lunes, 9 de septiembre de 2024

BERNARDO RAFAEL ÁLVAREZ: DEL ESPANTO A LA TERNURA*

Foto: Camila Borge Pérez

El 5 de setiembre de 1977, la NASA lanzó una sonda robótica espacial con el fin de explorar Júpiter y Saturno y adentrarse en el espacio interestelar para recabar fotografías e información de aquellos parajes remotos. La sonda Voyager 1 lleva un disco de oro: “Sound of earth” con imágenes y sonidos de la tierra que, en caso de encontrarse con alguna civilización, le ofrezca noticias de nosotros los terrícolas y un mensaje de paz en cincuenta y cuatro lenguas de nuestro planeta, incluido el quechua. Aquello despertó la imaginación de todo el mundo. Recuerdo a mi abuela María que seguía paso a paso los acontecimientos. Ella, que era serrana, se sentía orgullosa de que la sonda contuviera fotos de sus paisanas, música de zampoñas recogida por José María Arguedas, y un mensaje que dice:  “Kay pachamanta niytapas maytapas rimapallasta runasimipi”: Desde la tierra, un saludo a todos en runasimi.

 

Han pasado tantos años que yo casi lo había olvidado, hasta que en plena pandemia me encontré en el ciberespacio con un poema llamado “Voyager”, de mi entrañable Bernardo Rafael Álvarez, que lanza versos como lanzan los náufragos botellas al mar, con mensajes dirigidos a quien alguna vez los encuentre.

 

“Acaso este poema sea 

-aunque jamás ha de llegar tan lejos- 

como aquel disco de oro (“Sound of Earth”)

(...)  

acaso como aquella sonda,

este poema, disparado al aire,

 se extravíe, ebrio de sentimiento

(...) 

pero yo, terco como una mula 

(...) 

sin remedio ni brújula, 

¡dale y dale con mi poesía, caracho!”

 

Y en verdad, la poesía de Bernardo: poesía del dolor, pero también del júbilo, poesía del cuerpo y sus fluidos, del alma y sus anhelos, describe tan profundamente al ser humano, que merecería un rinconcito en aquel disco viajero del tiempo.

 

Hijo de la "dulce Biguita" y el maestro Rafa (“mi neguito lindo” lo llama él), Bernardo Rafael Álvarez nació el 12 de noviembre de 1954 y, como bien dice Winston Orrillo: 

 

“Este singular bardo peruano, que, como los de su raigal estirpe, proviene no de la metrópoli, ni siquiera de la capital del Departamento de Áncash, sino de Pallasca (...) como el máximo penate de la poesía peruana, que vio la luz no en Lima, sino en Santiago de Chuco; y, asimismo, de otro de nuestros antepasados, el Divino Rubén, que tampoco nace en Managua sino en Metapa (hoy Ciudad Darío) poblado medio perdido en la hoy bienamada Patria de Sandino”.

 

Nuestro poeta, a su Pallasca la describe como un "aguafuerte, en la onda de Chagall":

 

“(De carne y hueso + tierra húmeda + hierba sumamente/ Verde & cabras & ovejas que rebotan su idioma/ Cotidiano en las paredes de barro de las casas atadas/ Al cielo...)”

 

En 1972 se vino a Lima y en esta inmensa ciudad-laberinto en medio del arenal de la costa peruana, enclavada entre el entre el Pacífico y la cordillera, entre sus mil vericuetos y callejuelas, jirones y avenidas, quiso el destino que fuera a dar a un departamento frente a mi casa. Como cosa del destino seguramente fue que un día tocaran el timbre y, al ir a atender, se diera con que era el poeta Arturo Corcuera en su arca de “Noé delirante” ilustrada por la gran Tilsa Tsuchiya. Pero ya para entonces, Beinaidasho era poeta. Lo había sido desde que cursaba la Primaria en la Escuela Prevocacional 293 de Pallasca y compuso su primer poema en honor al héroe pallasquino Andrés Gavancho, asesinado por las fuerzas invasoras en 1883.

 

De cuño horazeriano, la de Bernardo es una poesía de barricada. Poesía guerrillera que apunta y pone el pecho. 

 

El poeta desafía al poder que “oprime a los hombres humanos”. El poder que impone sus códigos. Que define lo bello, lo noble, lo justo. Siempre del lado opuesto de los “Wariwiracocharuna”, desdeñando e invisibilizando su exactitud, su sabiduría, su “estructura perfecta”, su inteligencia. Su dignidad de “piedra en pie”.

 

El poeta desenmascara al dios de “Nosotroslosseñores”. Les rompe “todos los vidrios del cielo”, su “mentirosa aurora”, su “fiatlux”. La enfrenta con su opuesto: su “jaibit”, su sombra, su sangre, su escoria. “Resplandor y sombra”, sombre, hombre. 

 

El poeta se arma de sombra para enfrentar al poder. “Agg puf plaf”. Como el pongo soñador de Arguedas, los embarra de versos del cuerpo: que escupe, que hiede, que moquea. Cuerpo desnutrido, nauseabundo, purulento, sifilítico por culpa de ellos. Les arroja en su palabra “un aroma de letrina”, “una patada en el poto y adiós pampa mía” y “...este gargajo”.

 

El poeta confiesa que ejerce “la apología del escarabajo como un tributo al mundo”. Y como un tributo a nuestra especie nos devuelve el cuerpo, nuestro cuerpo humano, animal de cuerpo entero: con sus miserias y sus resplandores, con sus llagas, sus orgasmos, su maravilla. Sus “ojos dehiscentes” que miran el mundo y su belleza, como habas, como alverjitas, como vulvas sagradas, tras las “Mamparas” de “abrir y cerrar sombra y luz precipicio y cima (...) pluaf pluaf pluaf/”.

 

El poeta es “Uno y trino”. “Estito nada más” y Dios. Santo y cucaracha, mosquito. Dualidad triple “como florecen los cactus”. Trinidad cantora, que trina “como las aves descuajaringadas” mientras “la ciudad excreta" búhos sabihondos y malos gobiernos.

