jueves, 25 de diciembre de 2025

ESTAS NAVIDADES*

 

En un diario capitalino encontré unas figuras cómicas con el título de SONRISAS DE NAVIDAD. Era un enfoque de diferentes aspectos de la vida actual, por el caricaturista italiano Clericetti; sin duda una manera muy risueña de presentar situaciones comunes hoy en día, relacionadas con la celebración de la fiesta del amor universal. Podía apreciarse la presencia, en vez de Reyes Magos, en la convulsionada zona del Medio Oriente, de expertos de la Comisión de Seguridad de la ONU; la intromisión, en un coro de Ángeles, de un elemento nada grato, y el cerco formado por la gran cantidad de satélites (artificiales) alrededor de nuestro planeta, impidiendo el ingreso de la Estrella de Belén. 

El Medio Oriente, lugar de nacimiento del cristianismo, en estos años convulsionados por los desastres de la guerra, la angustia de los políticos y la desesperación de los niños y mujeres hambrientos. La Redención de una humanidad confundida en la diversidad de credos, denigrada en su dignidad por el asqueroso esclavismo, brotaba -hacen casi dos mil años- con sus sublimes raíces del amor universal, en aquellas zonas medio orientales. Hoy, esas mismas raíces son envenenadas, poco a poco, por el terror del odio y la maldad. 

Es difícil creer que la cuna del hombre que predicó justicia, libertad, amor, dignidad, abrigue los embriones de la injusticia. 

¿Qué puede pensarse de la celebración de la Navidad, en esas lejanías? No puede tener tintes de alegría desbordante, la felicidad no puede ser posible en instantes angustiosos; tampoco puede ser posible en el Viet Nam, en la India o Paquistán. Una sonrisa en esos lugares brilla más por la desesperación de quienes ansían liberarse de una vez por todas del horror de la pólvora y de las terribles armas bacteriológicas, del estruendo de las bombas y del rugido de los cañones. Una sonrisa tan solo es el intento de alegría, no la culminación. 

Como atenuante a la cuestión de Medio Oriente, es la visita de ineficaces observadores de la ONU. Las actividades diplomáticas y políticas fracasan. Y mientras tanto, sigue el llanto, el hambre y la muerte ensombreciendo día a día el mundo. 

De pronto un coro de Ángeles, con sus sublimes cánticos de amor y paz, es desentonado por la voz ronca de alguien que no tiene nada que ver con ellos. En el dibujo de Clericetti puede apreciarse a un lucifer acompañando a los albos angelitos. 

El caricaturista quiere expresar, en su apunte cómico, un hecho de gran conmoción mundial ocurrido recientemente: el ingreso de China Comunista a las Naciones Unidas. Es, según puede interpretarse, la intromisión de un elemento “desentonante” en la estabilidad de la ONU; es el “mal”, si consideramos la figura oscura del diablito. 

Las situaciones de guerra, hambre, miseria y muerte, corroboradas con los intentos fallidos de establecer la paz, encuentra un irónico matiz con los casi fantásticos descubrimientos de la ciencia espacial. Hay quienes parecen evadirse de los problemas del mundo y van en pos de nuevos planetas. La instalación de delicados artefactos en el espacio circundante simula un atajo a ingresos extraños; y, más aún, parece un mensaje terrestre hacia seres extraños: “La deshumanización en este mundo es creciente: solo máquinas, solo cerebros inventados…”. 

Y qué puede pensarse de la Navidad en nuestros países libres de la guerra, pero oprimidos por imperialismos extranjeros y oligarquías internas. El sabor agrio de la vida también es en los nuestros. Mientras unos pocos brindan con los licores más finos por su felicidad, otros -las mayorías- ni con un mate de chicha pueden enjugar su dolor. 

¿De qué valen millonarias colectas para alegrar a los niños pobres, si ellos y sus padres seguirán siendo pobres todo el resto de su vida? La felicidad no es un artificio “cívico”.


25 de diciembre de 1971

 

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Bernardo Rafael Álvarez

*Publicado unos días después de haber concluido el quinto de secundaria en el colegio San Juan de Trujillo).

 


viernes, 19 de diciembre de 2025

CONTANTE Y SONANTE (y hasta cantante): el «chinchín» del brindis


Lo digo –aunque a la ilustre y docta corporación matritense le hierva bilis y hasta, quién sabe, quiera excomulgarme (ya les contaré de algo que ha ocurrido hace poco y que es casi como lo que acabo de decir)–: el «chinchín» que muchos expresan, mientras dan un par de golpecitos con las copas o vasos de cristal, cuando hacen un brindis, no tiene nada que ver con alguna simpática palabrita de origen chino ni nada por el estilo. 

