Por: Tulio Mora
Miembro del Movimiento Hora Zero, Bernardo Álvarez publicó hace 25 años, "Aproximaciones & conversaciones",
dominado aún por el discurso urbano con una prédica ideológica ahora
extraviada. Con "Dispersión de cuervos", su segundo libro, alude,
desde el cuadro de Van Gogh donde negras parvadas presagiosas revuelan en un
campo de trigo, a una época en que la violencia externa se traduce en una
escritura del cuerpo. Cuervos, trigales: el escenario rural en el que Álvarez
transcribe con un gran sentido renovado.
El el primer poema del impresionante libro de
Bernardo Rafael Álvarez, "Dispersión de cuervos" (Hipocampo Editores,
60pp, con ilustraciones de Carlos Ostolaza), K (Kafka), nos encontramos con
Prometeo picoteado por un buitre, no en el hígado sino en los pies. El robador
de la luz divina es al mismo tiempo el dios egipcio de la sombra, Jus, o tal
vez, Juan Hus, y Kafka en el tránsito de convertir a Gregorio Samsa en
escarabajo. En el escenario urbano, del que brotan "apio y aceite",
Prometeo descubre que "el viento no se apiadará de mí: caparazón, insecto
gigante".
El mundo se ha convertido en excremento que rueda a
voluntad del escarabajo kafkiano, donde "nada acontece". Prometeo,
luego Jus, luego escarabajo, luego pirámide, luego Gregorio Samsa, se
transforma en Hamlet en su célebre franz: "corpses are set to
banquet": "los cadáveres se preparan para el banquete"". La
ciudad tiene "un cielo de hojalata", es un "espejo turbio"
en el que resuenan el viento y las ranas "y el agua se entrevera en las
totoras". Allí resuena también Raymond Roussell: "Yo escucho los
llamados de un mundo que se niega". "¿Quién se atreve a amar la
carroña que nos envuelve?", se pregunta Hamlet, pero quien responde al
final del poema es Prometeo: "¡Franz, Franz, no hace falta: el buitre/ se
ha suicidado en mi garganta!".
Desde el primer poema Álvarez nos instala pues en
un mundo deconstruido, múltiple, omnivoraz. Su constante referencia al exterior
nos hace suponer que el sufridor de los rigores históricos tiene una relación
implícita con ella, pero el mundo no se ha invertido simétricamente, como en el
Pachakuti andino, sino que se ha promiscuido, es una evacuación (un excremento)
de representaciones del mismo nivel; seres humanos, insectos, escenarios se han
convertido en uno solo mostrando en esa unidad los fragmentos espantosos de su
origen inicial. La historia trágica de Occidente -desde Prometeo a Kafka- se
sufre en un pueblo del Perú.
A partir de esta aproximación a un libro esquivo,
inasible, podemos intentar capturar parte de lo que ha pretendido Álvarez: la
puesta en escena de un cuerpo sometido a las pulsiones sociohistóricas. Esta
poética del cuerpo (del bajo cuerpo, de sus "vilezas") tiene como
referentes claves a Antonin Artaud y a César Vallejo: la reducción del
mundo al universo de una personal fisiología que colisiona abiertamente con la
estética noble dominante: la que instaura el sentido de la belleza corporal y
moral (la inteligencia y el corazón); a su vez es el discurso individual
(microdiscurso) que se opone al discurso del poder (el macrodiscurso), en el
que la historia no pasa por la memoria individual, sino por la
representación histórica de lo colectivo que encarna precisamente el poder:
"encontré que la ulceración luética alienta la/ caridad y la náusea en el
cáliz ortigoso del poder" (Gaggraina).
Mocos, escupitajos, semen: el yo que se manifiesta
a través de una escritura violentada. No hay más poética que la evacuación
porque, como la ciudad, la pudrición es todo el arte que podemos expresar. Con
un futuro "garabateado y sin eje" ("Desayuno en el
parque"), Noé construye un arca de estera y palos en un pueblo joven,
donde conviven perros, ratas, cucarachas y pulgas con coliformes fecales. El
ocho echado del infinito, nuestra voluntad de trascendencia, son hojas sin
razón de ser.
Esta crispación y humor macabro de Álvarez -en
ningún momento renuncia a ordenar sus referentes textuales- es una
"máquina salvaje", según la definición de Félix Guattari y Gilles
Deleuze, que funda su estética en la hediondez. El poeta: segregador de
una palabra (que es simultáneamente vida y pecado) "omnívora alimentándose
como caníbal".
Parafraseando a Barthes agregaremos que las
referencias de esta poética se hallan al nivel de una biología que sólo puede
transmitir balbuceos, fracturas semánticas, neologismos y fragmentaciones de la
unidad como respuesta a su entorno. Álvarez lo ha logrado plenamente en
"Dispersión de cuervos", dejándonos un descarnado ejemplo de la
poética horazeriana y uno de los mejores libros de este año.
(Diario CAMBIO, Lima 30 de
Mayo de 1999)