 

Su poesía es una lección de solidaridad, de generosidad, de empatía. Nos enseña a comprender el sufrimiento del otro, desde el amor. A experimentar como propia la experiencia ajena. A echar nuestra suerte con el niño aquel “que limpia carros con sus manos repletas de groserías”.

 

Es un canto de “alabanza a la Creación y la vida”. Una declaración de amor:

 

“Cojo tu sonrisa

Entre mis dedos

Para beberla como agua de arroyo

Y tu piel de durazno

Secuestra mis sentidos...”

 

Álvarez tiene en su haber varios libros de poesía: 

• “Aproximaciones & Conversaciones” (1974).

• “Dispersión de cuervos” (1999).

• “Toro de trapo y algunas otras deudas” (2003).

• “Los bajos fondos del cielo” (2007).

• “La divina hoguera (Selección personal: 1973-2017)” (2019).

• “Sitis” (edición virtual, 2020).

 

También ha publicado los ensayos:

• “El poeta, la amada muerta y la flor del monte. Mitos tras Luis Pardo, el bandolero” (edición virtual, 2009).

• “Los valles apurados. Reflexiones tras leer el ensayo de Vargas Llosa sobre José María Arguedas y el Indigenismo” (edición virtual, 2010).

• “El habla del conshyamino. Diccionario del castellano de Pallasca” (2019).

• “Del taita Arguedas y otros temas peruanos” (2021/ 2022).

• “Lecturerías” (edición virtual, 2021).

• “Palabras amotinadas” (2021).

• “Fundacional: un acercamiento a la narrativa de Cronwell Jara Jiménez” (2023).

• “¡Habla, cho! Una aproximación al castellano de Pallasca y a la extinta lengua culle” (2023).

• “De tempestades, sueños y palabras urgentes. Hora Zero y los días aquellos” (edición virtual, 2023).

 

La poesía de Bernardo Rafael ha sido incluida en antologías como:

• “Hora Zero, la última vanguardia latinoamericana de poesía” (2000).

• “Un canto por Sierra Maestra” (2000).

• “Yacana / 51 poetas” (2005).

• “Poesía Peruana contemporánea, 33 poetas del 70” (2005).

• “Hora Zero. Los broches mayores del sonido” (2009/ 2019).

• “Letras para crecer”. Autores peruanos y extremeños” (2015).

• “Voces de la poesía peruana” (2021).

 

Además, Bernardo Rafael Álvarez administra en internet el "Consultorio Gratuito del Idioma", trinchera desde la que defiende la libertad y la belleza de la palabra.

 

En fin, son estas sólo algunas de las razones por las que la Sociedad Literaria Amantes del País se honra en entregarle la medalla “Palabra en Libertad”. 

 

 

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* Palabras de Marcela Pérez Silva. Entrega de la medalla “Palabra en Libertad” al poeta Bernardo Rafael Álvarez. Casa Mariátegui, 4 de setiembre, 2024


sábado, 31 de agosto de 2024

Tulio Mora, acerca de mi libro "Dispersión de cuervos".

 

EL CRIMEN LÍRICO DE BERNARDO ALVAREZ

 


En torno a Hora Zero se han tejido, más que mitos, malinterpretaciones. Algunos han dicho, por ejemplo, que todos escribimos igual, quizá por el aliento de “épica urbana” que primó inicialmente entre los más conocidos. Hoy, que presentamos el libro de Bernardo Álvarez, “Dispersión de cuervos”, veremos que la clonación poética no es uno de los atributos de HZ.  No podría serlo ya que HZ fue un grupo en el que, según un listado completo de sus miembros, que aparece en la tesis doctoral del profesor Raúl Jurado, hubo en un momento hasta sesenta personas. Lo que hubo fue una poética común, el “Poema Integral”, que cada quien teorizo y aplicó a su manera.

Esto es usual en las poéticas grupales, recuérdese al surrealismo: el llamado automatismo no es igual en Artaud que en Breton o en Eluard. De la cercanía o distancia de ese postulado provienen las diferencias poéticas y hasta políticas. Artaud fue un radical absoluto, Breton, como Sumo Pontífice, intentó el equilibrio de su propio orden, Eluard simplemente se sirvió del surrealismo como una técnica. Pero los tres han escrito poemas admirables, quizá Eluard es el más unitario, aunque su poesía y su postura política (stalinista), a mi particularmente no me conmueven. Y antes que la valiente actitud de Breton, que en los tempranos 30 advirtió de los abismos a que conducía el stalinismo, convirtiéndose en la guerra en un anarquista (léase el más hermoso de sus poemas, “Oda a Charles Fourier”), prefiero a Artaud, al loco inasible, a su lúcida pasión enjaulada, al grito más estremecedor de este siglo que hayamos escuchado en “Van Gogh, el asesinado por la sociedad”.

En HZ, el “Poema Integral” podía tener resonancias formales (una suerte de discurso acumulativo de varía discursos: prosa, verso, ensayo, cartas, etc.), pero sobre todo tenía una inconfundible resonancia ideológica de un no muy lejano concepto en boga en la generación se Mariátegui: “Perú Integral”, la utopía de la articulación de lo desarticulado, de la unidad de lo fragmentado. En consecuencias, está asociación era, además de una literatura, un programa nacional que aparece y reaparece a lo largo de este siglo en varios instantes y en boca de nuestros mejores escritores: es la “escritura híbrida” de Gamaliel Churata y “todas las sangres” de Arguedas. En todos los casos, admirablemente, los escritores (que fueron provincianos, además) han coincidido que esta integralidad no puede construirse con prescindencia de la palabra escrita. La escritura sobre todo, entonces, en el Perú ha de construir esa integralidad utópica.