El origen de este «chinchín», es, simple y llanamente, onomatopéyico; se trata de una alusión medio juguetona al sonido de las copas o los vasos de cristal al chocar entre sí, durante el brindis; dos golpecitos: «¡chinchín», y nada más. Y, claro, su continuo empleo ha hecho que deje de ser simple repetición de un sonido y haya terminado adquiriendo un indudable significado como vocablo; el «¡chinchín» es, ya, sinónimo de la interjección que, durante un brindis, se expresa como un buen deseo: «¡Salud!». Y, según tengo entendido, incluso en Italia se usa; pero, claro, allí la escritura es «cin cin» lo que, sin embargo, no supone una variación fonética (chinchín). El «chinchín», pues, se ha lexicalizado, habiendo adquirido (en su uso durante los brindis) el significado de «¡Salud!».

Ahora, el «qing», vocablo chino cuyo ideograma es , al cual se refiere la RAE, no significa «Gracias» sino, según me informan, «Por favor». «Gracias», según he averiguado en el Traductor Google, es esto: 謝謝 Xièxiè y su pronunciación aproximada es algo así: /shie shie/ que, obviamente, es diferente al «chinchín» del que estamos hablando. El «qing», es cierto, suena «chin»; pero, como ya vimos, es otra cosa y ninguna relación tiene con el «chinchín» del brindis. 

La presunta etimología propuesta y, sin duda, defendida por la RAE (pero, felizmente de modo cuidadoso, pues emplean el condicional «podría») no resiste ningún análisis serio. 

Finalmente, insisto, el «chinchín», motivo de la presente nota, está relacionado, simple y llanamente, con el sonido producido por dos vasos o copas de cristal al ser golpeadas levemente al momento de hacer un brindis; su origen es, pues, onomatopéyico. Esta es la explicación razonable y rigurosa. Cosa parecida ocurre también con esa casi común expresión popular referida a un pago que se hace en efectivo; es decir, en «contante y sonante»: con billetes que se cuentan, uno tras otro, y monedas que al ser manipuladas generan este sonido: «¡chinchín». Es que, como se ve, no hace falta tener que incursionar en lenguas ajenas y mucho menos en una tan complicada y medio misteriosa como la lengua de Confucio (el chinito japonés –¿recuerdan– que inventó la confusión 😀). Bien. 

¿Y lo de «cantante»? Pues, la respuesta la encontramos, naturalmente, en el simpático y valioso representante peruano de la «Nueva ola» cuyo «nombre de pila» es Santiago Rogelio Farfán Holguín pero que en el ambiente artístico todo el mundo lo conoce, simplemente, como Jimmy Santi y que, entre otras canciones, tiene «Sabor a salado» y «Mira cómo me balanceo». La referencia a este gran artista es, específicamente, por una de sus canciones más famosas, algunos de cuyos versos son estos: «Chin chin / ven a brindar / chin chin / por nuestra amistad / chin chin / a tu salud /chin chin / que viva la juventud». Como es fácil advertir, allí el «chin», solo o repetido, no es, ni por remota aproximación, sinónimo de «por favor» ni mucho menos de «gracias» (como parece creer la RAE). Se trata, una vez más, de lo que ya vimos desde el principio: golpecitos de las copas, en el brindis, como expresión de buenos deseos por la amistad, la salud y la juventud. El compositor de la canción no ha tenido que «quemarse las pestañas» buscando alguna palabra curiosa en un idioma tan lejano; le bastó lo que es elemental: representar el común y corriente sonido de dos objetos de cristal al ser golpeados suave y graciosamente en un ambiente de alegría, nada más. 

Todo clarísimo, ¿verdad? ¡Sí, clarísimo! (Ahora, esperemos que en una próxima actualización del Diccionario los ilustres académicos se atrevan, después de un brindis, tal vez, navideño, a disponer las modificaciones pertinentes). ¡Un abrazo, amigos!

 

© Bernardo Rafael Álvarez

 


martes, 2 de diciembre de 2025

¿«CON "CH-" PARA INDICAR BLANDURA»? ETIMOLOGÍA DE UN VOCABLO «MALSONANTE» EN EL DLE

 

Ustedes saben, amigos, yo no soy lisuriento, ¿verdad?😊Pero, la curiosidad es, a veces, imprudente, pues. Se me ha ocurrido darle una miradita al Diccionario de la Lengua Española (DLE), precisamente en la entrada referida a una expresión a la que suele calificarse como «malsonante» o vulgar, dizque por grosera; esta: «chucha» que, como es conocido por todos, significa «vulva» (en Argentina, Chile, Colombia y Perú, según el DLE). 

Bueno, lo que he encontrado en el repertorio es algo que me ha sorprendido. La marca, referida a la naturaleza del vocablo, dice lo siguiente: «De or. expr., con 'ch' para indicar blandura»; es decir, según el DLE, el origen del sustantivo femenino «chucha» es, simplemente, de carácter «expresivo» (por la «blandura» que supone el uso de «ch-»), y -como una suerte de apoyo explicativo- nos remite a «chichi», «chocha» y «chocho», que en algunos países tienen también el mismo significado. ¿Solo eso: «de origen expresivo»? Creo que no es así, que hay un error en el Diccionario. Lo más prudente y atinado hubiera sido que pusieran esto, como marca: «De or. inc.» (o sea, de origen incierto). 

