Es, como
la llamó Ricardo González Vigil, una “monumental muestra” que “merece figurar
entre las obras más importantes de la poesía en español editadas en lo que va
del siglo XXI”. Apareció, por primera vez, hace diez años, y –en segunda
edición, corregida y depurada- acaba de salir a la luz, una vez más gracias al
Fondo Editorial Cultura Peruana que dirige Jorge Espinoza Sánchez. Hablo de HORA ZERO, los broches mayores del sonido,
que es –estoy convencido- el más valioso aporte y legado intelectual de Tulio
Mora, poeta horazeriano que hace apenas un mes y días partió a la eternidad.
Se trata
de la –única hasta ahora- antología más completa y, digamos, integral, que se
haya publicado respecto de aquel Movimiento que remeció y estremeció el
“gallinero literario” peruano y latinoamericano, cuando apenas comenzaba la
década de 1970: aquellos locos e inolvidables años que aún olían a marihuana y
a esperanza, a indignación y sueños, a fe; pero también a desfallecimientos y omisiones que hacían ineludible -en los poetas- la toma de situación y de conciencia, como
fue dicho por Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz en el primer párrafo (estoy
seguro de que ya lo adivinaron ustedes, amigos lectores) de Palabras urgentes, el primer Manifiesto
del Movimiento Hora Zero que,
precisamente, redactaron y suscribieron los dos poetas mencionados, fundadores
del Movimiento.
Hora Zero
fue eso: la expresión rotunda y contundente de una toma de situación y de conciencia.
Y quiso significar el punto
crucial y culminante de lo que entonces se vivía en el Perú, país
latinoamericano y subdesarrollado en el que nuestros poetas encontraron ágiles ruinas, valores enclenques, una
incertidumbre fabulosa y la mierda extendiéndose vertiginosamente; y, bien,
Hora Zero se impuso una tarea: deslindar las situaciones
literario-políticas del país. Y así lo hizo. En el aspecto político (que
-en mi modesta pero firme opinión- aunque muy importante, no es lo principal en
la poesía) se señaló con énfasis la toma de partido con los postulados del marxismo-leninismo, se expresó la simpatía por
la revolución cubana y se concluyó afirmando que se ponía atención a lo que se está haciendo en el país; y
que se quería cambios profundos,
conscientes de que todo lo que viene es irreversible porque el curso de la
historia es incontenible y América Latina y los países del Tercer Mundo se
encaminan hacia su total liberación. Visión crítica y esperanza, pues.
Algo sumamente
valioso y que no debería pasar inadvertido, y que, creo, fue determinante para
la principal y más valiosa propuesta horazeriana en el aspecto poético, fue
esto que se dijo en el Manifiesto: nos
preocupa lo que le ocurre a un hombre solo y las cosas que le ocurren a todos
los hombres juntos. Esto fue, en rigor, el anuncio del Poema Integral, como poética o estética del Movimiento Hora Zero,
delineada en el ensayo que Juan Ramírez Ruiz escribió e insertó en Un par de vueltas por la realidad, su
primer poemario, publicado en noviembre de 1971. ¿Qué es la poesía, o poema
integral? Con estas directas, concretas e indubitables palabras lo definió Juan
en ese ensayo: “una totalización, donde se amalgame el todo individual con el
todo universal”.
Como muy
bien afirma Tulio Mora en la magistral, enjundiosa y bien documentada Introducción
a los broches mayores del sonido, la
propuesta del poema integral “empieza con la inmolación de una víctima
iniciática: la poesía lírica (es decir, la poesía del yo) porque es incapaz de
registrar la ‘vastedad y complejidad de la experiencia humana de este tiempo’,
con lo que el poema integral posicionalmente se coloca en la orilla del
registro colectivo: la poesía dramática (el otro) y/o épica (el nosotros)”. Eso
es, efectivamente, el poema integral, tal como –de otro modo- también lo dijo
Juan Ramírez Ruiz.
Hora
Zero, como movimiento o como agrupación, no duró mucho; apenas hasta 1973 o
principios de 1974. Pero en 1977, con la feliz complicidad de Tulio y Jorge, se
dio un nuevo impulso, un renacer, la eclosión de una nueva “furia poética”.
Juan ya estaba distante, diría que física y espiritualmente: desavenencias tal
vez; discrepancias, sin duda. Pero, visto objetivamente, algo bueno estaba
ocurriendo: el decirle al mundo que la capacidad de indignación no debe
perderse, y que Hora Zero estaba en eso, permanentemente. Y su vigencia no se
había desleído. Tulio se convirtió, entonces, en algo así como el nuevo motor
(sin que, claro está, disminuyese el siempre vigoroso y entusiasta impulso y
acicate que nunca dejó de poner en práctica Jorge Pimentel).