El profesor Miguel Ángel Huamán, en su estudio “Fronteras de la escritura, discurso y utopía de Churata” (1994), nos expresa algo que bien puede explicar la aparición de HZ: “Cada vez que en sociedad se vive una crisis es gran magnitud se manifiestan cambios en la valoración de la lengua; rechazo o aceptación de normas que no siempre tienen que ver con la corrección gramatical o la concordancia que rige a los núcleos de la lengua dominante. La realidad de la diglosia, es decir el contacto entre lenguas en relación de dominante a dominada, nos permite comprender la carencia de una lengua nacional y la necesidad de construir una lengua común, socialmente legitimada por la pluralidad de la colectividad, cuya estandarización como lengua general -el proceso de establecer una modalidad como capaz de satisfacer los requisitos de la comunicación intercultural-, tiene en la escritura un aspecto esencial de legitimidad”.

El “Poema Integral” tuvo, según esta apreciación, que buscar su legitimidad de manera beligerante, -beligerancia que nace de la misma sociedad peruana, como veremos adelante en el texto de Álvarez-. Este es un punto que ha provocado la malinterpretación. Sin ir muy lejos, anoche, en la presentación del libro de crónicas de Cesáreo Martínez, uno de los presentadores, el periodista Manuel Jesús Orbegozo, intento descalificar a HZ porque, según él, la idea inicial del grupo de cambiar la estupidez social reinante, no había revertido el hecho de que, 30 años después, la misma estupidez se apreciara hoy en los talk-shows. A mí me llamó poderosamente la atención que un comunicador tan prestigiado, que ha entrevistado numerosas veces a escritores de la talla de Hemingway, a sus venerables 70 años no se dé cuenta aún que la poesía nunca ha cambiado el mundo. Y que, en cuanto a cambiar la estupidez de los talk- shows, la pregunta tiene mayor eficacia si la traslada al gobierno, de cuyo diario oficial él es hoy su director. Sería magnífico que en vez de malbaratar páginas ponderando las indemostrables virtudes de una antidemocrática y abusiva re-reelección, El Peruano se propusiese una campaña de higiene mental de los medios de comunicación. Eso por lo menos quitaría un poco de la sombra que le cae hoy al viejo maestro del periodismo.

Pero volviendo a lo nuestro: en HZ hubo, a partir del Poema Integral”, diversas opciones poéticas: las ya conocidas, de la llamada “épica urbana”, en Pimentel, Ramírez Ruiz y Verástegui, y ahora último un estupendo libro, de tiraje artesanal, de José Cerna: “Ruda” (1998), poema escrito en un microbús entre el puente Santa Rosa y San Juan de Lurigancho; otra que, aplicando el discurso narrativo, tenía de escenario más bien las provincias. En esa tarea estuvieron empeñados Jorge Nájar (Pucallpa), Ángel Garrido y César Gamarra (Cerro de Pasco), Mario Luna (Chimbote), Sergio Castillo y el que esto escribe (Huancayo), Bernardo Álvarez (Áncash), entre muchos otros. A mí no me cabe la menor duda que está tendencia ha sido la más rica porque liquida toda una poética provinciana que se había congelado en una modernidad válida para los años 30, pero disfuncional hacia fines del siglo: la del indigenismo con aplicaciones vanguardistas y surrealistas, que, salvo el gran Churata, no perseguía esa integralidad tan reclamada por los escritores más lúcidos de este siglo, sino la legitimación de un espacio sociocultural parcial. Esa es para mí su más lamentable limitación porque la idealización rural divorciaba la prédica de “Perú Integral”.

Hay otras dos opciones en HZ, que son poco conocidas: una barroca que, a la manera del maestro Lezama Lima o de Carlos Germán Belli, intentó un equilibrio entre la palabra prestigiada y la popular; a esa vertiente pertenecen Ricardo Oré, Eloy Jáuregui y el primer libro de Yulino Dávila; y una última, la que yo he dado en llamar “la poesía del escenario globalizado”, que aplica la misma técnica del “Poema Integral” pero está escrita fuera del país: Rubén Urbizagástegui, Elías Durand y Yulino Dávila de su segundo libro.

Lamentablemente, hasta el momento HZ no ha podido publicar su antología, que modificaría por lo menos en parte esas percepciones antojadizas, ya que no tratamos tampoco de convencer a nadie de nuestras virtudes poéticas. La poesía, como se sabe, es una cuestión de empatía y de filiación: hay quienes prefieren a Westphalen, Martín Adan, Eielson, Hinostroza, Cisneros, Montalbetti, Chirinos, más que a Vallejo y HZ. Esta preferencia es la más común y la de más larga tradición en la poesía peruana, que aspira al discurso cosmopolita, erudito y trascendentalista. Por supuesto, sería difícil convencer a esta poética que nosotros no pasamos de ser “poetas gritones”. Como a nosotros nos es difícil aceptar que un poeta se dé el lujo de escribir para encontrar detrás de la palabra el silencio místico, revelador, en un país en el que el silencio es precisamente la mejor metáfora de la in-significancia social, de la mudez masificada y que desde la privación de la voz explica las hondas diferencias que cada cierto tiempo se convierten en trágicas.

De cualquier modo, esta rápida precisión nos bastará para entrar de lleno al segundo libro de Álvarez, quien publica luego de 25 años a de la aparición de “Aproximaciones & conversaciones” (1974).


Empecemos por esa interesante cita del profesor Huamán, que es a su vez una suerte de paráfrasis del maestro Barthes en “El grado 0 de la escritura”: la idea de una convulsión social que renueva el lenguaje y legitima un discurso. Fijémonos un escenario para “Dispersión de cuervos”: el Perú de los años 80, es decir los años de la violencia social aplicada al continente corporal y que en Álvarez se traduce en una ecología de la evacuación, de la humedad, de la liquidez, de la seminación, casi siempre asociadas además a un escenario debajo de lo urbano o de lo rural, es decir en su cuerpo interior (cañerías, cloacas o lo que subyace en la pudrición del paisaje: hojas secas, insectos). Debemos agregar a esa construcción una intertextualidad paradigmática: algunos héroes de la mitología griega, de la Biblia, Shakespeare, Kafka, Roussel. Y, por último, su sentido de lo sexual como una pulsión que se reafirma con una valoración negativa (pecaminosa), que a su vez construye una poética.