Sin embargo (he aquí mi imprudencia que espero, ojalá, sea solo un pecado venial), creo que el origen del vocablo «chucha» está relacionado con algo concreto que es, más bien, duro; quiero decir que nada tiene que ver con cuestiones expresivas ni blanduras, y, claro, tampoco es de procedencia incierta. Su origen -estoy casi seguro- está en el nombre que, hace algunos siglos, se le daba a un marisco. En algún modo, tiene, como se habrán dado cuenta, una explicación etimológica que se relaciona con el otro nombre «malsonante» con que suele llamarse a la «vulva»; me refiero a «concha», que es una alusión, entre otras cosas, a la cubierta, en dos valvas, de la almeja. 

Exacto: almeja. ¿Saben cuál es el otro nombre con que se conocía a la almeja, al menos durante el siglo XVII (y, claro, no sé hasta cuándo)? Se la llamaba «chucha» en Panamá; y en este país también a la vulva se la conoce, vulgarmente, con ese nombre (pero el DLE no lo menciona). La palabra era conocida, digamos oficialmente, desde fines del siglo XVIII (aparece en el Diccionario de Esteban de Terreros y Pando, de 1786), pero solo como el nombre de la muca o zarigüeya (del que se generó el uso de la palabra para referirse, también, al mal olor de las axilas). 

La RAE, aparentemente, no llegó a enterarse del significado que la palabra de marras tenía en Panamá. Hubieran puesto atención en Historia del Nuevo Mundo del padre Bernabé Cobo, libro terminado de escribir en 1653 y que comenzó a publicarse muchos años después de la muerte de su autor, en 1890. 

Textualmente, Bernabé Cobo escribe, entre otras cosas, lo siguiente: «Debajo del nombre de almejas se comprehenden muchas y varias conchas que se crían en las costas de los mares así del Sur como del Norte (...). En la costa de Panamá, entre la arena de la playa que baña la mar, se cría gran suma de ellas, a las cuales, en aquella provincia, llaman 'chuchas'...». Allí está, pues (repito, estoy casi seguro), el origen del nombre dado, vulgarmente, a la vulva. 

Bueno, finalmente un pedido: perdónenme, por favor, por la insolente imprudencia y la lisura.😊 ¡Un abrazo, amigos queridos!

 

© Bernardo Rafael Álvarez


jueves, 30 de octubre de 2025

"NO SEAS HUAMÁN", una expresión coloquial peruana

 

La expresión peruana “No seas huamán" es lo mismo que decir esto: "No seas huevón". Es decir, no seas tonto, idiota, "quedao". O, como bien dice la doctora Hildebrandt: "persona tonta, de poco entendimiento".

 

Se recurre a este apellido de origen quechua por una simple y sencilla razón: por la analogía fonética que existe entre ambas palabras (huevón y Huamán), nada más. Sin embargo -como refiere nuestra lingüística- Juan Álvarez Vita, en su Diccionario de Peruanismos, afirma que "no puede descartarse cierto fondo de discriminación surgido del hecho de que Huamán, que en quechua significa halcón, es un apellido de origen indígena". 

 

¿En qué se habría apoyado nuestro meticuloso lexicógrafo, para insinuar tal cosa? Pues en un artículo de Rodrigo Montoya, publicado en La República hace un par de décadas (en julio de 1997), en el cual el antropólogo ayacuchano dice que se trata de una expresión usada en "el Perú -uno de los grandes paraísos de la discriminación étnica" y que brotó "del pozo sin fondo del inconsciente colectivo". Podrá, para él, ser nuestro país un "paraíso de la discriminación"; pero en cuanto al uso de "huamán" y "huevón", nada tiene que hacer eso; la expresión referida no está involucrada en asuntos de ese tipo. En otras palabras, si en lugar de "Huamán" se hubiese usado una palabra fonéticamente similar, pero de origen sajón, ruso o italiano, no habría habido razones de incomodidad o de indignación "reivindicacionista", ¿verdad?

