Gustavo Armijos fue, lo repito (porque lo dije antes),
uno de los más importantes difusores de la poesía peruana; perseverante,
infatigable, de principio a fin, con La tortuga ecuestre, cuyo
primer número fue impreso en la Editorial Jurídica y luego en una modesta
imprenta que su padre tenía en El Porvenir, La Victoria (yo conocí su casa); el
primer número de esa revista apareció mostrando como Director a Isaac Rupay,
pero quien realmente la manejó fue Gustavo, un poeta que supongo por su forma
de ser (que jamás puso de manifiesto conmigo) se ganó desde aquellos años
setenteros no solo antipatías sino odios viscerales, lo que creo comenzó a
ponerse de manifiesto con el fastidio de algunos poetas publicados allí (uno de ellos me dijo que Gustavo lo había publicado -justo en el primer número- sin su
"autorización", como si tal cosa fuera un crimen, o como si con eso
él sacara algún provecho). Pero, bueno, ¿esto, además de ello, qué significó?:
que el editor y director real no fue Isaac Rupay sino el mismo Gustavo, pues si
hubiera sido de otro modo, la víctima de esos fastidios y del zarandeo hubiese
sido Isaac y no Gustavo. Gustavo, ya que, repito, él fue quien se ocupaba de la
edición y las impresiones las hacía en su casa y fue él quien mandó a
confeccionar el "cliché" o plancha de impresión con el nombre, a
manera de sello, con que se estampaba el nombre o título de la publicación; lo
demás son especulaciones, no sé si caprichosas, malsanas y "con mala leche",
pero especulaciones al fin y al cabo. El impulsor, real, impenitente y, si se
quiere, antipático para muchos (jamás para mí) fue, insisto e insistiré
siempre, Gustavo Armijos. Y lo sé porque prácticamente desde el principio
caminé por distintos puntos de la Capital con él, conversando riéndonos,
enamorando chicas ("qué lindo habla", le dijo una jovencita,
entusiasmada: "es que soy poeta", le respondió, con su dejo
piurano"), conociendo la verdad, etc. Y ofreciendo las revistas, como he
contado en otro texto. Era (hablo de los años de 1970 -la revista comenzó en
enero de 1973) un hombre alegre, optimista, soñaba en la revolución; incluso en
sus exposiciones con las que buscaba -y lo lograba- convencer a distintos
auditorios para que adquirieran las publicaciones, hablaba sobre aquello que
estaba en boga; las luchas de clases, contra el poder de la oligarquía, y las
reivindicaciones sociales y que la poesía era una suerte de arma para
transformar el mundo. Tendría, repito, actitudes que generaban resquemor en
algunos, seguramente, pero yo jamás lo conocí así. En más de una oportunidad
estuvimos en mi casa, en Breña, y comimos y tomamos algo. Conmigo no lo fue,
pero si mal no recuerdo, ya en los años noventas, su comportamiento solía
ponerse medio desagradable para algunos (no sé con quiénes exactamente, pero
intuyo que en eso era selectivo o, como se dice familiarmente, "sabía con
quiénes lo hacía"). Ah, lo que era, sí, y nadie podrá desmentirme, muy
imaginativo y soñador casi a extremos disparatados (que no voy a atreverme,
irresponsable y ligeramente, a calificar de "demenciales" -porque
hacerlo sería infame- sino en todo caso pintoresco): se enamoraba imaginariamente
de bellas mujeres, digamos, "imposibles" con las que, intuyo, ni
siguiera había logrado un contacto verbal (por lo demás quién no lo ha hecho
alguna vez: Paco Bendezú, casi siempre), y esto sí pasaba con Gustavo desde
hacía mucho tiempo, desde los setentas: vivió enamorado, claro que
infructuosamente ya que era de mentiririta, por ejemplo de Tania de Libertad de
Sousa Zúñiga, nuestra cantante, a quien incluso le dedicó un poema incluido en
uno de sus libros; también de una periodista mexicana, y de una chica peruana
que creo vivía o vive en Ayacucho. Eran amores, repito, platónicos,
imaginarios. Otra cosa. He leído que se afirma por ahí que Gustavo fue un
hombre autodestructivo y hasta suicida; yo, que lo conocí bastante, nunca
advertí tal cosa; jamás vi ni supe que hubiese hecho algo con lo que buscará
dañarse: ni drogas ni sobredosis de fármacos y ni siquiera rasguños peligrosos
y tampoco gestos de advertencia o amenaza, digamos, de quitarse la vida. ¿Quiso
matarse alguna vez? ¿Demostró realmente tener "vocación suicida"? Que
yo sepa, jamás. Lo que sí es cierto es que, cuando comenzó a experimentar
graves problemas de salud (fines de los noventas, los años 2000) empezó a
sentirse frágil, desguarnecido, lo cual, como es obvio y comprensible se sumaba
a sus reales dificultades económicas; sé, porque me lo dijo, que había
ocasiones en que se sentía morir y que tenía miedo a la muerte, pero nunca me
dijo que la estuviera buscando como una alternativa ni nada parecido. (Ojo: no
estoy haciendo -porque sería estúpido y soberbio hacerlo-, un "análisis o
diagnóstico psiquiátrico" de la persona, solo hablo de lo que fui testigo).
Y pedía ayuda, para qué, pues para sobrevivir, para no hundirse en el
precipicio, para seguir con nosotros. Pero, bueno, le llegó ese inesperado
momento. Y yo lo recuerdo tal cómo era, tal como lo conocí, sin quitar nada y
sin añadir ni menos exagerar nada. Hablo del Gustavo que conocí, con cariño,
pero sin ceguera, porque no quiero ni me interesa caer en esa torpe actitud de
edulcorar los defectos de los muertos (pero, además, porque no practico ese
hediondo deporte de patear cadáveres). Trato, como siempre, de ser justo. Lo
quise desde el principio hasta el final, pero de verdad. Y me quiso, y le quiso
también a Maolita, quien lo ayudó. Por eso y por más, nos duele su partida.
Pudimos haber hecho en los últimos tiempos algo por él: por ejemplo, estar
cerca de él en estos días pero, ya sabemos, las circunstancias que vivimos nos
empujan a lo contrario: a alejarnos. Así son las cosas, pues, y solo nos queda
resignarnos. Gustavo se ha ido, pero nos ha dejado, además de sus libros de
poemas, como valioso legado la revista en que prácticamente publicaron todos
los poetas a partir de los setentas, La
Tortuga Ecuestre, con Harawi de
Paco Carrillo y Eros de
Isaac Rupay, las tres más importantes revistas de poesía peruana, le duela a
quien le duela (una en la década del 60, otra apenas con un solo número en
agosto de 1973, y la tercera desde enero de ese año hasta hace poquito). La
tortuga Ecuestre, acaso la más conspicua (y simple y modestísima)
"antología en tiempo real" de la poesía peruana, como la llamé hace
unos años. ¡Descansa en paz, hermano Tavito!
© Bernardo Rafael Álvarez