sábado, 17 de diciembre de 2022

ESTE CHOLASHO NOSTÁLGICO



ESTE CHOLASHO NOSTÁLGICO

Aquel día llegué tarde, y, por ello, mi asiento se encontraba ocupado. Sin embargo, bondadosa y comprensiva, la señorita Teresa Casana no me impidió el ingreso; pero, claro, tuve que sentarme en la única carpeta vacía, ubicada en la fila del extremo izquierdo, junto a la puerta que daba al patio. El tema que estaba siendo explicado por la maestra, era el abecedario y, específicamente, cómo se escribían las letras. Todos -como era lo correcto, naturalmente- atentos. Ya habíamos visto en la pizarra cómo se escribían la "a", la "b", la "c" y la "ch", y estábamos a punto de conocer la "d" y las siguientes, cuando de pronto -tras escuchar el nombre del dígrafo que aún, desde 1803, era asumido como la cuarta letra del abecedario- se me ocurrió hacer aquello que -a pesar de ser tímido o, mejor dicho, vergonzoso- no dejaba de hacer cuando sentía la necesidad de hacerlo: preguntar. Efectivamente, pregunté (y creo que por mi culpa se generó en algunos una sonrisa candorosamente burlona): "¿Cómo se escribe la letra 'she', señorita?". La respuesta que recibí no era la que yo esperaba, pero fue bella y saludablemente rotunda: "Esa letra no existe", dijo, con voz maternal, la señorita Teresa. La clase continuó. Yo tenía cinco años de edad, y estaba en el Jardín de la Infancia de mi pueblo. ¿Por qué se me ocurrió hacer tal pregunta? Por dos razones: siempre fui curioso, es decir, preguntón, como lo había reconocido y siempre me lo recordaba el maestro Rafa, mi padre (¿leyeron lo de "¿Si nuez, qué's?", en mi crónica sobre don Pedrito Tapia?); y, bueno, también porque yo estaba convencido de que ese sonido, propio del castellano pallasquino, debía tener un signo gráfico particular que lo representara. (Sin duda, entonces comenzó mi irrefrenable interés por los apasionantes asuntos de la lengua y sus casi desconcertantes vericuetos: cuando, a veces vestido con uniforme de marinerito, asistía al Jardín de la Infancia de Pallasca -o Pallasquita linda, como la llamaba don Moshe Huerta-, donde conocí a Ladoyska Rubiños y Maruja Montero, mis compañeritas de clase, a quienes yo veía como las niñas más lindas del salón. ¡Nostalgia, caracho!).

© Bernardo Rafael Álvarez

lunes, 21 de noviembre de 2022

¿VOLVERÁ NUESTRO VALLEJO AL PERÚ?

El propósito de repatriar los restos mortales de nuestro poeta César Vallejo se remonta al año 1952. El entonces diputado Augusto Peñaloza fue quien lo planteó por primera vez. Se hicieron todas las consultas y trámites correspondientes, que se prolongaron hasta 1964, año en que, finalmente, se supo que -según la legislación francesa- para que pudiera hacerse realidad tal cosa era indispensable contar con la autorización de la viuda, lo cual -lamentablemente- resultó imposible, pues ella expresó que su deseo era que el cadáver del poeta continuara en el cementerio de Montrouge, en París.

 

A pesar de ello, unos años después fue retomado el asunto y, en marzo de 1968, fue promulgada la Ley 16957 que declaró "de interés nacional la repatriación de los restos mortales del insigne poeta peruano", y dispuso que los ministerios de Relaciones Exteriores y de Educación Pública se ocuparan de llevar a cabo las acciones pertinentes. Mediante Resolución Suprema 0326 del 3 de abril de ese año, se encargó a César Miró, a la sazón director de extensión cultural del ministerio de educación, que efectuara los trámites que hicieran falta pudiendo, para el efecto, coordinar con la representación diplomática peruana en Francia con el objeto de hacer las gestiones ante las autoridades francesas. Eso fue lo que se hizo. 