En este "paraíso de la discriminación" también apareció esta otra expresión replanesca, para referirnos al mozo de un restaurante: "mosaico"; ¿habrá habido en esto un malsano propósito "antibíblico" (contra Moisés), o de antisemitismo? No, no y no. ¿Y cuando decimos: "Estás chocando con Chocano", estamos, acaso, aludiendo a la "peligrosidad" del poeta que asesinó a Edwin Élmore? No, de ninguna manera. Y tampoco se quiere insinuar que el personaje caricaturesco creado por Julio Fairlie haya sido un borracho, cuando decimos “sampietri" en reemplazo de "zampado".[1]

 

Los vocablos replanescos o de jerga se crean haciendo uso, entre otros recursos, de la analogía fonética (chaufa, para decir chao; zanahoria, por sano; mosaico, por mozo), y también recurriendo a la metátesis, o reubicación de sonidos o sílabas que casi siempre da lugar a la inversión de la palabra (lleca, por calle; ñoba, por baño; choborra, por borracho). No hay propósitos perversos o ponzoñosos, sino solo una sana travesura.😜

 

© Bernardo Rafael Álvarez

                                                                      14/04/2020

 



[1] Otras expresiones: Arriola, por "arrecho"; Tarzán, por "tarde"; Coca Cola, por "loco"; Chiquitoy, por "el chiquito"; Pendeivis, por "pendejo'; Monsefú, por "monse"; Conchán, por "conchudo", sinvergüenza; Chivay, por "chivo", homosexual; Alfonso, por “al fondo”; culantro, por "culo"; Canchis Canchis, por "cachar", o sea: copular".

 

sábado, 11 de octubre de 2025

CÍRCULO DEL SUEÑO (HAIKÚ PERUANO)

 

Octavio Paz escribió, respecto del haikú, que es «la anotación rápida, verdadera recreación, de un momento privilegiado»; que «... a pesar de su aparente simplicidad (...), es un organismo poético muy complejo. Su misma brevedad obliga al poeta a significar mucho diciendo lo mínimo»; y agregó: «... el haikú es una pequeña cápsula cargada de poesía capaz de hacer saltar la realidad aparente». Y citó, entre otros, este bellísimo poema de Bashō, «que ha resistido, es cierto, a todas las traducciones» (y también a los insolentes plagios, agrego yo): «Un viejo estanque: / salta una rana ¡saz! / chapalateo». 

¿Por qué hago esta rápida alusión al Nobel mexicano? Porque tengo en mis manos un extraordinario libro de haikús -escritos no en Japón, sino aquí, en nuestro Perú- que me ha impresionado sobremanera. Lean este:

 

Aquí vengo a

tu sendero de gracia.

Me aúpa el verbo. 

Increíble, realmente: es, entre otras cosas, celebración justa de la palabra. No es, como hacen otros, una simple e insulsa agrupación de diecisiete sílabas (cinco, siete, cinco). Es que, hablando con propiedad, el haikú no es un género poético que se caracterice únicamente por esa forma métrica; es, sobre todo (y aquí empleo otra vez palabras de Paz), «significar mucho diciendo lo mínimo».

 

Lean este otro:


Luces del faro

de ese viejo Volkswagen:

¡vuelo del ave! 

¡Soberbio! Un poema que, estoy casi seguro, habría hecho que nuestro inolvidable Marco Aurelio Denegri diese el grito al cielo: «¡No, esa no es palabra poética!» habría dicho refiriéndose a «Volkswagen»; y podría haber explicado que un haikú no debe contener expresiones referidas a cosas ajenas a la naturaleza, o algo así. Pero, la verdad es que este género, cuyos más notables representantes son Bashō, Yosa Buson, Issa y Shiki, carece de normas prohibitivas; lo único, digamos, en algún modo ineludible es el tener en cuenta el número de sílabas en cada uno de los tres versos, y lo demás entra en la plena libertad creadora, pero, naturalmente, sin afectar lo que es esencial: el impacto gigante a pesar de la simplicidad. Ah, y otra cosa: el haikú no tiene necesariamente que ser una suerte de prolongación (o imposición) de la filosofía, religión o sensibilidad Zen, ni siempre ha de aludir a una estación del año (esto podemos encontrarlo en poemas japoneses tradicionales; pero nosotros no estamos obligados a seguir esa senda). 

¿Y el humor? Claro que también el humor puede estar en un haikú (y no solo el «humor seco» a que se refiere Paz, en Las peras del olmo). Por ejemplo, en este: 

 

Hombre bosteza,

alucina su sueño

de mala muerte. 


O en este otro:

 

Niña con duende

sin el diablo en su cuerpo.

Vieja pacata. 

También puede -¡cómo no!-, un haikú, ser formulado como interrogante y en él ser nombrado el leal canino que nunca olvidó a Ulises:

 

Por qué vagar

en mi salado mar

¿verdad fiel Argos?

 

Bueno, ya tengo que decirlo. Los haikús que he transcrito tan solo como una casi microscópica muestra, son de una muy talentosa poeta peruana, Julia del Prado, extraordinaria hacedora, en nuestro medio, de este tipo de poemas cuyo origen, como sabemos, está en el Japón y (vuelvo a citar textualmente palabras de Octavio Paz) se desprendió «del renga haikai (y luego) empezó a llamarse haikú, palabra compuesta de haikai y hokku». 

¡Celebro tu bella y valiosa poesía, Julita querida! 

