Pasado mañana, viernes 9 de diciembre, se cumplirán exactamente cincuenta y cinco años del retorno de la familia Valcárcel Carnero a la patria nuestra, después de haber vivido en el destierro, por mandato abusivo y cobarde de una de las más oprobiosas dictaduras peruanas. Yo no conocí a Gustavo, el padre; a Violeta, la mujer, madre e inspiración, apenas la vi una sola vez y también una sola vez conversé con ella o, mejor dicho, la escuché por teléfono, largo y tendido, y fui dichoso. Rosina está en mi corazón, y a sus hermanos los conozco “de vista”.
Hace unos años (2007) escribí unas palabras como pobre homenaje a Violeta, y después, tras su fallecimiento, garabateé algo más. Aquí transcribo ambos textos, como un saludo a Rosina y a sus hermanos, y como un abrazo a nuestros dos muertos inmortales.
SI NO DE CARNE, DE POESIA
Se quién es pero no la conozco personalmente.
Estuvo casada con un poeta
a cuya memoria se encuentra atada.
Se que ambos, arrastrando a sus hijos,
pasaron una dura temporada en México,
empujados por la intolerancia
y la cobardía (las dictaduras jamás han sido valientes)
de un gobierno idiota
y también, cómo no, por la bella testarudez de sus sueños.
Soñaron con la inacabable alegría del pueblo.
Tres fueron los hijos varones que procrearon,
me sé sus nombres: Gustavo, Xavier, Marcel.
Y una hembrita.
Eso sé y algunas cosas más, pocas.
Cómo me habría gustado, en verdad,
haberla conocido de cerca y estar ahora conversando con ella:
que me cuente, por ejemplo, cómo vive un poeta en el exilio:
esa experiencia de la que hemos escuchado, por cultura general,
pero no vivido y que, seguramente, no podríamos soportar
(escritorcitos con aire acondicionado
y yogurt, en Word y configuración A-4).
Qué le habría dicho:
que tiene una hija maravillosa, cálida, a quien queremos mucho,
y más, muchas cosas más.
Pero tal vez nunca la llegue a ver (cruel es la ciudad
con sus circunstancias y alcantarillas).
Claro.
Pero qué digo: si aquí la veo
y puedo mirarla cuando me da la gana,
con estos ojos que han de comerse los gusanos
y con los ojos del alma y del corazón. Véanla,
aquí está. En esta Carta..., del 19 de noviembre,
escrita por Gustavo, su marido comunista.
Si no de carne, de poesía! Plena.
Es Violeta, la madre de Rosina, la Rochi.
Siempre.
En Ciudad de México.
En Lima.
En las venas de nuestro pueblo
y en los latidos de la esperanza: estrella y mar,
río inacabable...
Lima, 21 de enero del 2007
PRESENTE, SIEMPRE PRESENTE.
Presente, siempre presente.
Violeta, mujer perdurable.
Hecha de carne, tierra y poesía.
El vuelo que acabas de emprender
te acerca más y más
a nuestro suelo
pero jamás podrás salir de nuestros corazones.
Te decimos descansa en paz,
pero sabemos que nunca nos harás caso:
siempre guerrearás contra la indignidad
y la infamia
y tu saludable indignación
será
por siempre jamás
la luz de este pueblo que camina.
Presente, siempre presente, Violeta!
15 de setiembre del 2010