miércoles, 16 de abril de 2025

ESTOS DOS PERUANISMOS (MI HIPÓTESIS)

 

I 

En el habla cotidiana hay diversas expresiones coloquiales (especialmente aquellas de la jerga popular o la replana) que, por ser usadas con mucha frecuencia, nos resultan sumamente familiares; sin embargo, no siempre conocemos su origen (su etimología) y tampoco nos es fácil encontrar una explicación a su significado. ¿Esto debería preocuparnos y hasta alarmarnos, tal vez? No, no hay motivo para tal cosa, puesto que los hablantes no estamos obligados a poseer un conocimiento -llamémosle “científico”- de las voces o expresiones que empleamos en nuestra comunicación cotidiana, ni tenemos que estar, a cada paso, dando explicaciones al respecto: con que podamos comunicarnos y esto nos sirva para estar cerca y en armonía los unos y los otros ya es bastante, pues en eso radica, básicamente, la importancia y el valor de las lenguas. Así que ¡tranquilidad, amigos queridos, tranquilidad! 

Ah, pero, a despecho de lo que acabo de afirmar, les cuento: ocurre que desde hace unos días algo me está inquietando; es el deseo de hacer eso a lo que aquí me he referido: tratar de explicar el significado de una expresión popular bien peruana y, además y especialmente, rastrear su origen. Y, bueno, eso es lo que voy a comenzar a hacer ahora, pero refiriéndome, primero, a un verbo coloquial que dio origen a un sustantivo convertido, en los últimos lustros, en el nombre de una lotería. Me tinca que ya adivinaron a qué verbo me refiero. Efectivamente, han acertado, es el verbo «tincar». Bien, después de algunas necesarias lucubraciones sobre este verbo, pasaré a ocuparme de la expresión que, durante las últimas noches, casi no me ha dejado conciliar el sueño😊. Así que, ¡manos a la obra se ha dicho!  

Todos conocen e incluso alguna vez han usado el verbo referido, ¿verdad? Se emplea, frecuentemente, en frases como esta: «Me tinca que mañana vamos a tener visita». Y, claro, sabemos que lo que allí estoy diciendo es que intuyo, adivino o pronostico lo que va a ocurrir al día siguiente (que habrá visita); es que el verbo pronominal con que empieza la frase es, precisamente, sinónimo de los otros tres verbos que acabo de escribir en cursiva y, también, de estos: presagiar, vaticinar, presentir y... ¡tener una corazonada! Cierto. Pero ¿de dónde apareció el verbo «tincar»?  

En el Diccionario de la Lengua Española (DLE) encontramos lo siguiente: «Arg. y Bol. Golpear con la uña del dedo medio haciendo resbalar con violencia sobre la yema del pulgar. // Arg. y Bol. En el juego de las canicas, impulsarlas con la uña del dedo pulgar. // Arg. y Bol. Golpear una bola con otra». Ninguna de estas acepciones tiene relación alguna con los verbos intuir, adivinar, pronosticar, presagiar, presentir. ¿Cómo es, entonces, que, de golpear o impulsar violentamente con la uña del dedo pulgar o golpear una bola con otra, su significado pasó a ser equivalente al de los otros verbos que he mencionado? Trataré de encontrar la explicación, pues. 

La primera vez que en un diccionario fue registrado con un significado similar al de estos verbos ocurrió en 1950; el Diccionario académico de aquel año lo definió así: «Intr. Chile. Darle a uno el corazón alguna cosa; tener un presentimiento». Algo que merece ser resaltado es que, como se ha visto, no hay ninguna referencia a España sino, solamente, a países latinoamericanos. Esto, también, tácitamente, lo encontramos en un diccionario cronológicamente más distante, el de Alemany y Bolufer, que es de 1917 y en el que se afirma, de modo textual, lo siguiente acerca de «tincar»: «del arau. t'incay. dar papirote»; o sea, del araucano, lengua hablada en el sur de nuestro Continente; es decir, nos remite a un posible origen del vocablo, a su etimología, lo cual, creo, es muy interesante. 

No quiero decir, sin embargo, que me parezca acertado aquello de que el origen del verbo «tincar» (que como bien señala Jesús Manya, es voz onomatopéyica), está en el araucano (lengua también conocida como mapudungún y que aún es hablada por el pueblo mapuche, ubicado en territorios de Chile y de Argentina). Estoy convencido de que ese no es su origen. Al menos en un diccionario de 1916 (me refiero al Diccionario Araucano - Español y Español Araucano, de Fray Félix José de Augusta), no aparece ni aludido. Estimo que lo más razonable es reconocer que procede del quechua, y esto sí está documentado. La prueba más remota que conozco es el Vocabulario de la lengua general de todo el Perú llamada lengua Qquichua de Diego González Holguín, que es de 1608; dice allí: «Ttincani: Dar papirote // Tincay. El papirote».  

«Papirote», «dar papirote» o «papirotazo» son expresiones que, como dije antes, se refieren a golpear o impulsar violentamente con la uña del dedo pulgar, o golpear una bola con otra, es decir, lo que hacen los niños en el juego de las canicas. Nada tienen que ver, literalmente, con el sentido que le damos a «Tincar»: presentir, adivinar, presagiar, etc. Es que, en relación a estos verbos, en el quechua -según me he informado- existen otras expresiones: watupakuy (presagiar, presentir), watunq (presagio); watuy (adivinar), watuq (adivino). Por eso, repito, ¿cómo es que los significados aquellos pasaron a ser lo mismo que intuir, pronosticar, presagiar, adivinar? Lo definido en el Diccionario académico de 1950 creo que ayuda a encontrar una explicación: «Darle a uno el corazón alguna cosa; tener un presentimiento»; o sea, en otras palabras, tener una corazonada. Todos, creo que más de una vez, la hemos experimentado; y aquí la voy a definir con palabras del Diccionario de Autoridades de 1729 (el primer repertorio lexicográfico en que aparece el vocablo): «Aquel impulso, movimiento o inquietud que se siente en el corazón, como pronóstico de alguna desgracia, o advertencia de algún engaño, fortuna u otra cosa…». Como sabemos, este impulso, movimiento o inquietud se produce, siempre, como un llamado súbito, inesperadamente, como una suerte de golpe que nos da el corazón o que sentimos en el corazón: por analogía, el papirote a que se refiere el vocablo quechua Tincay (que, una vez más lo digo, no significa, literalmente, presentir o presentimiento), por referirse, puntualmente, a golpe, resulta válido y razonable asociarlo, simbólicamente, con el significado de corazonada. Un agregado: la doctora Martha Hildebrandt, en Peruanismos (Espasa, 2013), dice esto: «el postverbal tinca -también se documenta tincada- equivale a corazonada, "pálpito"», y lo considera, acertadamente, como un seguro quechuismo.  

