martes, 30 de agosto de 2022

CONTRA EL GLUCOCALIX DEL SILENCIO: POESÍA DE FIORELLA GUTIÉRREZ LUPINTA


¿Saben una cosa? Al leer recientemente el segundo poema de un bello libro que tengo en manos, en la página 16, me acordé de don Marco Aurelio Denegri. Ya sé: desconcertados, deben estar preguntándose por qué digo esto. Respondo y explico: Porque pensé que, si él lo hubiera leído, con toda seguridad habría dado el grito al cielo, se hubiese escandalizado. Nuestro inolvidable polígrafo (polígrafo: dícese de la persona que suele escribir, con cierto rigor y mucho conocimiento, acerca de diversos temas o materias), aunque estaba convencido (él mismo lo confesaba) de que en cosas de poesía no se sentía con suficiente autoridad para opinar (es decir, estimaba que ese tema no era "su fuerte"), sin embargo, muchas veces lo hacía y casi siempre con seguridad y hasta con rudeza. Y, al respecto, una de las cosas que más de una vez expresó era que los poemas no debían contener palabras o expresiones "no poéticas". Claro que nunca explicó cuáles eran las que sí debían, pero, en cambio, nos hizo entender cuáles -según su opinión- debían ser vetadas: si mal no recuerdo, las de uso científico, por ejemplo, o -entre otras- las que nombraban objetos o funciones mecánicas, los nombres técnicos de enfermedades, etc.  

 

Bien. He hecho referencia a la lectura de un poema. Efectivamente. Se ha debido a esto: porque, de entrada, en su primer verso dice lo siguiente: "Tu lóbulo occipital pudo captar todos mis tonos". La pregunta obvia es esta: ¿Y por qué hago alusión a don Marco Aurelio? Porque estoy convencido de que al leer lo del "lóbulo occipital" él habría exclamado, como ya lo insinué: "¡No, esto no es poético!", y se hubiera enfrascado en una teorización "de Padre y Señor mío" y, sin duda, algunos le hubiesen dado la razón. Menos yo, naturalmente.  

 

Es que, debo decirlo enfáticamente y también con seguridad, nada justifica, de modo razonable, que se rechace o impida el empleo de ciertos vocablos en la poesía, y tampoco es cierto que haya palabras o expresiones que por algún misterioso designio (divino o de otra índole) gocen del exclusivo y excluyente privilegio para -solo ellas- ingresar en este terreno. La poesía es, digamos, el territorio de la libertad y no tiene cercos ni letreros de prohibición. 

 

Y la poesía es, también, camino o caminos que cada poeta -lo digo con palabras de Antonio Machado- "hace al andar", sin que nadie pueda sentirse con autoridad para conducir sus pasos ni para dirigir su mirada (si acaso, eso que ya mencioné: su propio lóbulo occipital). Caminos en las montañas escarpadas, en los calurosos desiertos, como surcos en las almas atormentadas, o "por los paraísos coloridos / de melamina y arcoiris". 

 

"Al andar se hace el camino", o los caminos, como los ha hecho Fiorella Gutiérrez Lupinta, la poeta autora del libro que hoy tengo entre mis manos y que no solo ha escrito con desenfado el bello verso que he citado, sino también los que muestro a continuación: "Maravillosa rosa de sinapsis encantada"; "Nuestros mundos rompen los glucocalix del silencio"; "Somos un trapecio isósceles de mágica fantasía". 

  


Los caminos, dije. Sí, pues. Los caminos de Florencia (Edición personal, 2019), título del libro cuya página 16 he citado al principio, y que ha sido estimulado por el sentimiento más alto que ennoblece al ser humano: el amor. Amor erótico, y también amor a la vida, a la sabiduría, a la esperanza, a la libertad, a la familia... Exacto: también a la familia, y, en ella, a un ser muy especial -al que nuestra poeta Gloria Mendoza Borda*, en un libro suyo, prácticamente identifica como la patria-; me refiero a la abuela, que es, en realidad, la "mamá grande". Fue Florencia la abuela de Fiorella, aquella mujer bondadosa y tierna, la de "la creatividad infinita (...) a pesar de estar cansada", y que solía hacerle un pedido difícil de cumplir: que, cuando tuviese que seguir el camino sin retorno, jamás llorara por ella; la abuela que, a despecho del tiempo y la ausencia, sigue con el alma intacta "recorriendo los vientos más bellos".  

