesa es la que "fractura". Fractura formas, para producir nuevos efectos de sentido. Fractura tradiciones, costumbres, usos. Deforma, re ordena, rehace, explosiona. En los modos más simples siempre encuentras algo en el discurso poético que importa que sale de la norma. Esto me hace pensar que la poesía que interesa es aquella que tal vez no tenga propósitos persuasivos, que sea antiretórica, porque resulta de una práctica que explora el decir y se interna en el horizonte de lo indecidible, indiscernible, innominable.

Tulio Mora Gago. Así es, querido Shanti. Un abrazo a todos.

Bernardo Rafael Álvarez. Esta conversación pasa pa'l blog!

Santiago López Maguiña Quiero seguir abundando en el tema, aunque redunde y toque asuntos archimanidos. Volviendo al punto inicial, responder a la pregunta qué es un buen poema, se puede decir que es aquel que responde a cierta preceptiva. Aquel que cumple con determinadas normas de composición y con específicas regulaciones temáticas. Estas regulaciones en el lenguaje clásico se denomina decoro y establece lo que está permitido y lo que está prohibido tratar en un poema. La poesía clásica, de ese modo, no podía mencionar, no podía tramitar cuestiones referidas a los genitales, al sexo, a la genialidad, etc. Al respecto puede consultarse el maravilloso libro de Bajtin sobre la cultura popular en la Edad Media y el  Renacimiento. Lo mismo la poesía romántica introduce nuevas formas y nuevos asuntos. El mundo natural se expande y se sale de los tópicos restringidos y armónicos del clasicismo. En esos momentos de la "historia" de la literatura se considera bueno aquello que responde a la preceptiva instaurada. Esta cumple con la función estatal de dirimir y de catalogar lo que es poético y lo que constituye un buen poema, que es una función que,dicho sea de paso, es cumplida por academias y por personajes que asumen por delegación o de por si la autoridad de dispensar méritos. Todo eso, sin embargo, queda demolido con la irrupción de las vanguardias. Estoy yendo rápido, porque el tiempo apremia y no hago sino poner hitos para seguir con el diálogo. Con las vanguardias se desmoronan las preceptivas. Se introduce entonces la incertidumbre, que la academia por supuesto no soporta. La poesía a partir de las vanguardias se hace asunto difícil de definir. Se pierde, en primer lugar, el criterio del común denominador, se pierde la posibilidad de homogeneizar. Todo puede ser denominado poético. La poesía ya no circunscribe al terreno del verso y se escapa a la prosa y a la narración. Llega incluso al lenguaje popular, al lenguaje de todos los días. En la lingüística cognitiva se propone que es lenguaje primario y no secundario, por el contrario se postula que el lenguaje referencia es el secundario. Leer a Lakoff y Johnson: Metáforas de la vida cotidiana, o el bellísimo libro de Mark Turner, More than cold reason, desgraciadamente no aun traducido al español. A pesar de todo, hay un acuerdo tácito respecto a lo que es lo poético. A pesar de que por un lado se impone una cierta relatividad respecto a su definición, también hay una convicción universal que permite identificar lo poético y discriminar lo que es un buen poema, más allá de lo que la academia pueda sancionar. Así es posible identificar como buena poesía la de Juan Ramírez Ruiz, que la academia no reconoce. ¿Cuáles son esos criterios? Se hablará sobre ellos mañana.

Bernardo Rafael Álvarez. ¿Y si, en lugar de preceptiva, decimos perspectiva? Sería, creo yo, la palabra más apropiada. Sobre todo en épocas como la nuestra.