Podrá, sin duda, desconcertar lo hasta aquí expuesto. Pero la verdad es que no hay nada que pueda generar extrañeza. No siempre la palabra o expresión remota de la que se originó una nueva expresión tiene que ser, semánticamente hablando, similar o al menos cercana por analogía. Una clara demostración de esto lo encontramos, por ejemplo, en «trabajar» cuyo origen está en el latín vulgar «tripaliāre» que significa «torturar» o en «amarillo», que no se origina en algo relacionado con el espectro cromático, sino en «amarus» expresión latina que es «amargo» (y nada tiene que ver, tampoco, con serpientes ni rebeldes andinos). Repito, finalmente, «Tincar», como sinónimo de presentimiento o corazonada, proviene del golpe o papirote referido por González Holguín como significado del quechua «Tincay», y de allí, finalmente, pasó a ser, en el uso, golpe del corazón o «corazonada» (presentimiento, presagio, intuición, vaticinio, pronóstico...).  

Es mi hipótesis, con alta probabilidad de tesis. Pero ustedes tienen la palabra final, amigos y, con todo derecho, pueden contradecirme o, mejor dicho, corregirme y, claro, si quisieran ayudarme, mejor😊. Seré todo oídos. (Bueno, después de esto pasaré al tema que me ha estado inquietando y, como dije, casi no me ha dejado dormir durante estos últimos días: es otra linda expresión bien peruana muy actual y que enseguida revelaré cuál es).               

             

II 

Dije al principio que no siempre es fácil conocer el origen de muchas palabras y que también nos resulta difícil encontrar una explicación a su significado. Cierto. Pero debo decir algo más: hay palabras o expresiones que, creo, son imposibles de explicar. Veamos. Estamos en el terreno de la jerga popular, o replana, y quiero mencionar solo dos palabras completamente desconcertantes: «papaya» (o «papayita»), como sinónimo de «fácil», y «palta», con el significado de «vergüenza», «incomodidad» o «turbación ante una situación embarazosa». ¿Por qué, en este caso, «palta» y en el anterior, «papaya»? ¿Por qué el uso de estos vocablos que son nombres de frutas? ¿Alguien conoce la respuesta? Yo he tratado, por todos los medios, de hallarla y me ha resultado, simplemente, imposible. Creo que, aquí, la arbitrariedad (que es ley en asuntos del lenguaje) ha intervenido con todas sus válidas, legítimas e ilimitadas prerrogativas. ¿Habrá ocurrido lo mismo, al asignársele un significado muy especial -digamos distinto a su propia naturaleza- al nombre de la fruta de que voy a referirme en las siguientes líneas? Veremos. 

Cuando, por ejemplo, nos sucede algo adverso, que nos hace sentir mal, un proyecto frustrado, un encuentro que no pudo concretarse, la desaprobación en un examen, etc., ¿cuál es la expresión -claro, en tono familiar o coloquial, es decir, no en lo que conocemos como «lengua estándar»-, que casi siempre pronunciamos? Esta, la expresión bien peruana que anuncié: «¡Qué piña!»; o sea, «¡Qué mala suerte!». Efectivamente. ¿Y por qué, precisamente, empleamos el nombre de la fruta, originaria del América del sur, que es también conocida, en otras latitudes, como «ananás» (nombre de origen guaraní)? Hasta donde sé, no hay, en ella, ninguna característica, cualidad o rasgo que pudiera darnos luces para entender la asociación establecida con la «mala suerte», ni siquiera hay una cercanía fonética en el vocablo (como sí ocurre, por ejemplo, con «lenteja» usado como sinónimo coloquial de «lento»: «Qué lenteja eres»). ¿Cómo explicar esto? La cosa (lo voy a decir con una muy común locución adjetival propia de la jerga o replana peruana), en verdad, está bien tranca 

Definitivamente (creo que tengo que ser enfático), la razón por la que es imposible encontrar una explicación al uso del nombre de la fruta referida para darle el significado de «mala suerte» es que, simple y llanamente, la explicación no existe. ¿Por qué? Por lo que a continuación voy a comentar. Comienzo: el vocablo «piña» en cuestión, nada tiene que ver, en realidad, con la fruta a la que me referido. Se trata, más bien, de un vocablo, obviamente, muy similar, con origen y significado diferentes. El nombre de la fruta proviene del que originalmente se le dio al fruto del pino (no en el Perú, por cierto) y que ya se encontraba registrado en los diccionarios más antiguos de la lengua española. Nebrija (1495) la define así: «Piña. Piña de piñones», y más explícitamente, Covarrubias (1611), dice: «Piña. La nuez del pino donde nacen los piñones». ¿A este fruto lo conocemos con ese nombre en el Perú? Me parece que no. ¿Y por qué a la fruta sí la denominamos así? Según explicaciones encontradas (incluso he visto imágenes), esto se debe a que sus formas, aunque no necesariamente sus dimensiones, son muy parecidas: «de forma aovada, más o menos aguda, de tamaño variable, según las especies…» (DLE).  

Ya lo dije, a mí me resulta no solo difícil, sino completamente imposible, encontrar una explicación razonable a esto. Creo que no la hay, en realidad. Pienso, por ello, que en el tema bajo estudio nada tiene que ver el nombre de la deliciosa fruta sudamericana que es el mismo que antes -desde hace varios siglos- fue asignado al fruto del pino («de donde nacen los piñones»: Covarrubias dixit). Y, por ello, estoy convencido de que otra es la piña cuyo nombre está involucrado en este intríngulis; es decir, no es el fruto de un árbol «de tronco elevado, recto y resinoso y hojas persistentes en forma de aguja» (DLE), y tampoco el de una planta «de la familia de las bromeliáceas, que crece hasta unos 70 cm de altura» (Ibíd.). Y, por último, debo decir que esta piña -su nombre, quiero decir- en que yo encuentro el origen de la expresión peruana sinónima de «¡Qué mala suerte!» no es propia de la lengua española; español es el vocablo que da nombre al fruto del pino, con el cual también se designó (debido a su semejanza) al ananás, que es una fruta sudamericana («piña de las Indias» se la llamó); y también fue el nombre de un pueblo en España, «de 30 vec. sit. en la prov de Gerona, a 6 leguas de la capital...» (Gaspar y Roig, 1855). 