Dichas gestiones, después de que el mandatario democráticamente elegido fuera defenestrado el 3 de octubre de aquel año, continuaron. Gobernaba entonces el general Juan Velasco Alvarado. Todo, sin embargo, resultó infructuoso, pues el obstáculo insalvable siguió siendo -como era previsible- el mismo: Georgette Philipart, la viuda del poeta, se mantuvo en sus trece, incluso a pesar de los buenos oficios de Fernando de Szyszlo -amigo suyo-, quien trató de convencerla.[1] Esta negativa, según comentó el pintor a los funcionarios encargados del caso, se debía -además de otras razones- a que (está dicho en un documento "secreto", del 7 de mayo de 1973, cuya copia poseo), desde hacía unos años, la señora dejó de recibir la ayuda económica que antes le había otorgado el Estado. En el documento a que he aludido entre paréntesis, se recomendó, finalmente, lo siguiente (lo transcribo de modo textual): "... estimo que sería oportuno y lo más atinado dilatar las gestiones del traslado de los restos de César Vallejo al Perú para una posterior y quizás mejor oportunidad que a mí entender sería después de fallecida la Sra. Georgette de Vallejo". 

*** 

Ahora, tras varias décadas de aquellas gestiones, cabe preguntarse: ¿Habría querido César Vallejo, que -después de muerto- lo trajeran al Perú? Es imposible saberlo. En 1970, sus restos fueron trasladados del cementerio de Montrouge (en que habían permanecido durante más de treinta años) al de Montparnasse. Georgette, la viuda, dispuso que se grabara sobre la tumba -presuntamente como expresión de la voluntad del poeta- la siguiente frase: "CÉSAR VALLEJO, QUI SOUHAITA REPOSER DANS CE CIMETIÈRE"; es decir, en español: "César Vallejo, que quiso descansar en este cementerio”.[2] 

Sin embargo, en un cablegrama (Nº 34, del 15 de abril de 1938) enviado por la representación diplomática del Perú en Francia a la cancillería peruana, se dijo, textualmente, lo siguiente: "Refiérome cable de usted Nº 25. Vallejo murió hoy nueve de la mañana. Gastos clínica, asistencia y entierro representan aproximadamente veinticinco mil francos que ruégole enviar cablegráficamente. Último deseo Vallejo fue ser enterrado en el Perú".[3] ¿En qué se habría basado tal rotunda afirmación?  

Finalmente, es razonable hacerse esta pregunta: ¿Debería ser traído al Perú? Esto es, en verdad, un tema sumamente controversial. Yo, particularmente, creo que nuestro César Vallejo debe permanecer donde está: su poesía, su espíritu, en el universo y en el corazón de los que lo amamos; y su cuerpo, allí, en el cementerio de Montparnasse.



© Bernardo Rafal Álvarez



[1] En memorándum confidencial del 24 de abril de 1973, el entonces director de asuntos culturales de la cancillería peruana le comentó lo siguiente al secretario general del ministerio: "La única posibilidad que aún parece existir para establecer contacto con la señora Vallejo y poder conocer su opinión, sin que esto signifique conseguir su autorización, es el pintor Fernando de Szyszlo"; y recomendó "que se designe a un funcionario del Ministerio, que conozca al señor Szyszlo, y se comunique con él lo más pronto y con la mayor discreción posible".

 

[2] También hizo que se pusiera esta bella frase: "J'AI TANT NEIGÉ POUR QUE TU DORMES. GEORGETTE". ("He nevado tanto para que tú duermas. Georgette").

[3] Este cablegrama y otros relacionados, los conocí, a fines de los setentas, gracias a que me fueron mostradas fotocopias de los documentos por el historiador y diplomático Félix Álvarez Brun, quien, unos años después (el 14 de febrero de 1982), los transcribió en un artículo publicado en el diario El observador ("Último deseo de Vallejo: ser enterrado en el Perú").

martes, 25 de octubre de 2022

ESTE CANTO IMPOSIBLE

 



           
ESTE CANTO IMPOSIBLE

 

Había querido hacerlo:

un poema de canto a canto,

para cantarte como el viento canta, con alarido felino 

en un paisaje boscoso y laberíntico.

Y te canté:

ayataki por la vida

y no por la muerte, dije.

 

Y ahora vuelvo sobre mis pasos inseguros

para escribirte otro poema. Pero,

ojalá, como tú lo hubieras querido:

No solo un trino, 

sino la confesión indecisa a media luz

del imprudente e irrefrenable empeño de

buscar lo imposible:

como fiera salvaje, 

en el templo inexpugnable de tu medio feraz y ruda ternura y

en la soledad fecunda de alisos y retamas, simplemente amarte

y ser el osado explorador de los más íntimos secretos

que habitan los paraísos escondidos

en el cielo infinito y sin fondo, con tibieza y dulzor,

de tus universos abisales:

profundidad impenetrable y luminosa de tu alma y tu carne inalcanzables,

donde hay girasoles y remolinos de almíbar desbocados

y gemidos de deseo y esperanza.

