Escribo
un poema
En mi
cuarto que es el cuarto de todos:
“Cojo tu sonrisa
Entre mis dedos
Para beberla como agua de arroyo
Y tu piel de durazno
Secuestra mis sentidos…”
Afuera,
entre tanto, lo que fue piar se convierte en alarido.
Atada de
una pata la paloma blanca
Protege su
mundo y destruye
A picotazos
la cabeza del ave cuyo ahogo
Estremece
las dimensiones del nido y la tolerancia.
Una mirada
ingenuamente impávida atiza el fuego
De lo que
parece ser un juego.
La urgencia
Se convierte
en un llamado ineludible. Pongo
Una zancadilla
a lo que asumo como mi destino,
Lo derribo
Y altero
el curso de su itinerario.
El agua,
es decir, esa sonrisa del poema
Se derrama
entre mis dedos
Y una
espantosa certidumbre tritura mi conciencia
Preguntando
Si la paz
nívea y alada,
Sucia de
sangre y desechos,
Puede también
matar el canto y el vuelo
(Cruda y
solar realidad).
Vuelvo
sobre mis pasos y escribo:
“¿Podrá
este poema
Devolverme
la vida
Que he
desperdiciado
En metáforas
y desavenencias?”
La duda
justifica mi existencia.
Tras de
mí cierro la puerta.
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De: Toro de trapo y algunas otras deudas, Lima,2003