¿De dónde surgió, entonces, el componente principal de la frase peruana «¡Qué piña!»? Mis indagaciones me han llevado concluir que (como en el caso del verbo comentado al principio: tincar) su origen está en la lengua quechua. Conviene precisar, sin embargo, lo siguiente: en esto, que -en mi opinión- es la explicación etimológica, no se encuentra una vinculación precisamente de carácter semántico. Piña, como palabra quechua, aparece documentada, por primera vez, en el ya mencionado Vocabulario de González Holguín (1608), con el siguiente significado, textualmente: «El enojado ayrado»; y también encontramos allí el vocablo «Piñak. El que se enoja y aborrecedor». Cosa similar incluso en el uso actual: el Diccionario Quechua - Español - Quechua, Publicado por el Gobierno Regional del Cusco (Gore Cusco), en 2005, nos dice que enfado y enfadarse se traducen como «phinakuy»; en el muy útil Diccionario de urgencias Castellano-Quechua de mi amigo Ugo F. Carrillo Cavero (que está a punto de salir a la luz: mayo, 2025), enfadar como «pinachiy», «pinachikuy» y «phinay», y como enojado o molesto, «piñasqa» y también «pinaskasqa»; y Mario Warankamaki me indica que «estoy molesto» se dice, en quechua, «piñan kashani». No se advierte ni se insinúa, como es obvio, ninguna cercanía con «mala suerte», ni siquiera solo con «suerte». Pasa lo mismo que -como se advirtió al principio- con el verbo «tincar». Es que, para hacer referencia a «suerte» o «mala suerte», en quechua existen otras expresiones. 

Veamos. El Diccionario Quechua – Español (ya citado) y también el Diccionario de Urgencias Castellano-Quechua de Carrillo, nos indican que suerte en quechua es Sami. Y, más remotamente, en el Vocabulario de González Holguín encontramos esto, que corrobora lo dicho en los dos repertorios mencionados: «Suerte buena, o mala por ventura, o dicha. Vee (Çami)»; el «vee» nos remite a la primera parte del libro, donde, efectivamente, encontramos lo que sigue: «Çami. La dicha o ventura en bienes de fortuna y caso»; o sea, la buena suerte // «Çaminchani, o çamiyocchani. Pedir ventura alcançarsela»; es decir, invocar fortuna o buena suerte // Çaminnac. El desdichado, o mana çamiyoc»; se refiere al que tiene mala suerte, el desafortunado. (Una precisión pertinente: Çami se pronuncia como sami).  

Tras todo esto es comprensible y necesario, realmente, que surja una interrogante motivada por el desconcierto, habida cuenta de que, hasta este punto, no se ha llegado aún a algo concreto que dé luces indubitables en torno al tema. ¿Por qué afirmo que la expresión coloquial -de jerga o replana- «¡Qué piña!», como sinónimo de «¡Qué mala suerte!», tiene su origen en la lengua quechua, si, como se ha visto, no hay nada, ni semántica ni fonéticamente, que dé amparo a tal aserto? Responderé y espero que mis argumentos resulten satisfactorios. 

 

III 

Se impone, creo yo, la necesidad de afirmar que, desde el principio, el vocablo piña -con el significado que conocemos- ha sido el componente principal, la raíz, de la que sería una suerte de locución interjectiva, «¡Qué piña!», que, como es obvio, nunca ha sido expresada con ánimo exultante, de gozo, de alegría, de regocijo; siempre ha llevado consigo, digamos, una nada discreta carga emocional de enojo, motivada por una insatisfacción, por algo que no llegó a concretarse favorablemente, por una frustración, por un incidente infortunado, en fin, ¡por una mala suerte! Y ese ha sido, básicamente, su uso más frecuente: frase o locución interjectiva, siempre caracterizada -en mayor o menor medida- por el enojo que la estimulaba. Es que (corríjanme si estoy equivocado) no es júbilo lo que nos genera el infortunio, la mala suerte, no nos mueve a la gratitud ni mucho menos a tener que exclamar un Aleluya o gritar desaforadamente ¡Albricias! 

El vocablo piña, que en la referida expresión coloquial se comporta como un sustantivo (sinónimo de «mala suerte»), en algún momento llegó a «independizarse», convirtiéndose en adjetivo y, así, comenzó a ser empleado en frases como estas, por ejemplo: «Juan es bien piña», «Soy tan piña que todo me sale mal». De este modo, adquirió una nueva acepción (ya, repito, como adjetivo) que, sin embargo, no está lejos de la original: «salado»; es decir, «Que suele padecer desgracias o tiene mala suerte» (DLE).  

Pero, repito, básica y originalmente, ha sido parte de la frase «¡Qué piña!»; así, escrita con signos de exclamación por tratarse -vuelvo a decirlo- de la exteriorización airada de un estado de enojo, cólera, indignación. Es que esta frase nunca ha sido ni ha pretendido ser, simplemente, referencial: dar cuenta, única y exclusivamente, de algo (la «mala suerte» en este caso), sino -otra vez lo digo- poner de manifiesto un estado de ánimo (lo que corresponde a la llamada «función emotiva» del lenguaje) ocasionado por una circunstancia nefasta: la frustración por una expectativa no satisfecha, una desdicha, un suceso inesperado que nos es adverso, un desengaño... «¡Diablos!», por ejemplo, es una interjección y no quiere decir que, por lo que significa, literalmente, el sustantivo empleado, se esté invocando al demonio; solo es, como en el caso de «¡Qué mala suerte?» (o sea, «¡Qué piña!») la expresión airada de un estado de ánimo (irá, enojo, enfado o, también, sorpresa, extrañeza, admiración, disgusto). Con palabras de González Holguín: estar «enojado ayrado». Esto es lo que quiero decir (y, creo que lo he insinuado desde el principio): no siempre tenemos que dejarnos llevar, en sentido estricto, por el significado literal, inmediato, restringido, de las palabras para entender una expresión o locución (ya sabemos: existe lo denotativo y también lo connotativo). Por ello, la frase «¡Qué piña!», en el uso al que se refiere la presente nota, nada tiene que ver con la fruta sudamericana y, en tal sentido, no podemos entender que se trata, por ejemplo, del asombro que nos causa su dulzor, su tamaño o su forma («¡Qué piña tan extraordinaria!»); y algo similar podemos decir respecto de la misma expresión, pero en su versión dicha en el castellano estándar, «¡Qué mala suerte!»: es válido entender que no solo es alusión al infortunio sino, también y sobre todo, la exteriorización de una emoción: el enojo, la indignación, por una circunstancia nada exultante. Y, dicho en quechua (con la ayuda de Ugo Carrillo, autor del Diccionario de urgencias): «Nisyu pinasqankani», que significa, literalmente, «Estoy muy molesto». 

