Diciembre del 2009: Ciudad sagrada de Caral. Un grupo de poetas, asombrados ante los pétreos vestigios de la que, según se sabe, fue la civilización más antigua en esta parte del planeta. Lectura de poesía, brotan amistades, se sueña. Allí yo, con mi hijo Igor Ignacio. Una joven escritora venezolana, venida desde Chile con otros del país sureño, me alcanza sus poemas reunidos en un bello volumen, que es su segundo libro acabado de publicar, no en Santiago ni en Caracas, sino en Lima: El tiempo es la herida que gotea; yo, por cierto, agradecido, conmovido y feliz. Unos días después, tras la despedida de todos, ya nuevamente en Lima dejo constancia de este bello obsequio y de aquel encuentro con el más remoto pasado de nuestra cultura, en un texto poético en que inserto estos versos que creo son expresivos: “Gladys / Nuestramericana pone en mis manos unos pétalos engarzados con inscripciones de vías / Y días y su libro resplandece áureo en mis ojos…”; palabras, estas, dichas después de haber transcrito insolentemente, sin comillas, una rotunda frase de la poeta: “todos los puentes caerán porque nunca existieron”. El poema se lo dediqué a ella: sin puentes, dije: la poeta Gladys Mendía. Doce años después vuelvo a leer a esta talentosa, sensible y culta venezolana que es, además de poeta, traductora y editora y creo que, también, impenitente viajera, y me doy cuenta de que su poesía es, ahora, tan sólida como lo fue al principio, y ella sigue siendo fiel a su fe y a sus sueños. Es nuestramericana, pues, que sabe que no hacen falta puentes entre los pueblos de este Continente o, como lo dice –de modo terminante- en el primer libro que conocí de ella: todos los puentes caerán porque nunca existieron; porque no hacen falta, porque (y lo confirma en este su nuevo libro: LUCES ALTAS luces de peligro) somos una unidad inquebrantable, a pesar de lo diverso, de lo múltiple de esta delicada furia que nos vio nacer Y CAER (es decir, Latinoamérica), a pesar de la voz mosaico la voz fragmentada (…) voces que suben de espaldas al cielo de la tierra; voces que es imposible no escucharlas. Porque, digo yo, no es cosa de acercarse, sino de estar cerca. Poesía, la de Gladys, que, a pesar de la indignación, no deja que su verbo se contamine con la irracional violencia, aun sabiendo que escribimos sobre el naufragio mientras el sistema instala cámaras de vigilancia. Poesía que es homenaje y apología a la construcción, no al deterioro: sabe que crear es equivocarse y que de error en error se construye la voz. Pero a veces, como todos, la poeta cae en la tentación del desfallecimiento, del descenso, y asume una dramática y terrible verdad: no existe nada más vasto que el territorio de la nada; y afirma, medio desolada, que somos la muerte preguntándose qué es la muerte. Finalmente (claro, no podía ser de otro modo: la vitalidad por encima de todo) emerge, desafiante: la escritura como caballo de Troya en la vida, y esta es su arte poética. ¿Es todo? No. Debo decir algo más. Sí: Gladys Mendía se atreve a un uso lingüístico de aquellos que escandalizan a los académicos de la lengua: En el verso que acabo de transcribir, acerca de la muerte, no dice “nosotros” o “nosotras”, sino “nosotrxs”, y hay otro en que dice condenadxs a vagar en lo inacabado”. Es que es libre. Los hablantes no somos, menos los poetas, súbditos del rey. ¡Bien, Gladys! Yo celebro nuestramericana, poeta de verdad- tu poesía, que es luz elevada, pero no de peligro, porque nos hace muchísimo bien.
Bernardo Rafael Álvarez
Lima, diciembre del 2021