domingo, 7 de agosto de 2016

MAÑANA, 8 DE AGOSTO, MI MADRE HABRÍA CUMPLIDO 95 AÑOS DE EDAD

Mañana, 8 de agosto, mi madre habría cumplido 95 años de edad. Esta nota la puse en el Facebook, hace seis años, exactamente el 7 de agosto del 2010 (encontrarla, en los recuerdos, me ha obligado a lo inevitable y justo: a derramar una lágrima por ti, Biguita, mi mamá linda):

«El 8 de agosto, es decir, dentro de algunas horas, habría cumplido ochenta y nueve años. Ya no está con nosotros, y por ello no habrá celebración porque, además, Rafael -mi padre, que falleció hace veinte años- no estará para tocar el “Punchayniquipi”. 

Hace treinta y cuatro años, en octubre, unas horas antes de su muerte le alcancé un sobrecito de maní confitado, que a ella le gustaba mucho; sentí que, contenta, mientras saboreaba (“currush, currush…”) su golosina preferida me rascaba la cabeza, como hacía cuando yo era un niño. La abracé y me quedé dormido a su lado. Horas después (3 o 4 de la madrugada), la querida tía Segunda, que siempre estaba con nosotros en los momentos más difíciles, se acercó a verla y pudo constatar que su débil respiración ya se había detenido. Enseguida nos despertó a todos. La casa era un océano. La linda mujer que me trajo al mundo, había dejado de existir. Fue, tal vez, su segunda y última muerte (esto escribí, en otra crónica, hace tiempo: “Y a mi madre, asimismo por primera vez, la vi que se moría. Yo tenía cinco años y al percatarme que iba ensombreciéndose, a la medianoche, con los pies descalzos y el llanto como río desbordado, salí a llamar a mi padre que estaba en casa de don Víctor Alvarado; me acompañaba, en la mano, una vela apagada por el viento. Mi padre me encontró temblando de frío y me levantó en sus brazos y corrió. Gracias a Dios y a esa luz extinguida en medio del camino, el hombre que me dio la vida evitó que la de Abigail, mi madre, se obscureciera aquella noche. Tímida y vergonzosa, como era, siguió alumbrándonos por muchos años más”). 

Un año antes, aproximadamente, había ocurrido algo inexplicable pero real. Soñé que nuestro viejo radio “Telefunken” se incendiaba. Le conté a mi padre y él con una terrible seguridad me dijo que eso significaba que un familiar cercano moriría. Incrédulo, yo no le di importancia. Tras unas dos o tres semanas, en el lado izquierdo del maxilar inferior de mi madre apareció un pequeño bulto. ¡Se trataba de una tumor maligno. Allí comenzó la última caminata, la dolorosa
caminata de Abigaíl (el Hospital de Neoplásicas parecía nuestro segundo hogar). Sus pasos se paralizaron el 29 de octubre, justo cuando las andas del Señor de los Milagros, de cuyo escapulario jamás se desprendió, terminaban su recorrido procesional en la Iglesia de las Nazarenas. Su corazón sigue palpitando en mi pecho. ¡Y es mi luz!»