Y, bueno, ya vimos que, con leves variaciones, vocablos quechuas relacionados con enojo y enojarse son estos: «phinakuy», «pinachiy», «pinachikuy», «phinay», «piñasqa», «pinaskasqa»; y «piñan kashani». De estas expresiones, en mi opinión, se derivó la expresión coloquial peruana «¡Qué piña!», que, desde el principio -que se remonta, creo yo, a no más de cincuenta años-, era, en sentido estricto (perdón por la insistencia), la exteriorización verbal de un estado de ánimo airado, de enojo, de cólera, pero que -en virtud una suerte de metamorfosis semántica- se convirtió, ya específicamente, en el sinónimo coloquial de «¡Qué mala suerte!».

Creo que -como una suerte de paréntesis- conviene citar a la doctora Martha Hildebrandt que -en el espacio El habla culta, que tenía en el diario El Comercio, de fecha 31 de mayo del 2022-, sin afirmar explícitamente ni insinuar que allí estuviese el origen de la expresión coloquial peruana, hizo mención a «piña de sal» (que, aparentemente, sería sinónimo de «trozo de sal gema»), frase que, en alguna etapa de su «complicada evolución semántica», también habría sido empleada para calificar «al potaje muy salado». Lamentablemente, aparte de lo leído en el brevísimo texto de nuestra recordada lingüista, no me ha sido posible encontrar referencias documentales ni testimoniales que corroboren la información que ella proporciona.

Bueno, para terminar, insisto (y lo digo con absoluta convicción): es quechua, y no otro, el origen del vocablo «piña» empleado, actualmente, como sinónimo de «mala suerte» en el castellano coloquial peruano. Si alguien llega a desmentirme, claro, con argumentos bien sustentados y convincentes, aceptaré, con hidalguía y humildemente, mi desacierto y no me quedará más que decir, de manera ya concluyente, esto: ¡qué piña, caracho, estuve equivocado! 😊 

¡Un fuerte abrazo, amigos!

                                                                                                         © Bernardo Rafael Álvarez

sábado, 21 de diciembre de 2024

ELOY JÁUREGUI EN LA «NAVE PERPETUA»


Hace un mes emprendiste el viaje más largo, sin retorno. Y lo hiciste sufriendo, con dolores, pero sin dejar eso que era tuyo, solo tuyo: la broma, la joda, el no dejar de sonreír, la alegría. Es que siempre fuiste la expresión más cabal e indiscutible de que el poeta no es, no tiene por qué ser, un hombre triste. Pero a nosotros, nos has dejado prácticamente desamparados. Y yo, ¿sabes una cosa?, me he quedado enfadado conmigo mismo por no haber podido encontrar lo que me pediste aquel día (hace poco, realmente), cuando me llamaste por última vez: un preparado de aceite de cannabis (o algo así) para tus dolores (no supe dónde conseguirlo, hermano, y lo lamento mucho). 

Ah, ¿recuerdas esto que escribí hace unos años, cuando publicaste tu libro «Usted es la culpable»? Aquí te lo leo, Eloycito querido:

«Creo que es cierto: Surquillo es el centro del Orbe (y además quién soy yo para negarlo). Pero, en realidad, hay muchos centros del mundo; algunos permanentes (según el ojo de cristal con que se mire) y otros que con el tiempo dejan de serlo. Tú, qué duda cabe, tienes el tuyo; los demás también: su centrolima, su molicentro, su centroizquierda, su centro iqueño, o, quién sabe, solo su ombligo como centro. Alguna vez, nuestro centro fue el Palermo, el Wony, el 444 de Ramírez Ruiz... Pero para muchos de nosotros, el primer gran centro fue esa esquina del Parque Universitario donde don Néstor vendía libros. Allí conocí a Hora Zero y la urgencia de sus palabras y supe que había unos apellidos extraños para mí (el recién bajado de Pallasca): nunca antes había conocido a nadie que se apellidara Rupay, Colán, Pimentel, Nájar, Verástegui... Jáuregui; creí que habían sido hechos especialmente para poetas. Algunos ahora me resultan más comunes y familiares que el cebiche con “ese” y “ve chica”. Ese quiosco, de un hombre bonachón con quien se podía conversar, no de las cojudeces de microbusero que son el repertorio de nuestros actuales libreros, puso en vitrina el primer dizque libro de poemas que publiqué (nada notable, nada notable), allá por el 74; nunca pregunté si se había vendido algún ejemplar, siempre nos ocupábamos de otras cosas. Pero, efectivamente, sí se había hecho, al menos, una venta; lo supe mucho tiempo después por Santiváñez que, intelectualmente curioso, adquirió aquella pobre novedad bibliográfica precisamente allí, en el quiosco del señor Jáuregui. Claro, no solo eso había allí, también se ofrecían publicaciones buenas: Harawi, por ejemplo. Ha pasado tanto tiempo. Hoy sé que nosotros también somos en alguna forma, como tú (“hijo de tu padre”), vástagos literarios de aquel bondadoso parroquiano que nos dio una ayudita para enamorarnos perdidamente de esta puta siempre virgen, la poesía, que se ha convertido en nuestro centro y, también, en la culpable (“de todas mis angustias y todos mis quebrantos”)».