En el primer poema K (Kafka), nos encontramos con Prometeo picoteado por un buitre, no en el hígado sino en los pies, o sea en los órganos más terrenos de su cuerpo. El robador de la luz divina es al mismo tiempo, la sombra egipcia, Jus, tal vez Juan (H) Jus, pensador y humanista, distinguido representante de la Reforma en Bohemia (Alemania), castigado en el siglo XV por la Inquisición, y Kafka en el tránsito de convertir a Gregorio Samsa en escarabajo. En el escenario urbano, del que brotan “apio y aceite”, Prometeo descubre que “el viento no se apiadará de mí: caparazón, insecto gigante”. El mundo se ha convertido en el excremento que rueda a voluntad del escarabajo kafkiano, donde “nada acontece”, aunque todo está en orden. Un orden que nace del castigo de Prometeo, que es capaz de crear una ilusoria belleza, “en un lago las ranas cantaban y jugaban”, y sin embargo induce a la desesperación: alguien (Juan Ruiz, suponemos que el Arcipreste de Hita) es invocado para liberar a Prometeo, “trae un fusil, suéltalo”, pero el héroe mitológico griego decide trasladarse al despeñadero presumimos que para suicidarse. La segunda metamorfosis se produce en el momento en que “la montaña se desmorona”, Prometeo, antes Jus, luego escarabajo, luego pirámide, luego Gregorio Samsa, se transforma en Hamlet en su célebre “corpses are set to banquet”: “los cadáveres se preparan para el banquete”, donde no comerán sino serán comidos por los gusanos. Volvemos al escenario físico, la ciudad tiene ahora “un cielo de hojalata”, es un “espejo turbio” en que resuenan el viento y las ranas “y el agua se entrevera en las totoras”. Allí resuena también Raymond Roussel:  “Yo escucho los llamados de un mundo que se niega”. “¿Quién se atreve a amar la carroña que nos envuelve?”, se pregunta Hamlet, pero quien responde al final del poema es Prometeo: “¡Franz, Franz, no hace falta:  el buitre / se ha suicidado en mi garganta!”.

Así, en ese orden de bizarras transformaciones sucesivas, acumulativas, castigado y castigador son uno mismo. Nos instalamos pues en un mundo deconstruido, múltiple, vertiginoso: ninguna referencia exterior puede hacernos suponer que el sufridor de la rigores históricos tiene alguna relación implícita con ella: el mundo no se ha invertido simétricamente, como en el Pachacuti andino (que el arriba sea abajo y viceversa), sino que se ha promiscuido, es una emanación (un excremento) de representaciones del mismo nivel: seres humanos, insectos, escenarios se han convertido en uno solo mostrando en esa unidad los fragmentos de su origen inicial.


Conviene, sin embargo, para extender esta visión a los 22 poemas del libro, desclasificar la densa concentración del discurso para explicarnos su violentación. La más evidente de ellas tiene que ver con la representación de Prometeo/Jus/Kafka, símbolo aquí de la crítica, de la humanización en la edad del absurdo. Prometeo reclama inicialmente a Jus transformar “mi sangre (en) una flor, un geranio atado / a mi saco sucio, sé mi luz”, pero quien responde a esa demanda es el otro: Franz (Kafka), justo cuando “la ciudad se movía en mareas y remolinos”. Las transformaciones contranatura se producen en esta confusión propiciada por la convulsión física. El héroe inicial pasa a ser un ladrón de la verdad (de la luz) a un resignado: la historia trágica de Occidente se sufre en un pueblo del Perú.

Veremos una traslación temporal de esta naturaleza en otro poema menos ambicioso, pero no menos enigmático, “Ukiyo-e”, en el que Álvarez cita cuatro fechas, entre julio y octubre, como si lo hubiera escrito por arranques más o menos azarosos, como si el poema fuese una agenda o un diario de sus impulsos sensitivos: “julio 28 (…) luciérnaga hembra: incendias la / historia de árboles negros, / sin sonido la noche-lluvia se agua sucia / desciende sobre el asfalto. (…) Agosto 14 (…) la ciudad también se cansa / de mis zapatos (…) 13 de setiembre (estación grotesca adherida a mi frente) / (…) Octubre 7y: de la sal a la transparencia (-rama breve, la flor del naranjo te sacude”. Pero aquí, aunque el caos se funda en un desplazamiento, a diferencia del poema K, el final es positivo.

Creo que a partir de esta aproximación, por cierto que muy superficial frente a un libro esquivo, inasible, podemos intentar capturar parte de lo que ha pretendido Álvarez: la puesta en escena de un cuerpo sometido a las pulsiones sociohistóricas, en su contacto con el exterior (político o físico). Esta poética del cuerpo (del bajo cuerpo, de las vilezas del cuerpo, sería mejor decir) no es nueva, pero es moderna, y tiene como referentes claves a Antonin Artaud y a César Vallejo: la reducción del mundo al universo de una personal fisiología que colisiona abiertamente con la estética noble dominante: la que instaura el sentido de la belleza corporal y moral (la inteligencia y el corazón); a su vez es el discurso individual (microdiscurso) que se opone al discurso del poder (el macrodiscurso), en el que la historia no pasa por la memoria individual, sino por la representación histórica de lo colectivo que encarna precisamente el poder: “encontré    que la ulceración luética alienta la / caridad y la náusea en el cáliz ortigoso del poder” (Gagraina).

