El propósito de repatriar los restos mortales de
nuestro poeta César Vallejo se remonta al año 1952. El entonces diputado
Augusto Peñaloza fue quien lo planteó por primera vez. Se hicieron todas las
consultas y trámites correspondientes, que se prolongaron hasta 1964, año en
que, finalmente, se supo que -según la legislación francesa- para que pudiera
hacerse realidad tal cosa era indispensable contar con la autorización de la
viuda, lo cual -lamentablemente- resultó imposible, pues ella expresó que su deseo
era que el cadáver del poeta continuara en el cementerio de Montrouge,
en París.
A pesar de ello, unos años después fue retomado el asunto y, en marzo de 1968, fue promulgada la Ley 16957 que declaró "de interés nacional la repatriación de los restos mortales del insigne poeta peruano", y dispuso que los ministerios de Relaciones Exteriores y de Educación Pública se ocuparan de llevar a cabo las acciones pertinentes. Mediante Resolución Suprema 0326 del 3 de abril de ese año, se encargó a César Miró, a la sazón director de extensión cultural del ministerio de educación, que efectuara los trámites que hicieran falta pudiendo, para el efecto, coordinar con la representación diplomática peruana en Francia con el objeto de hacer las gestiones ante las autoridades francesas. Eso fue lo que se hizo.
Dichas gestiones, después de que el mandatario democráticamente elegido fuera defenestrado el 3 de octubre de aquel año, continuaron. Gobernaba entonces el general Juan Velasco Alvarado. Todo, sin embargo, resultó infructuoso, pues el obstáculo insalvable siguió siendo -como era previsible- el mismo: Georgette Philipart, la viuda del poeta, se mantuvo en sus trece, incluso a pesar de los buenos oficios de Fernando de Szyszlo -amigo suyo-, quien trató de convencerla.[1] Esta negativa, según comentó el pintor a los funcionarios encargados del caso, se debía -además de otras razones- a que (está dicho en un documento "secreto", del 7 de mayo de 1973, cuya copia poseo), desde hacía unos años, la señora dejó de recibir la ayuda económica que antes le había otorgado el Estado. En el documento a que he aludido entre paréntesis, se recomendó, finalmente, lo siguiente (lo transcribo de modo textual): "... estimo que sería oportuno y lo más atinado dilatar las gestiones del traslado de los restos de César Vallejo al Perú para una posterior y quizás mejor oportunidad que a mí entender sería después de fallecida la Sra. Georgette de Vallejo".
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Ahora, tras varias décadas de aquellas gestiones, cabe preguntarse: ¿Habría querido César Vallejo, que -después de muerto- lo trajeran al Perú? Es imposible saberlo. En 1970, sus restos fueron trasladados del cementerio de Montrouge (en que habían permanecido durante más de treinta años) al de Montparnasse. Georgette, la viuda, dispuso que se grabara sobre la tumba -presuntamente como expresión de la voluntad del poeta- la siguiente frase: "CÉSAR VALLEJO, QUI SOUHAITA REPOSER DANS CE CIMETIÈRE"; es decir, en español: "César Vallejo, que quiso descansar en este cementerio”.[2]
Sin embargo, en un cablegrama (Nº 34, del 15 de abril de 1938) enviado por la representación diplomática del Perú en Francia a la cancillería peruana, se dijo, textualmente, lo siguiente: "Refiérome cable de usted Nº 25. Vallejo murió hoy nueve de la mañana. Gastos clínica, asistencia y entierro representan aproximadamente veinticinco mil francos que ruégole enviar cablegráficamente. Último deseo Vallejo fue ser enterrado en el Perú".[3] ¿En qué se habría basado tal rotunda afirmación?
Finalmente,
es razonable hacerse esta pregunta: ¿Debería ser traído al Perú? Esto es, en
verdad, un tema sumamente controversial. Yo, particularmente, creo que nuestro
César Vallejo debe permanecer donde está: su poesía, su espíritu, en el
universo y en el corazón de los que lo amamos; y su cuerpo, allí, en el
cementerio de Montparnasse.
© Bernardo Rafal Álvarez
[1] En
memorándum confidencial del 24 de abril de 1973, el entonces director de
asuntos culturales de la cancillería peruana le comentó lo siguiente al
secretario general del ministerio: "La única posibilidad que aún parece
existir para establecer contacto con la señora Vallejo y poder conocer su
opinión, sin que esto signifique conseguir su autorización, es el pintor
Fernando de Szyszlo"; y recomendó "que se designe a un funcionario
del Ministerio, que conozca al señor Szyszlo, y se comunique con él lo más pronto
y con la mayor discreción posible".
[2] También hizo que se pusiera esta bella frase:
"J'AI TANT NEIGÉ POUR QUE TU DORMES. GEORGETTE". ("He nevado
tanto para que tú duermas. Georgette").
[3] Este cablegrama y otros relacionados, los conocí, a
fines de los setentas, gracias a que me fueron mostradas fotocopias de los
documentos por el historiador y diplomático Félix Álvarez Brun, quien, unos
años después (el 14 de febrero de 1982), los transcribió en un artículo
publicado en el diario El observador ("Último deseo de Vallejo: ser
enterrado en el Perú").