Sabes que te extrañamos un montonazo, pero tú, como pa' fregar (¡siempre con la broma, caracho!), te pones imperturbable mientras viajas en aquella "nave perpetua" que se nos ocurrió inventar como un desmesurado sueño, ¿recuerdas?, para hacer rebrotar el vigoroso andar de nuestra poesía. Esa nuestra saludable locura, lamentablemente no llegó a hacerse realidad. Pero fue un lindo sueño, una alentadora esperanza, puro entusiasmo y alegría. Eloycito, tú fuiste el motor y acicate. Me pediste que redactara un texto a manera de «manifiesto». Y, en efecto, escribí alguito que, gracias a Dios, te gustó (lo hice el 11 de los octubre del 2022). (A ese sueño le habíamos dado un nombre: «La nave perpetua»). Sin duda lo recuerdas; esto es lo que redacté aquella vez:

«Porque es la hora de reencontrarnos. Y sabemos, y de esto estamos convencidos, que la poesía, que es fuego hacedor y no destructivo, habrá de unirnos, siempre. Ya no más los desencuentros por quítame estas pajas, no la confrontación inútil: hay propósitos y motivaciones exultantes que nos convocan al abrazo y la armonía. Estamos dejando atrás un episodio perverso y peligroso (los días de pandemia) que nos puso, a todos, al filo del precipicio, y ahora ya podemos ver una luz al final del túnel que nos devuelve la esperanza, el optimismo, la fe y la alegría; y hay -está en su lugar- algo que, firme, imperturbable y fecundo, seguirá dándonos energía y vitalidad y haciendo que la vida, a pesar de todo, siga siendo digna de ser vivida: y nos lo dice -en palabras de nuestro César Vallejo, con "la más aguda tiplisonancia", y nos exige, como ineludible compromiso,  reconocer y alabar "los versos anticépticos sin dueño", porque la poesía, a fin de cuentas, es eso: nuestra más aguda voz, y es, también, sanadora y es pertenencia de todos y no patrimonio privado de nadie en particular. 

Es la hora de unirnos, sin miramientos ni demora, y siempre con buena fe y sinceridad, como nos enseñó el santiaguino perpetuo al que con justicia celebramos sin reservas en este centenario de su más alta creación lírica, que es expresión de libertad plena,TRILCE. Esto es lo que dijo Vallejo: "amar, aunque sea a traición a tu enemigo"; lo que, en buena cuenta, significa, acabar con el enemigo convirtiéndolo en nuestro hermano. Es lo que queremos: hermanarnos todos y caminar juntos, incluso a pesar de nuestra diversidad 

Repetimos: Proponemos un ambicioso pero realizable sueño: integrarnos en una sola y múltiple voz: la voz de la esperanza, del optimismo y los sueños. Que la imaginación, a la que rindieron culto los rebeldes de mayo 68, y hoy nos hace más falta que nunca, se haga actitud y acción, siempre. La poesía no cambiará al mundo, tal vez, pero nos hará más humanos. Humanidad y no infamia es lo imprescindible en estos días, y por ella lucharemos con nuestra herramienta que es la palabra sin embustes ni trampas. Y los convocamos a todos, a esta guerra por la vida y no la muerte. 

Y aquí estamos nosotros. Setenteros, ochenteros y todos los poetas que han llegado y siguen llegando, merecen nuestro aprecio, respeto y admiración: todos contribuyen positivamente con su aporte invalorable. Los nuevos creadores han traído una poesía fresca y vigorosa que alimenta el suelo nutricio de nuestro universo poético: talento, emociones, cultura, inteligencia, sensibilidad e imaginación. Somos todos y aquí nos presentamos y nos damos como una ofrenda de rebeldía hacedora y no de destruccion. Recogemos lo más rico y fecundo de la tradición, y asimilamos los alentadores frutos de los creadores de ahora y del futuro. El poder de la poesía está aquí, en todos nosotros, sólido, inexpugnable, como torrente irrefrenable de agua viva. 

Y sabemos que si algo hay que le da personalidad y carácter a la poesía es, y así lo será, la ausencia de corsés, de normas, de catecismos, de prohibiciones; es que la libertad es su terreno y su única e insobornable deidad.

¡Vengan! Son los días de viajar juntos, sin reprensión y, como corresponde, con la prudencia de los justos, en esta nave perpetua que es la poesía 

Los abrazamos, desde este Perú "de metal y melancolía", y en este Perú -"al pie del orbe"-, al cual nos adherimos sin reserva alguna.

En esta "nave perpetua" que es la poesía que se convierte en carne y sigue siendo luz 

¡Viva la poesía!».

Recibe mi abrazo, Eloycito, hermano, ¡siempre!, allá donde ya no sientes dolores.

                                                       ©Bernardo Rafael Álvarez

domingo, 15 de diciembre de 2024

¿«COCOTOLOGÍA»?

Me había parecido extraño que en el Diccionario de la Lengua Española (DLE) apareciese «Tarjeta de Navidad» como significado de la palabra «Christmas». Luego de hacer las averiguaciones pertinentes, acabo de enterarme de que, efectivamente, en España es usada en ese sentido, lo que, por cierto, es legítimo. Ahora me ha surgido otra inquietud. 

Todos conocemos aquello del arte de confeccionar «pajaritas de papel», ¿verdad? Se hacen lindas figuritas de diferentes formas (no solo pajaritos) con papel (casi siempre «papel cometa») doblado varias veces. Nosotros lo conocemos mayormente como «origami» (palabra procedente del japonés), pero también se le nombra con este otro vocablo: «papiroflexia» («papȳrus», que significa papel, y «flexus», que es «doblado»).

Bueno, pues, mi inquietud es la siguiente: ¿Por qué la RAE, incorporó en el Diccionario, como nombre del arte mencionado, la curiosa expresión «cocotología» que -según tengo entendido- nunca formó parte del léxico de nuestro idioma: no fue ni es usado por los hablantes? Como sabemos, el Diccionario (me refiero, obviamente, al de la RAE) se ha hecho con este propósito (la misma Academia lo dice): recoger «el uso que los hablantes les dan o les han dado a las palabras para que otros hablantes puedan entenderlas si se encuentran con ellas» («Libro de estilo de la lengua española»). Las palabras vigentes en el uso.

