Ver donde otros no ven, o no quieren ver, no es cosa del otro mundo. Es cuestión de ver únicamente; así de simple. Ah, pero para ello es recomendable emplear la mirada y dejar de lado las anteojeras y también la ojeriza. Apasionarse en la vehemencia, no en el odio ni en el fanatismo. Ser tolerantes, pero no tontos. Ser perspicaces, no adivinos. Ser claros y objetivos. Ser decentes y sinceros. Justos. No esperar el aplauso fácil. Buscar la verdad. Respetar.
martes, 8 de enero de 2013
El ROSTRO Y LOS RASTROS DE ELVIA.
Serían -no estoy seguro- los más antiguos poemas escritos por César Calvo o, en todo caso, los más antiguos de él que se han dado a conocer; y Elvia sería, quizás, la primera mujer a la que el poeta de Pedestal para nadie le dedicó sus más tempranos versos. Sea como fuere, lo cierto es que ahí están, expuestos e indudables. Uno de ellos (dos fueron en total, sonetos ambos) dice en su última estrofa: "No sé explicar como tu voz me encanta, / ni sé como temblando tu garganta / puede arrojar espuma, nubes, rosas...". Y es acerca de esto , entre otras cosas, que Elvia habló, el 2004, en su bello y delicado libro cuyo título, que suena a advertencia, es "Hablaré con la pura y neta verdad". Efectivamente, cuando César no pasaba de los diecisiete años de edad y Elvia los veinte, se conocieron en el Callao y fueron, por un corto tiempo, amigos, simplemente amigos. Pero César, entonces ya poeta y enamorador, galantemente le hizo entrega de esos dos bellos presentes, "Tu voz" ("hechizo de murmullos cantarinos/ que salen del estuche de tu boca...") y "Tus manos" ("Tengo miedo pensar que esa mano en la mía / en una tierna tarde de mi melancolía, / sea llave que abra las puertas del ensueño."). El recuerdo, la nostalgia en verdad, de la amistad que la acercó a quien sería después uno de los más importantes y entrañables poetas peruanos, fue el estímulo para que Elvia decidiese contar su historia y sacar a la luz las dos joyas literarias a que he hecho referencia. Pero no se quedó allí. Como suele suceder, el "gusanito" que corroe para bien, mejor dicho, que no deteriora como el insecto lepidóptero que se traga los papeles, en su caso sirvió como acicate para que continuara en el oficio de la escritura, y, bueno pues, apareció otro libro con más nostalgia, pero esta vez de los lugares donde Elvia Vivió y, principalmente, de Pallasca que es la ciudad andina en que pasó sus años de infancia, junto a su madre, mi tía Adelinda (quizás la hermana a la que más quiso mi padre). Como el anterior, este libro ha sido escrito con aquello que tiene un altísimo valor pero que muy pocos ponen en práctica: con sinceridad. Y, así, en palabras sencillas y a través de una redacción -estilo diría yo- que fluye como una conversación de amigos, limpiamente y sin ambiciones "literarias", Elvia nos cuenta, por ejemplo, que a su madre le gustaba (herencia que dejó a su hija, pues) escribir: "Muchas veces la sorprendí escribiendo, corrigiendo muchas hojas de papel y entonces le preguntaba: ¿Que hace, mamá?, ¿qué escribe?, me miraba fijamente y decía: 'Mi libro'...luego en su rostro observaba una tierna sonrisa.". Nos habla también, entre otras cosas, de la Semana Santa Pallasquina: "Ahora les contaré acerca de las comidas de esa semana: pescado (salado y seco) preparado especialmente con ají amarillo, yucas y arroz; la sopa de chochos con "cushuro", el "shámbar" de trigo partido, la "patasca" de (mote) maíz con ají colorado, algo así como una sopa espesa pero muy deliciosa y nutritiva, el cochayuyo (sea weed) con papas"; y agrega que "como bebida no puede faltar la "alhoja" o chicha morada (refresco a base de maíz)", y que también se disfruta del "dulce de higos y buñuelos servidos en miel". Ah, y como no podía ser de otro modo, Elvia resalta una de las más bellas costumbres de Pallasca: la fiesta de mayo, o de las cruces, o de las flores, o del Toro de Trapo, como quiera llamársela, y el peregrinaje a la montaña más alta, el Chonta. Como sabemos, y a todos nos ha pasado en realidad, la infancia nos marca, nos deja huellas y siempre hay algo que, en medio de otras circunstancias, queda como un bello recuerdo; Elvia se encariñó desde que era estudiante "primariosa" de un bello árbol que durante muchos años lucía esplendoroso en el patio de su colegio, un pino. ¿Por qué el afecto especial? Pues porque ella y todas sus compañeritas de entonces contribuyeron con una humilde cuota (cincuenta centavos cada una) a que pudiera ser adquirida la bella planta. Cuando, ya adulta, regresó al pueblo, se dio con la desagradable sorpresa de no encontrar el hermoso árbol, lo que le causó un profundo dolor que solo (ella lo dice) quedó compensado por la memoria que de él guardan quienes lo vieron crecer. En fin, otras cosas también nos cuenta. Y si bien es cierto al leer lo que ella ha escrito nos sentimos estimulados a querer más nuestras raíces, a simpatizar más con nuestros pueblos y a rendirle culto a la gratitud como uno de los más excelsos valores, también es verdad que este libro nos enseña algo más: que la escritura es uno de los ejercicios más nobles que podemos desarrollar las personas, porque contribuye al enriquecimiento espiritual y a que se fortalezcan nuestros sentimientos. Elvia, sin duda, tiene un corazón cuya marca es, diríamos, el sello pallasquino, pero ella no nació en Pallasca sino en Lima (ahora, desde hace más de cuarenta años, vive en Norte América) y por ello es altamente meritorio lo que hace al desbordarse en emociones a partir del imborrable recuerdo de sus años infantiles en aquel pueblo ancashino, que es mi pueblo también. Yo, como su primo, me siento orgulloso y particularmente complacido. El libro (salido hace muy poco de la imprenta), recién voy a decirlo, se llama sencilla y bellamente así: "Rostros y Rastros" (cactus ediciones, Octubre del 2012). Su autora: Elvia Benavente Álvarez. (Un abrazo, Elvia. Yo saludo tu talento que, claro, como ya lo insinué, es una herencia de tu madre y acaso, quién sabe, también un misterioso contagio del poeta al que conociste y comenzaste a admirar cuando estaba por terminar tu adolescencia.)