Cada una de estas evacuaciones corporales debe leerse como una transformación, y en esta condición como una escritura. El moco, por ejemplo, “sube y baja y vuelva a bajar / formando un beso en los labios del infante” (Gagraina); el fuego de los dioses bulle en las erupciones cutáneas del adolescente, en contraste a las “cañerías de la urbe”, por donde “navega un odio salitroso e impenitente”. En este poema también la traslación temporal (desde la niñez a la adultez) es la estructura que sostiene el texto: los amantes son el ideal del pantano, la humedad succionadora, “anfibia emoción / de la lujuria: un nudo en la humedad mag / nética de los genitales”, pero en los testículos no bulle el fuego de los dioses, sino el pus. El mediodía humano es “hediondo / e indigesto, cómplice del apetito inútil”. Al impulso de la violencia todo se ha descontextualizado, el Homero moderno canta “el crimen lírico” que “traiciona el / sosiego del policía infeliz” y el perro de Ulises, Argos, lame “la épica ternura” del dinamitazo apocalíptico. Interesa ese movimiento sin referentes del moco que sube y baja, independientemente del niño que lo expulsa de su cuerpo: ha cobrado vida propia al ser expulsado, se ha gangrenado con el contacto exterior y entonces exige “la amputación del itinerario”, es decir la fracturación de esa temporalidad que recorre el texto del niño al hombre. Esa trayección del fluido envolvente, que al comienzo del poema forma “un beso en los labios del infante”, es al final “la canción rugosa y salobre del amor”.

Mocos, pedos, semen: el yo que se manifiesta a través de una escritura violentada en una ciudad cubierta de estiércol. Y, sin embargo, no hay más poética que la evacuación. El arte de la poesía es el arte de la pudrición. Sin futuro, Noé construye un arca de estera y palos donde conviven perros, ratas, cucarachas y pulgas con coliformes fecales, donde aún la voz (otra evacuación) es un fruto seco y el diluvio los esfínteres descontrolados. El ocho echado del infinito, la aspiración del “todo y la nada”, la voluntad de trascendencia, son hojas sin razón de ser.

Todo el libro de Álvarez está sobrecogido por esta crispación con una atmósfera irrespirable que en ningún momento renuncia a ordenar sus referentes textuales para podernos ubicar. El cuerpo es una “máquina salvaje”, según la definición de Félix Guatari y Gilles Deleuze, que fabrica su hediondez, su estética y su entorno. El poeta fabricante de palabras que son simultáneamente vida y pecado. Ya no hay una palabra redentora, catártica: la que segrega ese cuerpo es “omnívora alimentándose como caníbal”.

Entre el Martín Adán de “poesía se está callada… escuchando su propia voz”, y esta otra, omnivoraz de su propia sustancia, ha ocurrido por el Perú tantas transformaciones que sería interesante analizar con instrumentos sicoanalíticos y sociológicos que ahora no cuento. Hoy me ha tocado solo presentar esta cantar escabroso, en el que “Dispersión de cuervos”, como consta en la contratapa del libro, “tal vez alude a la hora del Perú en que se aparece al cuadro de Van Gogh donde negras parvadas presagiosas revuelan sobre en campo de trigo. “Cuervos, trigales: el escenario ideal de Álvarez que transcribe el espacio rural con sentido renovado”. Estos espacios que hasta los 50 eran todavía símbolos de la apacible vida provinciana se ven empujados a su aspersión/dispersión, a buscar un eje articulador, después del viento furioso de los 80 y la diáspora campo/ciudad desdibujada aún.

No es que Álvarez sea un pesimista, en el último poema incluso arriesga una suerte de manifiesto horazeriano, “los poetas viven más allá de sus pasos”, pero, como creo muchos peruanos de hoy, se muestra incapaz de arriesgar un pronóstico, viviendo como vive una etapa que siente despojadora de su ser, de su intimidad, que le expropia sus signos. A mí me da la impresión que esta constancia de ser un cuerpo casi autista, solo consciente de su fabricación de flujos, con los que construye su significación de mundo, es el punto más crítico en que se encuentra el país, en ese punto 0 en el que todo es posible. Parafraseando a Barthes diríamos que las referencias de esta poética no se hallan al nivel de la historia, sino de una biología que transmite balbuceos, fracturas semánticas, neologismos y fragmentaciones de la unidad como respuesta a una etapa de transición, una edad que el poeta define como “del chaco (la casa de vicuñas) o el holocausto, elige tú”. Por increíble que parezca, en el Perú esta sintomatología poética, para decirlo como una enfermedad, tan cara a Vallejo, desde los años 20, en que escribió Trilce, y más tarde “El pez de oro”, de Churata, hasta hoy, la poesía más intensa se cubren estos coágulos que no se traducen en un discurso sano, equilibrado, solar. Es imposible, por lo demás, pedirle a un poeta un discurso de esta naturaleza. La hibridez es de algún modo la respuesta a esa cultura acumulativa de múltiples procesos de modernidad que parecen apisonarse como capas geológicas, todas actuando aún con alguna dinámica, de allí el latente y cíclico y sísmico conflicto que alcanzo en los 80 niveles de conflagración jamás vividas en casi 200 años de era republicana. Su desajuste expresivo es su incapacidad de mirarse como una continuidad en una trayectoria definida. No hay un atrás hacia adelante ni largo plazo. La historia, de mitos y ritos, pertenece al poder, antes que a una memoria afianzada en la colectividad. En alguno de sus poemas, Álvarez expresa: “alguien / me dijo que el horizonte es una cuerda atada a dos caballos que galopan en sentidos opuestos”, es decir el futuro, “El futuro garabateado y sin eje”, se le antoja como el suplicio de Túpac Amaru, o también como dos cuerpos que no se reconocen en un solo escenario. Su fractura significa entonces una fractura de ese destino bipolar del país que no ha traído más que tragedia y miseria. Es esta edad, en que, como Vallejo, estamos naciendo de nuestro propio cuerpo, un poeta genuino no puede más que responder con las pulsiones de su propio ser. Me parece que Álvarez lo ha logrado transmitiéndonos en “Dispersión de cuervos· uno de los más descarnados ejemplos de la poética horazeriana.


