En la Introducción
a un libro dedicado a la interpretación de Los ríos profundos -la gran novela
de José María Arguedas- la francesa Isabelle Tauzin-Castellanos, después
de afirmar que "La utopía arcaica configura un panfleto
parricida", dice esto que, igual, también me parece una tontería: "El
ajusticiamiento sufrido en el libro por Arguedas cumple con borrar la
extroversión afectiva mostrada treinta años atrás, en 1965, y recordada por el
etnólogo Alejandro Ortiz Rascaniere". [1]
(Este es el recuerdo aludido, que hace Ortiz
Rascaniere de lo que ocurrió en 1965, en París: "Nos sentamos en un café
de Saint Germain (...) Mario Vargas Llosa no dejó de hablar, estaba muy locuaz
y entusiasmado, pero solo se dirigía a Arguedas").[2]
En la nota introductoria de La utopía arcaica,
Vargas Llosa escribió esto: "Entre mis autores favoritos, esos que uno lee
y relee y llegan a constituir una familia espiritual, casi no figuran peruanos,
ni siquiera los más grandes, como el Inca Garcilaso de la Vega o el poeta César
Vallejo. Con una excepción: José María Arguedas. Entre los escritores nacidos
en el Perú es el único con el que he llegado a tener una relación entrañable
(...) En 1955 lo entrevisté para un periódico y su atormentada personalidad y
su limpieza moral me sedujeron..." (págs. 9-10).
El 7 de diciembre del 2010, El autor de
Conversación en la catedral, dijo -ante todo el mundo- esto, al
recibir el premio Nobel, en Suecia: "Un compatriota mío, José María
Arguedas, llamó al Perú el país de "todas las sangres". No creo que
haya fórmula que lo defina mejor. Eso lo llevamos dentro todos los peruanos,
nos guste o no".
Unos meses después, el 17 de enero del 2011,
nuestro Nobel declaró: "José María Arguedas es uno de los grandes escritores
peruanos. Y es muy justo que se le haga un homenaje en este centenario. Creo
que su obra tiene una significación múltiple, primero por su calidad y porque
es una obra integradora".
¡Qué manera tan peculiar de odiar la del
"escribidor", caracho!
O sea, según el análisis (¿podríamos, quizás,
llamarlo "diagnóstico"?) efectuado por la desubicada francesa,
Mario Vargas Llosa solo sintió el afecto -del que él habla- por Arguedas, hasta
1965, concretamente: hasta aquella noche en que, locuaz y entusiasmado, en un
café parisino, no dejaba de conversar con el taita, a quien admiraba y quería
desde que lo conoció (en 1955). Y que hoy "lo odia", y por eso es que
escribió ese libro "parricida" con el cual se atreve a
"ajusticiar" al novelista andahuaylino. ¡Ay, caracho! No cabe duda de
que la escritora francesa ya es una más en el desafinado coro de hepáticos
"científicos" literarios, que dicen amar a Arguedas, pero
aparentemente lo hacen con una alta dosis de conmiseración y con un absurdo ánimo
sobreproteccionista ("¡No lo toquen, no lo toquen!", parecen gritar a
una sola voz).
Es evidente que, según la escritora europea,
admirar o sentir afecto por un escritor obliga a solo encontrar virtudes en su
obra y a dejar de ser justo y objetivo. No, señora, la crítica literaria (el
estudio de la literatura) no tiene que ser solo complaciente. Eso se puede
hacer en un prólogo, tal vez (muchos lo hacen, yo nunca lo he hecho; en los
prólogos que he escrito siempre he tratado de ser objetivo), pero no en un ensayo.
En estas cosas, los buenos sentimientos no deben manifestarse como paños de
agua tibia, como edulcorante. Se debe actuar con inteligencia y no con impulsos
pasionales: ni odio ni simpatía, solo con la razón.
¿Qué le dijeron los estudiosos que participaron en
la Mesa Redonda del 23 junio de 1965, a José María Arguedas, respecto de Todas las sangres? Eran siete, y de ellos solo dos no eran
precisamente amigos del novelista. ¿Le abrumaron con ramos de flores y chocolates?
No. Por el contrario, le dijeron cosas prácticamente más duras (para la
sensibilidad tan frágil del narrador) que aquellas que también se encuentran en
el ensayo de Vargas Llosa. Arguedas era un convencido de que la literatura era
un medio para "describir, casi podría decir, denunciar"[3] la realidad (del hombre, el pueblo, el
paisaje), y creyó que eso lo había logrado con su novela; los intelectuales
presentes en la Mesa Redonda lo desmintieron. Y él se sintió derrumbado, al
punto de terminar interpretando la crítica -desapasionada y directa, pero en muchos casos acertada, que le habían hecho- como una estocada insalvable y letal, y hasta
llegó a entender -equivocadamente, por cierto- que habían afirmado (lo que
nunca ocurrió, realmente) que su novela era un libro "negativo para el
país". Cosas así nadie dijo ni insinuó entonces, y tampoco, nunca, fueron
dichas por Vargas Llosa (todo lo contrario: él siempre lo ha alabado).
¿Es, realmente,
reprobable, repudiable, La utopía arcaica, José María Arguedas y las
ficciones del Indigenismo? No. Lo dije en un ensayo hace cerca de diez
años (12 de noviembre del 2010) y hoy lo repito y me reafirmo en lo dicho: Este
libro "es, a la vez, una apología de la ficción y de la libertad en la
literatura y un homenaje, rudo pero ecuánime, es decir justo, que Mario Vargas
Llosa tributa al novelista de Los ríos profundos".
[Ah, pero, claro, no voy a demostrar que soy ciego,
porque no lo soy. Y diré, como todo el mundo, que "La utopía arcaica"
no es un libro perfecto. Y sería recomendable que su autor lo corrigiera.
Veamos: Las palabras con que empieza el capítulo primero son estas: "El
novelista peruano José María Arguedas se disparó un balazo en la sien -frente a
un espejo para no errar el tiro- el 28 de noviembre de 1969..." ¡No, pues,
don Mario! Eso es absurdo. Eso es lo que debe corregir. ¿Cómo se le ocurrió
poner semejante barbaridad?][4]
[1] Tauzin-Castellanos, Isabelle: El otro curso del tiempo: una interpretación de Los Ríos Profundos.
[2] Ortiz Rescanieri, Alejandro: José María Arguedas-: Los recuerdos de una amistad. OUCO, Lima, 1996.
[3]Arguedas, José María: La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú. En: Mar del Sur, Año III, No. 9, enero-febrero, 1950.
[2] Ortiz Rescanieri, Alejandro: José María Arguedas-: Los recuerdos de una amistad. OUCO, Lima, 1996.
[3]Arguedas, José María: La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú. En: Mar del Sur, Año III, No. 9, enero-febrero, 1950.
[4] ¿Se entendió qué es lo que quiero decir? Pues que es
absurdo afirmar que Arguedas se disparó el balazo en la sien frente a un espejo,
"para no errar el tiro".
©Bernardo Rafael Álvarez
(7 de julio, 2020)