Como, creo, es obvio, «enyucar» es un verbo
derivado del sustantivo con que se nombra a la raíz tuberosa, de origen
americano (o «índico»), conocida por todos y que, según aparece,
textualmente, en el diccionario académico de 1739, es «muy parecida a nuestra
batata» y de la cual, «en algunos parages de las Indias se sirven para
hacer pan» (o, como dice el diccionario en español e inglés de John Minsheu, de 1617: «una raíz grande y blanca como un nabo, de la que los indios hacen su
pan»); o sea, puntualmente, la yuca. En dos palabras, el verbo “enyucar”
está formado por en- y yuca. Y, aunque no siempre es fácil determinar con
precisión el sentido que tiene el prefijo o elemento compositivo «en-»,
creo que en este caso es razonable asumir que expresa la idea de interioridad
(«dentro de»), lo que nos lleva a esto que sería el innegable significado del
verbo «enyucar»: «meter yuca» o, más precisamente, «meter la yuca» (como, de
modo similar ocurre, por ejemplo, con «entronizar», «enterrar», «encajonar»,
«envainar», etc.).

¿Tiene, lo dicho (que está referido, específicamente, al aspecto etimológico y
a la morfología de la palabra), relación con el sentido que se le da a la expresión coloquial
peruana «enyucar» y también a «yuca», que está asociado, básicamente, a engañar
o embaucar, en el primer caso, y a engaño y también cosa o asunto difícil, en
el segundo? Sí, lo tiene; pero, claro, a esta respuesta le hace falta un
desarrollo explicativo, y eso es lo que trataré de hacer en las líneas que siguen.
Para comenzar, voy a decir algo que, por
parecer medio absurdo, podría resultar desconcertante. En este caso, el
significado fue anterior a la expresión de que hablamos, y su antigüedad se
remonta a, por lo menos, cinco siglos. Sin embargo, originalmente, no tenía
nada que ver con la idea de engañar y menos estaba familiarizado con cosa difícil;
tenía, más bien, una connotación que era considerada obscena o grotesca y a la cual
se aludía con un sustantivo que hoy, al menos en el Perú, no se emplea en el habla
cotidiana, y se refería a un gesto, también de ese carácter, que ha
sobrevivido hasta la actualidad.
¿Cuándo entró en escena el nombre de la raíz
tuberosa ya mencionada al principio y a la que, además de yuca, también se la
conoce en algunos lugares como mandioca, tapioca, guacamote, etc. y su nombre
científico es manihot esculenta? Desconozco cuándo, exactamente, ocurrió tal cosa, pero puedo asegurar que ya en el siglo XIX estaba presente. Quien
nos da razón de lo que acabo de afirmar es (¡quién más podría ser, pues!) Juan de Arona, y lo hace a través
de su Diccionario de Peruanismos (1883-1884) en el que describe,
precisamente, el gesto obsceno al que he aludido. En lo que dice da a
conocer, textualmente, una expresión que es muy parecida a la actual ("enyucar"):
"Echarle una yuca a alguien es tender hacia él el brazo izquierdo,
golpeándoselo en seguida por la parte de la sangría con la palma de la mano
derecha, que es como echarlo noramala» («echar "noramala"» sería algo así como maldecir; y «sangría» es la parte del brazo opuesta al codo).
Bien. Dije que la antigüedad del concepto y
del gesto en mención no sería menor de cinco siglos.
Efectivamente. Y quien registra la acepción, por primera vez en un diccionario,
es el gramático español Antonio de Nebrija, en 1495. En forma lacónica pero puntualmente
y de modo explícito, en latín, dice (lo transcribo tal como allí aparece): medius
digitus. infamis digitus (o sea: dedo medio. dedo
infame). El sustantivo correspondiente es este: Higa. ¿Y a qué se
refiere, específicamente, con esa precisión semántica? Pues a lo que
Covarrubias, en su diccionario de 1611, describe ilustrativamente (aunque se refiere al dedo pulgar
y no, exactamente, al dedo medio, aludido por Nebrija) así: «una manera de menosprecio
que hacemos cerrando el puño y mostrando el dedo pulgar por entre el dedo índice,
y el medio…». Lo señalado nos permite deducir
que, desde hace varios siglos, el dedo medio (o el pulgar) mostrado groseramente a
alguien –mientras los demás se doblaban haciendo puño– era conocido como
dedo ofensivo y amenazante, es decir (empleando –traducido– el término usado
por Nebrija, infame.