 

Sí, este es mi canto nuevo:

el vagido casi apagado de la angustia

y la sed que tal vez sin ser saciada

quede como extravío y ahogo en el desierto,

a la espera de lo que jamás ha de llegar: el oasis imposible,

y ni siquiera un espejismo

como mentira y piedad, o como sorbo de agua salada

o de hiel.

 

Mi canto. Solo un canto, como respiración pedregosa, casi un estertor alado en el precipicio.

Porque jamás llegaré a hundirme

en la divinidad candente de tu infierno.

Porque amarte solo será una melodía embravecida pero afónica y destemplada

y el destello de las madrugadas que se resquebrajan en el corazón mismo de la primavera.

Pero, a pesar de todo, por encima de mis palabras temblorosas y la interrupción de mis amaneceres, serás en mí, siempre,

un poema en ascensión palpitante de fluidos vivos y nutricios

mientras incontenible se desborda el caudaloso río de mis sueños y pesadillas,

inundando el mundo contrahecho

que, generoso, no le niega abrigo a mi corazón que jadea y tropieza 

en este suelo de pantano que me soporta,

 

mi casi inventada, distante e imposible flor silvestre y luz.

     

 

 © Bernardo Rafael Álvarez

22/10/2022. 17:11 P. M.


jueves, 8 de septiembre de 2022

POESÍA DE JENER PAUL ROA NEIRA: una muestra

    




Poesía: ella y él


Posé un verso en el pecho de mi amada:

tal poesía fue por la nocturna calle

y se hizo de día.


Pero no somos más verbo que materia inconclusa:

Tu cuerpo vuelto sábana eólida 

cubre mi cuerpo inerme de contrastes; 

el amor no sobra ni basta: sonrisa dispersa.

Los hombres son lo mismo, su universo: patologías. 


Anoche enfermé como de muerte, y mis rugidos

le dieron otro tizne a la fuerza.

La infusión calmante en tu pecho, bebible, 

ahora será el génesis de un roquedal partido 

en estertores estrechos y un vaguido firmamental. 


Este poema se ha destilado de los lunes bisiestos

con las noches anhelantes. Transcurren 

en este lúcido campo de luces y lunares.


En algún rompemuelles se incendiará la chispa 

de las ansias por la vida, levanta el pestillo, 

mueve los retazos del peaje cerebral, y échate al aire.


¡Lánzate!:

El cortaviento del mundo

nos hará crecer las alas.


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*Del libro Fuego de amor (2018)

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    Tremulidad


Ha temblado la tierra, Señor, mientras mi ser álgido,

aquietadamente, oía a Beethoven en su parte más alta,

y leía a Pizarnik en su zona más débil, 

y en nada pensaba.


Ha temblado la tierra, Señor, y el árbol en que vivo

se remeció como bandera agitada por un patriota.

Y me he cernido en el pavor como nunca, 

yo que miedo no tengo.


De mi lecho durmiente salté, como si supiera

por primera vez que moriría, y que sigo viviendo.

¡Siempre vivimos!, y a las arterias de mi pelo encrespado, 

Beethoven elevó las notas.


Ha temblado la tierra, Señor: Mi mundo de martirios; 

y ya es de noche, voy solo bajo el bosque, 

nadie viene nunca a verme, 

¿Señor, vendrás conmigo? 

Porque el cielo parece un abismo / y yo caigo, 

y todos caemos, para librarnos de los fuertes.


Hace frío, tengo hambre, y quizá mi padre 

esta noche no rezará para que el pan no me falte 

–me gusta el de trigo–, si me traes, 

si decides acompañarme mientras la tierra tiembla, 

Señor, no olvides tampoco que tengo un hermano cerca

y otros, no menos hermanos, más lejos:

trae para ellos, además, un abrigo.


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*Del libro Fuego de amor (2018)

 ***

    

Carta a la niña virgen


Niña verano, previa primavera. 

Llego entre destellos a la casa del árbol cuadrado 

que tiembla matemático en la avenida heroica pero solitaria; 

mas te escribo andando entre las sombras diarias

porque del tiempo esclavo no me liberan nada para escribir. 