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Tulio Mora.  El 26 de mayo de 1999 (Presentación de mi librito Dispersión de cuervos, en el Instituto Raúl Porras Barrenechea) 

 

 

 

 

jueves, 29 de agosto de 2024

BIRD/ HOMENAJE A CHARLIE PARKER


BIRD/ HOMENAJE A CHARLIE PARKER 

 

Atando rayos, disolviendo

relámpagos , acallando truenos:

And it’s a hard rain’s a-gonna fall;

mojará calles y parques y

no podremos caminar, zapatos míos,

solo crecer, coger el instante agudo de

la altura donde todos seamos

un monosílabo: vamos a

juntarnos otra vez, Dizzy (Charlie,

eterno palteado

metal agudo tu voz se repite

en tiempos fuertes, como el

deterioro de la carne y los huesos).

Saxo y trompeta reincidirán

en  el pecado y nunca será

demasiado tarde para nuestro

canto encima de las nubes.

El pájaro rompe el cascarón:

alternativa, demonio de las

estepas, to be or not to be y

nada se pudre en esta comarca,

acuoso el ojo del cuervo se deslíe

en mi frazada.

Ni el excremento de un águila

sino la vibración, ni el gluglú del

desagüe y nada, ni la palabra (perico en celo

que se muere en sus alas) perdurarán

en la niebla. Séptimo Círculo,

3er. recinto, Jheronimus Bosch

en el infierno espérame con  tu

mirada de rana: el pata del bop

está por resbalar al Octavo,

átalo a tus telarañas. Y para mí

38 botas de vino más 3 cartas

de marear: El Mar Dulce, donde

el hipocampo y los piratas se confunden.

La sal de la rosa silvestre para

quien viene a la taberna con un

albatros degollado bajo el brazo. Y

fósforo para los atormentados,

más bencina.

Y las uñas de mis pies no van

a enredarse en las raíces que

se arrastran como babosas ni

pasto del arco iris será la

armonía monocroma de mi frente.

Fuego verde como hierba:

ad lib en tu colina de helechos

quiero amar esta cacofonía organizada,

rodeado por el olor del establo,

sin otra alegría que el viento

y sobre Gerión, trazando anchos círculos,

descender en medio del ardor

inextinguible de la sección cañas.

Que desaten los rayos

para derramarlos en mis cabellos,

nos bañen con relámpagos y

golpeen con truenos:

mal venidos a Elsinor. Qué caray!

Deschávate Charlie: inauguraremos

otra vez la celebración del pecado

en medio de bosques incendiados,

con los chirridos de pájaros obscenos que no mueren.




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 Bernardo Rafael Álvarez                                                            (Lima, circa 1976)

lunes, 15 de julio de 2024

¿SIMBOLISTA O CREACIONISTA? JOSÉ MARÍA EGUREN, HACEDOR DE FANTASÍAS, CONSTRUCTOR DE SUEÑOS


El simbolismo poético se caracterizó, básicamente, por el desborde desmesurado de la imaginación, y, además, su propósito fue –como bien dijo Jean Moreas en el llamado Manifiesto del Simbolismo-, poner en entredicho y sobre todo en desuso “la declamación, la falsa sensibilidad” y, claro, también “la descripción objetiva”. Sus más notables representantes, ya lo sabemos, fueron BaudelaireVerlaine y Rimbaud, cada uno con sus propias e intransferibles particularidades, por supuesto, pero también con una cualidad, carácter o sello común a todos: la capacidad o, dicho de otro modo, la virtud de impactar, de conmover, de apasionar. Veamos algunos ejemplos. Este verso de Baudelaire de seguro que nos solivianta: “Nosotros tenemos, es verdad, naciones corrompidas”; con patetismo y fervor estamos dispuestos a corroborar y hacer nuestro lo dicho en este otro verso del autor de Las Flores del Mal: “¡Oh, dolor! ¡Oh, dolor! ¡El Tiempo devora la vida…!”. ¿Qué efecto podrían causar en el lector los versos que siguen?: "Esos travestidos vestidos son emblema / de tu espíritu tumultuoso, /¡ay, loca de quien loco estoy! / ¡te odio tanto como te amo!". Y esta dramática y desgarrada interrogante de Rimbaud –casi un apóstrofe- creo que nos produce pavor: “¿por qué no me ayuda Cristo, dando a mi alma nobleza y libertad?”. ¿Y qué genera en nosotros este bello y tan conocido par de versos de Verlaine: “Llueve en mi corazón/ como llueve en la ciudad”? Sin duda, desolación y nostalgia. 

Ya lo vimos: a pesar del desborde de la imaginación creativa, lo que lo habría llevado a tomar distancia de la realidad circundante, de soslayarla tratando de asumir una suerte de autonomía -a la que podríamos, tal vez, llamar autárquica-, la verdad es que jamás el simbolismo se alejó del mundo, sino –como acabamos de ver en los versos transcritos- hasta se comportó como un punzante cuestionador de la realidad misma y también de las conciencias; y, ciertamente, las emociones no fueron proscritas: procuraba, más bien, conmover.

Y, bueno, en el Perú es reconocido como el primer y más conspicuo representante de esta corriente -el simbolismo- José María Eguren, poeta limeño, del que siempre se dijo que nació el 7 de julio de 1874 pero que, gracias a las averiguaciones de su sobrina bisnieta Isabel López Eguren, ha llegado a establecerse que, realmente, fue el 8 de abril de aquel año; y falleció el 19 de abril de 1942. 

Bien, a diferencia de los poetas franceses, libremente -o sea, sin someterse a recetas o mandatos ajenos- el poeta peruano hizo lo que los simbolistas galos no hicieron: cumplió a cabalidad aquello de echar por la borda el tono declamatorio y sensiblero y también el clásico prurito de la descripción objetiva, a que hace referencia el manifiesto antes mencionado.