El antiquísimo significado español de higa
(que acabo de mencionar) es al cual aludí antes, en la explicación que insinué
como «medio absurda»; y es este el que, desde hace algún tiempo, en nuestro medio, corresponde al uso coloquial que se le da al sustantivo yuca y al
verbo enyucar. El que da cuenta de esto (digo, en referencia al verbo y
al gesto) es (otra vez tengo que citarlo) Juan de Arona, y lo hace en el
comentario mordaz que, a su manera, desarrolla con las siguientes palabras: «El
hacerlo, y aun el decirlo, es tan ordinario y grosero, que no consignaríamos
aquí la expresión si no tuviera un perfecto y castizo equivalente en español
desde los tiempos más antiguos...»; y agrega, refiriéndose expresamente a ese perfecto
y castizo equivalente en español (o sea, el sustantivo Higa),
que, «aunque sea dicho de tan obsceno origen como nuestra yuca, se
encuentra en los mejores escritores de España, como se ve por este pasaje de
Santa Teresa: “—Y una higa para todos los demonios, que ellos me temerán a mí”»
(caramba, qué lisurienta había resultado la santa, caracho😊), y
remata Arona así: «—Una yuca, habría dicho el escritor de por acá,
sí a tanto se hubiera atrevido». Todo, hasta aquí, clarísimo.
A pesar de que lo dicho (que está
relacionado, estrictamente, con el ya descrito gesto obsceno o grotesco), no es gran ayuda para encontrar una vinculación clara, indubitable y, sobre todo, directa,
entre el significado de higa y la idea de mentira o engaño,
ni mucho menos con difícil o situación difícil, a pesar de
ello, repito, creo que hay razones para asegurar que esa vinculación sí podemos
encontrarla, justamente allí. Empero, debo precisar que esta vinculación no
es directa; pero, aun así, nos da luces para poder arribar a buen puerto en
esta tarea difícil y, al mismo tiempo, apasionante. (¡Ah, estos términos coloquiales –enyucar
y yuca– convertidos en sinónimos de engañar y engaño, respectivamente, y, también, de
difícil o situación difícil! La arbitraria y traviesa creatividad popular,
pues). Bueno, seguimos en la brega, amigos.
¿Por qué, precisamente, se emplearon un verbo
y un sustantivo relacionados con la tantas veces mentada raíz tuberosa que se
originó en tierras americanas, y que –como hemos visto– antiguamente era un
insumo básico para la preparación de panes, y hoy es un componente casi
imprescindible en el potaje que conocemos como “Seco de cabrito”? En la lengua
coloquial peruana (también en la de algunos otros países), se emplearon tales
palabras, inicialmente, con una connotación obscena (expresada, en los hechos,
con el gesto comentado por Juan de Arona) y, después, como sinónimo de engañar,
engaño y difícil. El primer uso (el de la connotación obscena) se
debió a que, por la forma alargada del tubérculo comestible, la caprichosa y
atrevida imaginación popular se atrevió a compararlo con el pene, lo que, en buena cuenta, también ocurría con la higa
(el antecedente más remoto de lo que actualmente se hace), como lo explica
Covarrubias (cito textualmente):«…lo mismo es en rigor dar a uno una higa que
levantar el medio brazo, cerrado el puño, y mostrarle a otro que en palabras
suelen declararse significando el miembro viril». Mostrar el brazo doblado y
con el puño cerrado es, pues, como mostrar, insolentemente, a otro, el pene
(dicho crudamente: como una amenaza de metérselo). En consecuencia, la
expresión enyucar, literalmente, significa meter la yuca; pero,
digamos que metafóricamente, en el uso popular es, simple y llanamente, otra cosa: meter
el miembro viril.