Amigos que viven al otro lado del «charco», concretamente en España, me han dicho que, allá, la palabra más usual para referirse a lo que nosotros los peruanos llamamos «origami», es «papiroflexia», y me han mostrado su extrañeza por el término «cocotología», que no conocían..

¿Por qué, repito, este vocablo aparece en el Diccionario? Se encuentra en el repertorio oficial desde 1992; y, curiosamente, en esa edición no había sido aún incorporado el nombre traído del Japón, «origami», pero sí ingresó «papiroflexia». Origami recién fue «oficializado» por la Academia a partir de la edición 23 (año 2014), a pesar que desde mucho antes ya era un término usado en gran parte del territorio hispanohablante. 

Tengo la sospecha de que la inclusión de «cocotologia» en el repertorio se hizo no porque la Academia hubiese tenido información de su uso en alguna región hispanohablante (porque era imposible tal cosa), sino como un acto de reconocimiento y homenaje a don Miguel de Unamuno, al cumplirse entonces (exactamente, un día como hoy: el 15 de diciembre) sesenta años de su elección como miembro de la Real Academia Española (a la que, sin embargo, el ilustre literato y pensador no llegó a ingresar).

Claro, me preguntarán: ¿Y qué tiene que ver con esto el autor de «Niebla» y de la patética frase «Me duele España»?[1] Lo menciono por esto: porque él fue quien inventó la palabrita de marras, «cocotología», y la insertó en los apuntes que escribió acerca de su afición y gusto por doblar papeles y hacer figuritas. ¿Seguramente no le gustaban las palabras «origami» y «papiroflexia» y, por ello, prefirió crear una nueva? No, porque, como ya lo insinué, es evidente que estas palabras no existían entonces en el acervo lingüístico español. La creación del neologismo lo hizo Unamuno, uniendo la voz francesa «cocotte» (que, según dicen, es «pajarita de papel») y «-logia» (tratado o estudio).

Como es evidente -si nos atenemos a los elementos con que fue creada la palabra- el nombrecito de marras nada tiene tiene que ver, literalmente, con el arte o la técnica de hacer «pajaritas de papel» (tratado o estudio son otra cosa).

Ahora hago la pregunta final y concluyo: ¿Podríamos considerar correcto lo hecho por la Academia al incorporar en el Diccionario (con la marca que en este caso pareciera un eufemismo: "p. us"; o sea, poco usada) una palabra (ajena al léxico de los hispanohablantes) solo por haber sido inventada por un gran escritor; es decir, por tratarse únicamente de una simpática curiosidad literaria? 

Me respondo. Creo que no fue una decisión correcta. La Academia incurrió en lo que, digamos, sería una infracción de la norma institucional  y léxicográfica en la Corporación. Como sabemos, el repertorio oficial fue el importante aporte hecho por la RAE, desde sus primeros años,  para registrar el léxico de los hablantes (es decir, el vocabulario, las palabras que habla la gente); no para recoger las novedades generadas por la inventiva de poetas y narradores, por más pintorescas o significativas que pudieran ser o parecer. Lo que sí hubiera sido aceptable es que el vocablo en cuestión y, naturalmente, cualquier otro creado por un escritor importante, se incluyese en un diccionario de carácter estrictamente literario, hecho para recoger voces o expresiones inventadas en el campo de la literatura; pero insertarlas en el Diccionario de la Lengua Española, no, pues este tiene otros fines. Neologismos de origen literario solo podrían ser recogidos por la Academia, en el Diccionario oficial, si comprueba,  fehacientemente, que se trata de voces que han sido asentadas en el uso, son usadas, realmente, por los hablantes; si esto no ocurre, no. 

Por lo dicho, estimo que sería justo y conveniente que la RAE considerara la necesidad de poner atención en este asunto y que, como corresponde, cuidadosa y meticulosamente, procediese a una depuración del Diccionario oficial. Si, definitivamente, quedara demostrado (como, hasta ahora, entiendo que lo está) que «cocotologia» es una palabra no existente en el léxico del idioma español, debería ser excluida, tal vez, del Diccionario. 

Yo me permitiría sugerir a la RAE y, en efecto, aquí lo hago, que edite un diccionario literario en el que se reúnan los más significativos vocablos y expresiones que aparecen en las obras literarias como producto de la imaginación creativa de nuestros grandes escritores; sería realmente valioso. 

(Bien, lo expuesto es mi opinión, y -con todo respeto- he cumplido con darla a conocer aquí).[2] 

                                              © Bernardo Rafael Álvarez



[1] Dije que Unamuno no llegó a hacer su ingreso, como miembro, a la RAE. La frase suya que he citado, «Me duele España», revela el estado de malestar que el escritor sufrió por la situación políticamente deplorable que atravesaba su país; esa situación es lo que hizo  que no llegara a concretarse su ingreso en la Corporación.

[2] Y, claro, he presentado mi propuesta ante la docta corporación matritense.

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sábado, 7 de diciembre de 2024

EL CRUSTÁCEO LLAMADO "MUYMUY"

El MUY MUY: «Crustáceo comestible de tres a cinco centímetros de longitud, con caparazón a modo de uña, de color gris, que vive bajo la arena de la rompiente» (DLE). 

                               ***

Pregunto a los amigos: ¿La palabra «cuita» la pronuncian con la mayor fuerza de voz en la «i», o sea [kuíta]; o la pronuncian con el acento en la «u», es decir [kúyta]? Obvio, la pronuncian como en el primer caso mencionado, con el acento en la «i». Bueno, la pregunta la he hecho por lo que voy a exponer enseguida. 

Hay un crustáceo comestible de color gris, que mide de tres a cinco centímetros de longitud y vive «bajo la arena de la rompiente». Su nombre científico es «Emerita analoga», pero, en el Perú, popularmente -desde hace muchísimo tiempo-, lo conocemos como «muy muy», y, así como acabo de hacerlo, hemos escrito siempre su nombre. Sin embargo, en la última edición del Diccionario de la Lengua Española (DLE) y en las dos anteriores (2001 y 1992), y también en el Diccionario de Peruanismos -o DiPerú- e incluso en el de Americanismos, curiosamente aparece registrado como «muimuy». (Pero, claro, el DLE registra también la otra forma -«Muy muy»-; no así el diccionario publicado por la Academia Peruana de la Lengua y tampoco el de Americanismos, en los que solo aparece «Muimuy»).