 

 

                                                                                               © Bernardo Rafael Álvarez

                                                                                                            11/07/2024

jueves, 18 de septiembre de 2025

NUESTRAMERICANA SIN PÙENTES: GLADYS MENDÍA, POETA

 

Diciembre del 2009: Ciudad sagrada de Caral. Un grupo de poetas, asombrados ante los pétreos vestigios de la que, según se sabe, fue la civilización más antigua en esta parte del planeta. Lectura de poesía, brotan amistades, se sueña. Allí yo, con mi hijo Igor Ignacio. Una joven escritora venezolana, venida desde Chile con otros del país sureño, me alcanza sus poemas reunidos en un bello volumen, que es su segundo libro acabado de publicar, no en Santiago ni en Caracas, sino en Lima: El tiempo es la herida que gotea; yo, por cierto, agradecido, conmovido y feliz. Unos días después, tras la despedida de todos, ya nuevamente en Lima dejo constancia de este bello obsequio y de aquel encuentro con el más remoto pasado de nuestra cultura, en un texto poético en que inserto estos versos que creo son expresivos: “Gladys / Nuestramericana pone en mis manos unos pétalos engarzados con inscripciones de vías / Y días y su libro resplandece áureo en mis ojos…”; palabras, estas, dichas después de haber transcrito insolentemente, sin comillas, una rotunda frase de la poeta: “todos los puentes caerán porque nunca existieron”. El poema se lo dediqué a ella: sin puentes, dije: la poeta Gladys Mendía. Doce años después vuelvo a leer a esta talentosa, sensible y culta venezolana que es, además de poeta, traductora y editora y creo que, también, impenitente viajera, y me doy cuenta de que su poesía es, ahora, tan sólida como lo fue al principio, y ella sigue siendo fiel a su fe y a sus sueños. Es nuestramericana, pues, que sabe que no hacen falta puentes entre los pueblos de este Continente o, como lo dice –de modo terminante- en el primer libro que conocí de ella: todos los puentes caerán porque nunca existieron; porque no hacen falta, porque (y lo confirma en este su nuevo libro: LUCES ALTAS luces de peligro) somos una unidad inquebrantable, a pesar de lo diverso, de lo múltiple de esta delicada furia que nos vio nacer Y CAER (es decir, Latinoamérica), a pesar de la voz mosaico la voz fragmentada (…) voces que suben de espaldas al cielo de la tierra; voces que es imposible no escucharlas. Porque, digo yo, no es cosa de acercarse, sino de estar cerca. Poesía, la de Gladys, que, a pesar de la indignación, no deja que su verbo se contamine con la irracional violencia, aun sabiendo que escribimos sobre el naufragio mientras el sistema instala cámaras de vigilancia. Poesía que es homenaje y apología a la construcción, no al deterioro: sabe que crear es equivocarse y que de error en error se construye la voz. Pero a veces, como todos, la poeta cae en la tentación del desfallecimiento, del descenso, y asume una dramática y terrible verdad: no existe nada más vasto que el territorio de la nada; y afirma, medio desolada, que somos la muerte preguntándose qué es la muerte. Finalmente (claro, no podía ser de otro modo: la vitalidad por encima de todo) emerge, desafiante: la escritura como caballo de Troya en la vida, y esta es su arte poética. ¿Es todo? No. Debo decir algo más. Sí: Gladys Mendía se atreve a un uso lingüístico de aquellos que escandalizan a los académicos de la lengua: En el verso que acabo de transcribir, acerca de la muerte, no dice “nosotros” o “nosotras”, sino “nosotrxs”, y hay otro en que dice condenadxs a vagar en lo inacabado”. Es que es libre. Los hablantes no somos, menos los poetas, súbditos del rey. ¡Bien, Gladys! Yo celebro nuestramericana, poeta de verdad- tu poesía, que es luz elevada, pero no de peligro, porque nos hace muchísimo bien. 

Bernardo Rafael Álvarez

Lima, diciembre del 2021

 

martes, 19 de agosto de 2025

¿«ENYUCAR A TODOS LOS DEMONIOS»? Unas atrevidas reflexiones acerca de dos vocablos coloquiales peruanos

Como, creo, es obvio, «enyucar» es un verbo derivado del sustantivo con que se nombra a la raíz tuberosa, de origen americano (o «índico»), conocida por todos y que, según aparece, textualmente, en el diccionario académico de 1739, es «muy parecida a nuestra batata» y de la cual, «en algunos parages de las Indias se sirven para hacer pan» (o, como dice el diccionario en español e inglés de John Minsheu, de 1617: «una raíz grande y blanca como un nabo, de la que los indios hacen su pan»); o sea, puntualmente, la yuca. En dos palabras, el verbo “enyucar” está formado por en- y yuca. Y, aunque no siempre es fácil determinar con precisión el sentido que tiene el prefijo o elemento compositivo «en-», creo que en este caso es razonable asumir que expresa la idea de interioridad («dentro de»), lo que nos lleva a esto que sería el innegable significado del verbo «enyucar»: «meter yuca» o, más precisamente, «meter la yuca» (como, de modo similar ocurre, por ejemplo, con «entronizar», «enterrar», «encajonar», «envainar», etc.).