Y me leo mientras duermo la siesta externa, 

porque tampoco hay tiempo para soñar.


Estoy estudiando como puedo algunos sueños, 

pero la universidad es una fronda que se desliza.

Ay, casa donde todo lo que hice me dijeron que deshiciera.


Las ciencias con café aceleran los ciclos y me los doblan.

Te cuento que el gato negro del vecino de abajo llega a verte 

a veces, y me pregunta por ti. Yo le digo que volverás anteayer.

Entonces se sienta y me prepara un café 

calentándolo con su cuerpo bañado de lunas llenas.

Luego, salta por la ventana del edificio y no muere 

porque tiene en sus vidas tu esperanza.


Y mañana tengo examen, y a veces oigo mi nombre en tu voz,

perfume anochecido por la presión alta, un día antes. 

Trabajo al fin: ya no soy un poeta solamente. 

Sueldo mínimo, y me sobra una moneda cada semana 

para el ahorro proletario. Tintin de soledad. 

Ya puedo regalarte un peluche de terciopelo llamado amor.


Pero mi jefe dice que debo alimentarme mejor, 

para que me vaya un día con los aviones que llegan temprano.

Ah, pobre, no sabe nuestro secreto, me alimento más que él

de los costales llenos de motivación en nuestro barranco.

La verdad, te confieso, algún día me iré 

con los aviones de la tarde, los cóndores que bajan al barrio.


La ingeniería es una ciencia virgen que han prostituido. 

Como tú, que te fuiste con tu sonrisa rusa, 

que te pintabas los ojos de negro a mi lado solo por un beso.


Me duele cada noche desflorarme sobre las ciencias. 

Pero duermo con una virgen y me siento puro, 

como un José liberado luego de su entierro.


En este edificio abandonado bailo, en las afueras de Ancón.

Me graduaré un día, luego de un sismo, y que me asciendan 

espero, y que el avión me lleve sin anemias, por las nubes, 

estoy seguro que te veré. Y volveré a tierra a cobrar en dólares, 

para así poder llevarte a comer a la Casita Blanca en Larco.


Esa tienda adonde me llevaste a cenar 

cuando apenas había bajado yo de la sierra.

Apenas dos días antes de tu vuelo. Oh, el último vuelo.


Vi cómo se fue todo el mundo de este edificio por miedo, 

porque aquí te moriste una noche, virgen como bíblica 

y como te quise, y nadie reclamó tu alma.


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*Del libro No extravíes la primavera (2020)

 ***


    El pueblo con forma de corazón


Me contaron los antiguos que los antiguos les contaron…

que más allá del horizonte había un pueblo.


En un lejano mundo de la tierra, / adonde el sol 

no llega si se cansa / y apenas danza una oración, 

hay un trozo de páramo inquieto, húmedo 

o sombra de mi amada al dormir bajo los árboles nupciales.


Región olvidada por los cuervos esclavos, 

se hinca y se ve una frontera coraza y desconocida: 

un pueblo que en sus alturas tiene

cerros como corazón en perfecta forma.


En realidad, los cerros son senos femeninos, 

por eso se puede respirar tan cerúleo sobre ellos.

En realidad, los versos son el secreto de los cerros.


El campo lejano nunca deja de ser 

salvo ligeras notas que trocan en invernal un río clandestino 

de labios sempiternos: el corazón es un telar.


Hay, en algún lugar del mundo, 

un pueblo con forma de corazón.

Las montañas cardiáceas se rebelan potentes, 

son la función en cadena de una brizna de sierra.


Si alguna vez tomas un vuelo y lo lagrimeas, 

lo verás desangrándose. Nadie ha curado sus heridas. 

Cómo duele en este libro el acorazonado pueblo.


Hay un cementerio con forma de corazón, 

para reconocerlo solo has de mirarlo 

desde su base de piedra formada con historias. 

Si vuelas y te remontas más allá de la celestial frontera, 

verás a un poeta caminando por sus serpentínicas venas, 

amando, aún, amando.


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*Del libro No extravíes la primavera (2020) 

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    París y sus estrellas, despierta


Basta recordar una medusa cabalgando sobre París

para apreciar la belleza del mundo y el caos bajo él.

Quiénes somos nosotros para negarnos al devenir,

suplimos a las estrellas y como ellas, 

tan pronto desaparecer.


Hay que recordar cualquier misterio que la vida

insista en parlotearlo hasta que todos lo confundan.