¿Por qué se les ocurrió escribirlo así, pudiendo haberlo hecho -para que se convirtiese en un nombre con una sola palabra- de esta otra manera: «muymuy»? ¿Por qué en la primera sílaba pusieron la «i» latina y solo en la segunda conservaron la «y»? La verdad es que no encuentro una respuesta que pudiera ser satisfactoria.

Veamos lo siguiente. El nombre tradicional y más antiguo del molusco mencionado es, como lo sabemos todos, «muy muy» y su pronunciación (también todos la conocemos) se da con golpes de voz similares en ambas sílabas: [múy.múy]. 

Y, claro, si a esa forma de escritura la queremos convertir en una sola palabra, lo razonable y naturalmente correcto es, simplemente, unir las dos referidas sílabas, así: «muymuy». Y su pronunciación, por cierto, será la misma del nombre escrito en dos palabras que acabamos de ver; es decir, estaremos ante una palabra con dos acentos: [múymúy]. Ya lo dije al principio de esta nota: la palabra «cuita» no se pronuncia [kúyta], sino [kuíta]. Y si escribimos «muimuy», tenemos que aceptar que su pronunciación (que no corresponde a la realidad, al uso) tiene que ser esta: [muímuy], y que la pronunciación adecuada a la forma correcta de escribir el nombre es esta otra: [múymúy]. 

Repito: ¿Por qué se les ocurrió introducir una «i» en la primera sílaba y solo en la segunda conservar la «y»? ¿No se dieron cuenta de que -sin quererlo, naturalmente- lo que estaban haciendo era, en realidad, cambiarle de nombre al molusco también conocido popularmente como «chanchito de mar», «pulgón de mar» y «chiquiliqui»? 

Así como ocurre con la palabra «cuita», que hemos visto al principio, al escribir «muimuy» -como hacen los respetables académicos de la lengua- se está sugiriendo una pronunciación que, en la primera sílaba, resalta el acento (o mayor golpe de voz) de la segunda de sus vocales, la «i»; y, como bien sabemos, esta no es la pronunciación que se da en el uso, en la realidad; la escritura, tal como aparece en los diccionarios académicos, no es, pues, la correcta.  (Me permito agregar, como otro ejemplo, esta palabra hipotética: «cuicuy». ¿La pronunciaríamos [kúykúy]? No, ¿verdad?, pues, tal como está escrita, sonaría así: [kuíkuy]; para que suene de la otra forma, tendría que escribirse así: «cuycuy»). 

Por consiguiente, las dos formas de escritura del nombre que le corresponde al crustáceo, al que DiPerú describe como «diminuto, de antenas retráctiles, que "construye" (sic) madrigueras en la arena de la playa»- deberían ser las siguientes: «muy muy» (en dos palabras separadas, que es la forma tradicional, la más antigua, y es la que registra el Diccionario de Peruanismos -edición de 1999- del querido Juan Álvarez Vita) y esta otra (en una sola palabra): «muymuy». Definitivamente (y lo digo con absoluta convicción), no esta forma: «muimuy», que equivocadamente aparece en el Diccionario de Peruanismos (DiPerú), en el Diccionario de Americanismos y también en el Diccionario de la Lengua Española (DLE). 

Creo que se impone, pues, la necesidad de que los repertorios académicos, que acabo de mencionar, sean modificados en las entrada referida al nombre del crustáceo en cuestión. Es decir, que se reconozca el error en que se ha incurrido. 

                ¡Un abrazo!

 

© Bernardo Rafael Álvarez

 

lunes, 9 de septiembre de 2024

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: DEL ESPANTO A LA TERNURA*

Foto: Camila Borge Pérez

El 5 de setiembre de 1977, la NASA lanzó una sonda robótica espacial con el fin de explorar Júpiter y Saturno y adentrarse en el espacio interestelar para recabar fotografías e información de aquellos parajes remotos. La sonda Voyager 1 lleva un disco de oro: “Sound of earth” con imágenes y sonidos de la tierra que, en caso de encontrarse con alguna civilización, le ofrezca noticias de nosotros los terrícolas y un mensaje de paz en cincuenta y cuatro lenguas de nuestro planeta, incluido el quechua. Aquello despertó la imaginación de todo el mundo. Recuerdo a mi abuela María que seguía paso a paso los acontecimientos. Ella, que era serrana, se sentía orgullosa de que la sonda contuviera fotos de sus paisanas, música de zampoñas recogida por José María Arguedas, y un mensaje que dice:  “Kay pachamanta niytapas maytapas rimapallasta runasimipi”: Desde la tierra, un saludo a todos en runasimi.

 

Han pasado tantos años que yo casi lo había olvidado, hasta que en plena pandemia me encontré en el ciberespacio con un poema llamado “Voyager”, de mi entrañable Bernardo Rafael Álvarez, que lanza versos como lanzan los náufragos botellas al mar, con mensajes dirigidos a quien alguna vez los encuentre.

 

“Acaso este poema sea 

-aunque jamás ha de llegar tan lejos- 

como aquel disco de oro (“Sound of Earth”)

(...)  

acaso como aquella sonda,

este poema, disparado al aire,

 se extravíe, ebrio de sentimiento

(...) 

pero yo, terco como una mula 

(...) 

sin remedio ni brújula, 

¡dale y dale con mi poesía, caracho!”

 

Y en verdad, la poesía de Bernardo: poesía del dolor, pero también del júbilo, poesía del cuerpo y sus fluidos, del alma y sus anhelos, describe tan profundamente al ser humano, que merecería un rinconcito en aquel disco viajero del tiempo.

 

Hijo de la "dulce Biguita" y el maestro Rafa (“mi neguito lindo” lo llama él), Bernardo Rafael Álvarez nació el 12 de noviembre de 1954 y, como bien dice Winston Orrillo: 

 

“Este singular bardo peruano, que, como los de su raigal estirpe, proviene no de la metrópoli, ni siquiera de la capital del Departamento de Áncash, sino de Pallasca (...) como el máximo penate de la poesía peruana, que vio la luz no en Lima, sino en Santiago de Chuco; y, asimismo, de otro de nuestros antepasados, el Divino Rubén, que tampoco nace en Managua sino en Metapa (hoy Ciudad Darío) poblado medio perdido en la hoy bienamada Patria de Sandino”.