¿Tiene, lo dicho (que está referido, específicamente, al aspecto etimológico y a la morfología de la palabra), relación con el sentido que se le da a la expresión coloquial peruana «enyucar» y también a «yuca», que está asociado, básicamente, a engañar o embaucar, en el primer caso, y a engaño y también cosa o asunto difícil, en el segundo? Sí, lo tiene; pero, claro, a esta respuesta le hace falta un desarrollo explicativo, y eso es lo que trataré de hacer en las líneas que siguen. 

Para comenzar, voy a decir algo que, por parecer medio absurdo, podría resultar desconcertante. En este caso, el significado fue anterior a la expresión de que hablamos, y su antigüedad se remonta a, por lo menos, cinco siglos. Sin embargo, originalmente, no tenía nada que ver con la idea de engañar y menos estaba familiarizado con cosa difícil; tenía, más bien, una connotación que era considerada obscena o grotesca y a la cual se aludía con un sustantivo que hoy, al menos en el Perú, no se emplea en el habla cotidiana, y se refería a un gesto, también de ese carácter, que ha sobrevivido hasta la actualidad. 

¿Cuándo entró en escena el nombre de la raíz tuberosa ya mencionada al principio y a la que, además de yuca, también se la conoce en algunos lugares como mandioca, tapioca, guacamote, etc. y su nombre científico es manihot esculenta? Desconozco cuándo, exactamente, ocurrió tal cosa, pero puedo asegurar que ya en el siglo XIX estaba presente. Quien nos da razón de lo que acabo de afirmar es (¡quién más podría ser, pues!) Juan de Arona, y lo hace a través de su Diccionario de Peruanismos (1883-1884) en el que describe, precisamente, el gesto obsceno al que he aludido. En lo que dice da a conocer, textualmente, una expresión que es muy parecida a la actual ("enyucar"): "Echarle una yuca a alguien es tender hacia él el brazo izquierdo, golpeándoselo en seguida por la parte de la sangría con la palma de la mano derecha, que es como echarlo noramala» («echar "noramala"» sería algo así como maldecir; y «sangría» es la parte del brazo opuesta al codo). 

Bien. Dije que la antigüedad del concepto y del gesto en mención no sería menor de cinco siglos. Efectivamente. Y quien registra la acepción, por primera vez en un diccionario, es el gramático español Antonio de Nebrija, en 1495. En forma lacónica pero puntualmente y de modo explícito, en latín, dice (lo transcribo tal como allí aparece): medius digitus. infamis digitus (o sea: dedo medio. dedo infame). El sustantivo correspondiente es este: Higa. ¿Y a qué se refiere, específicamente, con esa precisión semántica? Pues a lo que Covarrubias, en su diccionario de 1611, describe ilustrativamente (aunque se refiere al dedo pulgar y no, exactamente, al dedo medio, aludido por Nebrija) así: «una manera de menosprecio que hacemos cerrando el puño y mostrando el dedo pulgar por entre el dedo índice, y el medio…».  Lo señalado nos permite deducir que, desde hace varios siglos, el dedo medio (o el pulgar) mostrado groseramente a alguien –mientras los demás se doblaban haciendo puño– era conocido como dedo ofensivo y amenazante, es decir (empleando –traducido– el término usado por Nebrija, infame. 

El antiquísimo significado español de higa (que acabo de mencionar) es al cual aludí antes, en la explicación que insinué como «medio absurda»; y es este el que, desde hace algún tiempo, en nuestro medio, corresponde al uso coloquial que se le da al sustantivo yuca y al verbo enyucar. El que da cuenta de esto (digo, en referencia al verbo y al gesto) es (otra vez tengo que citarlo) Juan de Arona, y lo hace en el comentario mordaz que, a su manera, desarrolla con las siguientes palabras: «El hacerlo, y aun el decirlo, es tan ordinario y grosero, que no consignaríamos aquí la expresión si no tuviera un perfecto y castizo equivalente en español desde los tiempos más antiguos...»; y agrega, refiriéndose expresamente a ese perfecto y castizo equivalente en español (o sea, el sustantivo Higa), que, «aunque sea dicho de tan obsceno origen como nuestra yuca, se encuentra en los mejores escritores de España, como se ve por este pasaje de Santa Teresa: “—Y una higa para todos los demonios, que ellos me temerán a mí”» (caramba, qué lisurienta había resultado la santa, caracho😊),  y remata Arona así: «—Una yuca, habría dicho el escritor de por acá, sí a tanto se hubiera atrevido». Todo, hasta aquí, clarísimo. 