Sin embargo –al menos en el Perú–, como se ha
insinuado al principio, no es esa la connotación, digamos explícita, que se le da a la expresión. Enyucar,
aquí, es engañar (embaucar) y, también, hacer que alguien, ingenuamente
y casi siempre en contra de su voluntad, termine asumiendo una responsabilidad
o compromiso difícil de afrontar. Veamos cómo
es definida esta expresión peruana en el Diccionario de peruanismos
(DiPerú) y en el Diccionario de americanismos. En
el primero se dice: «Hacer que alguien adquiera responsabilidades mediante engaño,
ignorancia o compromiso», «Engañar con promesas falsas»; en el segundo:
«Engañar o timar», «Dar alguien una responsabilidad pesada o una tarea
engorrosa, generalmente mediante engaño». Excepto la literal y obvia referencia
etimológica («De yuca») señalada en el DiPeru, ninguno de los dos
diccionarios proporciona alguna explicación al respecto.
Bueno, como ya dije antes, además del verbo enyucar
al que se la ha endilgado el significado de «engañar» (y el otro, que ya señalé),
tenemos el sustantivo yuca que, en el castellano coloquial peruano, ya
es, también, un adjetivo, convertido nada menos que en sinónimo de «difícil». Ya vimos que, respecto de enyucar,
el DiPerú indica que se trata de un verbo derivado de yuca, lo
cual es cierto (y, repito, obvio). Y acerca del adjetivo (vuelvo a decirlo:
coloquial) yuca, ¿qué podemos afirmar? Esto: que –a la inversa– proviene
del verbo enyucar, que –como sabemos– es: 1) ponerle en aprietos a
alguien con un trabajo o una responsabilidad pesada o complicada, de la cual, a
como dé lugar, tratará de salir airoso (recuérdese que, vulgarmente y con clara
connotación sexual, suelen decirse cosas como esta: «Te enyucaron. Ahora
solo tienes que moverte») y 2) engañar o embaucar. (Estamos, pues, ante dos
conceptos: situación difícil y engaño). Por tanto, si enyucar
a alguien implica hacer que este asuma, contra su voluntad, algo que es difícil
de afrontar o resolver, es razonable inferir que a ese «algo»
(difícil), en tales circunstancias, le corresponde –coloquialmente hablando– el término yuca, como adjetivo equivalente a difícil; y, en el
segundo caso, yuca –en calidad de sustantivo– para referirse a engaño. A esto tengo que agregar que, como sabemos, el asumir una obligación o responsabilidad difícil, por designio ajeno y contra la propia voluntad, supone –usualmente– haber sido embaucado, haberse convertido en víctima de un engaño. He allí la explicación.
Bien, ahora, lo que falta es saber cuándo y
dónde se habrían originado estos usos: yuca como difícil y como engaño.
¿Alguien puede dar luces al respecto? La única referencia documental más lejana
que yo he podido encontrar –pero solo en cuanto al primer significado: difícil– es Jerga criolla y peruanismos, el brevísimo librito de Lauro Pino (¿nombre
real o seudónimo?), publicado en 1968. En el Glosario de peruanismos
(1946) del padre Rubén Vargas Ugarte no está; y la doctora Martha Hildebrandt tampoco
lo registró en Peruanismos, el valioso libro de consultas cuya primera
edición es de 1969. Donde sí aparece, con los dos significados, es en DiPerú,
el Diccionario de peruanismos publicado por la Academia Peruana de la
Lengua en el 2016; y en el Diccionario de americanismos (2010) está
únicamente con la acepción de «cosa difícil». El nutrido Diccionario de Peruanismos de Juan Álvarez Vita (en sus dos ediciones: 1990 y 2017) registra el término, pero como parte de una frase: «Meterle a alguien una yuca. Engañarlo». El diccionario académico oficial (DLE) sí lo considera, como embuste o mentira –de uso en Costa Rica– y como cosa muy díficil y deuda –obligación de pagar–, en El Salvador; y no hace ninguna mención a su condición de peruanismo.
