También
se puede –de entrada y de sopetón- ser desconcertante, cuando de
literatura y sobre todo de poesía se trata, ¿no es cierto Marco Tulio? Nadie
está obligado (y nadie puede obligar) a lo que sería algo así como “guardar la
compostura” por el prurito de tratar de “quedar bien” y, digamos, no salirse de
“las reglas” o del “buen escribir”. Eso –el ser rebelde, el no estar nunca
conforme- es esencia del arte, de la literatura, de la poesía. Qué quiero
decir: que también es válido y no reprobable (aunque haya quienes piensen lo
contrario) querer épater les bourgeois incluso
cuando, por ejemplo, de ponerle el título a un libro se trata. No
sé, o no estoy seguro, si este fue el propósito que tuviste al ponerle al libro
que aquí se presenta este título: Terneza amotinada,
pero es lo que has logrado -al menos en mí, lo cual, por cierto, no significa
que yo sea parte de la burguesía-. Épater les bourgeois:
ponerle de vuelta y media al lector, dejarlo atónito, patidifuso. En un
principio yo quise sugerirte que el título fuese, más bien, “Ternura
amotinada”, porque fonéticamente tiene más dulzor, es empalagoso y… tierno;
pero rápidamente cambié de opinión y me dije: la ternura de un poemario no
tiene por qué manifestarse también en su título y no es una condición que deba
cumplirse eso que en derecho se conoce como principio de congruencia. Quisiste
ponerle ese título a tu libro (“No pregunté tu
nombre: / solo te llamé terneza”) y así ha de llamarse por el resto de sus
días. A fin de cuentas, es la arbitrariedad, la libre voluntad, lo que se
impone en la poesía. Por ejemplo (obviamente tú lo sabes), todo el mundo trató
y sigue tratando de encontrarle una explicación razonable al significado de
Trilce, título del más innovador libro de César Vallejo y, claro, casi nadie
parece hacerle caso al mismo autor, que se encargó de poner los puntos sobre
las íes al afirmar en una entrevista, simple y llanamente, que no significaba
nada, que lo inventó solo porque no encontró “ninguna palabra con dignidad de
título” y, sin más ni más –de modo arbitrario-, apareció la desconcertante
palabrita. Bueno, tú no tuviste que inventar un nuevo vocablo, pero encontraste
este que es muy sugerente: Terneza, que -como sabemos- es sinónimo de
ternura, pero –con la licencia que nos prodiga la poesía y haciendo
un trabajo de disección, como otros han hecho con la palabra Trilce-
podríamos tal vez terminar asignándole el significado de tierna tristeza
(considerando, obviamente, estos lexemas: tern-ura y trist-eza), ¿verdad? Claro, en tu libro, en tu poesía,
no hay precisamente tristeza pero sí una ternura que se desborda en violenta
turbulencia, en motín, libremente. Y allí está su particularidad. ¿El amor
tiene que ser sinónimo solo de dulzura, de apacibilidad y acaso también de
ocasional desconsuelo? Quizás (¿Quién, gracias a un amor, no ha sentido que
camina sobre nubes o, por su culpa, no ha tenido la sensación de enfrentarse a
cíclopes y lestrigones? Yo sí). El amor puede –en tanto no dañe a nadie-
amotinarse y ser un huracán o una bola de fuego. Esto es lo que aparece dicho o
insinuado en este libro: amar como las olas, en libertad. Esta, la tuya, Marco
Tulio, es eso: poesía de amor, del amor erótico y del amor universal, en
libertad, y es –también y sobre todo- un homenaje a la mujer (que nació “para inquietar la mar”; “para que las estrellas
alumbren en la nocturnidad / y el sol abrigue esperanzas…”). ¡Bendita la
mujer, pues! Merecedora de este y de muchos cantos: “¿recuerdas cuando
cabalgábamos / llenos de amor / y el gozo era un acantilado / por donde
navegaban nuestros deseos?”. El gozo del amor convertido en acantilado:
abismo, profundidad (¡bella y terrible imagen!) que a veces pueden estar en la
desventura o en la desesperanza: “… le pregunto a los
sueños y a los árboles / dónde estará / y solo me responde un triste silencio”.
¿Puede, quien ama, experimentar despecho, malquerencia? Creo que sí: “… siento tu piel
agrietada por el desamor / de estas manos que gozaron tu cuerpo. / Ardes en el
infierno de la tristeza / fuiste mía y ya no…”, “…mientras tú desapareces entre
la bruma / preguntándote / cuándo dejaste de ser la soñada”. ¿Suena a
rencor, a vals de desconsuelo, tal vez? Creo que sí. Ya lo dije antes, no solo
el amor erótico es merecedor de apología aquí; también aquel de la bondad, que
no mira a quien, se desborda a raudales en esta poesía: “… sentir hambre por dar
mi pan a un menesteroso / y frío por dar mi abrigo a un veterano de paz”.
Veterano de paz, no de guerra. Un alegato contra la violencia que hiere: “…no entiendo cuando rezan
a un dios para ir a la guerra”. En este libro ¿qué hay? La respuesta es
obvia, hay eso que exuda cada poema a mares: humanidad. Es que, de principio a
fin, eso es la poesía, pues: humanidad (expresada por el medio más bello y
noble que pudo haberse creado: la palabra). ¿Terneza? Sí, ternura a mares, como
un látigo contra el odio y la maldad; como “el río cuando pelea
con las rocas y alimenta lagos” o la mujer que alimenta el alma y nutre la
existencia. Es tu poesía, Marco Tulio, fruta fresca, pan recién salido del
horno, agua clara. Terneza amotinada contra cíclopes y lestrigones. Poesía de
vida y de esperanza. Espejo de los buenos sentimientos. ¡Te felicito y abrazo,
sinceramente!
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*Prólogo a "Terneza
amotinada", poemario de Marco Tulio Rotondo.