A pesar de que lo dicho (que está relacionado, estrictamente, con el ya descrito gesto obsceno o grotesco), no es gran ayuda para encontrar una vinculación clara, indubitable y, sobre todo, directa, entre el significado de higa y la idea de mentira o engaño, ni mucho menos con difícil o situación difícil, a pesar de ello, repito, creo que hay razones para asegurar que esa vinculación sí podemos encontrarla, justamente allí. Empero, debo precisar que esta vinculación no es directa; pero, aun así, nos da luces para poder arribar a buen puerto en esta tarea difícil y, al mismo tiempo, apasionante. (¡Ah, estos términos coloquiales –enyucar y yuca– convertidos en sinónimos de engañar y engaño, respectivamente, y, también, de difícil o situación difícil! La arbitraria y traviesa creatividad popular, pues). Bueno, seguimos en la brega, amigos. 

¿Por qué, precisamente, se emplearon un verbo y un sustantivo relacionados con la tantas veces mentada raíz tuberosa que se originó en tierras americanas, y que –como hemos visto– antiguamente era un insumo básico para la preparación de panes, y hoy es un componente casi imprescindible en el potaje que conocemos como “Seco de cabrito”? En la lengua coloquial peruana (también en la de algunos otros países), se emplearon tales palabras, inicialmente, con una connotación obscena (expresada, en los hechos, con el gesto comentado por Juan de Arona) y, después, como sinónimo de engañar, engaño y difícil. El primer uso (el de la connotación obscena) se debió a que, por la forma alargada del tubérculo comestible, la caprichosa y atrevida imaginación popular se atrevió a compararlo con el pene, lo que, en buena cuenta, también ocurría  con la higa (el antecedente más remoto de lo que actualmente se hace), como lo explica Covarrubias (cito textualmente):«…lo mismo es en rigor dar a uno una higa que levantar el medio brazo, cerrado el puño, y mostrarle a otro que en palabras suelen declararse significando el miembro viril». Mostrar el brazo doblado y con el puño cerrado es, pues, como mostrar, insolentemente, a otro, el pene (dicho crudamente: como una amenaza de metérselo). En consecuencia, la expresión enyucar, literalmente, significa meter la yuca; pero, digamos que metafóricamente, en el uso popular es, simple y llanamente, otra cosa:  meter el miembro viril. 

Sin embargo –al menos en el Perú–, como se ha insinuado al principio, no es esa la connotación, digamos explícita, que se le da a la expresión. Enyucar, aquí, es engañar (embaucar) y, también, hacer que alguien, ingenuamente y casi siempre en contra de su voluntad, termine asumiendo una responsabilidad o compromiso difícil de afrontar. Veamos cómo es definida esta expresión peruana en el Diccionario de peruanismos (DiPerú) y en el Diccionario de americanismos. En el primero se dice: «Hacer que alguien adquiera responsabilidades mediante engaño, ignorancia o compromiso», «Engañar con promesas falsas»; en el segundo: «Engañar o timar», «Dar alguien una responsabilidad pesada o una tarea engorrosa, generalmente mediante engaño». Excepto la literal y obvia referencia etimológica («De yuca») señalada en el DiPeru, ninguno de los dos diccionarios proporciona alguna explicación al respecto. 

Bueno, como ya dije antes, además del verbo enyucar al que se la ha endilgado el significado de «engañar» (y el otro, que ya señalé), tenemos el sustantivo yuca que, en el castellano coloquial peruano, ya es, también, un adjetivo, convertido nada menos que en sinónimo de «difícil». Ya vimos que, respecto de enyucar, el DiPerú indica que se trata de un verbo derivado de yuca, lo cual es cierto (y, repito, obvio). Y acerca del adjetivo (vuelvo a decirlo: coloquial) yuca, ¿qué podemos afirmar? Esto: que –a la inversa– proviene del verbo enyucar, que –como sabemos– es: 1) ponerle en aprietos a alguien con un trabajo o una responsabilidad pesada o complicada, de la cual, a como dé lugar, tratará de salir airoso (recuérdese que, vulgarmente y con clara connotación sexual, suelen decirse cosas como esta: «Te enyucaron. Ahora solo tienes que moverte») y 2) engañar o embaucar. (Estamos, pues, ante dos conceptos: situación difícil y engaño). Por tanto, si enyucar a alguien implica hacer que este asuma, contra su voluntad, algo que es difícil de afrontar o resolver, es razonable inferir que a ese «algo» (difícil), en tales circunstancias, le corresponde –coloquialmente hablando– el término yuca, como adjetivo equivalente a difícil; y, en el segundo caso, yuca –en calidad de sustantivo– para referirse a engaño. A esto tengo que agregar que, como sabemos, el asumir una obligación o responsabilidad difícil, por designio ajeno y contra la propia voluntad, supone –usualmente– haber sido embaucado, haberse convertido en víctima de un engaño. He allí la explicación.