Considerando
lo señalado, creo que es válido deducir que, como sinónimo de difícil,
el uso del vocablo yuca, en el castellano coloquial peruano, no
tendría una antigüedad mayor de sesenta años; y que, con el significado
de engaño, su edad sería menor. En mis indagaciones he encontrado
que el repertorio de más larga data que lo registra con esta segunda acepción
no es, precisamente, uno de la lengua española, sino del quechua; me refiero
a SIMI TAQUE: Qheswa – Español
- Qheswa, el diccionario publicado por la Academia Mayor de la Lengua
Quechua el año 2005. Allí –en la primera parte– aparece considerada como
palabra de la ancestral lengua andina, con los siguientes significados: engaño, farsa, tramoya, treta,
y está escrito así: yuka, y se cita, como sinónimo, el
vocablo q’otuy; en la segunda parte, como equivalentes quechuas
de engaño, aparecen, además de yuka, las voces qeqo y ch’awka y,
en el caso del verbo engañar, qeqoy y yukay (que,
curiosamente, coincide con el nombre de un hermoso valle cuzqueño, del que el
padre Bernabé Cobo (en Historia del Nuevo Mundo, terminado de escribir en 1653 y publicado en 1890) dice lo siguiente: «El pueblo
de Urubamba es menos bonito que el contiguo de Yucay, verdadero jardín con sus
huertos, sus prados cultivados, sus andenes cubiertos de plantaciones de maíz o
campos de alfalfa, y el camino bordeado de bosquecillos de sauces…». Me
pregunto: ¿qué antigüedad tendrá, en el quechua, el vocablo yuca (o,
más exactamente, yuka), como sinónimo de engaño? En
el Vocabulario de la lengua general de todo el Perú llamada lengua
quichua o del inca (1608) de Diego González Holguín, no aparece y en
el Lexicón o Vocabulario de la lengua general de los indios del Perú,
llamada Quichua (1560) de Domingo de Santo Tomás, tampoco; en dichos
repertorios, engaño está definido, en lengua quechua,
como llullachicuy, en el primero, y llullay, en el
segundo.
¿Se trataría, entonces, de un préstamo lingüístico, relativamente
reciente, asimilado del castellano coloquial peruano? Me atrevo a responder
que sí y pido que, por favor, me perdonen los amigos cuzqueños por esta tal
vez imprudente hipótesis; me refiero a ellos porque, según he podido indagar, solo en el actual
quechua cuzqueño (y también en el de Apurímac, que es región vecina) es usado este término con tal significado, y allí –como en nuestro castellano– igualmente tiene el carácter de coloquial o figurado, como lo señala el Nuevo Diccionario Español – Quechua / Quechua – Español (2022)
del lexicógrafo hispano Julio Calvo Pérez. Lo que sí tiene una
antigüedad lejana (de unos cinco siglos, aproximadamente), en nuestro país, es
el sustantivo yuca (de origen taíno, y que fue traído a esta parte del Continente por los conquistadores españoles), referido a la ya
mencionada raíz tuberosa (que aquí era conocida, en quechua, como rumu); y,
claro, también es antiguo, el nombre de aquel pueblo y valle (en la provincia de Urubamba)
alabado, debido a su belleza, por el Inca Garcilaso de la Vega y el padre Bernabé Cobo: Yucay (topónimo –cuyo origen habría que investigar- acerca del que, creo, sería absurdo e irresponsable aventurarse a aseverar que tiene un significado relacionado con engaño, farsa, tramoya o embuste: nada hay que pueda servir de amparo o sustento a una sospecha semejante).
***
(¡En qué me
habré metido! A pesar de estar convencido de que se trataba de una tarea
ardua, sumamente difícil, me comprometí a asumirla. Creí que sería papayita, pero, en verdad, resultó yuca; o, dicho
con otra expresión coloquial peruana, bien tranca, caracho).
¡Un abrazo,
amigos!
© Bernardo Rafael
Álvarez