Obviamente, los muros no se construyen como adornos; siempre son para alejar a "los otros". Siempre -salvo en un caso, si no me equivoco- por la misma razón: para protegerse.
Muros ha habido siempre y en todas partes. Cerca de donde vivo hay un "condominio", construido hace unos quince años o algo más, con su respectivo muro. Los colegios -muchos de ellos (sean "nacionales" o privados), siempre que no funcionen en lo que antes fue una vivienda- están rodeados de muros.
Hace unos siglos, en Lima se construyó una muralla dizque para proteger a la ciudad de piratas y corsarios; hoy quedan pocos vestigios, algunos como bello atractivo turístico recuperado (El Parque de la Muralla, por ejemplo). En la Edad Media las murallas eran para proteger a los castillos feudales. Más atrás, mucho más atrás, cinco siglos antes de Nuestra Era, comenzó a construirse (como escudo contra los nómadas xiongnu de Mongolia y Manchuria) la majestuosa y hoy muy admirada Muralla China que mide más de veinte kilómetros de longitud y que -dicen, pero yo les creo- es el único objeto construido por el hombre que pudo ser visto, sin el auxilio de telescopio, desde la Luna.
Volviendo a Lima, hace algo más de treinta años -en época de violencia terrorista e incremento de "invasiones"- fue construido un muro de diez kilómetros, para proteger la propiedad privada de los pobladores de Las Casuarinas, urbanización exclusiva (y, por lo que parece, excluyente) de gente sumamente adinerada.
Como dije al principio, todos estos muros o murallas (nos guste o no reconocerlo) fueron hechos como medida de protección, de seguridad, contra "los otros".
Pero hubo otro muro -un poquito más allá del Atlántico- que si bien, "de la boca hacia afuera", fue "explicado" como una medida de "protección antifascista", lo cierto es que fue construido para prácticamente encarcelar a los propios habitantes de una ciudad e impedir que escaparan del “paraíso” que significó la opresión, la miseria y la pesadilla "socialista"; ese fue el Muro de Berlín que durante veintiocho años representó oprobio y vergüenza. No sirvió para protegerse de "los de allá", sino para quitarle la libertad a los "de acá", para convertirlos en prisioneros dentro de su propia ciudad. Felizmente cayó, el 9 de noviembre de 1989, y cayó, también el mito del falso paraíso en la Tierra.
Y, volvemos a nuestro Continente. Donald Trump, el flamante presidente de Norteamérica, hace prácticamente unas horas firmó la "orden ejecutiva para la construcción del muro en la frontera de Estados Unidos con México", que es lo que había anunciado como promesa en su campaña electoral ("Un país que no controle sus fronteras, no puede sobrevivir", decía cuando aún era precandidato), y muchos en su país lo alentaban ("¡construye el muro!, ¡construye el muro!, ¡construye el muro!", gritaban). ¿Será -como dijo antes de ser investido como el presidente número 45 de Estados Unidos- solo para impedir el ingreso de ilegales, narcotraficantes y delincuentes? Bueno, al menos de lo que estoy seguro es que no será para encarcelar a sus propios habitantes.
¿Es reprobable lo que -dentro de los límites de la soberanía nacional-
hace, sin ser el primero, en este asunto en concreto? Desconozco
"mayormente". Pero de que no solo es la seguridad lo que le interesa,
sino -además- el poner en práctica una suerte de "ideología" del mal,
pareciera que es probable: aparentemente, Donald Trump es discriminador y
racista. Más allá de los muros, este personaje sería (hay indicios razonables
y, sobre todo, mucha propaganda adversa que nos hacen creerlo) un personaje
medio peligroso. Ojalá me equivoque; ya lo veremos. Pero, definitivamente, los
muros son, mayormente, una expresión de intolerancia, enemistad, odio y
-repito- oprobio.