ANTE TU PARTIDA
Fiel compañera, viste
cómo llora el crepúsculo,
como si sus lágrimas
deslizaran ríos sacrílegos,
donde me hundo hasta
perder la conciencia,
y te busco en el profundo abismo de tus horas
Ahora que el desierto
ahoga los suspiros rojos
de tus labios marchitos
como flores carnívoras,
que han devorado la fe en
un digno amanecer
a tu lado, como en los
tiempos remotos de la fe.
Cuando mirabas a través
de los impulsos ciegos
y yo te miraba en la
claridad de tu pecho florido,
ambos frente a frente
como ante el espejo puro,
como dos sombras que se
difuminan ante el sol.
Amiga leal, te has ido, y
no escucho sino ruidos
que hieren los tímpanos
que idolatraban tu voz,
aquella diosa camuflada
en lo etéreo y lo divino
y en la más bella de las
reencarnaciones del fuego.
A LA DERIVA
Al abrirse la puerta de
par en par,
el precipicio se camufla
en sombras
y uno tiene que tantear
como un ciego sin bastón
ni lazarillo,
cual jinete que cabalga
en la pradera
en un corcel furioso y
potente.
Cada paso es temer al
abismo,
que nos ha de tragar como
el mar,
nos ha de fundir como la
lava,
nos ha de esconder como
el eclipse,
nos ha de ahogar como una
pesadilla,
cuando soñamos con deseos
frustrados,
los malos recuerdos,
o lo que nunca deseamos
vivir.
Solo los tristes en sus
lágrimas oscuras
o los infelices en su
tormento
entienden este
trastabillar
en aquella carrera de
caminos sin destino,
con trampas, armadijos,
cepos,
ardides, insidias y
muchas piedras.
Y también lo entenderás
tú
cuando distingas, oh
Cielos,
que en cada día se
siembran
socavones, cruces y muros.
Las
cuatro montañas se yerguen imponentes,
solo
expelen sombras crudas y oscuras.
Desde
el suelo no se distingue el crepúsculo
ni
el río que le daría vida, un hálito de luz,
un
fulminante rayo que partiría la tierra
sucia
de andrajos, de escombros y de vómitos.
Aquellas
toneladas ciegan la mirada, cual enfermedad
que
ataca a los más débiles, los más lerdos,
los
que creen en las estrellas y en su eterno brillo.
Esos
enfermos tambalean, dudan en avanzar
o
en retroceder, temen de una mina camuflada
que
los haría explotar en mil pedazos.
Es
decir, son conscientes del inminente peligro,
se
juegan la vida con los miedos, tan terribles,
que
los inmoviliza como estatuas de sal.
Tal
horror hace temblar todo, como un fuerte sismo;
se
encumbran nubes de polvo, rocas se deslizan
y
las montañas se desmoronan con violencia,
una
brutal violencia que sepulta al enfermo,
que,
pese a ello, cree que es el culpable de todo.
Nunca
ha tenido tanta razón, jamás fue tan cierto.
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Francois Villanueva Paravicino. Escritor, nacido en 1989. Cursó la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Es autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019). Textos suyos aparecen en páginas virtuales, antologías, revistas y diarios (peruanos y extranjeros). Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Mención especial en el Primer Concurso de Poesía (2022) y de Relatos (2021) “Las cenizas de Welles” de España. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España. También, ha sido distinguido en otros certámenes literarios.