Basta recordar a París antes de que caigan las estrellas.


Asómate a la lluvia que el sol 

ha dejado caer sobre tu estela.

Sopla rasgos de tu alma hacia las nubes.


Te estoy esperando como un barco sediento 

y engendrado apenas por el mapa de un marino.

Te espero, porque el cielo me prometió tus ojos, 

y en cada neblina me lo recuerda. Asómate.


Te espero, porque el cielo me ha hecho llorar mucho, 

como para tener limpia la mirada 

y descubrirte de lejos si al posarte aquí 

la neblina acaeciera. Asómate a las aguas.


Te espero, porque el cielo me ha dicho que te ame, 

y si se trata de amar solo el cielo lo sabe.


En fin, te espero para que sepas 

que te he estado esperando toda la vida, 

para que no dejes de asomarte caracoleando

de entre esas nubes despiertas.


Cuando se ha navegado tanto por la vida, 

las manos, al acariciar, ya no dejan huellas 

sino estelas. Y los besos ya no son

sino olas sedientas ante un fragor.


Asómate a la lluvia, despierta hacia mis brazos, 

deja que el alma beba las estelas de mis versos. 

Déjate llevar por la blanca niebla, el cielo 

es esta unión de sonrisas misteriosas. 

Asómate, el sol es un pétalo exclusivo 

para tus ojos de rayo.


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*Del libro Poesía perfecta (2022)

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    Éramos las sombras


Encender la frontera de la hoja. 

Mis labios se acercaron a su llovizna 

y la luz de los rayos incendió la pradera.


La sombra de nuestras voces era lengua pegada al frío.

Latíamos como radios vivos en un incendio forestal.


En los espejos del agua no hay sombras cosechadas, 

solo ondas chispeadas desde donde una luna invisible se cuelga 

para impulsarse sobre las nalgueadas oraciones de primavera.


Como no podemos hablar, enviamos cartas incendiándose: 

lisuras, poemas, actuación del amor o la dehesa.

Temo que solo seamos los pétalos de otra sombra angustiada.


¡Cuántas veces he prometido atrapar una cabalgata de siluetas!

Mientras los páramos se desgajaban de sus aguas originales.

Sí, cuando un creador muere no hay rubor bajo sus ojos.


Los poetas de mi casa no tienen tiempo para otros teoremas, 

matan a diario las llamas asesinas de orquídeas en la huerta.

Temo que seamos lo opaco que protege la luz de su fuego.


Mi resumen es éste: perdonar las sombras, agitar hogueras

y echar ahí las lenguas silenciadas: los solitarios 

sabrán que al crear palabras deben también avivarlas.


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*Jener Roa Neira, poema inédito 


Hay un campo sin gravedad sostenido por una flor

en Islandia, 

cubre de arcoíris al año y al valle, 

desde el riachuelo anciano hasta el volcán 

que cría amapolas con canciones budas.


En febrero navideño se posan las auroras boreales 

como una bandada de cometas infantes 

vibrando hacia el epitafio de la noche.


Bien se sabe que en esta región nunca anochece. 

Yo veía el sol a la medianoche, 

y veía al amor desayunando miel cítrica.


En este valle, algunos arcoíris se cruzan en equis

y a veces chocan como platillos de concierto, 

en esa chispa se estaciona una estrella. 


Más allá, adonde los ojos no llegan, solo el sentimiento, 

el agua de una catarata que desea conocer a las nubes, 

se lanza contra las piedras de la falda 

de la madre del volcán. 


A veces, el agua logra impulsarse sobre los arcoiris, 

alcanza entonces a ver a ciertas nubes explotando 

en su mezclarse blanquinegro. 

Y ve cómo un pájaro sale de las auroras boreales 

y se sienta a descansar sobre el cordel cruzado 

de un par de arcoíris que se durmieron.


Este campo ingrávido de Islandia 

aún no se ha descubierto, puedes probarlo: 

al llegar, envíanos la foto de esa flor diminuta.


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*Jener Roa Neira, poema inédito 

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Jener Paul Roa Neira (Culqui ─ Piura, 1996) es aeronáutico, bombero, escritor y poeta. Ex presidente del Conuvive Perú, dirigió el Centro de Investigación Orthomolecular y desarrolla voluntariado como profesor de Teología y filosofía en el CET - Perú.