 

Nuestro poeta, a su Pallasca la describe como un "aguafuerte, en la onda de Chagall":

 

“(De carne y hueso + tierra húmeda + hierba sumamente/ Verde & cabras & ovejas que rebotan su idioma/ Cotidiano en las paredes de barro de las casas atadas/ Al cielo...)”

 

En 1972 se vino a Lima y en esta inmensa ciudad-laberinto en medio del arenal de la costa peruana, enclavada entre el entre el Pacífico y la cordillera, entre sus mil vericuetos y callejuelas, jirones y avenidas, quiso el destino que fuera a dar a un departamento frente a mi casa. Como cosa del destino seguramente fue que un día tocaran el timbre y, al ir a atender, se diera con que era el poeta Arturo Corcuera en su arca de “Noé delirante” ilustrada por la gran Tilsa Tsuchiya. Pero ya para entonces, Beinaidasho era poeta. Lo había sido desde que cursaba la Primaria en la Escuela Prevocacional 293 de Pallasca y compuso su primer poema en honor al héroe pallasquino Andrés Gavancho, asesinado por las fuerzas invasoras en 1883.

 

De cuño horazeriano, la de Bernardo es una poesía de barricada. Poesía guerrillera que apunta y pone el pecho. 

 

El poeta desafía al poder que “oprime a los hombres humanos”. El poder que impone sus códigos. Que define lo bello, lo noble, lo justo. Siempre del lado opuesto de los “Wariwiracocharuna”, desdeñando e invisibilizando su exactitud, su sabiduría, su “estructura perfecta”, su inteligencia. Su dignidad de “piedra en pie”.

 

El poeta desenmascara al dios de “Nosotroslosseñores”. Les rompe “todos los vidrios del cielo”, su “mentirosa aurora”, su “fiatlux”. La enfrenta con su opuesto: su “jaibit”, su sombra, su sangre, su escoria. “Resplandor y sombra”, sombre, hombre. 

 

El poeta se arma de sombra para enfrentar al poder. “Agg puf plaf”. Como el pongo soñador de Arguedas, los embarra de versos del cuerpo: que escupe, que hiede, que moquea. Cuerpo desnutrido, nauseabundo, purulento, sifilítico por culpa de ellos. Les arroja en su palabra “un aroma de letrina”, “una patada en el poto y adiós pampa mía” y “...este gargajo”.

 

El poeta confiesa que ejerce “la apología del escarabajo como un tributo al mundo”. Y como un tributo a nuestra especie nos devuelve el cuerpo, nuestro cuerpo humano, animal de cuerpo entero: con sus miserias y sus resplandores, con sus llagas, sus orgasmos, su maravilla. Sus “ojos dehiscentes” que miran el mundo y su belleza, como habas, como alverjitas, como vulvas sagradas, tras las “Mamparas” de “abrir y cerrar sombra y luz precipicio y cima (...) pluaf pluaf pluaf/”.

 

El poeta es “Uno y trino”. “Estito nada más” y Dios. Santo y cucaracha, mosquito. Dualidad triple “como florecen los cactus”. Trinidad cantora, que trina “como las aves descuajaringadas” mientras “la ciudad excreta" búhos sabihondos y malos gobiernos.

 

Su poesía es una lección de solidaridad, de generosidad, de empatía. Nos enseña a comprender el sufrimiento del otro, desde el amor. A experimentar como propia la experiencia ajena. A echar nuestra suerte con el niño aquel “que limpia carros con sus manos repletas de groserías”.

 

Es un canto de “alabanza a la Creación y la vida”. Una declaración de amor:

 

“Cojo tu sonrisa

Entre mis dedos

Para beberla como agua de arroyo

Y tu piel de durazno

Secuestra mis sentidos...”

 

Álvarez tiene en su haber varios libros de poesía: 

• “Aproximaciones & Conversaciones” (1974).

• “Dispersión de cuervos” (1999).

• “Toro de trapo y algunas otras deudas” (2003).

• “Los bajos fondos del cielo” (2007).

• “La divina hoguera (Selección personal: 1973-2017)” (2019).

• “Sitis” (edición virtual, 2020).

 

También ha publicado los ensayos:

• “El poeta, la amada muerta y la flor del monte. Mitos tras Luis Pardo, el bandolero” (edición virtual, 2009).

• “Los valles apurados. Reflexiones tras leer el ensayo de Vargas Llosa sobre José María Arguedas y el Indigenismo” (edición virtual, 2010).

• “El habla del conshyamino. Diccionario del castellano de Pallasca” (2019).

• “Del taita Arguedas y otros temas peruanos” (2021/ 2022).

• “Lecturerías” (edición virtual, 2021).

• “Palabras amotinadas” (2021).

• “Fundacional: un acercamiento a la narrativa de Cronwell Jara Jiménez” (2023).

• “¡Habla, cho! Una aproximación al castellano de Pallasca y a la extinta lengua culle” (2023).

• “De tempestades, sueños y palabras urgentes. Hora Zero y los días aquellos” (edición virtual, 2023).

 

La poesía de Bernardo Rafael ha sido incluida en antologías como:

• “Hora Zero, la última vanguardia latinoamericana de poesía” (2000).

• “Un canto por Sierra Maestra” (2000).

• “Yacana / 51 poetas” (2005).

• “Poesía Peruana contemporánea, 33 poetas del 70” (2005).

• “Hora Zero. Los broches mayores del sonido” (2009/ 2019).

• “Letras para crecer”. Autores peruanos y extremeños” (2015).

• “Voces de la poesía peruana” (2021).

 

Además, Bernardo Rafael Álvarez administra en internet el "Consultorio Gratuito del Idioma", trinchera desde la que defiende la libertad y la belleza de la palabra.

 

En fin, son estas sólo algunas de las razones por las que la Sociedad Literaria Amantes del País se honra en entregarle la medalla “Palabra en Libertad”. 

 

 

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* Palabras de Marcela Pérez Silva. Entrega de la medalla “Palabra en Libertad” al poeta Bernardo Rafael Álvarez. Casa Mariátegui, 4 de setiembre, 2024