 

Sí, es el amor lo que inspiró este libro, y es su "motor y motivo"; el amor que no solo permanece, sino que "cada día crece en estallido", como una suerte de Big Bang: genésico, creador; y también loco, pero con una locura que no es demencia, sino fecundidad y desborde desconsiderado e insolente de poesía y buenos sentimientos y todo: el "loco amor" de que hablaba André Breton. Dice Fiorella: "Oh locura mía, alma sin rencores"; claro, en que, repito, cabe todo menos el odio. Y la poeta, dueña de esa bendita locura, se convierte en "la niña que baila en tu pupila / y pinta con pétalos blancos tu esclerótica"; y al referirse a su madre (la mujer "que irradia luz"), le dice que es "(m)aravillosa rosa de sinapsis encantada".  

 

Este libro es, pues, lo digo empleando palabras de Erasmo de Rotterdam, un verdadero "elogio de la locura"; un grito de júbilo y las ganas de darle la contra incluso al mismísimo corazón, cuyo vértice o apex aparece, ante la mirada de la poeta, inclinado no hacia la izquierda sino al otro lado ("Dextrocardia").  

 

¿Por qué -me pregunté al terminar de leer este libro- nuestra poeta pone de manifiesto una especial preferencia (y placer) por el empleo de palabras que pudieran desconcertar (y, de hecho, creo que desconciertan) a muchos, como aquellas que son particularmente de uso en los ambientes de la ciencia médica? Intuyo que por dos razones: por su formación académica en el oficio de la enfermería y porque la palabra tiene un valor extraordinario para ella pues no por nada es terapeuta de lenguaje y trabaja en esto; pero, además y sobre todo, porque es consciente -y está segura de ello- de que es libre de escribir y echar mano a los recursos que solo ella tiene derecho a decidir como elección. Y Fiorella misma lo dice (repito: segura de ello), al final del poemario, a manera de respuesta, declaración de fe y acaso también como un manifiesto poético: "Quiero rescatar mis palabras dibujadas en mi cerebro y mi corazón. / Quiero mostrar mis líneas y hacer arder el papel. / Quiero estamparme yo en mis letras. / Quiero morirme en mis letras / y revivir en mis letras. / Quiero navegar en mis letras y aterrizar en mis letras". Y, vuelvo a decirlo, es libre esta mujer con alma de artista y corazón de poeta; lean esto que expresa, rotundamente y con firmeza: "y... ¿entonces, cómo quieres entonces, como quieres escribir?", / preguntaron los señores. / Y yo respondí: / "Solo quiero escribir con el alma, / solo quiero ser yo". 

 


Y, cierto, es ella, solo ella, la poeta que me ha sorprendido absolutamente y cuya poesía me ha dejado estupefacto hasta la pared de enfrente. Fiorella Gutiérrez Lupinta, la poeta que aun sin renunciar a la delicadeza del lirismo, que ella cultiva magistralmente, tiene el coraje de, incluso, mandarlo al diablo, con palabras que, de seguro, harían santiguar a los estetas más papistas que el propio papa: “Hoy se jodieron las sirenas nocturnas de aquel lago”. Yo aplaudo la poesía que acabo de conocer. ¡Bien, Fiorellita! Tu trabajo creativo con la palabra vale y mucho, y el recuerdo de tu abuela, lo merece; son tus caminos y los caminos de ella, de Florencia. Tu voz poética, como el amor sin límites, también crece en estallido, en frescor y esperanza. 

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* Mi abuela, mi patria. Arteidea, 2018.

 

© Bernardo Rafael Álvarez 

Lima, 29 de agosto del 2022