Fue becado por la Fundación Faucett para estudios de Aeronáutica. Ha dictado conferencias en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos sobre su teoría de la poesía y de literatura. Ingresó en los principales círculos literarios de Lima, recitando junto a Marco Martos, Jorge Castillo Fan, Hector Ñaupari y demás importantes poetas del país.

En el ámbito literario, conformó las antologías Poemas de abril (Gaviota azul, 2016) y Corazón de poeta (2017) de la Asociación de Poetas, y Pluma y trazo (Editorial América, 2020).  

Publicó su primer libro de poesía titulado Fuego de amor (Ed. Cielos, 2018). Y su segundo libro No extravíes la primavera (LP5 Editora, 2020, Chile). Acaba de publicar Poesía perfecta (Ed. América, 2022, Lima). Y próximamente saldrá a la luz su libro de narrativa titulado El principito vive (Ed. América).



martes, 30 de agosto de 2022

CONTRA EL GLUCOCALIX DEL SILENCIO: POESÍA DE FIORELLA GUTIÉRREZ LUPINTA


¿Saben una cosa? Al leer recientemente el segundo poema de un bello libro que tengo en manos, en la página 16, me acordé de don Marco Aurelio Denegri. Ya sé: desconcertados, deben estar preguntándose por qué digo esto. Respondo y explico: Porque pensé que, si él lo hubiera leído, con toda seguridad habría dado el grito al cielo, se hubiese escandalizado. Nuestro inolvidable polígrafo (polígrafo: dícese de la persona que suele escribir, con cierto rigor y mucho conocimiento, acerca de diversos temas o materias), aunque estaba convencido (él mismo lo confesaba) de que en cosas de poesía no se sentía con suficiente autoridad para opinar (es decir, estimaba que ese tema no era "su fuerte"), sin embargo, muchas veces lo hacía y casi siempre con seguridad y hasta con rudeza. Y, al respecto, una de las cosas que más de una vez expresó era que los poemas no debían contener palabras o expresiones "no poéticas". Claro que nunca explicó cuáles eran las que sí debían, pero, en cambio, nos hizo entender cuáles -según su opinión- debían ser vetadas: si mal no recuerdo, las de uso científico, por ejemplo, o -entre otras- las que nombraban objetos o funciones mecánicas, los nombres técnicos de enfermedades, etc.  

 

Bien. He hecho referencia a la lectura de un poema. Efectivamente. Se ha debido a esto: porque, de entrada, en su primer verso dice lo siguiente: "Tu lóbulo occipital pudo captar todos mis tonos". La pregunta obvia es esta: ¿Y por qué hago alusión a don Marco Aurelio? Porque estoy convencido de que al leer lo del "lóbulo occipital" él habría exclamado, como ya lo insinué: "¡No, esto no es poético!", y se hubiera enfrascado en una teorización "de Padre y Señor mío" y, sin duda, algunos le hubiesen dado la razón. Menos yo, naturalmente.  

 

Es que, debo decirlo enfáticamente y también con seguridad, nada justifica, de modo razonable, que se rechace o impida el empleo de ciertos vocablos en la poesía, y tampoco es cierto que haya palabras o expresiones que por algún misterioso designio (divino o de otra índole) gocen del exclusivo y excluyente privilegio para -solo ellas- ingresar en este terreno. La poesía es, digamos, el territorio de la libertad y no tiene cercos ni letreros de prohibición. 

 

Y la poesía es, también, camino o caminos que cada poeta -lo digo con palabras de Antonio Machado- "hace al andar", sin que nadie pueda sentirse con autoridad para conducir sus pasos ni para dirigir su mirada (si acaso, eso que ya mencioné: su propio lóbulo occipital). Caminos en las montañas escarpadas, en los calurosos desiertos, como surcos en las almas atormentadas, o "por los paraísos coloridos / de melamina y arcoiris". 

 

"Al andar se hace el camino", o los caminos, como los ha hecho Fiorella Gutiérrez Lupinta, la poeta autora del libro que hoy tengo entre mis manos y que no solo ha escrito con desenfado el bello verso que he citado, sino también los que muestro a continuación: "Maravillosa rosa de sinapsis encantada"; "Nuestros mundos rompen los glucocalix del silencio"; "Somos un trapecio isósceles de mágica fantasía". 