Y fue mucho más allá. Desde su primer libro -Simbólicas-, que es de 1911, se comportó, sobre todo, como un creador pleno; es decir, no solo como un diseñador de símbolos que, como sabemos, lo que únicamente hacen es sugerir o ayudarnos a señalar objetos, digamos, de manera evocativa, representándolos (ya sabemos: símbolo es la figuración representativa de valores y conceptos, como nos dice el diccionario; es alegoría, imagen, personificación...). Y, además, con Eguren (transcribo las palabras del maestro Estuardo Núñez) “concluye el ciclo y señorío de la poesía descriptiva o explicativa, sierva de motivaciones extrañas”[1]. En buena cuenta, lo que Eguren hizo en poesía no fue lo que los simbolistas franceses quisieron hacer y de algún modo hicieron. En un par de palabras -y lo digo con plena convicción, nuestro poeta no hizo exactamente lo que se conoce como poesía simbolista.

¿Entonces? El ejercicio poético de José María Eguren se desarrolló, más exactamente, como aquello que -años después de la publicación de Simbólicas- otro poeta, el chileno Vicente Huidobro, dio a conocer en Buenos Aires a través de una exposición teórica, el año 1916, y acerca de lo cual profundizó en 1930 con la publicación -en francés- de su libro llamado Manifiesto: me refiero al Creacionismo, que, como sabemos, proponía lo siguiente: “Hacer un poema como la Naturaleza hace un árbol”[2]

Eso es lo que hizo Eguren. Y, así, por ejemplo, nos habló de un curioso y pintoresco personaje -creado por su desbordante imaginación- al que llamó el “duque Nuez", o de dos “monárquicos” seres inubicables, de un reino onírico, enfrentados en un combate sin objeto de disputa conocido, "Los reyes rojos"; o, incluso, de algo a lo que los lectores siempre hemos tratado de atribuirle significados afiebrados sin siquiera acercarnos a lo que sería un indicio razonable de acierto, y que el poeta nombró como “la tarda”.

Es decir, tomando en cuenta la sencilla pero puntual definición del simbolismo que hace Enrique Carrillo (“la interpretación figurada de la realidad”), y la precisión acertada de Ricardo Silva Santisteban ("Es fundamental en los simbolistas el uso de la sensación, su arte es impresionista"), puedo afirmar que José María Eguren no es, estrictamente hablando, un poeta simbolista; es, en la práctica poética, creacionista. ¿A que me lleva esta afirmación? Pues, a expresar lo que pudiera parecer un atrevimiento: que, antes de que fuera proclamado por Vicente Huidobro, el creacionismo fue creado (claro, sin teorías, manifiestos ni declaraciones, sino en el estricto ejercicio poético), por José María Eguren.

Me referí a personajes ficticios en la poesía de Eguren. Bueno, aquí hago un paréntesis para hablar de un personaje “real”. ¿Recuerdan el bello y riguroso estudio de Antonio Cisneros acerca de El bote viejo, el poema de Eguren? Bien. Ese bote, que “Bajo brillante niebla, / de saladas actinias cubierto / amaneció en la playa…”, también es, como apunta el autor de “Agua que no has de beber”, “un personaje mítico, situado en una atmósfera mítica”.)[3]

Así, pues, inverosímil pero real, es la poesía de Eguren, poeta al que con frecuencia identificamos como Peregrin, cazador de figuras, el personaje aquel, solitario, que en el poema “mira desde las ciegas alturas”.

El pecado de no ser habitantes de una parcela de tierra como lo somos nosotros o nuestros objetos cercanos, y ser, por ello, materialmente inasibles e invisibles, hizo que aquellas cosas de que hablaban y siguen hablando los versos de nuestro poeta no llegaran a ser “entendidas” por quienes (casi todos) han esperado casi siempre una poesía que “llegue al alma”, que sensibilice, o que sea descifrable por el intelecto y que hable de todo aquello “que le gusta a la gente”; es decir, fácil, explícita, y que, además, sea dicha con una musicalidad conmovedora y apasionante. 

Y no, pues, la de Eguren no es precisamente una poesía que conmueva o que apasione y,  claro, tampoco se comporta como un estimulante para el fondo violento y tanático de la naturaleza humana. Debido a ello –intuyo- salvo en la atención del usualmente minúsculo sector de críticos o de estudiosos de la literatura, hasta ahora no ha llegado a estar en las preferencias (y ni siquiera ha formado parte de la colección de intereses) de las grandes mayorías de lectores. Esto fue advertido, hace más de cuarenta años, por Alberto Escobar ("ha suscitado notable interés crítico, pero aún no conquista el fervor del gran público"[4]) y unos años después también por Armando Rojas ("no ha franqueado sus linderos en busca del fervor y asentimiento de las mayorías"[5]). ¿Por qué? La respuesta creo que surge fácil y nos ayuda a decirla don Estuardo Núñez: porque, para el “barato mal entender” (esta expresión es del maestro Rafa, mi padre, por si acaso), se trataba de una poesía “difícil” y “oscura” (“Eguren, el oscuro”, es el título de un libro de Xavier Abril[6]), y lo que en verdad fue –como también puntualizó el maestro Núñez-, simple y llanamente, poesía esencial[7] (o de esencias, puntualizaría yo). Nuestro poeta, simple y llanamente -lo expreso con el entusiasmo de Westphalen-, “estableció la poesía en el Perú”[8]. (Es pertinente, creo, agregar también lo que indicó con acierto Mariátegui: “Ni Eguren buscó nunca con su arte el homenaje público”, ni menos “traficó con sus versos, ni reclamó para ellos laureles oficiales ni académicos”[9]).

Pero la poesía de Eguren (el autor de Simbólicas y de La Canción de las figuras) no fue precisamente lo que en un momento dijo José Carlos Mariátegui, “una visión tan virginal de las cosas”[10] sino, lo que el mismo Amauta señaló acertadamente después: una visualización de los sueños y las metáforas del poeta[11]; una existencia en sí misma (quiero decir una realidad; una “cosa”, en el mejor sentido de la palabra), expuesta al mundo. Una poesía para leerla, discurriendo mentalmente a través de ella, o solo para mirarla como quien mira y admira los cuadros pictóricos en una exposición. En suma, una poesía que, como tal, nos ayude a ser más humanos y felices, en libertad y belleza. Porque la poesía es, como lo dije en otra oportunidad, “una inútil e inocente pero valiosa e insustituible declaración de amor a la vida y la libertad”. 