Bien, ahora, lo que falta es saber cuándo y dónde se habrían originado estos usos: yuca como difícil y como engaño. ¿Alguien puede dar luces al respecto? La única referencia documental más lejana que yo he podido encontrar –pero solo en cuanto al primer significado: difícil– es Jerga criolla y peruanismos, el brevísimo librito de Lauro Pino (¿nombre real o seudónimo?), publicado en 1968. En el Glosario de peruanismos (1946) del padre Rubén Vargas Ugarte no está; y la doctora Martha Hildebrandt tampoco lo registró en Peruanismos, el valioso libro de consultas cuya primera edición es de 1969. Donde sí aparece, con los dos significados, es en DiPerú, el Diccionario de peruanismos publicado por la Academia Peruana de la Lengua en el 2016; y en el Diccionario de americanismos (2010) está únicamente con la acepción de «cosa difícil». El nutrido Diccionario de Peruanismos de Juan Álvarez Vita (en sus dos ediciones: 1990 y 2017) registra el término, pero como parte de una frase: «Meterle a alguien una yuca. Engañarlo». El diccionario académico oficial (DLE) sí lo considera, como embuste o mentira –de uso en Costa Rica– y como cosa muy díficil  y deuda –obligación de pagar–, en El Salvador; y no hace ninguna mención a su condición de peruanismo.

Considerando lo señalado, creo que es válido deducir que, como sinónimo de difícil, el uso del vocablo yuca, en el castellano coloquial peruano, no tendría una antigüedad mayor de sesenta años; y que, con el significado de engaño, su edad sería menor. En mis indagaciones he encontrado que el repertorio de más larga data que lo registra con esta segunda acepción no es, precisamente, uno de la lengua española, sino del quechua; me refiero a SIMI TAQUE: Qheswa – Español - Qheswa, el diccionario publicado por la Academia Mayor de la Lengua Quechua el año 2005. Allí –en la primera parte– aparece considerada como palabra de la ancestral lengua andina, con los siguientes significados: engañofarsatramoyatreta, y está escrito así: yuka, y se cita, como sinónimo, el vocablo q’otuy; en la segunda parte, como equivalentes quechuas de engaño, aparecen, además de yuka, las voces qeqo y ch’awka y, en el caso del verbo engañarqeqoy y yukay (que, curiosamente, coincide con el nombre de un hermoso valle cuzqueño, del que el padre Bernabé Cobo (en Historia del Nuevo Mundo, terminado de escribir en 1653 y publicado en 1890) dice lo siguiente: «El pueblo de Urubamba es menos bonito que el contiguo de Yucay, verdadero jardín con sus huertos, sus prados cultivados, sus andenes cubiertos de plantaciones de maíz o campos de alfalfa, y el camino bordeado de bosquecillos de sauces…». Me pregunto: ¿qué antigüedad tendrá, en el quechua, el vocablo yuca (o, más exactamente, yuka), como sinónimo de engaño? En el Vocabulario de la lengua general de todo el Perú llamada lengua quichua o del inca (1608) de Diego González Holguín, no aparece y en el Lexicón o Vocabulario de la lengua general de los indios del Perú, llamada Quichua (1560) de Domingo de Santo Tomás, tampoco; en dichos repertorios, engaño está definido, en lengua quechua, como llullachicuy, en el primero, y llullay, en el segundo. 

¿Se trataría, entonces, de un préstamo lingüístico, relativamente reciente, asimilado del castellano coloquial peruano? Me atrevo a responder que sí y pido que, por favor, me perdonen los amigos cuzqueños por esta tal vez imprudente hipótesis; me refiero a ellos porque, según he podido indagar, solo en el actual quechua cuzqueño (y también en el de Apurímac, que es región vecina)  es usado este término con tal significado, y allí –como en nuestro castellano– igualmente tiene el carácter de coloquial o figurado, como lo señala el Nuevo Diccionario Español – Quechua / Quechua – Español (2022) del lexicógrafo hispano Julio Calvo Pérez. Lo que sí tiene una antigüedad lejana (de unos cinco siglos, aproximadamente), en nuestro país, es el sustantivo yuca (de origen taíno, y que fue traído a esta parte del Continente por los conquistadores españoles), referido a la ya mencionada raíz tuberosa (que aquí era conocida, en quechua, como rumu); y, claro, también es antiguo, el nombre de aquel pueblo y valle (en la provincia de Urubamba) alabado, debido a su belleza, por el Inca Garcilaso de la Vega y el padre Bernabé Cobo: Yucay (topónimo –cuyo origen habría que investigar- acerca del que, creo, sería absurdo e irresponsable aventurarse a aseverar que tiene un significado relacionado con engaño, farsa, tramoya o embuste: nada hay que pueda servir de amparo o sustento a una sospecha semejante).

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(¡En qué me habré metido! A pesar de estar convencido de que se trataba de una tarea ardua, sumamente difícil, me comprometí a asumirla. Creí que sería papayita, pero, en verdad, resultó yuca; o, dicho con otra expresión coloquial peruana, bien tranca, caracho).  

¡Un abrazo, amigos!

© Bernardo Rafael Álvarez