Y, así,
reapareció con nuevas respuestas,
porque (según, con otras palabras, se llegó a afirmar en Contragolpe al viento, el nuevo manifiesto) Hora Zero –el
primigenio- prácticamente no llegó a lograr su cometido inicial, resultaron
infructuosos sus esfuerzos: “la poesía peruana –se dice en este manifiesto-
sigue tan caduca y reaccionaria como cuando HZ insurgió contra ella”. Pero,
también, a diferencia del primer Documento, este segundo apareció suscrito no
por dos, sino por quince poetas entre los que se encontraban algunos de Chile y
de México. El Movimiento se había internacionalizado.
Tres años
después, el 28 de agosto de 1980, Juan Ramírez Ruiz ingresó inesperadamente en
una ceremonia horazeriana realizada en el
Salón de Grados de la Casona de San Marcos (presentación del poemario de Mario
Luna), y distribuyó un texto con el título de Palabras Urgentes 2, en el que recordaba que en 1971 “un grupo de
jóvenes irrumpió de pronto en esta sala sacudidos por una auténtica indignación
moral. Protestaban contra este lugar y contra los actos que aquí se
desarrollaban, a espaldas de la realidad del país”. Y agregaba que,
efectivamente, desde entonces “muy pocas cosas han cambiado en esta realidad”.
Es cierto,
Hora Zero tuvo un propósito (como lo quisieron Marx y Rimbaud): cambiar la
realidad, cambiar la vida. No lo logró, porque –obvio- ello no es fácil. Pero hizo
que, a pesar de todo, en algún modo cambiara la poesía, la actitud frente a
ella; hizo lo impensable hasta entonces: la democratizó. Y eso, no los
manifiestos ni las pataletas, ha sido –además, claro está, de la estética del
poema integral- su mayor y más
importante aporte.
Eso lo
supo Tulio Mora, y por eso se identificó plenamente con el Movimiento, y por
eso contribuyó con su lucidez y alta dosis intelectual, teórica y pasional a
que Hora Zero mantuviese su presencia y vigencia que, creo, será inmarcesible.
HORA ZERO
no solo fue poesía. También hubo narración, ensayo, pintura. No fueron
solamente los poetas, escritores y artistas, “formalmente” enrolados en sus
filas. También muchos que vinieron después y algunos que aparecieron antes, o
que simplemente fueron –sin ser precisamente “horazerianos”- “tocados” por la
nueva sensibilidad. Y no solo peruanos. Por eso, en la magnífica (y, repito,
magistral) antología hecha por Tulio Mora, aparece, por ejemplo, el gordo
Manuel Morales que, en buena cuenta, es algo así como el poeta
“protohorazeriano”, porque se anticipó en la coloquialidad del lenguaje, en el
uso de la jerga y la replana, en la travesura y el desenfado; también Fernando
Obregón, que vino después. Y, cómo no, Mario Santiago Papasquiaro, que fue –con
Joseantonio Suárez- el primer poeta “cuate” con que se inició la “conexión
poética peruano-mexicana”, a través de cartas intercambiadas con Juan Ramírez
Ruiz, desde 1973 (de lo cual fui, creo, testigo
de excepción). Y obras narrativas, entre otros, de Maynor Freyre y Miguel
Burga. También obras pictóricas de Yulino Dávila, José Diez, Carlos Ostolaza,
etc.
Por razones
de tiempo, me ha resultado imposible detenerme –en esta nota- en un análisis minucioso
del documento principal que contiene este libro: la Introducción que lleva como
título la vallejiana frase inmortal Los
broches mayores del sonido. Se trata de lo que yo llamo un ensayo integral,
a través del cual se desarrolla el estudio más sereno, serio, riguroso y
completo de lo que fue (y sigue siendo, en realidad) el Movimiento Hora Zero;
un trabajo apasionado (porque ha sido hecho con pasión, con cariño) pero sin la
–a veces usual- voluntad complaciente que ponen de manifiesto algunos críticos
dizque objetivos, sino con un ostensible e indiscutible propósito crítico, como
debe ser, es decir, sin el emético aderezo del “amiguismo”.
HORA ZERO, los broches mayores del sonido (Fondo Editorial Cultura Peruana, segunda
edición, 2019), repito, es el más valioso aporte y legado intelectual que nos
ha dejado el inolvidable Tulio Mora. Léanlo: conocerán parte importantísima de
nuestra historia literaria y artística. Es un testimonio imprescindible.
Lima, 3 de marzo del 2019