Eguren nos enseñó (pero aparentemente no terminamos aún de aprender) que la poesía no solo es ritmo, música, conmoción, y tampoco el retrato o el reflejo de la realidad que nos rodea. Nos dijo, con su escritura poética y no precisamente a través de argumentos teóricos o manifiestos, que la poesía no solo debe ser “comprendida” con la lectura “intelectual” o la complicidad pasional sino, también, con el asombro y la perplejidad, y con el goce, que la poesía no tiene que, necesaria o únicamente, decirnos, comunicarnos, informarnos, ya que también puede solo exponerse, desnuda, como una joya en la vitrina, como juguetes en un mostrador. Porque, como lo dije en anterior oportunidad, “la poesía no tiene necesariamente que dar constancia de un hecho, no está condenada a ser prueba instrumental para acreditar acontecimientos; su principal prerrogativa es ofrecer certeza de sí misma, dar fe de su propia existencia”[12]

La poesía, lo sabemos ahora gracias al poeta que vivió en Chuquitanta y en Barranco, es una realidad independiente y soberana que, aunque puede hacerlo, no está obligada a servir como agente transmisor de resonancias externas, o para cantar y alabar heroísmos acaso dudosos o para llorar decepciones o amoríos frustrados. Una poesía que no tiene que estar, necesariamente, comprometida con causas extrapoéticas, ni ser un medio o instrumento de intereses o de preocupaciones subalternas, sino –repito- tan solo ser y celebrar su propia existencia. No para “hacer” la revolución; porque la poesía no es un arma, sino el acto mismo de la revolución, pues hace posible –con su desenfado e incluso con su ingenuidad y travesura- que la utopía no esté a la vuelta de la esquina, sino más cerca, aquí: ante nuestras propias narices, como indicio y evidencia de belleza, de vida, de esperanza. No, por supuesto, que “corteje y adule” el “gusto mediocre” de la burguesía[13], pero tampoco que se convierta en el sahumerio de la “dictadura del proletariado”. Una poesía que sea (y solo sea lo que es): la sublimación y no el envilecimiento de la palabra. 

No almibarada, pero también exenta de acíbar. Para cambiar la vida, como quiso Rimbaud. Esto fue y sigue siendo la poesía de José María Eguren, hacedor de fantasías, constructor de sueños. Poesía, solamente poesía. Ya lo insinué y lo repito: Eguren cumplió, a cabalidad, aquello de crear "un poema como la Naturaleza hace un árbol". Creación plena.

(Sin embargo, ¡oh, sorpresa!, también encontramos algo que es, en alguna medida, ajeno a lo antes señalado o, mejor dicho, que a pesar de ser todo ello, también advertimos allí la presencia de lo que tal vez pudiera parecer distante de la poética de Eguren. Aparece en un poema que no formó parte de ninguno de los libros publicados por el poeta: en un poema bellísimo que dibuja, siempre en el inconfundible y magistral estilo de nuestro poeta, la belleza del campo, y se llama, precisamente, Campestre. El amor que se vislumbra allí no es precisamente de pasión romántica, pero es amor, al fin y al cabo; un amor infantil. Leamos: «… en el valle percibo / triste sombra con un capirote. / ¿Infortunio será que me sigue / en su largo caballo de trote? // -Son quimeras, Danira me dice, / son temores de tu fantasía; / sé que reina esperanza en el monte / con rosada, celeste alegría. // -Mis temores, por suerte suplico, / hoy que llegan del alba placeres / en un sueño de bosque dorado, / son, Danira, saber tus quereres». Eguren enamorado, pues, de Daniela -¿mujer real o inventada?-).

                                                                                                                         © Bernardo Rafael Álvarez

 

 

 



[1] Estuardo Núñez: Introducción a José María Eguren. Poesías completas. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1961. Pág. 12.

[2] Veamos como Huidobro definió el Creacionismo: “Crear un poema tomándole a la vida sus motivos y transformándolos para darles una vida nueva e independiente. Nada de anecdótico ni de descriptivo. (…) Hacer un poema como la Naturaleza hace un árbol.” Es lo que hizo Eguren, pues. 

[3]Antonio Cisneros: El mecanismo del transcurrir en un poema de Eguren: “El bote viejo”. En José María Eguren, Aproximaciones y perspectivas. Universidad del Pacífico, 1977.

[4]Alberto Escobar: Antología de la Poesía Peruana, Tomo I, 1973. Peisa. Pág. 17

[5]Armando Rojas: El lenguaje de Eguren. En: José María Eguren, aproximaciones y perspectivas. Universidad del Pacífico, 1977. Pág. 135

[6] Pero, en realidad, la poesía de Eguren no es oscura, sino luminosa y llena de color: destello, rayo, relámpago.

[7]Estuardo Núñez: Prólogo a: José María Eguren: Poesías completas. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1961.Pág. 11.

[8] Entrevista a Emilio Adolfo Westphalen (por Federico de Cárdenas y Peter Élmore), En: Diario El Observador, 25/04/1982.

[9] José Carlos Mariátegui: Peruanicemos al Perú. Empresa Editora Amauta, 1972. Pág 219, 220.

[10] José Carlos Mariátegui: 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Empresa Editora Amauta, 1972. Pág. 295.

[11] José Carlos Mariátegui: Peruanicemos al Perú. Empresa Editora Amauta, 1972. Pág. 223.

[12] Bernardo Rafael Álvarez: “Música quena alma lágrima viva: la poesía de Róger Santiváñez. En: http://berafalvarez.blogspot.pe/

[13] José Carlos Mariátegui: El artista y la época. Empresa Editora Amauta, 1972. Pág. 13.