  


Los caminos, dije. Sí, pues. Los caminos de Florencia (Edición personal, 2019), título del libro cuya página 16 he citado al principio, y que ha sido estimulado por el sentimiento más alto que ennoblece al ser humano: el amor. Amor erótico, y también amor a la vida, a la sabiduría, a la esperanza, a la libertad, a la familia... Exacto: también a la familia, y, en ella, a un ser muy especial -al que nuestra poeta Gloria Mendoza Borda*, en un libro suyo, prácticamente identifica como la patria-; me refiero a la abuela, que es, en realidad, la "mamá grande". Fue Florencia la abuela de Fiorella, aquella mujer bondadosa y tierna, la de "la creatividad infinita (...) a pesar de estar cansada", y que solía hacerle un pedido difícil de cumplir: que, cuando tuviese que seguir el camino sin retorno, jamás llorara por ella; la abuela que, a despecho del tiempo y la ausencia, sigue con el alma intacta "recorriendo los vientos más bellos".  

 

Sí, es el amor lo que inspiró este libro, y es su "motor y motivo"; el amor que no solo permanece, sino que "cada día crece en estallido", como una suerte de Big Bang: genésico, creador; y también loco, pero con una locura que no es demencia, sino fecundidad y desborde desconsiderado e insolente de poesía y buenos sentimientos y todo: el "loco amor" de que hablaba André Breton. Dice Fiorella: "Oh locura mía, alma sin rencores"; claro, en que, repito, cabe todo menos el odio. Y la poeta, dueña de esa bendita locura, se convierte en "la niña que baila en tu pupila / y pinta con pétalos blancos tu esclerótica"; y al referirse a su madre (la mujer "que irradia luz"), le dice que es "(m)aravillosa rosa de sinapsis encantada".  

 

Este libro es, pues, lo digo empleando palabras de Erasmo de Rotterdam, un verdadero "elogio de la locura"; un grito de júbilo y las ganas de darle la contra incluso al mismísimo corazón, cuyo vértice o apex aparece, ante la mirada de la poeta, inclinado no hacia la izquierda sino al otro lado ("Dextrocardia").  

 

¿Por qué -me pregunté al terminar de leer este libro- nuestra poeta pone de manifiesto una especial preferencia (y placer) por el empleo de palabras que pudieran desconcertar (y, de hecho, creo que desconciertan) a muchos, como aquellas que son particularmente de uso en los ambientes de la ciencia médica? Intuyo que por dos razones: por su formación académica en el oficio de la enfermería y porque la palabra tiene un valor extraordinario para ella pues no por nada es terapeuta de lenguaje y trabaja en esto; pero, además y sobre todo, porque es consciente -y está segura de ello- de que es libre de escribir y echar mano a los recursos que solo ella tiene derecho a decidir como elección. Y Fiorella misma lo dice (repito: segura de ello), al final del poemario, a manera de respuesta, declaración de fe y acaso también como un manifiesto poético: "Quiero rescatar mis palabras dibujadas en mi cerebro y mi corazón. / Quiero mostrar mis líneas y hacer arder el papel. / Quiero estamparme yo en mis letras. / Quiero morirme en mis letras / y revivir en mis letras. / Quiero navegar en mis letras y aterrizar en mis letras". Y, vuelvo a decirlo, es libre esta mujer con alma de artista y corazón de poeta; lean esto que expresa, rotundamente y con firmeza: "y... ¿entonces, cómo quieres entonces, como quieres escribir?", / preguntaron los señores. / Y yo respondí: / "Solo quiero escribir con el alma, / solo quiero ser yo". 

 


Y, cierto, es ella, solo ella, la poeta que me ha sorprendido absolutamente y cuya poesía me ha dejado estupefacto hasta la pared de enfrente. Fiorella Gutiérrez Lupinta, la poeta que aun sin renunciar a la delicadeza del lirismo, que ella cultiva magistralmente, tiene el coraje de, incluso, mandarlo al diablo, con palabras que, de seguro, harían santiguar a los estetas más papistas que el propio papa: “Hoy se jodieron las sirenas nocturnas de aquel lago”. Yo aplaudo la poesía que acabo de conocer. ¡Bien, Fiorellita! Tu trabajo creativo con la palabra vale y mucho, y el recuerdo de tu abuela, lo merece; son tus caminos y los caminos de ella, de Florencia. Tu voz poética, como el amor sin límites, también crece en estallido, en frescor y esperanza. 

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* Mi abuela, mi patria. Arteidea, 2018.

 

© Bernardo Rafael Álvarez 

Lima, 29 de agosto del 2022